Altepee, colectivo que construye armas para resistir al Corredor Interoceánico
Fuente: Avispa Midia
Por Santiago Navarro F
En portada: Jóvenes de Acayucan, Veracruz, durante taller impartido por el colectivo Altepee. Forto: Santiago Navarro F
Entre las finas líneas de sus vetas se guarda la memoria de otro tiempo, el susurro del bosque, la armonía y el canto de las aves que alguna vez posaron sobre su frondosa copa. Hoy, el cedro talado de la montaña yace tirado y mutilado. Algunas partes de su tronco embellecerán un piso, se convertirán en muebles lujosos y, tal vez, nadie pondrá atención en la memoria que guarda. Pero un pedazo arrumbado, uno muy pequeño, fue rescatado, la pretensión no es poca, se busca que sea un arma que sacuda el cuerpo y la memoria.
Sael Blanco recuerda que hace más de una década le fue entregado el trozo de madera en un taller que presenciaba en una comunidad en el estado de Veracruz, México. “Yo solamente era espectador de lo que sucedía ahí y me lo dieron”, comparte al mismo tiempo que suelta una sonrisa cómplice.
Aquel taller al que asistió el veracruzano era para aprender a construir jaranas con el cedro, ahí fue donde construyó su arma, una jarana de cedro. Este es uno de los instrumentos que le da vida y ritmo a la fiesta conocida como fandango o huapango, principalmente en los estados de Veracruz, Oaxaca y Tabasco, en el sur-suroeste de México.
El fandango es una gran fiesta que le acompaña el canto en forma de verso replicado por las y los asistentes. El tacón de quienes suben a la tarima hace palpitar los corazones con el sonido de las jaranas. “Hoy es una música que se toca en diversas partes del mundo. Pero, hace 12 o 15 años, esta música era desvalorizada, ya solo la tocaban las personas más viejas de entre 70 y 80 años”, comparte Blanco.
Entre las vueltas y los zapateados que marcaron el tiempo de vida de este músico, hubo un momento en que, junto a sus compañeros y compañeras que llevaban la alegría a diversas fiestas de los pueblos vecinos, decidieron crear una colectividad bautizada como Altepee. “Este colectivo surge como una necesidad para la preservación de esta música que es de origen campesino. Entre las amigas y los amigos comenzamos a dar talleres para compartir este conocimiento”, cuenta este jaranero al equipo de Avispa Mídia.
La lógica de rescatar este conjunto de sonidos fue algo que vibró fuerte para los integrantes de este grupo. Entonces les surgió un cuestionamiento, “¿Los estamos rescatando? Pues en realidad la música sigue existiendo y siempre tuvo una importancia muy grande en estos territorios y que no necesariamente se estaba perdiendo, solo que no nos acercábamos a las comunidades como jóvenes que vivíamos en la ciudad”, comparte Gemaly Padua Uscanga, una mujer afrodescendiente, también fundadora de Altepee.
Han pasado catorce años desde que estos jóvenes, hoy adultos con hijos, iniciaron los talleres para compartir y aprender desde la música, sobre todo, lo que significa el fandango. “Nos dimos cuenta entonces que era más complejo que solo tocar. Porque un campesino tiene que ir al campo, tiene que comer y tiene que solventar sus necesidades. Pero, para la visión más urbana, ser campesino es sinónimo de pobreza y nadie quiere ser campesino, menos los jóvenes. Entonces volteamos a ver al campo”, relata Blanco.
En un fandango no solo intervienen los músicos, hay todo un proceso organizativo que implica pensar en comida para decenas de personas, crear las condiciones para la convivencia, además está el cuidado de la comunidad. “Entonces los músicos no solo se la pasan tocando su jarana. Es parte de su diversión, sí, pero también es un servicio que ofrecen a las comunidades que pertenecen. Además, tienen que cultivar sus alimentos, cuidar el bosque, el agua, los animales. Este conocimiento está ligado con el territorio, su cuidado y su defensa”, comparte Padua para el equipo de Avispa Mídia.
La defensa del territorio y la memoria
Más allá de aprender las notas musicales, este colectivo inició un proceso de aprendizaje y de formación constante que sostiene hasta el día de hoy, en Acayucan, Veracruz, donde están establecidos. Además de la música y las fiestas, sus integrantes comenzaron a realizar ejercicios de comunicación a través de la radio en línea, a realizar video-documental, serigrafía, dibujo y se sumergieron en explorar la medicina tradicional y otras actividades más, como la defensa de la memoria y el territorio.
“Porque el fandango y la fiesta tienen el poder de convocarnos, de reunirnos y de organizarnos, de plantearnos posibles salidas si es que se presenta un problema. No es igual a que convoques una reunión donde casi no llega gente. En cambio, la música tiene poder de convocatoria. El fandango no se puede realizar sin gente”, dice Padua.
Entre los materiales que han documentado figuran ancianos haciendo música, participando en el fandango. “Pero varios de ellos han dejado de existir. Entonces queda registrada la memoria para que sigan compartiendo”, dice con alegría la cantante.
También comentan que tienen un registro histórico de hace 11 años atrás, cuando Veracruz fue tomada por el ejército, por el crimen organizado y una diversidad de empresas que aterrizaron en esta región.
“Estábamos viendo un video que realizamos hace 11 años y nos dimos cuenta que documentamos de alguna manera el proceso en que Veracruz se comenzó a militarizar”, señala Padua al tiempo que, sorprendida, complementa, “hubo un cambio muy drástico en seguridad y que, obviamente, elevó los hechos de violencia que, en la actualidad, de alguna manera, están normalizados”.
Seguridad y Transístmico
El año pasado, según el informe del 1er semestre del año 2023, de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), en Veracruz se habían desplegado para operaciones de seguridad alrededor de 1,296 militares. A esto se suma la seguridad que requieren los emprendimientos en torno al Corredor Interoceánico, que abarca los estados de Veracruz y Oaxaca. Se distribuyeron como hormigas al menos 1,950 uniformados, distribuidos en 18 destacamentos y tres estaciones navales para cubrir diariamente los 2,600 kilómetros de vía del Interoceánico.
El jaranero Blanco alerta que el escenario comenzó a cambiar muy rápidamente desde una década atrás con la llegada del crimen organizado y la militarización, cuando anunciaron que en su región se iba a crear una Zona Económica Especial y que ahora es llamado Corredor Interoceánico. “Comenzaron a abrir una gran carretera de cuatro carriles, se comenzaron a llevar el agua. Ya se hablaba de una red de fibra óptica, del puerto Coatzacoalcos. Muchas empresas y proyectos se comenzaron a establecer”, advierte Blanco.
Una integrante de este colectivo se da a la tarea de recorrer con el equipo de Avispa Mídia la región que comprende desde Acayucan, Minatitlán y Coatzacoalcos, parte de la ruta de la construcción del Corredor Interoceánico en Veracruz, para demostrar que el gran complejo industrial y económico – que representa el Corredor Industrial y el Tren Maya que conectan con el Puerto de Coatzacoalcos – no es nuevo, sino que se ha venido edificando gradualmente.
Antes de la llegada del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, se establecieron en la región extensas plantaciones de palma aceitera (también conocida como palma africana), un cultivo que absorbe grandes cantidades de agua y usa agroquímicos como el glifosato. Junto a estas plantaciones llegó también la procesadora industrial de aceites la empresa Industrializadora Oleofinos, S.A. de C.V.
Al lado de esta procesadora está la multinacional Harinera de Veracruz, S.A. de C.V. (MASECA), Campi Alimentos S.A de C.V. (BACHOCO), entre otras empresas, que han llegado a la región y que, incluso, reciben beneficios fiscales. El Estado les construyó un ducto específico para suministrarles gas de la paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex), a través de la empresa Igasamex Bajío, S. de R. L. de C. V. Las vías del tren pasan justo a orillas de donde están establecidas estas industrias.
A pocos kilómetros de donde se encuentran estas empresas, también hay una mina a cielo abierto de arenas de sílice, donde opera la empresa Materias Primas Monterrey, que en 2017 pasó a formar parte del grupo Covia Materias Primas, una filial de la estadounidense Covia Holdings LLC. Según la Secretaría de Economía, hasta el año 2022, procesaron arriba de 2 mil toneladas diariamente de este material.
Esta región es muy rica en biodiversidad y cultura, “porque los pueblos la han cuidado y porque su forma de vida lo ha permitido. Pero, está la explotación de los yacimientos de petróleo, están abriendo más carreteras en torno al Tren y un nuevo gasoducto”, cuenta Blanco con mucha certeza.
Efectivamente, como dice el músico, las empresas rondan como buitres, con hambre de carroña. En su primera fase, se ofertará a los mejores postores porciones de tierras del Istmo de Tehuantepec, veracruzano y oaxaqueño, donde serán construidos al menos diez parques industriales, también llamados polos de desarrollo.
En julio del 2023 en conferencia de prensa, los gobernadores de Oaxaca, Salomón Jara Cruz, y de Veracruz, Cuitláhuac García Jiménez, afirmaron que “hay una demanda por cada polo [parque industrial] de más de 30 empresarios”, de los cuales cinco parques ya han sido destinados a tres empresas. Estos polos son: Coatzacoalcos I, Coatzacoalcos II, Salina Cruz, San Juan Evangelista y Texistepec.
Entonces, el colectivo Altepee comparte una gran preocupación que ya no solo es por preservar la música, la fiesta y las tradiciones, sino preservar la vida. “Mientras avanzan estos proyectos, también camina la devastación. Sabemos que sin agua ya no nace un cedro y no se construye una jarana, pero sin agua nosotros no vivimos. Ahí esta el problema, nadie nos habla de las grandes cantidades de agua que van a necesitar estas industrias, de los desechos que van a generar”, comparte con preocupación el músico Blanco.
Uno de los jóvenes que forman parte de este colectivo, Ángel Chávez, muestra un interés muy especial, principalmente, por las personas de su edad y los más niños. “La promesa es que va haber progreso y van a tener un ingreso las familias. Para mi, como joven, es complicado y también para el resto de los jóvenes, porque las universidades solo te forman para ser obrero para estas industrias. Muchos jóvenes, sí, están aceptando este discurso, pero, con ello se va a perder nuestra riqueza, que no es monetaria, es cultural y de biodiversidad. Se va a perder la memoria”, puntualiza el músico Chaves, mientras lija la madera para una nueva jarana.
Este colectivo tiene presente que, bajo el asfalto, bajo las industrias, a lado de los ductos de gas y petróleo, hay una memoria que podría quedar sepultada, junto con su forma de vida. “Entonces cuando hablamos del trabajo que hacemos, tiene que ver con un trabajo de formación para que también haya compañeras y compañeros jóvenes que se interesen por estas problemáticas”, asevera el jaranero Blanco.
El relevo generacional
Mientras que los músicos lijan y ponen cuerdas a nuevas jaranas, comparten con cierta nostalgia que son los más viejos quienes han cuidado y preservado la música, pero también el territorio. “Tú vas a las asambleas y la mayoría de la gente es de 60 y 70 años, los más jóvenes son de 50 años. Entonces hay una gran preocupación porque no hay un relevo generacional en el cuidado de nuestra madre naturaleza, de la vida”, remarca Blanco.
Además, los más viejos están siendo acosados para que vendan sus tierras, lo que vulnera más el relevo hacia los más jóvenes.
El pasado mes de febrero, por ejemplo, Coatzacoalcos, Veracruz, fue sede del llamado Programa de Ordenamiento Territorial de la Región del Istmo de Tehuantepec (POT – RIT), donde convocaron a síndicos y presidentes municipales de 33 entidades ubicadas en torno al Corredor Interoceánico (parte de Veracruz). El objetivo es crear los lineamientos legales para ceder la tierra al capital privado, ya que la mayoría de este territorio es de propiedad social o colectiva.
Esta herramienta fue promovida por el gobierno federal a través de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), y ejecutada por el gobierno de Veracruz, en colaboración con la academia y la sociedad civil.
La planeación de estos territorios es para crear condiciones que requieren los parques industriales. Además de los servicios como el agua, drenaje, luz, basureros, también requieren zonas dormitorios para sus trabajadores, hospitales, escuelas, lo que implica un cambio en el uso de suelo, de la propiedad colectiva a la propiedad privada.
Los músicos intuyen que, si el uso de la tierra cambia hacia a la propiedad privada, la razón de ser de los comuneros y comuneras perderá sentido y, por tanto, la asamblea como máxima autoridad de una comunidad también tenderá a desaparecer. “Entonces los jóvenes perderían la posibilidad de tomar decisiones en asamblea y eso es otro golpe para nuestras comunidades”, agrega Blanco.
El músico hace énfasis en que por eso es muy importante el trabajo con los jóvenes. “Parte de lo que hacemos es organizarnos con las chicas y los chicos”, complementa.
“Pero de nada sirve si nos organizamos solo nosotros, tenemos que organizarnos con más gente que haga conciencia de los tiempos que estamos viviendo. Porque estas problemáticas no solo nos afectan a nosotros, es a nivel planetario”, señala el jaranero y, acrecienta que, “algo que está pasando en estos tiempos es la deshumanización, se ha perdido la sensibilidad, no nos importa de dónde viene el agua, no hay interés en los bosques, en los animales. Entonces tenemos que sumar esfuerzos”.
Blanco es enfático y pone el dedo en el renglón en el tema de la crisis climática que estamos viviendo. “Es importante que la gente entienda que el hecho de que estemos experimentado calores de más de 50 grados [Celsius] tiene que ver con nuestras vidas y es nuestra responsabilidad. No podemos pensar que la siguiente generación la va a componer, porque la siguiente generación no tendrá nada que componer. Al final es un llamado a la acción. Sino sabes que hacer, hay gente haciendo cosas, acércate a esas personas”.
El jaranero insiste en que tenemos que voltear la mirada más allá de nuestros espacios, “aunque parezca mucho trabajo, tenemos que hacerlo, pensar en los pueblos que están siendo devastados por la minería, donde están talando bosques, construyendo represas, porque son temas que incumben a la humanidad”, añade el músico.
La jarana y el arte, concluye otro integrante de este colectivo, Ángel Escudero, son las armas de lucha con las que continúan el andar. “La memoria está ahí guardada y solamente hace falta una sacudida para que nos pongamos a recordar y eso hace la jarana”, reafirma.