Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después.

Sexta Parte: Ciencias Aplicadas.

  “Perro”, así se llama la bicicleta del capitán.  Cada vez da razones distintas, pero, la que más se acerca a la realidad, es la que dice que, cuando niño, un vecino tenía un perro y le puso de nombre “bicicleta” al animalito.  En el averiado sentido de la “justicia” del capitán, lo lógico era compensar, así que su bicicleta se llama “Perro”.  Como “bicicleta” es femenino, entonces era de esperar que le hubiera puesto de nombre el femenino de “Perro”.  Pero, tal vez previendo las complicaciones que le traería la traducción en inglés, o porque piensa que la disposición de géneros es como la asignación de destinos, una trampa eludible, quedó “Perro”.

  En fin, el asunto es que todo empezó con el “Perro”.  El capitán no ha querido convertir su bicicleta mecánica en una eléctrica, porque cree, ingenuo, que puede encontrar otra opción.

  Pero ésta, la del “Perro”, es sólo una parte de la ecuación, siempre en esta situación hipotética.

  La otra es un colectivo o grupo de personas que le hacen a eso de la ciencia.  La coincidencia entre el “Perro” y ese colectivo tal vez no sólo sea la natural tendencia, que está presente en algunas personas, a llevar la contraria.  Este colectivo, que de ahora en adelante llamaré de “Ciencia Aplicada”, es contreras.  O sea que, digamos, no sigue la tendencia mayoritaria en la comunidad científica.  Es decir, no es frívolo, superficial e ignorante del mundo más allá de su especialidad.  Es, pues, un colectivo minoritario.  Así que no pierda usted el tiempo buscando el nombre en los catálogos de científicos.  Además de esta grave falta a la tradición científica, este colectivo no busca publicar en revistas especializadas, ganar premios, becas, renombre, puestos gubernamentales o no-gubernamentales, encallar en la academia.  Centra, en cambio, su trabajo en buscar aplicar los conocimientos científicos a la realidad.

  La ecuación “Perro-Capitán-Ciencia Aplicada-Día Después”, tiene que ver con dos cofas de vigía de dos navíos ignorados: el pequeño del colectivo Ciencia Aplicada y el más pequeño de los zapatistas.  Aunque aparentemente en mares distintos y, no pocas veces, dispares, desde ambas embarcaciones alcanzaron a ver a lo lejos lo que se venía.  La tormenta pues.

  No se sabe si hubo un encuentro personal y formal entre ambos, o si fue una de esas coincidencias imposibles.  El caso es que, el colectivo, a partir de sus conocimientos científicos, y el zapatismo, desde sus saberes no científicos, llegaron a la misma conclusión.

  Y en uno y otro barco, el corolario no fue tirarse al vicio y la perdición (aunque el capitán qué más quisiera), ni reventarse en antros y fiestas de guardar.  Por alguna extraña razón, difícil de explicar con razón o sin ella, desde ambas cofas lograron mirar más allá de la tormenta y concluyeron que el problema, más que la tormenta misma, era… el día después.

  El jefe supremo del “sistema de correos y desvaríos del ezetaelene”, un escarabajo esquizofrénico, le confió a nuestro querido (já), admirado (já al cuadrado), bien amado (factorial de já), y nunca bien ponderado capitán, la existencia de ese colectivo rebelde, insumiso, sacrílego y, para colmo, científico.

  El capitán obvió la parte de preguntarle al escarabajo cuándo rayos obtuvo ese cargo, y pidió la dirección electrónica.  Se comunicó con ellos y, claro, ellas.  La carta del capitán detallaba lo siguiente:

  Se inspiró en lo que, en el mundo de las bicicletas eléctricas, se conoce como “freno regenerativo” (que consiste, grosso modo, en que, al frenar, la energía cinética del motor que se perdería en el frenado se dirige a la batería del vehículo para recargarla).  Como este sistema requiere un tipo de motor y dispositivo especiales, la recuperación de la energía no es al 100%, es más caro y exige mayor mantenimiento, el capitán retomó su idea original: una bicicleta de cuerda.  Sí, como los cochecitos de juguete de las infancias de antes, donde se le daba cuerda para que el auto se moviera por un “motor” -que no era sino una muelle en espiral, comprimida hasta el tope, que, al liberarse y “desenrollarse”, mediante engranes, proveía movimiento a las ruedas.  Justo como un reloj tradicional.  También se usaba en juguetes y muñecas (que fueron destripados científicamente para descubrir la “magia” que les daba movimiento).

  La idea del capitán es diseñar una bicicleta con este principio: un dispositivo que, al liberar el resorte o muelle, produzca movimiento y que dicho movimiento genere la energía necesaria para volver a comprimir el resorte o muelle, y así por siempre jamás.

  La primera respuesta del colectivo “Ciencias Aplicadas” no fue muy alentadora, aunque sí tan lacónica como un enunciado: “La tesis de energía-motor-energía-motor está bien para youtubers y similares.  Ni la teología recurre a ella.  Ni modos, mi capi, hay que pedalear”.

  Siguiendo el principio científico de “duda siempre”, la segunda respuesta fue aún más escueta pero más prometedora: “No es posible… todavía.  Bueno, en realidad no sabemos”.  La tercera contestación llovía sobre mojado: “yo uso motocicleta”.

  Como era de esperar, esto animó a nuestro intrépido (si sobraron algunos “já”, favor de agregar) capitán.  Empezó a trabajar febrilmente en su desprestigiado taller de bicicletas, esperando encontrar el santo grial de la energía infinita.  Bueno, en realidad esperaba que durara más que la producida por sus hermosas y bien torneadas piernas (já´s a discreción).

  Aun así, cuando hablaba de las bicis, el capitán solía decir: “éste es un vehículo que funciona con pozol y agua, es eco-friendly, de tan bajo costo que lo más caro son los vendajes y antisépticos para las heridas en las caídas.  Usa siempre casco de protección.  Mucho ojo: nunca, y quiero decir nunca, trates de rebasar a un camión de volteo ni a un hato de vacas”.

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  Mientras, la tormenta arreciaba.

  Como es (o debería ser) característica de los conocimientos científicos, el colectivo de “Ciencias Aplicadas” miró a dónde iba todo.  Colectó datos, los comprobó, los cruzó, analizó modelos de simulación, consultó tablas, estadísticas, hechos.  Llegó a una conclusión: el destrozo causado sería el fin del mundo como lo conocían.  O sea, que todo iba a valer madre.  Bueno, no con esas palabras, sino algo más científico.

  En lugar de cortejar directores, CEO´S y jefes de departamentos, o de buscar un puesto con cargo al ya raquítico presupuesto a la ciencia, el colectivo se dio en colectar materiales básicos cuya escasez o inexistencia posterior era previsible.

  Así que fue juntando una gran cantidad de alambres, cables, diodos, transistores, resistencias (o sea, las otras resistencias), moduladores, osciladores, bobinas, dinamos, relevadores y otras cosas igual de misteriosas.  Probaron algunos modelos experimentales.  Se animaron al comprobar que podían elevar la producción energética de un dinamo en la rueda de una bicicleta hasta… ¡hacer funcionar una bocina de medio pelo!

  Claro, el reto que les puso el Subcomandante Insurgente Moisés era mucho mayor: hacer funcionar los equipos de una sala de quirófano.  Sin embargo, el colectivo se sabía en buen camino.

  Si estaban los doctores fraternales, los promotores de salud, las instalaciones y, pronto (o eso esperamos), los equipos necesarios, entonces el problema era que funcionaran incluso si se carecía de la energía eléctrica de la red, extinta en esta hipótesis.

  Cuando ya la tormenta arreciaba y prácticamente la víspera, el colectivo se trasladó, con todo y sus tiliches, a la comunidad de la que les he platicado.  Así que, cuando llegó la banda artistosa, la “ciencia aplicada” ya se encontraba instalada desde tiempo antes.  Y organizada.

  A instancias del SubMoy, habían construido sus champas en un sector al que llamaron, haciendo honor a su historia y vocación, “El Apagón”.  Se encuentra ubicada frente al sitio donde se instalaron los doctores fraternales y los promotores de salud, quienes, para no quedarse atrás, bautizaron su lugar con el sugerente nombre de “Lava tu mano y no estés jodiendo”.

  Ambos colectivos se organizaron de modo que, por turnos, mientras una parte cumplía con los trabajos necesarios para sobrevivir, la otra se dedicaba a crear toda clase de ingenios y dispositivos, en la ciencia aplicada; y, en el caso de los fraternales a la salud preventiva, así como a atender casos médicos más complicados.

  En lo que se refiere a “Ciencia Aplicada”, aunque no habían aún logrado producir energía suficiente para el quirófano, sí podía esperarse que en, el siguiente encuentro-baile, hubiera la suficiente para darle vida al micrófono, un par de bocinas y, tal vez, dios lo quiera, al teclado.

  ¿Y el capitán?  Bueno, cuando lo topan, los del colectivo le dan carrilla y se burlan diciéndole: “¡Ése mi capitán Frankestein!  ¿Cómo va la bici biónica?”.  El capitán ríe y responde: “Científicos necios que acusáis al capi sin razón, sin ver que sois vos la ocasión de lo mismo que culpáis.  Algún día”.

  El “Perro” sigue en el taller, fragmentado, rodeado de herramientas y toda clase de fierros, alambres, tablas y clavos.  Cada madrugada infructuosa, el capitán arroja el martillo maldiciendo y conjurando: “algún día, algún día”.

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  ¿Eh?  ¿Le extraña que, en esta situación hipotética, ese colectivo de ciencias aplicadas haya llegado antes?

  Bueno, si las ciencias no son capaces de vislumbrar el día después, ¿entonces para qué son las ciencias?

  Si “A entonces B” y usted tiene todos los elementos de “A”, es de concluir que se sigue “B”.

  Ergo: como sentencia el nombre del comedor comunitario (donde el colectivo Ciencia Aplicada ha provocado ahora un motín al usar las cucharas para demostrar un principio científico aplicado a las catapultas… con dulce de calabaza -una cosa es la ciencia y otra la puntería-): “No dejes para mañana lo que te puedas zampar hoy”.

  Claro, en su equivalente científico…

  Oh, oh, la Doña Juanita ha salido blandiendo un sartén gigante en una mano, y un cucharón XXXL en la otra, a exhortar a los comensales al diálogo ciencia-arte.  El capitán, protegido detrás de una trinchera de comales y ollas, con un casco protector modelo “Predator”, le hace una señal a los musiqueros para que se arranquen con la rola “Yo no fui”, de Consuelito Velázquez: “si te vienen a contar…”

Continuará…

Desde el taller científico de bicicletas “mi abuelita en ídem”.

El Capitán.
Octubre del 2024.