EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL.
Comisión Sexta del EZLN.
México.

Octubre del 2018.

A las personas, grupos, colectivos y organizaciones de la Sexta nacional e internacional:
A las redes de apoyo al Concejo Indígena de Gobierno:
A quienes tienen afición, vicio u obsesión por el cine:

CONSIDERANDO QUE:

Primero y único:

EL CINE IMPOSIBLE.
(Apertura: la serpiente le ofrece la manzana)

  Usted camina sin rumbo.  No sabe bien a dónde se dirige y, claro, a qué.  Atrás quedó la transitada calle al pie del muro que se desgaja, burlándose, a su modo, del deteriorado cartel de la feliz Familia Feliz.  Y también quedó lejano el monumental estadio y su impertinente interrogante: “¿quién manda?”.  Pero, bueno, ahora mismo usted no sabe dónde diablos está y piensa si mejor debe regresar… pero tampoco sabe a dónde y, claro, a qué; así que se detiene, pero sólo un momento porque una niña le toma de la mano y le apremia: “apúrate porque si no vamos a llegar tarde al cine”.  A usted no le da tiempo de aceptar o no, porque ya se encuentra frente a un cartel el cual, con muchos colores, declara: “Adultos sólo acompañados de un niño”  Pero alguien ha tachado “un niño” y puso “una niña”.  Y otra mano anónima tachó “una niña” y escribió “unoa niñoa”.  Alguien más anuló “unoa niñoa” y agregó “eso aquí no importa”.

Un ser con pasamontañas le detiene, pero la niña le aclara al rostro oculto: “viene conmigo”.  El embozado le cede el paso.  Una pendiente parcialmente cubierta con cemento.  Charcos.  Piedras.  Lodo.  A los costados, varias casitas de madera con techo de lámina.  La niebla es muy cerrada, así que las sencillas edificaciones van como apareciendo y desapareciendo a cada paso, en un vaivén de “fade in” y “fade out”.  Pero usted sigue sin saber a dónde va.  El ambiente es como de una vieja película de misterio… o de terror.

Los letreros que señalan las distintas champas son… ¿cómo decirlo?… desconcertantes.  En una, por ejemplo, por entre una neblina que bien podría confundirse con la londinense, se lee “The Lodger” y más abajo “room service, atendido personalmente por Norman Bates” y la foto de un joven desgarbado que bien podría ser Antonhy Perkins si no fuera porque es imposible.

  A estas alturas usted ya no sabe si está en las montañas del sureste mexicano o en el barrio de Whitechapel y entonces se pregunta si, en lugar de conducirle al cine, la niña no le lleva a la cocina del gastrónomo y doctor Hannibal Lecter.

Debe serenarse, se dice para sus adentros.

Aunque tampoco ayude mucho el que, en otra champita, un rótulo advierta: “Taquería El Silencio de los Inocentes. Tacos de nana, buche, nenepil y SESOS”; así, con mayúsculas el último ingrediente.  Usted siente miedo, pero no de que le abran el cráneo, sino de que Sir Anthony Hopkins, vestido con un delantal con una leyenda que reza “Vayamos por partes, feat Jack The Riper”, rechace su cerebro de usted con un “le falta consistencia”.  Le apena también la imagen de sus tripas en el bote de la basura.  ¿Y si, junto al cerebro, le sacan también las ilusiones?  Lo de las tripas, vaya y pase, cualquier película de terror abunda en tripas (cine Gore, cree usted que le dicen a ese género hoy tan en boga), pero, ¿qué le podría quitar las ilusiones?  “La Realidad”, lee usted en un letrero de edad indefinida en otra de las casitas, seguido de “Electroshocks, bofetadas y zapes gratis.  Se pinchan ilusiones, globos, promesas electorales y programas de gobierno”.

En otra, unos metros más abajo y en el costado opuesto de la pendiente, otro letrero: “Los Tercios Compas.  No somos medios, ni autónomos, ni independientes, ni alternativos, ni libres y tampoco somos como-se-diga, pero somos compas”, y, más abajo, con plumín, alguien ha agregado: “no hemos terminado el documental, vuelva para el próximo alzamiento y le diremos para cuando podría estar”.

En la de allá: “El Guasón. Estética bucal. ¿Por qué tan serio?, ¡Luzca una sonrisa para toda la vida!”, y una fotografía de Heath Ledger en el papel de “The Joker”.  Más abajo, otra, con el dibujo de un samurái con su katana y el letrero “Heihachi – Minuro Chiaki.  Curso relámpago de Hara-Kiri.  Propedéutico, tronco común, especialidad, examen final y graduación, todo en menos de un minuto. ¡100% práctico!”.

Usted se estremece.  La niña se detiene, voltea a mirarle y, para tranquilizarle, le aclara:

No hagas caso de esos letreros, es el Sup Galeano que siempre anda de malora y pone esas cosas en sus cuentos, pero nomás lo hace por molestar y porque está bravo porque le ganamos la mantecada y porque no pasan las películas que le gustan, porque el Sup sólo quiere cine de unas encueradas que ya de una vez.  ¿Tú lo crees que lo van a pasar esas películas?  Nuncamente.  De plano quiere unos sus zapes y su plática política de como mujeres que somos.  Ya le dimos varias, pero él no entiende.  Así son los malditos hombres pues.  Además, esos tacos son de tuluc (guajolote), no de cuche (cerdo), ni de ganado (res), y no son tacos, son tamales”.

Siguen caminando y usted todavía no sabe dónde se encuentra, en qué país o en qué mundo.  ¿Y la fecha?  Ni idea.  ¿Llueve o es la niebla la que le moja la piel?

Llegamos”, dice la niña, mientras entran a un galerón que, supone usted, debe ser la sala de cine.  Usted se detiene en el quicio de la puerta y mira el recinto.

Para ser cine, es muy otro.  La pantalla, por ejemplo, no está en un extremo, sino en medio; y quienes asisten a la función están a uno y otro lado de la proyección… o de lo que supone es la proyección.

De un lado están quienes hacen cine, quienes actúan, dirigen, producen, editan, sonorizan, enseñan, analizan, critican, proyectan, difunden y todos los trabajos que supone hacer una película.

Del otro lado: el público, los espectadores.  Aunque éstos tienen el rostro cubierto y sólo se alcanza a distinguir su mirada.  En muchos de los casos, no se puede precisar la edad ni el género.  Como si de ese lado de la pantalla, la primera y el segundo no importaran, y sólo fueran una mirada que mira y escucha.  No se sabe si sonríen, se apenan, se enojan, celebran.  Además, intercambian comentarios en lenguas incomprensibles.

Además de su absurda posición, parece que la pantalla es transparente porque, quienes hacen cine, están con la mirada y el oído atentos, pendientes de las reacciones del auditorio, como si supieran que esta sala de cine les permite apreciar lo que nunca: el efecto que la película produce en los públicos.  Y lo pueden hacer desde la, tal vez, mejor perspectiva para quien hace cine; es decir, desde la pantalla.  Desde ahí pueden ver las miradas y escuchar las reacciones, que suelen decir más que las palabras y que, claro, las taquillas, los ratings en los servicios de streaming, las estatuillas y las críticas de la prensa especializada.

A su vez, quienes asisten a la proyección miran y comentan, pero al parecer no están atentos a la pantalla, sino a quienes están mirándolos.  De alguna forma que usted no puede explicar, al público no le interesa tanto lo que se proyecta, sino las miradas de quienes trabajaron para que esas historias llamadas “cine” se proyectaran, es decir, se contaran.  Es más, hay algunas personas, también con pasamontañas, con sus cámaras dirigidas a quienes definen como “artististas de las películas”.  Como si la escena en la sala de cine, en la película “Los Carabineros” (Jean Luc Godard, 1963), se invirtiera, y en lugar de ver al carabinero aterrado por el tren que llega, o asomándose para ver a la mujer que se desviste y baña en la tina (todo en una pantalla que, desgarrada, desnuda un muro impúdico y soberbio), quisiéramos mirar, no la mirada del maquinista, ni de la mujer que es mirada, sino la mirada de los hermanos Lumiére.

“Parece que acá los patos le tiran a las escopetas”, está pensando usted, cuando la niña que, según le aclara, se llama “Defensa Zapatista”, le dice que se sienten ya porque la película ya comenzó.

Un niño que, según le aclara, se llama “el Pedrito” –y que ha aparecido a sus espaldas-, le dice a usted, en voz baja: “Es que Defensa es una romántica irremediable.  Cree que las películas, si no tienen quien las mire, quien aplauda, ría, llore, se espante, abuchee, se conmueva, reflexione, las celebre o las lamente, se sienten muy solas.  ¿Y qué hacen las películas si nadie las mira?  ¿Lloran?  ¿Se ponen tristes?  ¿Se desmayan?  No lo sabemos, y Defensa no quiere averiguarlo.  Así que siempre asiste cuando pasan una película, no importa cuál seaYo ya le demostré que es imposible de resolver ese misterio, porque, para saber si llora una película que nadie mira, tenemos que mirarla.  Puede ser que miremos que llora, pero ya no será porque no la miran, porque ya la miró alguien para ver si llora porque no la miran.  Así que si miramos que llora, puede ser porque el argumento es muy malo, o la edición, o las actuaciones, o la sonorización, o la escenografía, o la producción, o porque un crítico malora la mal habló, o todo.  ¿Entiendes la paradoja?  La forma de demostrar la hipótesis, que se infiere de la misma hipótesis, anula la posibilidad de demostrar la hipótesis.  Yo le llamo “La paradoja de la película triste”.  Le expliqué eso al Sup Galeano, pero el Sup dijo que de las películas no sabe, pero que si no hay palomitas de plano no hay cine y toda especulación es inútil.

   Usted está tratando de seguir el planteamiento lógico del niño y piensa que quien llaman “el Sup Galeano” podría ubicarse en lo que el maestro Jorge Ayala Blanco llama “mentalidad comepalomitas”, pero, al sentarse, usted escucha claramente que la niña, como si de una oración se tratara, murmura:

No tengas pena, hermanita, ya vine ya.  Yo te voy a mirar y te voy a aplaudir aunque no me guste lo que pongas, aunque salgan serpientes o arañas, que son muy fieras y mucho me espantan, y luego tengo “quesadillas” cuando me duermo, pero entonces nomás cierro los ojos y ya.  Y si está triste tu historia, voy a llorar pero no mucho… bueno, sí un poco bastante, pero depende.  Y si cuentas chistes, me voy a reír mucho porque seguro son mejores que las babosadas del Pedrito aquí presente.  Y si lo explicas las chingaderas de los malditos capitalismos, lo voy a tomar apunte.  Y si cuentas una lucha, te voy a echar unas consignas de “se ve, se siente, ya volvimos a salir”.  Y si te bailas, bailo.  Y si te cantas, canto.  Y si dices soñar, te sueño.  Y si gritas despertar, te despierto.  Así que aquí estoy, mírame que te miro y que se ponga alegre tu corazón”.

El Pedrito le mira a usted con cara de “te lo dije” y sonríe burlón.  La niña se da cuenta y le da un zape.  El niño protesta: “Pero si no dije nada”.  La niña: “Pero lo pensaste”.  El niño: “Acaso estoy pensando nada”, y le guiña a usted un ojo cómplice.

Para esto, junto a usted y en la misma banca, ya hay una banda de niños y niñas, cada quien con un paliacate rojo al cuello o un pasamontañas embozando el rostro.  Sin que nadie lo indique expresamente, se van presentando: “Yo soy la Esperanza”, “Yo soy el Pablito”, “Yo soy el Amado”.  Y, con una especie de maullido-ladrido, un animalito entre gato y perro brinca al regazo de la niña Defensa Zapatista.

Uno de los niños, el Amado, pregunta “¿Ya comenzó?”  “Ya tiene ya”, responde Esperanza.  “¿Y las palomitas?”, pregunta el Pablito.  El Pedrito responde: “Las quedó el Sup Galeano, dice que los dioses crearon el maíz palomero sólo para los subcomandantes y que quienes quieran quitarle pues machete en el pescuezo, sin filo para que tarde, y oxidado para que se infecte y te tienen que poner inyecciones”.  Toda la pandilla se estremece con la palabra “inyecciones”.  “Apártenle su lugar a la Calamidad por si llega”, indica Defensa Zapatista.  “Y bueno, al Sup también”, añade.

Lo miré en su ojo que se embraveció”, escucha usted que dice el Pedrito, narrando lo ocurrido cuando le dijo al Sup que tenía que compartir sus palomitas.

“Así que aquí miran tu mirada”, se dice usted para sus adentros, y se añade: “y te obligan a mirar esa mirada que te mira.  Vaya problema”.

Alguien pide silencio y la pandilla se calma.  Ahora a usted le da tiempo de mirar con atención ese cine incomprensible.  Fuera de la absurda ubicación de la pantalla y la disposición del auditorio, todo parece transcurrir con normalidad, pero sólo en apariencia.  Usted no recuerda ahora qué película se estaba proyectando.  Es más, tampoco recuerda si es que se estaba proyectando algo.

Pero recuerda que… de pronto, la niña con un osito de peluche enmascarado (“yo me llamo Esperanza y me apedillo Zapatista”, recuerda usted que dijo), se pone de pie y, dirigiéndose a la pantalla, la cruza y se sienta del lado de quienes hacen la película.  Desde ahí, le hace señas al resto de la pandilla para que se atraviesen.  Les siguen los demás espectadores y, como no hay asientos suficientes, quienes hacen cine deben ponerse de pie y buscar lugar en el lado opuesto.

Entonces usted advierte que la pantalla no sólo es transparente, no sólo deja pasar las miradas a uno y otro lado.  También deja pasar los cuerpos, como si fuera una ventana, o, mejor aún, una puerta, pero es imposible que exista una pantalla de cine así.

Sigue observando y, supone usted, los papeles se invierten: los espectadores miran desde el lado de quienes hacen cine; y quienes hacen cine miran desde el lado de los espectadores.  Un rato están así, y vuelven a cruzarse.  El movimiento se repite una y otra vez.  Usted ha tomado posición en un costado, así que puede apreciar eso que algo tiene de danza anacrónica.

Quienes no cruzan cambiando de asiento y de perspectiva, se dedican al antiguo deporte de arrojar palomitas a la pantalla.  Aunque, claro, los proyectiles no rebotan, sino que atraviesan al otro lado.  Así que pronto se arma una batalla campal de maíz palomero: público contra cineastas.  Ganan cineastas, pero no porque tengan mejor puntería o porque sean más.  De hecho son menos, y no le atinan ni al cerro del que baja la niebla como una larga nagua; pero el público, a pesar de superar en cantidad y puntería al equipo contrario, se quedó sin parque porque, como debe de ser, se comió la munición, o sea, las palomitas.

Está cabrón”, escucha usted que una de quienes hacen cine le dice a otro, “porque no miras que miren tu película, sino que miras como que te miran el corazón, te lo quitan, lo desarman, lo desarreglan y te lo vuelven a poner como si nada.  No vuelvo a venir.  O sí.  O no sé.  Y todo sin una palabra.  Con decirte que añoro las críticas con las que la prensa especializada destrozó mi ópera prima.”  El hombre a su lado no responde, está ocupado acomodándose la chamarra para que no se le vea la herida en el pecho.

Pasado el zafarrancho palomero, el vaivén no se detiene.  Sí, el caos es evidente, pero tiene una especie de coreografía involuntaria, como en los primeros dibujos animados.

Ahí están las dos partes: quienes se muestran detrás de un pasamontañas y quienes se muestran detrás de una película.  Fuera de eso, no tienen nada en común, pero la pantalla les convoca.  Es ella la que define los lugares, los movimientos, los incesantes intercambios.

La pantalla es… ¿cómo decirlo?, sí, un puente.

Pero eso no es posible…

¿O sí?

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  En base a lo anteriormente expuesto, la Comisión Sexta del EZLN, invita a los hombres, mujeres, otroas, niños y ancianos de la Sexta, del CNI y de las redes de apoyo al CIG en todo el mundo, y, bueno, a l@s cinéfil@s que puedan y quieran, al

FESTIVAL DE CINE

“PUY TA CUXLEJALTIC”
(“Caracol de nuestra Vida”),

  Cuya primera edición (suponemos que será anual) se realizará en el Caracol zapatista de Oventik, en las montañas del Sureste Mexicano (con proyecciones alternas en el CIDECI de San Cristóbal de las Casas, Chiapas), del 1 al 5 de noviembre de este año del 2018.

  Las películas que se exhibirán y las actividades en el mentado festival (que al parecer incluyen, entre otros absurdos: una mesa no redonda, tal vez rectangular, sobre… ¡¿futbol?!  ¿Pero no es un festival de cine?; ¿Una película que se lee y dirigida por un escarabajo esquizofrénico?), se darán a conocer públicamente en unos días más (o eso esperamos).

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(continuará…)

Desde la sala de cine “Comandanta Ramona”
Por la Comisión Sexta del EZLN.

El Sup Galeano, fumando, irresponsable, en la cabina de proyección.
(no soy irresponsable, bueno, sí, pero no es el tema; estoy apoyando los efectos especiales, ¿qué tal que esos días no hay niebla? ¿Ah, verdad? Y no me ganaron la mantecada, fui despojado, no es lo mismo. Y no miro películas de encueradas, son mis clases de anatomía por correspondencia; lo que pasa es que Defensa Zapatista me está autocriticándome por machito, pero, bueno, depende… ¿qué? ¿Ya se acabó? Okela, ¿no les digo?)
México, Octubre del 2018.