Publicado en Camino al andar.
14 de junio de 2021.
Por El Sup Galeano.
11 de Junio del 2021.
Al Colectivo “Llegó la Hora de los Pueblos”.
México.
Hermanas, hermanoas y hermanos:
Reciban tod@s un abrazo… bueno, varios. Queríamos mandarles un saludo… ok, varios, y, aprovechando el vuelo de estas letras, solicitarles un apoyo.
Resulta que, para la Travesía por la Vida Capítulo Europa, se ha decidido que cumplamos los requisitos legales para poder llegar, con nuestro oído y nuestra palabra, a las tierras que Marijose habrá de rebautizar en unos pocos días. Dentro de unas horas (tomando como referencia el día y la hora en que les escribo –madrugada del 11 de junio del 2021- ), ese desafío delirante llamado “La Montaña”, tocará tierras europeas en las llamadas Islas Azores, de Portugal. Ahí estarán unos días para luego dirigirse al destino marcado: Vigo, Galicia, Estado Español. Después saldrá un grupo aerotransportado.
El así llamado “Escuadrón 421” va con sus papeles en regla. Es decir, tienen doble pasaporte: el oficial mexicano y el llamado “pasaporte de trabajo zapatista”, que expiden las Juntas de Buen Gobierno cuando una compañera, compañero o compañeroa sale del territorio zapatista a hacer un trabajo para nuestros pueblos. Acá decimos que va de “comisión”. En otra ocasión hablaremos de ese “pasaporte zapatista”, ahora quisiéramos hablarles del oficial.
Ya antes nos hemos referido, en escritos y pláticas, a eso que llamamos “el calendario y la geografía”. Bueno, pues nuestra geografía se llama “México”. Y, para nosotras, las comunidades zapatistas, esto no es sólo una palabra. Es, en sentido zapatista, una geografía. Cuando decimos que somos “mexicanos” señalamos que compartimos historias con otros pueblos originarios hermanos (como quienes se agrupan en el Congreso Nacional Indígena-Concejo Indígena de Gobierno). Historias, es decir: dolores, alegrías, rabias, agravios, luchas. Pero no sólo con los pueblos originarios de esta geografía, también con individuos, grupos, colectivos, organizaciones y movimientos que coinciden con nosotros, los pueblos zapatistas, en sueños y, claro, en pesadillas.
Quiero decir con esto que a nosotras, las comunidades zapatistas, no sólo no nos avergüenza decir que somos mexicanas, nos enorgullece. Porque ese orgullo no nos nace mirando hacia arriba y a sus historietas, sino mirando, escuchando y hablando con el México de abajo, sus vidas y sus muertes. No es mi despropósito el hacer un recuento, así sea apresurado, de lo que vive y lucha en ese México. Cada quien tiene sus modos, sus propias historias, sus derrotas y victorias, su mirar y explicar su mundo, su mirarse y explicarse. Pero miramos que hay algo común, una especie de raíz, o trama, o columna vertebral… debe haber una forma de decirlo en lenguaje cibernético… ¿una matriz o matrix? Bueno, pues es en esa raíz común que nos identificamos.
Oh, yo sé que a más de una, uno, unoa, le preocupará si lo que digo es una versión “zapatista” del nacionalismo. No, eso nos da pereza a veces, enfado otras, y siempre preocupación. No me refiero a un nacionalismo. En los nacionalismos se esconden, por ejemplo, desigualdades y, ojo, relaciones criminales. En los nacionalismos confluyen el criminal y la víctima, el Mandón y el mandado. Algo tan perverso como “te destruyo pero lo hago por tu bien porque somos compatriotas”. Algo como el sentido maligno que se da a “lo humano”, por ejemplo al señalar que tanto hombres como mujeres son seres humanos. Voy a dejar de lado el hecho de que se olvide que hay quien no es ni mujer ni hombre y, al ser innominado, ya no es “un ser humano”. En ese sentido de “lo humano” se olvida la relación de dominio que hay entre hombres y mujeres. No escribiré un rollo sobre el patriarcado, su genealogía y su crimen enloquecido actual; hay entre ustedes quien sabe más de eso y lo explica mejor de lo que yo podría.
¿Es posible referirse a la humanidad sin caer en la trampa de una igualdad hipócrita? Nosotras pensamos que sí, y es refiriendo la humanidad a las ciencias y las artes, Pero no sólo. También a sentimientos, pensamientos y propuestas básicas: el sentido de la justicia, de la moral y la ética (que el finado compañero Don Luis Villoro explicaría mejor de lo que yo intentara siquiera), la fraternidad y otras cosas que no detallaré (pero ustedes siéntanse en la libertad de hacerlo). Por ejemplo, yo agregaría el baile –música y canciones incluidas-, y el juego, pero no me hagan mucho caso.
En fin, de detalle en detalle se irán abriendo las diferencias, las distancias, los desacuerdos. Pero, en sentido inverso, se podría encontrar algo común: a eso llamamos nosotros “humanidad”.
Entonces, cuando decimos que los pueblos zapatistas somos “mexicanos” y que nos enorgullece el serlo, nos referimos a esa matriz común con lo otro que lucha en esta geografía atrapada entre el río Bravo y el Suchiate, con el mordisco que le dio el mar de oriente y la alargada curva que el mar de occidente le forjó en el talle, e incluyendo el brazo solitario que bordea el llamado “Mar de Cortés”. Agreguen ustedes la historia real, la de las geografías vecinas y…
Bueno, basta de rollo. El asunto es que nuestra delegación aerotransportada está en el trámite de sus pasaportes. Y digo “trámite” por delicadeza, porque es como un infierno, uno que se alimenta en silencio y llega a verse como “normal”.
Porque resulta que nuestras compañeras, compañeros y compañeroas cumplen todos los requisitos que se exigen, hacen el pago estipulado, viajan desde sus comunidades hasta las oficinas de la mal llamada “Secretaría de Relaciones Exteriores” y, con todo y la pandemia, hacen cita, fila, esperan su turno y… se les niega el documento.
Son indignantes los obstáculos del supremo gobierno y su burocracia ignorante, necia y racista.
Porque podría pensarse que es sólo burocracia, que te toca la mala suerte de topar con alguien que piensa que tiene Poder porque está detrás de una ventanilla, un escritorio, una oficina. Pero no, es también algo más y se podría sintetizar así: racismo.
¿Las razones? Bueno, hay una fundamental y, claro, sus derivadas: hay en el gobierno un ambiente de histeria mal disimulada. Acorde con su compromiso con el gobierno estadunidense, de detener el flujo de migrantes de Centroamérica, para los gobiernos federal, estatal y municipales, todo lo que no sea rubio, de ojos claros y proceda de más al sur de Puebla, es centroamericano. Para las esquizofrénicas autoridades gubernamentales, cualquier centroamericano lo primero que hace es: sacar su acta de nacimiento, su credencial del INE o sus constancias de identidad con fotografía (que es un documento oficial porque lo expide el municipio), y de origen en la cabecera oficial, su fe de bautismo, las actas de nacimiento de sus padres o herman@s mayores, copias de los INE´s de ell@s, constancias de municipio autónomo y de Junta de Buen Gobierno, testigos presenciales con identificación oficial, etcétera. Con todo eso cumplido, se rechaza su petición del documento al que todo mexicano tiene derecho para salir y entrar a territorio nacional.
Sí, todos esos papeles se presentan, pero el problema es que, a ojos de la burocracia de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el color de la piel, el modo de hablar, la forma de vestir y el lugar de procedencia es lo que cuenta. “Al sur del metro Taxqueña, todo es Centroamérica”.
Tanto bla, bla, bla de derechos y reconocimiento de nuestras raíces, y etcétera –incluidos perdones hipócritas pedidos sobre la tierra a destruir-, pero la población originaria, o indígena, sigue siendo tratada como extranjera en su propia tierra. Y peor en la Ciudad de México, que se supone “progresista”. Ahí, una señora, burócrata de la Secretaría de Relaciones Exteriores, rechazó la credencial del INE con un despectivo “ésa no sirve para nada, sólo para votar”, y le exigió a la compañera, de más de 40 años de edad, habitante de la Selva Lacandona, su certificado de secundaria, para comprobar que no era guatemalteca. La compañera alegó: “pero yo vivo de la tierra, soy campesina, no tengo estudios de secundaria”. La burócrata, altanera y prepotente: “pues no estudian porque no quieren”. “Pero vengo desde Chiapas”, insiste la compañera. “No me importa. A ver, el que sigue”, responde la burócrata.
¿Se excita la burocracia gubernamental al maltratar a indígenas? ¿Es la prepotencia su afrodisíaco? “Ya vine, querid@, hoy retaché a una pinche india y traigo muchas ganas”, dirán entornando los ojos con coquetería.
Para probar si era racismo y no sólo burocracia, mandamos a un compañero “blanco y barbado” a sacar su pasaporte. Le entregaron el mismo día y sin pedirle nada más allá de su acta de nacimiento, su identificación con fotografía y comprobante de pago, que son los requisitos legales.
Y no sólo eso: la Secretaría de Relaciones Exteriores retiene el pago que han hecho tod@s l@s compas a quienes se les niega el pasaporte con pretextos y requisitos que ni siquiera están en su página de internet. Ha de estar muy dura la austeridad si es que tienen que despojar a los indígenas de sus dineros.
A un compañero (más de 60 años de edad) lo cuestionaron: “¿No será que quieres ir a Estados Unidos a trabajar?” El compa respondió: “No, ahí toca luego, en otra vuelta. Ahorita nos toca Europa”. El funcionario, cual Tribunal Federal Electoral, se lavó las manos y lo mandó a otra ventanilla. Ahí le dijeron: “Eso está muy lejos y es caro el viaje, no puede ser que tengas el dinero necesario porque eres indígena. Tienes que traer el estado de cuenta de tu tarjeta de crédito. El que sigue”. A una compañera le dijeron: “A ver, canta el himno”. Y la compañera se arrancó con el “ya se mira el horizonte”. Rechazada. Ella me dijo apenada: “creo que es porque lo canté con ritmo de cumbia y no como corrido ranchero. Pero es que la cumbia es más alegre. Los corridos rancheros son de pura matazón de mujeres. Si te llamas “Martina” o “Rosita”, pues ya valiste”.
Mismo en la Ciudad de México: Dos compañeras, lengua tzeltal, de la Selva Lacandona. Caminan desde su pueblo hasta donde toman un camión de redilas a la cabecera municipal; de ahí en transporte público hasta San Cristóbal de Las Casas; de ahí otro a Tuxtla Gutiérrez; de ahí otro más hasta la Ciudad de México; hacen el pago del pasaporte por 10 años “porque recorrer el mundo va a tardar”; se presentan en una oficina de la SRE; hacen fila con cubre bocas, careta y sana distancia; entran y presentan sus papeles; les toman la fotografía; esperan afuera a que las llamen para entregarles el pasaporte; las llaman y les dicen “está mal una letra de tu apellido” y “tu hermano tiene otro apellido materno”; la del hermano: “es que así son los pinches hombres y mi papá anduvo de cabrón”; la de la letra “es que el que hizo el acta no sabe la diferencia escrita entre la “s” y la ´z´”; en ambos casos l@s funcionari@s: risas burlonas y “tienes que regresar y traer más comprobantes de que eres mexicana”; ellas “pero vivo hasta Chiapas”; la SRE: “no te entrego hasta que traigas eso”. Las compañeras regresan en sentido inverso, llegan a su pueblo, actualizan y juntan más comprobantes de que son mexicanas. Nuevo viaje a la Ciudad de México. Otra vez cita, fila con cubre bocas, careta, sana distancia. Ventanilla. Alta funcionaria de la Secretaría de Relaciones Exteriores: “ahora hay que esperar a que comprobamos que sí son mexicanas”. Las compas: “pero traje lo que me dijeron”. La SRE: “pero tenemos que comprobar que sí son ciertos los papeles, entonces vamos a preguntar en Registro Civil de su municipio y su estado”. Las compañeras: “¿Cuánto tarda?”. La SRE: “10 días o un mes, ahí te vamos a avisar”. Las compañeras esperan 10 días y nada. Se regresan. Pasa un mes y nada. Otros 30 días y nada. Vuelven a ir a la Ciudad de México. Mismo periplo. La SRE: “no han respondido, sigan esperando”.
Y ahí están las dos compañeras. Empezaron sus trámites en marzo y es el mes de… junio.
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Si tienen tiempo, hagan ustedes esto: imaginen que nacieron con la piel oscura, que son de ascendencia indígena y que son de algún estado del sureste mexicano. Ahora vean los requisitos para obtener el pasaporte: acta de nacimiento, identificación oficial con fotografía, o cédula profesional, o título profesional, o cartilla militar liberada, o credencial del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, o credencial de servicios médicos de una institución pública de salud; y comprobante de pago.
Y aún cuando ustedes tengan cualquiera de, o todos, estos requisitos, si es de piel oscura, habla muy otro, y se viste “como la India María” (textual de una funcionaria de la SRE), se va a enfrentar con algo como: “no, necesitas traer tus calificaciones del kínder, de la primaria, secundaria, preparatoria –CCH no, los de ahí son grillos-, diplomado, curso de superación personal en NXIVM, y una carta de buena conducta del prefecto de disciplina”.
Del INE no hay mucho qué decir. Ocupado como estuvo el gran jefe Tatanka (el buen Jairo Calixto dixit –oh, oh, sí, yo leo también la prensa fifí-) en simular que es una persona decente, y los ladridos de Murayama, ni siquiera se dieron cuenta de que sus “oficinas” en Chiapas cerraron desde antes del 1 de febrero, a pesar de que se había dicho que del 1 al 10 de febrero se podía acudir sin cita. Perdimos así la oportunidad de mandar más delegados en La Montaña. Y el INE refrendó la actitud racista que tuvo frente a Marichuy.
Y creo que, entre tantas entrevistas que dieron y dan a medios, neoconservadores y neoliberales, para defender “su independencia” (já), no se han percatado que la credencial del INE es, también, una identificación oficial y, al negarla o cerrar, le niegan ese derecho a cualquier ciudadan@, o lo que sea que quiera decir eso de “ciudadanía”.
Lo paradójico de todo esto, es que, es@s indígenas a quienes les niegan el INE e el pasaporte, están luchando también por la vida de es@s burócratas que creen que sirven “a la Nación Mexicana” rechazando lo que les viene en gana, desde su pequeño trono detrás de una ventanilla, sólo por el placer de decirle “no” a quien consideran inferior porque tiene otro color de piel, otra lengua, otra cultura, otro modo, y cuyos ancestros estuvieron en estas tierras desde mucho antes de que los criollos se independizaran de los ibéricos y los relevaran en la opresión sobre los pueblos originarios.
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Entonces el apoyo que les pedimos es que platiquen entre ustedes a ver si se puede hacer algo. Por ejemplo: que le den un curso de vergüenza a los burócratas de la SRE; que le digan al señor Marcelo Ebrard que entendemos que, por la austeridad, no tenga paga para su campaña con miras al 2024, pero que robarle a los indígenas el costo del pasaporte y quedárselo sin darles su documento, pues, ¿cómo les diré sin ser grosero?… pues es de sinvergüenzas. ¿O tal vez los quiere para comprarse sus abrigos modelo “Neo de Matrix”? O que, con el dinero que están reteniendo por los pasaportes negados, tomen un curso de género, tolerancia e inclusión. O de plano regálenles unos libros de historia para que entiendan cuál es el lugar de los pueblos originarios en esta geografía.
Somos mexicanos, aquí nos tocó nacer, vivir, luchar y morir. Ni modos. Si hubiéramos caído en la Unión Americana, o en Belice o Guatemala, Honduras o El Salvador, Costa Rica o Nicaragua, pues igual estaríamos orgullosos de esas geografías… y estaríamos denunciando a sus respectivos gobiernos por burócratas, racistas e ignorantes, que es lo que hacemos con el actual de México y su “Secretaría de Relaciones Exteriores”.
En fin, no se me ocurren muchas opciones, pero tal vez a ustedes sí. Ahí lo vean y nos dicen.
Mientras tanto, les mandamos (todoas, todas, y todos) un gran abrazo que, aunque a la distancia, no deja de ser sincero y fraterno.
Desde algún lugar del Planeta Tierra.
P.D.- En unas horas más les mando un texto para la sección deportiva de su página electrónica… ¡¿Cómo?! ¿No tienen sección deportiva? No les digo. Bueno, pues “quid pro quo”, dando y dando, con ese texto inauguran la mentada “sección deportiva” y a cambio, ustedes nos echan la mano en el asunto referido. Oh, lo sé, quedan a deber. Pero de ribete podrían, no sé, mandar algunos euros pa´ los chescos en las Europas… o, mejor aún, acompañarnos y, como su nombre lo indica, compartir, además de un espacio acogedor en un centro de detención para migrantes, palabras, oídos, miradas, y… ¿saben nadar?