“Oigan, está muy oscuro acá, necesito una lucecita.”
Entonces dejó de hablar y acomodó los papeles sobre la mesa. Se apagaron las luces. En la penumbra, alumbrado apenas por la tenue luz de una cámara de video, se levantó.
Caminó algunos pasos hacia la parte trasera del templete.
Con paso lento, atravesó el umbral.
Comenzó a bajar los escalones de madera.
Y su figura se desvaneció lentamente en la oscuridad.
Y dejó de existir.
Entonces se escuchó el silencio cargado de gratitud y de tantas otras cosas de miles de manos que aplaudían al unísono, y los rostros conteniendo las lágrimas, y los corazones repitiendo: Adiós, Subcomandante. “Uno, dos, tres”, se escuchó la voz del Comandante Tacho hablando en el radio. Se encendieron nuevamente las luces. Y dijo el Subcomandante Insurgente Moisés, jefe militar y ahora también vocero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional: “Compañeros, compañeras, vamos a escuchar la palabra de otro compañero”.
De las bocinas surgió la voz que hasta hacía unos minutos, desde hace veinte años, perteneció al Subcomandante Marcos, cobrando ahora nueva vida, burlando a la muerte.
“Buenas madrugadas tengan, compañeros y compañeras. Mi nombre es Galeano. Subcomandante Insurgente Galeano. ¿Alguien más se llama Galeano?”
Miles de hombres y mujeres respondieron unidas: “¡Yo me llamo Galeano!” “¡Todos somos Galeano!” “¡Todos somos Galeano!”
“Tras que por eso me dijeron que, cuando volviera a nacer, lo haría en colectivo. Sea pues. Buen viaje. Cuídense, cuídennos. Desde las montañas del sureste mexicano, Subcomandante Insurgente Galeano.”
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