Temas
Donald Trump y su propaganda de Ajit-ación
Amy Goodman y Denis Moynihan
“¡Estás despedido!”. Cuando Donald Trump destituyó al director del FBI, James Comey, la noche del martes, fue más que otra de las chocantes acciones ejecutivas de Trump. Es escalofriantemente relevante la comparación con el escándalo Watergate, ocurrido durante la presidencia de Richard Nixon. Comey estaba investigando una posible conspiración entre el gobierno ruso y la campaña presidencial de Trump. Pocos días antes de ser destituido, Comey había solicitado más recursos para la investigación al Departamento de Justicia dirigido por el lacayo de Trump, el fiscal general Jeff Sessions. El despido de Comey por parte de Trump recuerda al despido por parte de Richard Nixon del fiscal especial independiente que investigaba el escándalo Watergate, Archibald Cox, en lo que se llamó “La masacre del sábado por la noche”.
En medio del diluvio diario de escándalos, hay un detalle que sigue siendo muy claro y trasparente: Donald Trump entiende el poder de los medios y lo emplea de forma implacable. Desde el anuncio de su candidato a la Corte Suprema en un evento intrigante que podría haber sido tomado de un Reality show, hasta sus incesantes e inflamatorias publicaciones en Twitter, Trump manipula los medios de comunicación y, con frecuencia, controla el ciclo informativo. Sus declaraciones impredecibles han capturado la atención de los medios de comunicación corporativos, prácticamente llegando a un punto donde es lo único en recibir cobertura mediática.
Sin embargo, detrás del caos que desborda los titulares, se van deshaciendo décadas de logros políticos progresistas gracias al ejército de conservadores que Trump ha reunido a su alrededor. En la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por su sigla en inglés), por ejemplo, el recién designado presidente, Ajit Pai, está haciendo todo lo posible para eliminar las normas que protegen la neutralidad de Internet, al tiempo que permite una mayor consolidación a las grandes cadenas pro-Trump. Esto llevará a que tengamos un diálogo democrático cada vez más restringido en nuestra sociedad, reforzando aún más el dominio de Trump sobre el poder.
La neutralidad de Internet es descrita por Free Press, organización que aboga por la democratización de los medios de comunicación, como “la Primera Enmienda de Internet”. Describe una característica fundamental de Internet: que la información fluya líbreme y equitativamente en la web, sin importar su contenido. Por ejemplo, si se desea ver el contenido web de la Asociación Nacional del Rifle o de la Campaña Brady para prevenir la violencia con armas, cualquiera de los sitios buscados se cargará con la misma rapidez. Los proveedores de Internet no están autorizados a favorecer a un sitio por encima de otro.
Veamos otro ejemplo: muchas personas usan Netflix para ver videos en Internet. Pero imaginemos un proveedor de Internet con intereses propios en un servicio competidor de Netflix que decida enlentecer la descarga desde Netflix para frustrar a esos usuarios y conducirlos al servicio de su propiedad. Con normas de neutralidad aplicadas de forma estricta, este tipo de conducta sería ilegal. En la Internet que está intentando construir Ajit Pai, ex abogado de la gigante de las telecomunicaciones Verizon, despojado de normas de neutralidad, probablemente este tipo de conducta desleal sería lo habitual. Los sitios que cuenten con un fuerte respaldo financiero tendrían el predominio, y a los emprendimientos web más pequeños se les haría imposible competir con ellos. El dinamismo de Internet terminaría desapareciendo.
Vayamos un paso más allá con otras hipótesis posibles. Imaginemos un sitio web activista dedicado a organizar la resistencia contra la prohibición a inmigrantes del presidente Trump. Actualmente, se podría acceder libremente a un sitio así. Pero sin la protección de la neutralidad de Internet, nada podría impedir que un proveedor enlentezca el tráfico hacia y desde el sitio, volviéndolo inútil.
Las normas de propiedad de los medios, que también son competencia de la FCC, también están en la mira de Pai para ser eliminadas. El 20 de abril, la FCC votó 3 contra 2 en concordancia con las líneas partidarias para suavizar las reglas de propiedad de los medios, lo cual desencadenó una ola de concentración de canales de TV en manos de unos pocos propietarios. Según informes, la corporación de telecomunicaciones Sinclair Broadcast Group está intentando comprar el grupo mediático Tribune Media por 4.000 millones de dólares, lo que le daría control sobre más de un tercio de las estaciones de televisión locales del país.
Sinclair es mucho más que una cadena televisiva: ha explotado durante muchos años las ondas de radio públicas para promover ideologías políticas de derecha. Craig Aaron, presidente y director ejecutivo de Free Press, dijo en una entrevista para Democracy Now!: “Desplegaron una alfombra roja para el presidente Trump. Justo después de las elecciones, Jared Kushner, el yerno y asesor del presidente, indicó que había llegado a un acuerdo con Sinclair para obtener una cobertura favorable, en la que Trump saldría al aire hablando a sus anchas sin interrupción. Ese es el tipo de cosas que han permitido. Han contratado a múltiples personas del círculo íntimo de Trump, portavoces del gobierno, para que salgan al aire, para expresar las opiniones del gobierno”.
Las cadenas de televisión siguen siendo la forma en que la mayoría de la gente obtiene sus noticias, especialmente aquellas menos conectadas a Internet, como las personas mayores y los pobres. Al apoyar a candidatos como Donald Trump, Sinclair también se asegura que no haya cambios drásticos en la ley de financiamiento de campañas. Cada ciclo electoral, entonces, Sinclair y las otras cadenas televisivas cosechan enormes ganancias del flujo de “dinero oscuro” obtenido por la difusión de anuncios políticos engañosos. Esto genera un círculo vicioso, que permite a las fuerzas antidemocráticas reforzar el control de los canales de televisión y, cada vez más, de Internet.
El presidente Trump sabe cómo usar los medios masivos de comunicación y las redes sociales para manipular la opinión pública y atraer votantes. Pero Trump y sus funcionarios, como Ajit Pai, están aprendiendo que hay una fuerza más poderosa: el pueblo organizado que toma las calles. Trump puede despedir a individuos que pongan en riesgo su poder, como James Comey, pero no puede despedir a un movimiento social.
© 2017 Amy Goodman
Traducción al español del texto en inglés: Inés Coira. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Mariana, la hija de Etchecolatz: Marché contra mi padre genocida
Fuente: Revista Anfibia
Mariana D. se cambió el apellido hace un año. Es la hija del represor Miguel Etchecolatz. El 10 de mayo marchó a Plaza de Mayo. Como las 500 mil personas que se movilizaron en Buenos Aires contra el 2×1, como millones de argentinos, quiere que su padre cumpla la condena en la cárcel. “Es un ser infame, no un loco. Un narcisista malvado sin escrúpulos”, dice ella, que padeció la violencia de Etchecolatz en su propia casa.
La hija de Miguel Etchecolatz camina por Avenida de Mayo y Perú buscando a sus dos amigas. No agita el pañuelo blanco ni salta con los cánticos. Podría ser cualquier mujer de las miles que asisten a la marcha contra el 2×1. Salvo sus amigas, ninguna de las 500 mil personas que se amontonan en la Plaza de Mayo y alrededores y gritan “como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar” saben que esa mujer anónima es hija de uno de los hombres más conocidos de la represión. Se llama Mariana D. Hace un año se cambió el apellido.
Mariana lloró cuando se conoció el fallo de la Corte que otorgó el 2×1 al represor Luis Muiña. Horas después del fallo de la Corte, Etchecolatz, condenado seis veces por delitos de lesa humanidad, pidió el beneficio del 2×1. Como los que marcharon el 10 de mayo, como millones de argentinos, quiere que los genocidas condenados mueran en la cárcel. Que su padre, el excomisario Miguel Osvaldo Etchecolatz, muera en la cárcel. Mariana D. fue por primera vez a una marcha por los derechos humanos. Nunca se animó a ir a Plaza de Mayo los 24 de marzo. Por miedo a ser rechazada. Por miedo a no poder soportar el dolor en vivo y en directo. Pero ahora está allí por primera vez para decir que ella, también, desea verlos morir en la cárcel.
Etchecolatz era una presencia fantasmagórica en su casa de Avellaneda. Mariana y sus hermanos varones J .M. y F. M. solo lo veían los fines de semana. De lunes a viernes, el padre conducía el aparato represivo de la ciudad de La Plata y alrededores. Daba órdenes para secuestrar personas, torturarlas, asesinarlas. Los sábados y domingos Etchecolatz casi no hablaba. Se la pasaba echado en una cama mirando televisión. Cada tanto emitía un silbido: había que llevarle rápido un vaso de agua mineral fresca con gas. Si algo no le gustaba, Etchecolatz les pegaba unos bifes con la palma abierta a sus hijos.
Mariana supo de grande que su madre intentó varias veces escaparse con ella y sus dos hermanos. Lo planeó varias veces. Etchecolatz se dio cuenta y la amenazó: “Si te vas te pego un tiro a vos y a los chicos”.