Dando continuidad a lo que sucedió el sábado, cuando don Pablo González Casanova fue nombrado Comandante y pasó a integrar el Comité Clandestino Revolucionario Indígena, el EZLN anunció ayer, en voz del Subcomandante Galeano, la formación de un nuevo ejército insurgente. Un ejército “con el cabello cano, o sin cabello, en silla de ruedas o en bastones o muletas, que no escucha bien, que no ve bien, al que le tiemblan las manos pero no de miedo, sino de impaciencia”; un ejército que “no traerá armas de fuego ni bombas… sino algo más mortífero, más letal y más poderoso: memoria e historia”.

Es armado con historia y memoria que el zapatismo, al igual que el CNI y el CIG, se propone a enfrentar la muerte en que estamos sumergidos. Porque, como apuntó Sergio Rodríguez Lazcano, bajo el cemento de la ciudad está la tierra; o sea, la historia de los pueblos. Así, el caminar del CIG y de Marichuy fue y es un encuentro de raíces entretejidas que bordan caminos preguntando y siembran semillas de un mundo otro capaz de resurgir de entre los escombros de éste que se está derrumbando.

Los síntomas de ese derrumbe en el panorama político mexicano fueron esbozados con precisión por Sergio Rodríguez, mostrando con datos el callejón sin salida de la política de los de arriba, en un momento en que la ideología fue abandonada y de lo que se trata ahora es de ganar espacios de poder, cueste lo que cueste. El despojo (palabra derivada del latín despoliare, que significa “quitarle la piel a la tierra”), como bien lo ha expresado el CNI una y otra vez, constituye un verdadero proceso de genocidio en el que, literalmente, los pueblos están amenazados de desaparecer. Pero es justamente ante la inminencia de la muerte colectiva que los pueblos organizados en el CNI deciden conformar el CIG y pasar a la ofensiva.

La valoración de lo que ha sido el caminar del CIG está en proceso, no sólo al interior del CNI, sino incorporando las miradas y las voces de todas y todos. Así escuchamos a Rafael Castañeda, quien hace un recuento de lo que fue la experiencia del Partido de los Comunistas en la recaudación de firmas para Marichuy. Entre las diversas anécdotas, está la de quienes hablaban con quienes se acercaban durante minutos u horas, y sólo al final preguntaban si tenían credencial de elector, dejando claro así que de lo que se trataba no era simplemente de recolectar firmas, sino de dar cauce a la rabia hacia la organización y la lucha colectiva.

De la misma manera Magda Gómez se refirió al “efecto Marichuy” como un despertar que entraña la práctica de otra forma de hacer política. Compartió que temió en su momento que se perdiera el punto de encuentro entre la recolección de firmas y su verdadero objetivo, encarnado en el caminar de Marichuy y del CIG, pero que en definitiva ese encuentro había quedado muy claro.

Tanto Magda como Bárbara Zamora hablaron del desencuentro entre las formas de la justicia propia de los pueblos originarios y las instituciones del Estado, que se fundamenta en un desencuentro de visiones y la imposición de una sobre la otra. Y ambas, como abogadas, apuntaron a la lucha jurídica como un espacio útil y a veces necesario, a pesar de reconocer que en ese lugar no van a ocurrir las transformaciones a las que aspiramos.

Pero, si nos están matando, como tan visceralmente nos dieron a entender Gabriela Jáuregui y Abraham Cruz el día anterior, y si los espacios de la institucionalidad no son ni serán camino para la vida, entonces ¿qué?

“Los estamos llamando a destruir el mundo totalmente”, dijo el SupGaleano, y a construir otro desde abajo, buscando la vida. ¿Que si estamos soñando? “Cuando planteamos el horizonte”, dijo el Sup, “no estamos soñando; estamos recordando”. ¿Que si es posible? La probabilidad es mínima, dijo… es casi imposible. Pero es imprescindible “aferrarse a esa millonésima de probabilidad”. Una probabilidad tan minúscula, recordó el SupGaleano en su breve genealogía del zapatismo, como lo fue que, tras el levantamiento de 1994, sucediera lo que sucedió. Y en este camino, el nombramiento del Comandante Pablo Contreras y el llamado a conformar este nuevo ejército insurgente de la memoria conlleva un mensaje muy claro: “Estamos llamando a las filas de la lucha a la historia, a los muertos, a los desaparecidos, a los olvidados”. Y tal vez entonces se abran las tumbas y quienes murieron vuelvan a caminar, y los desaparecidos reaparecerán.