Por Gabriel Páramo
Yo creo que no, pero ¿recuerdas esa canción setentera del Poder Popular? ¿La que decía “porque esta vez no se trata, de cambiar un presidente, será el pueblo quien construya, un Chile bien diferente”? Ya sé, ni habías nacido, pero quítale Chile, ponle México y queda perfecta para estos actos del CIG en favor de Marichuy, pienso que te digo mientras voy en metro a Bellas Artes.
Llego poco antes de las 14 horas por esa estación disfrazada de salida parisina. Cuidándome de que no me atropellen los ciclistas que feliz e irresponsablemente zigzaguean entre personas, perros, esculturas, obstáculos viales y bancas, me acerco al frente del Palacio de Bellas Artes. Paso junto al cómico callejero que deleita con chistes misóginos y groseros a una pequeña multitud abajo del monumento a Beethoven, dejo atrás la pantalla gigante, con carpa y sillas, donde se da a los pobres cachitos de cultura gratis; trato de no escuchar a los predicadores cristianos con su mensaje de “Cristo te quiere tanto, pero tanto, que si no lo sigues sufrirás lo indecible por toda la eternidad.
En el templete, los viejos trovadores de izquierda cantan las canciones de siempre, las que hablan de huelgas, de explotación, de machismo y de pobreza, pero no es por falta de imaginación –¡ojalá fuera eso!– sino porque los problemas no solo no se arreglan sino que crecen. Y veo lo que ya te comentaba desde el otro día. La convocatoria de los compañeros del CIG, la figura de Marichuy, está calando en un montón de personas, bien diferentes –en apariencia– unas de otras. Así como se van acercando a dar su firma, acá en el acto político-cultural estamos hermanados lo mismo el sesentón que aún sueña con que Stalin se aparecerá a pedirle cuentas por su falta de ortodoxia, que la feminista filósofa un poco troska de 30 años; la psicóloga muy cristiana de universidad sabatina particular; el vendedor de libros aficionado al Cruz Azul y a los Steelers; la joven más bien conservadora, pero en el fondo con una gran reserva de decencia; la fotógrafa liberal medio hippie y que se cree apolítica… La gente reunida es muy diversa, pero toda muy explotada, con muchas ganas de un cambio radical.
No somos pocos. Primero unos cientos, luego unos miles de personas nos apretujamos en el mármol, bajo el sol quemante de la Ciudad de México, muy cerca de las ruinas del espacio sagrado del Anáhuac. Los auxiliares se afanan en conseguir firmas para que Marichuy aparezca en las boletas electorales y explican temas de política, de alianzas y, sobre todo, de dignidad a algunos escépticos; otras personas se dejan convencer con mayor facilidad y otras van por voluntad propia.
UN INICIO MUY PUNTUAL
¿Y qué crees? En un país donde la puntualidad no es una virtud, como dentro de un rato explicará Juan Villoro, el evento empieza a las dos en punto con la llegada de concejalas del CIG y personas que han decidido apoyar a Marichuy y al movimiento indígena desde abajo (y a la izquierda, nomás que no se nos olvide). La gente, ahora sí un montón (esa medida mexicana tan clara para nosotros) más o menos guarda silencio. Termina la lección sobre escritores mentirosos que dan dos chicas a una señora; cesa la discusión sobre las bondades del socialismo sobre el anarquismo que mantiene una pareja de hombres de edad; bueno, hasta los vendedores dejan su pregón un momento y casi tampoco se escuchan a los propagandistas del dios con problemas de ira.
La música de banda de viento estalla con fuerza. “¡Ya llegó!” “¡Acá está Marichuy!” Aplausos, vivas de proletarios, de oprimidos, de cansados, que nos dejamos llevar por la promesa de rebeldía y, sobre todo, de esperanza. Lo más lindo es que al final no somos tan poquitos los que nos apretamos en este espacio, a los que no nos importan los montones de policías ¿privados? que nos miran malhumorados.
Gilberto López y Rivas, el antropólogo que hace 15 años renunciara al PRD y lo acusara de falta de ética y ansia de poder, y asesor del EZLN, empieza el acto y nos asegura que en el recorrido por el país al lado del CNI y Marichuy han recogido un extenso memorial de agravios de un pueblo lastimado y ofendido, de un país brutalmente recolonizado al que se despoja de sus bosques, de su agua, de sus minerales. Las palabras del antiguo participante del movimiento del 68 son claras en el sentido de que la esperanza de la gente es demasiado grande como para seguir ignorándola y en más de un sentido ese mensaje reconforta.
Después, empieza la participación de Pablo González Casanova, de quien en un rato más Juan Villoro reconocerá como el único rector de izquierda que ha tenido la UNAM, que urge a tomar las medidas necesarias para que la inevitable revolución que viene no sea violenta y recalca cómo el EZLN ha dado muestra de esa voluntad, aunque te confieso que yo sigo pensando, como Benedetti en su Cielito del 69, donde pide que y advierte:
Que la luna llena brille,
que acabe la cuenta llena.
Que empiece el cuarto menguante
y que mengüe por las buenas.
O por las malas, si no,
o por las peores también.
El mango vayan soltando,
ya no existe la sartén.
Pero tampoco González Casanova engaña a nadie y señala a los candidatos electoreros, a quienes acusa de una irresponsabilidad política e intelectual sin precedentes, al hacer lo que sea, al unirse con quien sea, sin que tener en cuenta ningún principio, solo para quedarse con un cachito de poder.
A TOMAR LOS PALACIOS POR ASALTO
Juan Villoro, imposible de confundir con sus absurdos casi dos metros (o así me parece) de estatura, entiende muy bien que la cultura es política y enfatiza la manera en que los eventos de Marichuy siempre han estado llenos de cultura porque siempre han sido políticos. Acusa a Bellas Artes como un lugar de discriminación, y claro que lo es, no tanto por los precios, créeme que muchas veces es lo menos, sino el ambiente. Lo mismo opina Villoro, quien cree que la lucha contra la discriminación se debe dar desde ese mismo espacio y nos llama a tomar los palacios por asalto.
Pero como nadie puede dejar de ser quien es, y no siempre está mal eso, cuando el poeta y dramaturgo habla de las trampas para evitar conseguir firmas y la necesidad de hacer un esfuerzo adicional, explica que la impuntualidad mexicana es muchas veces un pretexto para sacar lo mejor de nosotros, de hacer cosas extraordinarias y pide perdón por citar a un filósofo al tiempo que explica la necesidad de la filosofía en nuestra situación actual y nos explica, repito, cómo Platón hablaba de que el tiempo en la eternidad discurre de diversas maneras, a veces lenta, otras rápida. En suma, que le chinguemos para conseguir las firmas, pues.
Reyna Cruz, concejala chontal, da un saludo en su idioma. “¿Qué chingados dice? ¿Por qué habla en su dialecto?” Te juro que ahora sí maldigo venir de cronista y me aguanto las ganas de decirle no seas pendejo, chamaco, es un idioma, al igual que el náhuatl, el zapoteco… todos esos son idiomas, nuestras lenguas nacionales. Me aguanto y son otros compañeros quienes piden respeto para la concejala, y el muchacho se calla, más bien apenado. Como dices, el racismo está tan normalizado que muchas veces no nos damos cuenta de cuánto lo somos, como seguramente le ocurre a este joven, y que a final de cuentas, lo está diciendo Cruz, todos tenemos el derecho a luchar unidas, porque sin importar cualquier otra cosa, todas tenemos el mismo corazón, la misma sangre.
LOS ASESINOS ME QUITARON EL MIEDO
Empieza a hablar la concejala Guadalupe Vázquez Luna, sobreviviente de la matanza de Acteal. Ella nos recuerda que los asesinos, los violadores, los que destriparon embarazadas decían “pinches indios, los vamos a matar”. En la voz de las concejalas indígenas, la realidad del racismo va tomando forma, se va haciendo palpable para muchos de los presentes, algunos que no lo conocemos más que de oídas, que hasta hace poco, tal vez, nos negábamos a creer que existía y pensábamos que el México lo que había era clasismo, pero no racismo.
Guadalupe Vázquez nos cuenta con gran sencillez cómo la violencia homicida tuvo como resultado que ya no tuviera miedo. “Ya no estoy dispuesta a que me quiten lo que es mío”. También, te recuerda a ti que piensas ir a firmar, a ti que ya lo hiciste, a ti que estuviste en la explanada de Bellas Artes la tarde del domingo, a mí que escribo esto, que nosotros no debemos estar avergonzados, que nosotros no somos los corruptos ni los asesinos, ni nos presentamos con trajes y títulos a querer imponer nuestra superioridad, porque con la misma sangre, todos somos hermanos.
EL DERECHO A VIVIR EN PAZ
La pregunta que hace la concejala Francisca Álvarez es bien clara: “¿Qué no tenemos derecho a nada?” La respuesta es también clara: Tenemos derecho a defendernos y una y otra vez pide apoyo para sus compañeros presos por el poder en Jalisco, por defender bosques y tierras comunales. También, su conclusión es clara y la recibimos con un silencio reflexivo: Ya basta de este gobierno.