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La última semana de Marichuy en Europa
La lucha por la autonomía de los pueblos indígenas es la bandera de Marichuy, quien viajó a Europa para participar en la Gira por la vida, el recorrido que realiza un grupo de integrantes del EZLN.
| 11 diciembre, 2021
“Venimos a estos países ‘desarrollados’ para ver si el desarrollo es bueno”, dice entre risas María de Jesús Patricio, mejor conocida como Marichuy, vocera del Congreso Nacional Indígena (CNI). El comentario provoca las carcajadas de un auditorio diverso que hasta entonces permanecía en silencio en el Ateneu del Raval, justo en el corazón de Barcelona.
Es la última semana de Marichuy y otros miembros del CNI en Europa que fueron invitados por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en la Gira por la vida. Vinieron a compartir su experiencia en la lucha por la autonomía de los pueblos indígenas, pero también a conocer otras formas de organización social como los movimientos okupas en cuyos espacios han dormido los zapatistas y la vocera.
Las últimas actividades de Marichuy se planearon en Barcelona que los ha recibido con su rostro más frío y las lluvias más largas que ha habido en todo el año. “Les trajimos la lluvia”, dice cuando se entera que el clima es muy distinto en la capital catalana.
“Hemos visto cómo les afecta el desarrollo (a los países europeos). Nos llevaron a una mina que quieren reabrir y está saliendo el agua del río contaminada, ya sale color marrón”, cuenta en entrevista Marichuy que se refiere a una zona en Touro, en la comunidad autónoma de Galicia.
Desde que aterrizó en Viena hace dos meses, la vocera del CNI ha participado en un sinfín de discusiones y conferencias en Austria, Italia y España de las que ni siquiera lleva el recuento. A pesar de esto, juzga Marichuy, la gira no se compara con haber recorrido 28 estados de México en 2018 cuando inició el proceso de recolección de firmas para ser candidata a la presidencia.
Para estas fechas, Marichuy ya está curtida en los precios de las frutas y las verduras en distintas regiones. Con la misma reacción que tienen los europeos, se sorprende de que los precios en Barcelona sean mucho más baratos. En Viena pagó cuatro euros por un aguacate, mientras que aquí le costaron poco más de un euro.
Marichuy compró algunos aguacates mientras caminaba por el barrio de Sants, uno de los más auténticos de Barcelona, alejado de lo que los catalanes llaman guiris, es decir, turistas. Sants también es un ejemplo de trabajo colectivo y resistencia, pues hace algunas décadas la presión vecinal ocasionó que una fábrica textil abandonada, en vez de ser atiborrada de edificios, se convirtiera en uno de los parques más hermosos de la ciudad.
En este barrio, el Consejo de la Juventud de Barcelona (CJB) organizó una charla con Marichuy y Nisaguie Flores junto con otros activistas catalanes. Como en muchos otros espacios, dentro de La Lleialtat Santseca, que significa lealtad al propio barrio, se habla exclusivamente en catalán. Entonces, cuando el moderador las invitó a subir al escenario ellas no lo comprendieron, como el resto de la charla. “Pude entender algunas palabras que se parecen”, dice Marichuy. Por eso, cuando el CNI se reúne hablan en español, porque si dos idiomas de una misma familia lingüística –castellano y catalán– se tornan incomprensibles, habrá que imaginar la complejidad de convivir con las 12 distintas familias lingüísticas que existen en el país.
Aunque la situación de violencia y represión que existe en México es incomparable, Marichuy ha visto que algunas regiones en España padecen también el embate de las empresas o el castigo del gobierno cuando se manifiestan. Barcelona será la ciudad con la mejor red de bibliotecas públicas y parques de ensueño, pero también es el lugar donde los Mossos d’Esquadra han disparado proyectiles contra manifestantes, como sucedió el pasado mes de febrero en el que una mujer perdió un ojo en una marcha a favor de la libertad de expresión. Barcelona, como le han contado a Marichuy, también es el lugar donde las inmobiliarias buscan desalojar a los inquilinos y encarecer los departamentos.
Al final del evento, la gente se les acerca a saludarlas, esta vez les hablan en castellano. A Nisaguie le ofrecen una bebida típica –vermut– que le sabe raro, como a chile piquín. Se nota aturdida de tanta gente que la aborda, dice que no está acostumbrada. “Nisa, ¿te acuerdas de mí?” y ella responde apenada que no. Lo cierto es que a los foros donde se presentan llegan activistas, estudiantes, artistas entusiasmados por escucharlas, aunque no conozcan a detalle la diferencia entre CNI y el EZLN, o a pesar de que, por ejemplo, un periodista catalán anote en su libreta «naua» sin hache intermedia, cuando escucha el pueblo al que pertenece Marichuy en el sur de Jalisco.
A menudo las discusiones se extienden hasta dos horas y media como ocurrió el lunes 22 de noviembre en el Ateneu del Raval, un centro que se define como fábrica de tejido social comunitario. El discurso de Marichuy y Nisa es claro y sus enemigos concretos: se llaman Corredor Interoceánico, Tren Maya, Proyecto Integral Morelos, en suma, los megaproyectos. Nisa, que vive en Juchitán, explica que no se trata solo del despojo de su territorio y recursos naturales, sino que los proyectos acarrean problemas como el narcotráfico. Y no lo dice al aire, pues el mismo fiscal de Oaxaca, Arturo Peimbert, ha aceptado que el delito de narcomenudeo se ha duplicado en la zona del istmo de Tehuantepec desde 2019, cuando comenzaron las obras del Corredor Interoceánico.
Es aquí en Barcelona, a finales de la gira, donde integrantes del CNI y los zapatistas se enteran de lo que consideran un total desprecio a las comunidades. El pasado 22 de noviembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador publicó un decreto para que las obras públicas federales sean consideradas de seguridad nacional y obliga a las dependencias a entregar los permisos provisionales en un plazo de cinco días.
“Está claro el mensaje. Se nota que les urge echar andar los megaproyectos. Oportunista, la forma en como sacaron esto. No les importa que haya resistencia, ni que haya leyes que protejan a las comunidades. No le importa si hay violación de convenios”, dice Marichuy, a quien las querellas entre partidos políticos la tienen sin cuidado, al igual que los rumores rumbo a las elecciones de 2024, sobre si será candidato Marcelo Ebrard o Claudia Sheinbaum, y, de hecho, nunca ha escuchado hablar de Claudio X. González, líder visible de la derecha. Para los pueblos indígenas, lo repiten siempre, todos son lo mismo.
A lo largo de la semana, durante las charlas, Marichuy saca una libreta de su morral y anota lo que le va pareciendo importante. Explica que en esa libreta registra lo que ha escuchado en distintas regiones y que después, al llegar a México, tendrá que compartirlo con los demás compañeros. Es notoria la experiencia que ha adquirido al comunicarse con la gente y, en ocasiones, arranca suspiros con una retórica infalible: “como dicen los compañeros zapatistas, sin prisa pero sin pausa”, o “no sé por qué hay tanto temor de los de arriba por preguntarle a los de abajo”. Sin embargo, en los momentos más inesperados, acaso para que la solemnidad no devore su discurso, Marichuy dice cosas como: “no pierdan el trabajo colectivo, como decimos nosotros: si nos equivocamos somos varios y las regañadas duelen menos”, y entonces el auditorio estalla en risas. De hecho, no hay una sola charla en la que la vocera no haga reír a los asistentes con sutilezas.
“Tampoco podemos quedarnos en la tristeza absoluta porque si no entonces nos trabamos. Tenemos que estar bien para seguir en lo que estamos y agarrar fuerzas”, dice la vocera en referencia a su sentido del humor.
Con facilidad, Marichuy contesta preguntas sobre cómo se organizan las comunidades indígenas y cómo combaten el machismo dentro de las mismas. Pero para otros que la escuchan, ella no solamente es una indígena en resistencia contra el despojo del territorio sino una especie de gurú a quien le hacen preguntas sobre la cosmogonía, una economista a la que cuestionan sobre la riqueza, una suerte de oráculo de quien esperan conocer el futuro.
Uno de los más entusiastas es Jonathan Eugenio, un actor mexicano que vive en Barcelona desde hace 15 años. Para espantar la nostalgia de su tierra, Jonathan sigue vistiendo poncho y botas vaqueras. Ya no quiso regresar a su natal Chihuahua porque ser homosexual le era complicado en lo que, recuerda, era una ciudad conservadora. Además, descubrió que el sistema público de salud catalán lo proveía de una medicina que necesita tomar de por vida. Es el único que le pregunta a la vocera por su trabajo como médica tradicional. “Cuando era adolescente fui parte de los cordones zapatistas. Quería conocer a Marichuy, solo la había visto por redes sociales en 2018. Me gusta que habla desde la serenidad que es propia de quienes han estado cerca del dolor de otros seres humanos”, dice Jonathan.
A Marichuy se le acercan italianos, franceses, chilenas, colombianas, danesas, catalanes, y con asombro descubre que el proyecto de recabar firmas para obtener la candidatura en 2018 cruzó los mares hasta sitios insospechados.
“No tenía idea, pero están al pendiente. Nos identifican bien. Las danesas dicen que estuvieron de cerca en la campaña. Se me acercó otro que dice que fue parte de un colectivo que levantaron firmas”, cuenta Marichuy. Y es que, en Barcelona, si eres mexicano, es probable que te pregunten por dos cosas: el narcotráfico y el zapatismo, como si el futuro del país vacilara entre esas dos opciones.
En el Raval, barrio de callejones estrechos y laberínticos, es común encontrarse con espacios comunitarios gestionados por migrantes. Desde hace décadas se han creado redes para combatir la exclusión. Fue con este tipo de colectivos que los zapatistas se reunieron. Conocieron el gimnasio de autodefensa feminista, el ecomuseo gitano, el sindicato de vendedores ambulantes, y la realidad de los migrantes africanos que han cruzado el mar en patera. Felipe Ibarra, coordinador del Ateneu del Raval, propuso que los zapatistas recorrieran esos espacios para luego, frente a esos colectivos, explicar la autonomía de los caracoles. Los zapatistas relataron su historia desde 1994, el funcionamiento de la Junta del Buen Gobierno y los siete principios bajo los cuales se rigen. Incluso se sinceraron: “No venimos a decir que todo es bueno, también cometemos errores”.
Felipe piensa que los zapatistas, Marichuy y los integrantes del CNI trajeron un respiro al barrio luego de los estragos de una pandemia. “Nos reencontramos con gente de Barcelona con las que habíamos colaborado y no nos habíamos visto. También conocimos a otros activistas de otros barrios. Pero sobre todo aprendimos que las luchas tanto en la selva de árboles como en la de cemento no son tan diferentes. Cuando se trabaja con la justicia social te puedes ir desanimando, pero ellos explican que la fórmula es la constancia”, dice Felipe.
Marichuy ha recibido varios regalos, pero el más especial se lo dieron durante su estancia en Santiago de Compostela. Una comunidad le obsequió una pluma de un pájaro. Se trata de un arrendajo, un ave que tiene la costumbre de enterrar, a lo largo de sus trayectos, pedazos de los frutos que recolecta. Con ese pequeño gesto, el pájaro contribuye a la expansión de los bosques.
“Eso me pareció muy simbólico”, dice Marichuy, mientras una lluvia insólita arrecia en el barrio de Sants.
La “Travesía por la Vida” de los zapatistas y sus implicaciones para una solidaridad global
por Franca Marquardt
Encuentro con los zapatistas
“Os hemos dado las semillas de la rebelión contra el colonialismo y el capitalismo” – esto es lo que anunció el grupo de zapatistas que nos visitó aquí en Leipzig en nuestra última noche juntos. Todavía estoy procesando este importante momento, que ahora parece un sueño. Pero fue todo lo contrario, algo muy real: un encuentro de mundos para la perspectiva de una solidaridad global. Los zapatistas y su resistencia contra el capitalismo colonial han sido una inspiración para mí y para muchos compañeros estudiantes y activistas. Nunca he estado en Chiapas ni he estudiado a fondo su organización política. Pero cuando me enteré de este “viaje por la vida” y del plan de los zapatistas de viajar a Europa y conocer los movimientos locales, me intrigó. Como estudiante de antropología y activista social, me enfrento constantemente al estancamiento de nuestras acciones y reflexiones, que todavía están contenidas en un marco limitado y eurocéntrico. En última instancia, no se puede avanzar en una transición justa a menos que tengamos en cuenta todas las voces y perspectivas y formemos alianzas entre actores de todo el mundo. El viaje de los zapatistas, pensé, podría ser una oportunidad para poner en práctica estas ideas al tiempo que se abordan las cuestiones socioecológicas de una manera que considera las luchas locales en un contexto global y proporciona al movimiento global la herramienta más importante: la esperanza.
En octubre del año pasado, los zapatistas anunciaron que iban a “colonizar” Europa para encontrarse con los movimientos de aquí y escuchar y compartir ideas sobre una vida mejor más allá del capitalismo. La gente de toda Europa se ha unido ante la perspectiva de este importante momento, invitando a los compas a sus ciudades y pueblos, planificando y organizando ansiosamente su estancia. Como parte de la red de Leipzig, nos hemos reunido semanalmente, discutiendo ideas y planes. Ha sido un proceso enriquecedor pero difícil, ya que no estaba claro si los zapatistas llegarían o cuándo lo harían y qué debíamos tener en cuenta. En algún momento de este verano, ni siquiera estábamos seguros de que el viaje seguiría adelante, pero reconocimos que ya habían logrado uno de sus principales objetivos: motivar a la gente y a los grupos a organizarse en sus propios “hogares” y formar alianzas para el cambio. Fue aún más sorprendente cuando nos enteramos de que la primera delegación, el Escuadrón 421, había zarpado y llegado finalmente a España este mes de junio.
El primer grupo estaba formado por compas que se adelantaron para coordinar la llegada de la delegación principal, junto con las estructuras locales. Este sería un proceso difícil, que conllevó luchas para obtener pasaportes y visas, así como restricciones causadas por la actual crisis covídica. Esto fue representativo de las restricciones de movilidad a las que se enfrentan muchas personas marginadas y racializadas cuando intentan entrar en los países europeos. En agosto protestamos frente al consulado honorario de México en Leipzig, para presionar a las autoridades y concientizar a la gente de estos hechos. Fue aún más irónico cuando nos enteramos de que el cónsul es el director general de Porsche Leipzig; no es de extrañar que ignorara nuestras demandas. Este verano participé en los campamentos climáticos de Leipzig y Munich, donde impartí talleres sobre los temas del zapatismo, el decrecimiento y la pluriversalidad. Participé en debates sobre cómo nos posicionamos como activistas climáticos en Alemania, y cómo podemos relacionar nuestras historias y luchas con las de los zapatistas, los kurdos de Rojava o con muchos movimientos de resistencia más pequeños que están en marcha.
Tras el campamento de Munich, finalmente, la delegación principal de 170 compas llegó a Viena (de entre todos los lugares) a mediados de septiembre. Todo esto sucedió muy rápido y requirió que la gente trabajara en conjunto para apoyar a la red austriaca, tratando de organizar el alojamiento y facilitar la llegada a última hora. El ambiente en el aeropuerto fue muy fuerte, ya que celebramos y cantamos canciones para dar la bienvenida a los compas. Conocerlos después de todos estos meses de anticipación y lucha fue increíble, y una importante fuente de esperanza. A partir de ese momento, la gente trabajó día y noche para planificar los siguientes pasos del viaje. Se decidió entonces que las compas viajarían en grupos de cinco a diferentes regiones en tres etapas. Así, el 22 de septiembre recibimos en Leipzig a dos grupos que permanecieron con nosotros durante una semana, participando en numerosos actos y encuentros con los movimientos locales. De alguna manera, nos las arreglamos para elaborar un programa, encontramos proyectos de vivienda local para que se quedaran y cocinamos la comida. Para nuestra sorpresa, prefirieron las salchichas, la pizza y la coca cola a la calabaza y el arroz: otra prueba de que no podemos trasladar nuestras normas morales a los contextos de otras personas. Como la compa dejó claro, el objetivo principal del viaje era reunirse con los movimientos locales en un entorno íntimo, más que hablar en actos públicos o conferencias. Por ello, organizamos reuniones con organizaciones feministas, grupos postcoloniales y la comunidad latinoamericana de Leipzig, además de visitas a lugares significativos de resistencia en la ciudad y sus alrededores.