Por “Linea 84”, Colectivo de periodismo etnográfico y acción comunitaria (Vía Somos el medio)
Con unos pantalones blancos pegaditos, pegaditos, pegaditos, una blusa roja carmesí embarradita al cuerpo, tres chelas en cada mano y al ritmo del reguetonero papi de estos tiempos ¡Luis Fonsi! la hermosísima y muy, muy, muuuuy joven Yuleni se acerca a nuestra mesa y le grita como ametralladora a su compañera trans –la Nicol– de cabello güero pintado, delgada y con el mejor estilo para barrer despacito:
“¡Vos si no te apurás a alzar las mesas, vamoa dejarte acompañando al cliente ese que dice que viene de Australia en un crucero!”.
Rápidiiiiito la Yuleni levanta la ceja izquierda con la que señala una de las mesas al fondo de este agujero; híjole, nos asomamos porque la Zaira nos tapa la vista y vemos una cabeciiiita chiquitita y una cosa grande que parece como pico de zopilote con dientes anclados en la orilla de la mesa ¡Jajajajajajaja! Soltamos de un solo las carcajadas y la Yuleni me dice, casi atragantada de la risa mientras se sienta “es que así se detiene cuando se pone bolo, mirá, así pone su bracito en escuadra, apoya la cabecita, abre la boca y ¡zaz! ¡jajajajjaa!
La Nicol pela los ojos de asco y mira los pantalones orinados del cliente que viene de Australia. Ese es el apodo del medio-viejo paliducho que se orina cuando se embriaga y paga lo que sea pa’ que alguien se siente en sus piernas. Por eso la Nicol se apura como si hubiera llegado la Santísima Muerte antes de que le toque ir a deshacerse del australiano.
Esto es un tugurio bien hecho
Estamos en El Patio, el tercer agujero que pertenece a Don Francisco –un viejo que hace negocio con los cuerpos de centroamericanas. Pero también es uno de tantos de estos lugares donde los hombres de Tenosique vienen a beber y a buscar ficheras. El lugar deprime. Por fuera parece que se cae a pedazos y por dentro tiene la decoración exacta para darle la bienvenida a cualquier rufián; el blanco de las paredes es hostil, huele a orín y en la puerta hay un matón, no es un guardia de seguridad, no; es un matón. El Patio está en la esquina de la calle…. y tiene dos plantas; la de abajo es grande y le caben varias mesas. A un lado está el bar… bueno, sólo es un rincón con refrigeradores llenos de cervezas. La planta de arriba es un lugar pequeño, sucio, se ve el block de las paredes carcomidas, hay mucha humedad y un cuartucho donde esta el diyei. Arriba se baila, hay ambiente y las chicas parecen estar más en una discoteca –si no fuera porque el lugar es una ruina.
Ya son las tres de la mañana y es la hora de salida de estas chicas centroamericanas que trabajan en este congal de muerte lenta. Estamos tomándonos las últimas cervezas de la noche mientras terminan de decirme cómo acabaron en este pueblo productor de azúcar y ceniza para el pulmón, además de trabajar de ficheras para los borrachos internacionales de los cruceros australianos que vienen a Tenosique. Esta vez fui sola, la Raquel no me acompaña. Ella fue mi cómplice y aliada para ir a olfatear estos agujeros donde están las anclas de la esclavitud sexual. La Raquel ya conocía este mundo. Así comenzó todo.
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Empiezo a recordar: me lo habían dicho antes “Tenosique es agua mansa, pero si te metes al río que lo atraviesa empiezas a sentir la corriente”. Es verdad, pienso. Son las once de la noche y caminamos por una calle poco alumbrada, somos cinco, el calor sofoca. Delante de mi va la Raquel –la Raqueta de tenis o la Morena como le digo yo– caminando con estilo de conquista absoluta, va moviendo las caderas, menea los brazos y azota como látigo su largo cabello negro mientras le grita y le truena besos a los hombres que van pasando:
¡¡¡MMMMMMUUUUUUAAA!!!! ¡Ven aquí que te acabo de criar!
¡¡Jajajaa!! Todos nos reímos.
La Raquel es una fiera, no se deja de nadie. Viene de Centroamérica y le ha costado a punta de cuchillo ser transexual. Es tenaz, habla franco y sin rodeos y cuando la amenazan por ser quien es, canta los tiros como navaja. Cuando la miro y me sonríe con dulzura yo pienso que ya se ha destripado a dos o tres. Además la Raquetita es una mujer de deporte. Cuando llegó, después de haberse roto los pies para llegar a Tenosique, logró medio establecerse.
Caminó, caminó, caminó y caminó. Recorrió el pueblo –a veces con tacón, a veces con zapatos de piso– y buscó en cada rincón un trabajo. Pero la discriminación aquí no tiene misericordia para los extranjeros que no son güeros Australianos y vienen en crucero, muchísimo menos si son transexuales. La nacionalidad y la sexualidad muchas veces empujan a mujeres y miembros de la comunidad LGBTI a entrar en el peligroso mercado de la explotación sexual en el que operan los negocios de las redes de trata. Pues así es como La Raquel, después de pedir y pedir trabajo sin éxito, se lanzó a conocer todos los bares, legales y clandestinos, esquinas y rincones de este pueblo que se funde en el vapor y la ceniza del ingenio cañero.
Ella es alta, morena y muy sensual.
“Vamos, por allá está.” Nos dice con esa voz suave y dulce.
El lugar está escondido, está a la par de las vías, pero como abajo de ellas, es una casita que parece que sale de las brasas. Se ve desde la calle por donde caminamos. Hay que bajar unos escalones. Hay un chico sentado afuera de la puerta en un banco de plástico, es un matón. La música sale del lugar como si fuera humo. No hay ningún letrero con el nombre del lugar, nada. Hay que conocer estos mundos para llegar aquí. Todos bajamos armando la fiesta, haciendo bulla y platicando. Entramos a La Vía del Amor, así se llama el tugurio y es el primero al que decidimos venir. Hay varias chicas hondureñas y parecen menores de edad.
Nos sentamos sonriendo, bailando y pidiendo cervezas. Las chicas se acercan. La música suena en ese salón pintado de azul con barcos y sirenas, hay que poner música en la rocola. Hay otras dos mujeres más que se gritan bromeando mientras se sientan en las piernas de sus clientes. El acento es fuerte, se combina con el reggeaton, también son hondureñas, se ríen, van y vienen a la barra por caguamas que están en la esquina. El lugar huele a meados y los baños huelen a un concentrado de orines de 100 perros. Hay por lo menos 5 mesas, todas con hombres sentados, algunos con sombrero y las chicas rondan. Las jovencitas en nuestra mesa son dos. Raquel les sonríe, las saluda y empezamos. ¿De dónde son? Les pregunto.
De Honduras.
¿Y cómo les va aquí?
Mmmm… pues… ahí la llevamos.
¿Y cómo se llaman?
Una mujer con mucho cabello chino, justo a un lado de la barra, se nos queda viendo. Está gordibuena. Tiene ojos chiquitos y malignos. Raquel me mira y yo le digo “¡pues una ronda para todas!”. Raquel me sonríe y con su cabello de látigo voltea, se para y se va por las chelas.
Así conocimos a Yuleni y a Zaira. Les digo a las chicas que las dos son muy jóvenes y que con suerte podrían encontrar otro tipo de trabajo. Ellas se miran. Les pregunto si tienen papeles y me dicen que no con la cabeza.
La Raqueta de tenis grita desde la rocola “¡¡¡¡¡¡uuuuuuuuuuiiiiiii!!!”, acaba de poner una rola reguetonera, saca a bailar a la Zaira, a la gordibuena se le sale la panza, pero le vale madres, da unos pasitos de perreo y nos trae la botana por la ronda de caguamas. Sus ojos ya no son tan malignos y hasta nos sonríe cuando deja los platitos con pepinos radioactivos que seguro regaron con las aguas negras del Usumacinta. Y así se va la noche, de chela en chela, botana en botana, rola en rola, hasta que la Raqueta lanza la última pelota con sus ojos diciéndonos a todos que es hora de irnos. Le digo a Yuleni que me pase su número, lo anoto rápido, y nos vamos como llegamos, haciendo bulla, hablando, y al ritmo de la fiesta.
Son las tres de la tarde y le llamo a la Yuleni, le digo que nos veamos mañana cerca de la parroquia de Tenosique para rezar y pedirle a Diosito en el cielo que la gordibuena siga moviendo su pancita y nos dé más horas de felicidad. Aprovechando podemos comer un pollo por ahí. Aquí son buenos los pollos rostizados, asados, a la barbacoa y yo creo que hasta crudos.
Nunca llegan. Les llamo y no contestan. Raquelita me mira con su cara de “el partido no está perdido, todavía tenemos el pollo” y alza el bultito caliente para que me anime.
LOS NEGOCIOS DE DON FRANCISCO
En Tenosique hay organizaciones civiles locales de distinto tipo y a veces, algunas, en su labor diaria, se cruzan con el tema de la migración. Ya llevaba más de una semana llamando a uno de los directores de una organización, que digamos, se ha topado con el inevitable tema de la trata de personas. Ya me había contestado el teléfono, pero cancelaba y cancelaba nuestra reunión.
Por fin me concedió verlo para hablar. Me dijo por el teléfono: “ahora estoy trabajando, pero va a ir alguien por ti en una moto al malecón. Lleva un casco azul y la moto es blanca y amarilla. Llega ahí a las 5 de la tarde, no vayas a faltar.”
Llego antes de la hora, en cuanto veo al conductor de casco azul me subo a la moto. No pregunto nada, el conductor tampoco. Vamos hasta las vías del tren, damos varias vueltas y paramos en un taller mecánico. Ahí esta Pedro con otros más, todos estan trabajando.
Pedro Ramírez es un hombre de corta estatura y de mirada astuta. Me mira de pies a cabeza y me dice “Bueno ¿qué puedo hacer por ti?”. Ya habíamos platicado por teléfono sobre su organización, así que, al igual que él, sólo buscaba hablar en un ambiente más seguro. A ver, aquí la trata de personas está a la orden del día. Todo mundo sabe que hay muchísimas hondureñas en las cantinas, bares y tugurios que están aquí porque alguien de la población saca dinero vendiendo sus cuerpos como un objeto cualquiera, pero se lavan la conciencia diciendo que “les gusta esa vida”. Claro que no conocen a mis jóvenes amigas que tiene que soportar a los tipos como el australiano del que es mejor reírse. Todo mundo sabe, en este mundo de la farándula, quiénes son los dueños de estos negocios. Por eso Pedro sabe que hablar sobre ellos o meterse en sus negocios puede costarle un buen susto, un balazo, la muerte o todas las anteriores. Sólo puedo decir, para guardar su anonimato, que él ya se ha enfrentado a algunas de esas cosas.
“Vengo a preguntarte algo.” le respondo. Se limpia las manos y me ofrece sentarme. “Dime.”
“Conocí a unas muchachas muy jóvenes en un bar clandestino, se llama La Vía del Amor, ellas son hondureñas ¿de quién es el lugar?”
“Tiene varios lugares y el dueño no es de Tenosique. Ten cuidado él es peligroso.”
“Cuántos lugares de este tipo tiene ¿sabes?”
“Tiene unos legales y otros no. Sí, tú fuiste a uno clandestino. Con los bares legales hace como cualquier otro empresario, vende el lugar y compra otro cuando la cosa se pone caliente. Tuvo problemas con uno que es legal, no tiene mucho, así te puedes dar cuenta de qué hablo ¿me entiendes?”
“Perfectamente.”
Pedro empieza a levantarse del banco.
“Estas chicas son muy jóvenes y no las encuentro.”
Me mira y sonríe. “Hacen redadas y deportan a las muchachas, pero no detienen a nadie. Y mientras más jóvenes, mejor ¿te queda claro?”
“Como el agua.” La cosa es que Don Panchito mueve a las chicas de tugurio en tugurio para que la mercancía cambie de aparador. Así también evita el soborno para los de migración en caso de que se aparezcan por ahí. No le conviene porque son menores y ha de ser mucho lo que pide la migra. Incluso puede venderlas a otro dueño y llevarlas a otro lugar si la cosa se pone fea.
“Te van a ir a dejar al malecón. Me dio gusto conocerte.” me dice Pedro.
“¿Te puedo llamar?” le pregunto.
“Sí”.
Salgo del lugar. El conductor anónimo me esta esperando. Me subo sin más y bajo en el malecón. Le vuelvo a llamar a Pedro, pero nunca lo vuelvo a ver. Él sigue haciendo su trabajo y agradezco su ayuda y consejos .
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Llega la noche y la Raqueta se prepara para lanzarse al baile y mover sus peligrosas caderas por las calles de este infiernillo. La guapa se pinta las pestañas mientras me dice por teléfono con su linda voz “¿Ya estás?”
Espérame en la municipalidad, ahí te veo.
Voy caminando por la avenida principal de Tenosique. Todos los comercios están alumbrados, veo a la Raquelita que me saluda meneándose como alga marina y me sonríe toda contentota. Me río y nos ponemos a caminar hacia las vías del tren, hacia el fichero clandestino donde están las muchachas, de verdad el lugar parece como una raíz torcida de las vías que creció por un lado.
Llegamos y bajamos las escaleras, el matón ahora es una especie de cholo, nos mira, la Raqueta le lanza una bola sexy con su mirada, le truena un besote y ¡entramos con toda la actitud! Pero no hay nada. No hay musica. Solo está la gordibuena gritando y jugando a tirarse al piso con una flaca, está un güey atrás de la barra, dos clientes que miran el jaloneo de las comadres que se insultan y un sombrerudo sentado en una mesa que mira a la Raqueta con ganas de echarse un partido.
La Raque me lanza una bola curveada con los ojos y nos vamos a sentar. Pide una caguama, se hace el silencio, las comadres dejan de mandarse a la chingada y entre que sí y que no, todos nos clavan la mirada. La Morena se levanta a poner una rola. Llega la gordibuena con la caguama, nos ve con cara de perrito chihuahueño con ganas de morder. La Raque le dice “gracias” y le tira un latigazo con su melena, sirve la chela y me dice salud. Mientras nos empinamos la bebida me ve con ese par de pelototas de ojos que tiene, alza las dos cejas y ruueeeda la mirada hacia su vaso como diciendo “ésta y nos pelamos”.
“¿Dónde andarán?” Le pregunto a la More. “Tal vez en otro lugar…” me responde mientras llena los vasos. Llega la “gordi” con la botana radioactiva, nos mira feo, deja el plato y lanza la mordida “Y ustedes de donde son”. Está frente a mi, me mira con ojos saltones de chihuahua a punto de infarto. “¡Hay yo vengo de Suiza mi amor!” le dice la Raque. “¡Y yo de Panamá!”. La música se acaba, la gordibuena ojos de chihuahua se nos queda viendo. La Morena se despabila “¡Hay qué aburrido está aquí… uuush!” dice, y ve de pies a cabeza a la gordicomadre quien da media vuelta con su pancita y se va a su esquina a murmurar cerca de la barra. Yo sirvo los últimos tragos de cerveza, brindamos y la Morena me ve con cara de “Ahorita, ya. Zúmbatela que nos pelamos”. El sombrerudo borracho de la mesa y su nariz roja como un barro, le grita a mi compañera que quiere que vaya a hacerle no sé qué, la Raque le responde con esa voz dulce: “¡Chúpame un huevo, culero!”.
Nos vamos, salimos rápido.
“Vamos a otro, las muchachas han de andar en alguno de estos congales Raquetoña. Vamos al que fuimos con los compañeros la semana pasada, tomemos un taxi.” Hacemos la parada y nos trepamos a uno. Le hacemos al menso con el taxista y yo digo.
“Vamos a… ¿cómo es que se llama ese lugar mamita?”
“Ash no me acuerdo vos… mmm… ¡queremos baile, queremos más ambiente! Ash es que aquí se aburre una…”
El taxidriver se ríe. “Pues está El Patio, ahí hay más ambiente.” Le hago un gesto a la morena y le lanzo la pelota, entonces ella dice “ Pues ahí después, ahí es para el final, es que nos gusta como La Vía del amor, pero no, no sé…”
El taxidriver se vuelve a reír el muy cabrón, y nos mira por el retrovisor.
“Pues está La Cabaña y Río Verde aquí sobre las vías, todos son del mismo dueño, de Don Pancho, ahí está él, en el Río Verde. Ahí sí hay “más” ambiente”.”
Vamos ahí, le digo. Mi Morena se recuesta en el asiento, se acaricia su largo cabello negro y me sonríe.
DON FRANCISCO
¡FUE BRUJERÍA! ¡BRU-JE-RI-A! y hasta los ojos se le ruedan a la Zaira cuando lo dice. Como mis compañeros no me acompañan y ya es tarde para estar en la planta baja de El Patio, les invito las chelas a las chicas para que fichen en mi mesa.
Zaira y Yuleni tienen 17 y 18 años. Yuleni tiene un hijo en Honduras y vino acá pensando que iba a ser mesera. En su barrio de plano “llueven balas” cualquier negocio está extorsionado y estar acá “no está tan mal”.
“BRUJERÍA me hicieron y por eso un marero me andaba enamorando. ¡Ay viera cómo insistía! Entonces ejmmmm… pues entonces mi mami me dijo que mejor me fuera yo y además así la podía ayudar a ella… y pues mmm… ya después llegué aquí.
Pues eso dice la Zaira que está un poco chiflada, pero en realidad la Yuleni me dice que simplemente tuvo que irse antes de que el tipo la descuartizara.
“¿Y cómo llegaron aquí?”
“Puesnnn…mmm este, yo me enteré que acá había trabajo, pues así.” Dice la Zaira. Yuleni baja la mirada “pues son conocidos de uno que le van diciendo y así. La verdad aquí estamos bien.”
“¿Están BIEN aquí con el australiano?” le pregunto a Yuleni.
“Pues mire. Se pone seria la Yuleni y la Zaira se le queda viendo. Del “patrón” no podemos hablar mal no, no, no. Él nos trata bien. No deja que nos hagan nada. De aquí vienen a traernos y nos van a dejar a nuestros cuartos y cuando entramos a trabajar, van por nosotros. En pasaje no gastamos.“ Zaira está de acuerdo y me mira con sus ojos de brujería.
Yo sólo siento como las tripas se me retuercen cuando las veo convencidas de esta esclavitud disfrazada de benevolencia que le sale tan bien disfrazada a Don Francisco. Además, el negocio es redondo, claro. Don Pacho les renta los cuartos donde duermen y van por ellas… Don Panchito les cobra hasta donde duermen, las manda derechito y sin escalas a su casa después de trabajar y así las controla como si fueran los gladiadores de la película, pero en este caso nadie rompe con las esclavitud. Nadie reta al rey, nadie grita libertad porque esta esclavitud ya es el espejismo de la libertad. Aquí las esclavas no se salvan. El verdadero problema en nuestros países es que la justicia no existe: a Zaira la quieren descuartizar y no hay ley que le tire esquina, pero Don Panchito sí puede hacer su negocio con Zaira y Yuleni disfrazándose de oportunidad, sin que nadie lo moleste. No importa si explotamos jovencitas, ni que la mujer sea un objeto mientras esto dé ganancias. Y es más: si de donde vienen estas chicas, sus vidas están en constante peligro, entonces es más fácil que ellas solas se convenzan de que la esclavitud sexual es como cualquier otro trabajo y no está del todo mal.
El lugar está casi vacío. Les propongo a las chicas que volvamos a intentar vernos de nuevo mañana por la tarde para que podamos platicar sin problema.
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Llegamos a La Vía Verde, el segundo negocio de De Don Francisco. Nuestro taxidriver nos dice “ahí está la camioneta de Don Francisco” y se estaciona justo atrás de él. Ahí está Don Pancho sentado en una silla en la entrada de su congal. Tiene cara dura, viste un centro blanco, cinturón de hebilla y pantalones de mezclilla azul obscuro.
Don Francisco “el patrón” es un pez sombrerudo de las aguas más puercas del Usumacinta, es un tremendo ejemplar del viejo empresario renovado, del gordo renacuajo, se transformó en pez pejelagarto y líder regional en ascenso. Don Francisco es de Palenque, Chiapas, y además de su negocio de trata de personas, también tiene depósitos de cerveza donde vende drogas. Él es todo un jugador y cada vez se levanta más en este pueblo carcomido por los negocios sin ninguna norma más que la ganancia aunque los costos nos lleven a la ruina social. Don Pancho sabe que en Tenosique, así como él, los hombres que asisten a estos tugurios no les importa que las muchachitas que ahí trabajan sean menores de edad, tengan hijos, les lluevan balazos aquí o en sus países y que les truenen el cuerpo todos los días, las maltraten, las violen o que aparezcan muertas en el Usumacinta; lo que importa es que estén convencidas de que no son esclavas de la explotación sexual y que sólo prestan un servicio a la comunidad de australianos que llegan en crucero por el río… alguien tiene que hacer este trabajo. Y si hay demanda, pues que ellas sean la oferta. El problema es que en estas épocas nuestros gobernantes se empeñan en que la ley del mercado: la oferta y la demanda, sea la base del pensamiento social.
La Raqueta y yo nos bajamos del carro. Nuestro taxidriver no tiene cambio y le llama a Don Pancho. Yo miro a otro lado y entonces, la veo. Es ella. La informante clave, la pieza más importante de este tablero. Es La Reina. Se puede mover para todos lados en este mundo clandestino y en el de los negocios legales que lo esconden.
Yo la conocí en una de las circunstancias más desoladoras, de esas que quiebran el espíritu de cualquiera y arrastran al corazón humano hacia las emociones más obscuras. Lo recuerdo como si fuera ayer… yo estaba hincada frente a ella. Ella estaba sentada y alzó la cabeza; entonces la miré. Su mirada me pegó como un rayo, sabía que era verdad lo que me decía, era real, lo había vivido, sabía lo que le había pasado.
“No puedo, no puedo olvidar lo que me hicieron…”
Sí, no había nada que decir, su mirada rogaba olvido, el imposible consuelo.
Raquel ve a La Reina y me mira. Le hago señal con la cabeza de que vaya con ella. Yo me ocupo del cambio, del taxidriver y de Don Pancho. Cruzo mirada con ese viejo de piel curtida por el sol. Es un cowboy que transformó su ganado en mujeres. Él me da el cambio y vuelve a sus silla. Me voy con Raquelita que está con la Reina. “Mi Reinita chula, ¿te vas? ¿cuando nos vemos?” le pregunto. Pues ahí por donde te encontré el otro día ¿te acordás? Ahí te veo el viernes.
Nos despedimos y entramos al antro de Don Pancho sin mirarlo. Ahora él es el matón de la puerta. Lo primero que veo son mesas, una barra a mi izquierda, en la esquina; luego una puerta de vidrio frente a mí y a mi derecha hay un tubo y enfrente un cuarto para los bailes privados. Este antro es un teibol. No veo ni a Zaira ni a Yuleni.
Raque va por dos cervezas y se sienta. “Aquí está vacío, voy a ver afuera a ver si están”. Se para y sale por la puerta de vidrio. Yo me quedo, Don Pancho entra y sale del privado. Salen risas de ese cuartucho. Don Pancho me mira y me mira. La Raque regresa, anda nerviosa. “Aquí no están, mejor termina y vámonos.”
En la mañana le llamo a Pedro hasta que me contesta el teléfono “Don Francisco es de Palenque, fui a buscar a las chamacas y no las encontré, ni ahí ni en su otro negocio.”. “Las mueve” me responde. “No sólo tiene uno, han de estar en otro, pero ellos las transportan y luego las llevan a sus cuartos. Los cuartos se los renta él, el negocio es redondo, ten cuidado, es un matón. Antes tenía un negocio conocido por ahí por las vías.” Está bien Pedro, eso lo sé, gracias.
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Finalmente tengo noticias de las chicas. Me llaman para decirme que las habían cambiado de lugar. Ahora estan en El Patio.
“Les estuve llamando en la noche.” le digo a Yuleni. “Sí, pero es que nos quitan los teléfonos cuando entramos. Entramos a las 10:00 de la noche y salimos como a las 3:00 de la mañana”. “Pues voy a verlas, pero voy sólo yo”. “Está bien, pregunte por nosotras en la entrada”.
Me preparo para ir. Nadie me acompaña. Llego al Patio, el tercer agujero de Don Francisco. Mi taxidriver me lleva. Ya es media noche, le pido que venga por mí más tarde y le digo al matón de la puerta que vengo a ver a Yuleni y a Zaira. Las morras me reciben brinque y brinque y, están contentas, ya me tienen una mesa y nos sentamos a platicar. Pido cervezas para todas, la Zaira va por ellas y pone la música. Después de proponerles otra vez que nos veamos fuera de este lugar, les digo: “Si ustedes tienen algún problema en Honduras como dice aquí la Zaira, tal vez haya forma de que les ayuden para no tener que soportar a los australianos o las gordibuenas.” Yuleni se queda pensativa.
“¿Por qué no nos acompaña mañana a donde vivimos y ahí platicamos?”. Desconfío de la propuesta, recuerdo mis conversaciones con Pedro “el negocio es redondo”.
“Sí, vamos. Pero hay que vernos por la tarde. Luego nos vemos en la noche y me voy con ustedes.”
“¡Vaya! Mire, le quiero presentar a alguien, pero está allá arriba.” Nos paramos y nos vamos. La Nicol se queda batallando para despertar al australiano orinado.
La música está fuerte y hay ambiente. Nos escurrimos hasta donde está el diyei, y la cabecita de la Yuleni va buscando y buscando.
“Mire, le presento a la Chiki”
La Chiki es muuuuuuuuuuy joven. Me saluda y baila y baila y baila reggeaton. Se tira unos pasos de temblor y sólo sonríe y sonríe. No dice nada, sólo nos mira y baila; va a las mesas y recoge un par de botellas, luego regresa y baila y sonríe. Parece como si estuviera alzando los platos sucios de un restaurante. Parece muy contenta de estar aquí. Ni Zaira, ni la Nicol, ni Yuleni, a pesar de buscar en la burla un poco de risa a esta vida horrenda, a pesar de pensar que el matón y padrote de Don Francisco es un “buen patrón”, nunca he visto en ellas un convencimiento absoluto de que esta esclavitud es un trabajo.
Yuleni se queda mirándola “ella es muy joven” me dice.
Después de esa noche, nunca más he vuelto a saber ni de Yuleni ni de Zaira ni de Nicol. No volvieron a contestar mis llamadas, tampoco mis mensajes.
LA REINA
Una semana después de la última comunicación con las chicas, logré entrevistarme con La Reina. Su vida en México está conectada con Don Francisco y con las jovencitas que jamás he vuelto a ver.
Para salvaguardar su identidad en este mundo de la farándula, sólo puedo decir que es hondureña y que desde los 17 años llegó a esta zona fronteriza mexicana y desde entonces se la tragó el mercado de la oferta y la demanda de los cotizados y mal pagados cuerpos centroamericanos.
Como bienvenida a México, la enganchó una red de trata y al escaparse le dieron la primera paliza que la dejó más de tres días en el hospital. Así empezó, fue su bautizo. Después pasó al mundo del ficheo, la prostitución, los tugurios legales e ilegales, y conoce a todos esos actores de la vida nocturna de esta región donde se localiza Tenosique. Ella es gran conocedora de lo cotidiano, del día a día, de todo lo que hace que ese mundo medio enterrado funcione. Conoce a la gente del diario; a los taxistas, a los matones-guardias de seguridad, a policías, a los distinguidos agentes de migración, a los pandilleros de allá, de acá y, por supuesto, a padrotes en ascenso como Don Pancho. Ella forma parte del mundo clandestino y es de las pocas que se mueve como pez en el agua. Ella habla con esa consciencia de formar parte de lo que no quiere. Habla con completo desencanto y desdén por nuestra especie; sin embargo, su humanidad no se ha quebrado.
Reinita, y el de Don Francisco, le digo.
“Sí, ese señor que le dicen “el patrón”, es peligroso, es de Palenque.”
“Ese día ahí estaba, el del sombrero, ¿vea?”
“Sí, es de peligro. Ese señor trae muchas hondureñas ilegales, la mayoría de las hondureñas que trabajan con él no tienen papeles. Él las manda buscar y les manda el pasaje para que se vengan acá. Tiene comprada a la ley. Mire, él y sus hijos son de allá, de Palenque, a él le mataron a un hijo en Palenque, él vendía droga, le dieron pa’ bajo. Se está levantando mucho aquí en Tenosique.”
“ Él tenía a unas chamacas ahí en El Patio ¿sabes dónde están?”
“ Sí, están niñas, ahí en ese Patio… y no las he vuelto a ver. … yo le pregunté a una que ya es vieja ahí “¿y las chamacas que estaban bien bonitas?”. “Mirá que se desaparecieron, nadie sabe de ellas” me dijo.
““¡No manches!” le digo “estaban chamacas”. Desaparecieron. Dicen que unas estaban sacando sus papeles y ya no sabe de ellas. Ahorita sólo hay dos en El Patio, abajo. Una dice que era amiga de ellas y que ni en su cuarto… no llegó.”
Me quedo viendo a La Reina. Ella me dice que le gusta “el ambiente”, o sea que le gusta la fiesta y va seguido a todos los lugares donde hay centroamericanas. Conoce a mucha gente. Yo sé por otras fuentes, que La Reina se ha prostituido y ha fichado. Pero nunca ha dejado que ningún patrón o patrona controle su vida cotidiana. Pero esto no quiere decir que se salve de la explotación sexual porque verán, como les dije, en estas regiones del país, a las centroamericanas se les discrimina con esta idea de que sólo están aquí para prostituirse y que eso “les gusta”. Además, como bien dicen las personas de las distintas comunidades de esta zona fronteriza y el sabio Don Goyo, las autoridades de seguridad pública exigen, cada vez con más tiranía y sin justificación alguna, que no se les dé ni un vaso con agua a los centroamericanos que pasan por estos lugares bajo el pretexto de que son “indocumentados”. Esto es lo que orilla a las personas que migran a los mundos enterrados de los negocios inhumanos como el de Don Francisco. Porque al final ¿a quién le importa una bola de chamacas que nadie conoce y ante nuestros ojos solo son unas prostitutas? ¿A quién le importó la paliza y las crueldades que le han hecho a La Reina y que por más que quiera, el trabajo sexual sigue ahí presente en su día a día como si fuera una maldición? ¿Por qué orillamos a esas muchachitas a caer en ese mundo podrido de la esclavitud sexual?
“La necesidad es un negocio Reina.”
Ella observa el tramo del río Usumacinta que pasa por el malecón de Tenosique. Ahí donde se descargan las aguas negras del pueblo y huele a muerto. Sin mirarme, me dice:
“A mí me ha ofrecido trabajo Don Francisco, pero yo le he dicho que no. Cuando me ofreció y yo no quise, me dijo el viejo desgraciado:
“Cuando te tope el hambre, me buscas.”