Latinoamérica
El mayo de Jhonatan.-continúa el descrédito y la movilización popular contra el gobierno del MAS en Bolivia
El 24 de mayo de 2018 fue asesinado por la policía boliviana el estudiante Jhonatan Quispe Vila, de la Universidad Pública de El Alto UPEA, ubicada en la ciudad de El Alto en el Departamento de La Paz, en una movilización docente-estudiantil que exigía una modificación de la Ley 195 que otorgue una mayor asignación presupuestaria con la cual resolver verdadera y definitivamente la crisis financiera por la cual atraviesa la universidad. Este episodio nos acerca a la comprensión de las maneras en que el gobierno boliviano, en un contexto de grave declinación de legitimidad y de oposición cada vez más generalizada, viene confrontando las movilizaciones populares, pues no fueron solamente los estudiantes de esta universidad los que experimentaron las formas represivas del poder de un gobierno que, para la más cruel de la ironías, se autodenomina del pueblo, “de los movimientos sociales”.
Los estudiantes se miraban entre ellos y decían “nunca nos había pasado esto, ni con Goni”[1]. El velatorio del compañero muerto se realizó entre discursos adoloridos y cánticos guerreros –“a él le gustaba cantar el Achuhuete[2]” dice una de las estudiantes que lo vio morir-, y el llanto quiebra la voz de centenares de personas que acompañan las sencillas estrofas. Desde donde me encontraba no podía ver a la madre ni a los parientes, solo rostros cansados, ojos enrojecidos de llanto y voces que decían “está cansada”, “están furiosos, contra nosotros también por la declaración del ministro”, “claro, quién está preparado para que le digan que su hijo ha muerto”, “pero es una lucha justa y nosotros no hemos sido los que hemos disparado”, “murió como valiente”, “gobierno asesino” dice la gente en susurros. Para la Universidad Pública de El Alto (UPEA) este es el Mayo de Jhonatan Quispe Vila, estudiante de la Carrera de Comunicación Social, muerto por una acción de represión del gobierno boliviano que aún no está aclarada y cuyo arbitrario tratamiento ha generado indignación en la población boliviana.
Ubicada en Villa Esperanza de la ciudad de El Alto, la UPEA fue creada el año 2000 y el año 2003 consiguió su autonomía, todo ello tras largas jornadas de lucha de la población alteña, sobre todo de sus jóvenes habitantes. Esta universidad, a diferencia de otras, nace al empuje de la insurrección y movilización de una ciudad y no como una rancia escuela de elite. En 2015 ya se había establecido que la población estudiantil era mayoritariamente femenina[3], tendencia que hoy se mantiene. Las trayectorias de vida de sus estudiantes son predominantemente de migrantes, y aunque un gran porcentaje reside en El Alto, muchos mantienen contacto con sus comunidades de origen.
Modus operandi del “gobierno de los movimientos sociales”
En 12 años consecutivos de gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), ha quedado en evidencia algo del complejo modus operandi de la red de aparatos de inteligencia y represión del estado frente a las movilizaciones de los sectores que no son afines al partido de gobierno, que se ven forzados a plantear sus demandas en las calles por haber sido previamente ignorados, indignamente tratados e indebidamente atendidos por los “servidores” públicos. El estado boliviano emplea una lógica de guerra frente a las movilizaciones populares consistente en agotarlas, dividirlas, descalificarlas, amedrentarlas y reprimirlas. Utiliza varios tipos de estrategias y garrotes: laxas tratativas burocráticas con el sector demandante con planteamientos inamovibles y sin condiciones, llevando al sector a declararse en conflicto y a movilizarse en las calles; luego, una inflexible represión policial por un lado y, por el otro, una sistemática emisión de spots mediáticos destinados a desalentar el apoyo de otros sectores y del público en general y aislar al sector movilizado para que pierda fuerza y termine aceptando las migajas ofrecidas. Cuando hay un muerto de por medio la inteligencia gubernamental extrema sus recursos para eludir cualquier responsabilidad, poniéndolos en juego para urdir rápida y laboriosamente una estrategia de “esclarecimiento” que inculpe a los mismos movilizados, o que termine sin esclarecer nada.
Desde el año 2014 la UPEA protagonizó manifestaciones para exigir más presupuesto al gobierno del Movimiento Al Socialismo. Cada año ocurría casi lo mismo, después de semanas de movilización y de producir un escenario de fuerzas que le fuera favorable, el gobierno cedía un apoyo económico que paliaba temporalmente el problema y luego el próximo año volvían las marchas –por eso la comunidad upeista siente que la tratan como a “un limosnero”-. Este 2018 es diferente, se quiere una solución definitiva y se retoma la bandera de la modificación de una ley –la 195-, para subsanar el problema de manera permanente. La muerte de Jhonatan Quispe hace que los universitarios abran los ojos y adquieran una convicción: “si con un muerto no nos hacen caso ¿qué pasará luego?, no queremos más muertos. Es ahora o nunca”.
La convocatoria a mesas de negociación con el gobierno ha servido como otra maniobra de desgaste, que dilata tiempos y se enreda en tecnicismos pretendiendo agotar a los movilizados. Si alguien quiere saber qué tanto se ha descolonizado el estado boliviano con un indígena al mando, puede hacer el seguimiento del desarrollo de las mesas de negociación de la UPEA y saldrá impresionado por la mezcla de autoritarismo, paternalismo y desprecio con que los operadores del gobierno tratan a su contraparte –basta con ver cómo fue expulsado el comité de negociaciones de la UPEA que se declaró en huelga de hambre en la Vicepresidencia del Estado Plurinacional, habiendo sufrido el corte de electricidad y la prohibición de que reciban asistencia médica o vituallas-[4]. Simultáneamente el gobierno recurre a un ataque mediático dirigido a desacreditar a los sectores no oficialistas que lo interpelan con sus demandas: andanada de spots difamatorios, esbirros informáticos contratados para sembrar confusión en los movilizados[5] y programas de “opinión” en los medios de comunicación que oficial o solapadamente le son funcionales y muestran para lo que han sido hechos. También están los oscuros personajes de contrainteligencia que se dedican al matonaje y el amedrentamiento –amenazas telefónicas, acoso y golpizas- de quienes se destacan en las movilizaciones, así como dirigencias mercenarias que se declaran en estado de apronte y amenazan con enfrentar físicamente a los estudiantes rebeldes. El chantaje de inducir a guardar silencio para no ser afrentados por el soso maniqueísmo de ser incluidos en el eje del mal, llamado “la derecha”, “la oposición”, “el imperialismo”, ha pretendido inútilmente callar a la UPEA pues ya se ha hecho de sentido común no creerle a un gobierno cuyas acciones represivas desmienten lo que demagógicamente declara.
La UPEA también se ha visto en sus movilizaciones bajo el embate de consignas estigmatizadoras –“flojos”, “borrachos”, “chupeas”, “violentos”, “aprendan a vestirse”, “mediocres”, “los de la UPEA abstenerse”, “la peor universidad”, “indios”, “váyanse a El Alto”- porque disputa un campo en el que los indígenas y las mujeres son vistos como arribistas y advenedizos, usurpadores de espacios de estudio universitario y competidores ilegítimos. La llamada educación superior fue pensada y bautizada con ese nombre para guardiar los privilegios de casta, clase y género de las élites económicas y políticas –desde sus puestos de poder hasta la irradiación de sus imaginarios- papel que sigue cumpliendo actualmente, por eso las dudas que el gobierno pretende sembrar en la población no tienen que ver con un debate serio sobre los fundamentos, medios y fines de la educación, sino con los supuestos selectivos que la rodean, a ver si los upeístas damos la talla para osar pedir más recursos y para considerarnos dignos de pertenecer a ese mundo donde cultura es sinónimo de superioridad racial.
El Problema
La historia como arma cargada de futuro.- Jornadas de diálogo y semilleros de Carlos Aguirre Rojas en Chile
La historia como arma cargada de futuro. Sobre los Semilleros de Rebeldía con Carlos Aguirre Rojas
Dedicado a la memoria de Héctor
Entre el 5 y 8 de junio la Editorial Quimantú realizó los “Semilleros de Rebeldía”, cuatro jornadas de diálogo con Carlos Aguirre Rojas1.Tales encuentros tuvieron al menos tres razones de fondo. La primera fue el lanzamiento doble de Antimanual del Mal Historiador o ¿cómo hacer hoy una buena historia crítica? y Movimientos antisistémicos y cuestión indígena en América Latina. Una visión desde la larga duración histórica, ambos de Aguirre. La segunda es el cincuentenario de la Revolución Cultural Mundial de 1968, acontecimiento que Aguirre abarca de un modo u otro en sus textos. La tercera es, manteniendo el mismo espíritu de otros semilleros ya realizados2, generar espacios de encuentro e intercambio de experiencias, principalmente entre organizaciones populares. Lo anterior también explica la razón de esta síntesis. Esperamos que sirva de insumo y aporte al diálogo entre quienes de un modo u otro buscamos transformar el mundo, con la esperanza además, de que semilleros como éstos sigan multiplicándose3.
Nada menos que transformar el mundo
En el Auditorio Mara Rita de la Facultad de Humanidades y Filosofía de la Universidad de Chile fue realizado el “III Encuentro de historiadores: Saberes desde abajo: el aporte del quehacer histórico en la comprensión de los movimientos anti-sistémicos del Abya Yala”, cuya mesa de debate estuvo conformada por Claudio Alvarado Lincopi, historiador y parte de la Comunidad de Historia Mapuche (CMH), Javiera Manzi, socióloga e integrante del Núcleo de gráfica y movilización estudiantil (NGME), Fernando Pairicán, también de la CMH y Gabriela Jiménez, de Editorial Quimantú y moderadora del encuentro.
La ponencia de Claudio Alvarado Lincopi ofrece dos reflexiones. En la primera, “Cepillar la historia a contrapelo”, se refiere al Antimanual del mal historiador, obra que revaloriza la teoría crítica e historiográfica, principalmente desde Marx hasta Wallerstein. De Carlos Aguirre resalta su noción de tiempo, pues esto lo asume heterogéneo y no situado en el pasado sino que enfocado más bien en el presente, cuestión que Claudio encuentra en Silvia Rivera Cusicanqui y lo vincula con el concepto de presente sintagmático, donde habitan muchos pasados puestos jerárquicamente en el presente, vencidos y en condición de inferioridad pero no por ello desaparecidos.
Destaca además la idea de documento que el autor desarrolla desde la historiografía realmente crítica, ya no entendiéndola desde lo escrito, sino más bien desde todo lo ampliamente desarrollado por la humanidad. Pues, parafraseando a Marx, “nada de lo humano nos es ajeno”4. Concuerda también con la reinterpretación de totalidad que ofrece Carlos, es decir, una totalidad no entendida como una estructura determinante de nuestro desarrollo social, sino como formación social concreta en el actual modo de producción capitalista, contextualizada según las condiciones de cada territorio. Totalidad que requiere además, agrega, la unificación de las disciplinas de análisis crítico y que toman a Marx como paradigma, debido a que éste no puede ser leído únicamente como economista, sociólogo, filósofo o historiador. En su obra no se observa el fraccionamiento al momento de analizar la sociedad, cuestión que Claudio asocia como típico de los estudios contemporáneos de las ciencias sociales y humanidades.
Seguidamente, en “Un relato para el naufragio”, se refiere a Movimientos antisistémicos y cuestión indígena en América Latina. Parte remitiéndose a la lectura que concibe a 1989 como una fecha que da término a la utopía y en algunos casos, inclusive a la historia. Esto debido a que Aguirre, contraviniendo lo anterior, precisa que 1968, siguiendo a Wallerstein, es el colapso del liberalismo. Claudio, tomando en cuenta que el ‘68 o el ‘89 son fechas de clivaje para el mundo occidental, se pregunta ¿cuál es el momento de clivaje para Chile? ¿Lo es acaso el ’57 de La Victoria?5
Por otra parte, ante la tesis de una nueva derecha, conservadora, represiva y autoritaria, surgida después de 1968, Claudio propone también la existencia de una derecha multicultural —por consiguiente, despolitizadora— y etnofágica de la cuestión indígena. Pues actualmente el Estado chileno no sólo le ofrece garrote al pueblo mapuche, sino que de vez en cuando, también zanahoria.
Cuestiona, a partir de problemáticas sugeridas por Aguirre, hasta qué punto nuestra región alberga la temporalidad revisada en su momento por Marx. Considera así fundamental rescatar aportes locales, tales como los elementos de socialismo práctico de Mariátegui y su análisis de desarrollo desigual en la región. Asimismo, consulta sobre la reciente apuesta electoral del EZLN que Aguirre admite como táctica para el período. Si seguimos otra tesis del autor, distinguimos que una campaña presidencial puede perfectamente ser anticapitalista pero no precisamente antisistémica. Pero Claudio se pregunta hasta qué punto lo es en el caso del movimiento zapatista, tomando en cuenta todo el tiempo que éste ha llevado a cabo una política realmente antisistémica.
Asimismo, aunque Claudio coincida con Carlos a la hora de descartar las categorías de lo decolonial y poscolonial, defiende lo anticolonial, pues para él esta última nos provee de una genealogía de pensamiento enraizado en América Latina, lo que permite recuperar aportes tales como los realizados por Huamán Poma o Mariátegui entre muchos otros y que, además, proporciona bases para configurar movimientos antisistémicos realmente propios, señala.
La segunda ponencia fue de Javiera Manzi, quien enmarca su análisis de los movimientos sociales antisistémicos eclosionados en 1968 en la actual ola de movilizaciones feministas que vive el país. Desde su oficio posiciona al archivo como gestador de memoria y contramemoria, y por tanto una responsabilidad necesaria para los movimientos sociales.
Del movimiento feminista Manzi plantea tres características centrales. Estas son 1) transversalidad, 2) perfil totalizador y estructurante de nuevas formas de análisis y organización y 3) carácter prefigurativo. Concibe además a la teoría feminista como indispensable a la hora de pensar las relaciones las condiciones en donde el capitalismo se produce y reproduce. Para Javiera, cuando el movimiento feminista contemporáneo chileno reivindica la realización de nuevas relaciones y roles sociales, niega su supuesta condición como suma de reivindicaciones y de paso, supera la asimilación nostálgica de la movilización estudiantil.
También precisa lo importante de reconocer la raigambre popular del feminismo local, expresado a través de figuras tales como Teresa Flores, Esther Valdés de Díaz o Belén de Sárraga, entre otras, feminismo que fue parte del potenciamiento mismo del movimiento obrero en Chile.
Desde el campo de la documentación, se pregunta dónde quedan los itinerarios de los movimientos antisistémicos librados a contrapelo con la historia y del mismo modo, en qué lugar se guardan el rastro de los pasados vencidos. Para ella la memoria es un lugar activo desde el que se construye y que permite pensar sin nostalgia y revolucionariamente.
Fernando Pairicán por su parte, comienza situándose desde “La llamada de la tribu”, el reciente libro de Mario Vargas Llosa, que ubica al lado opuesto de los de Aguirre. El primero analiza las sociedades desde la oficialidad impuesta por la oligarquía y amparada por el Estado, sosteniendo que ha sido el liberalismo lo que más nos ha defendido nuestra libertad de “la tribu”, mientras que el segundo lo hace desde los movimientos autonómicos que se organizan desde abajo. Para Pairicán los autores ofrecen una lectura del liberalismo en América Latina, a favor en el primer caso y en contra en el segundo, siendo además, en definitiva, posiciones de clase.
Fernando propone a la derecha latinoamericana racial antes que liberal, de modo que a dos décadas de avanzado el siglo XXI, ésta ha vuelto a pretender el consolidamiento de los nacionalismos locales. Desde la misma óptica, concibe un ‘68 latinoamericano como un momento de florecimientos identitarios. No obstante no considera ésta como la una única fecha de ruptura en la región y se remite a Luis Vitale, quien en su acercamiento a la cuestión indígena a principio de la década de los noventa, le otorga un valor fundamental a los procesos de la Revolución Mexicana, la Revolución Boliviana y Revolución Cubana, al punto de llegar a coincidir con Howbsman cuando este caracteriza a nuestro continente como un “laboratorio de cambio histórico”.
No obstante, nos recuerda Fernando, es el propio historiador británico quien en sus primeros estudios determina a Latinoamérica como una región “pre-política” reduciendo así la profundidad de sus movimientos sociales, una lectura que supone nos ha costado superar. Al respecto, recupera la condición de ensayo que Aguirre otorga al movimiento zapatista, cuyas acciones, ni erradas ni políticamente inviables, representan en la última década construcciones desde abajo, cuestión que lo asemeja en gran medida a lo desarrollado por el movimiento mapuche.
Agrega por último que, en materia de estrategia política en la región, independiente de sí nos decantamos entre la toma del poder, según el sentido de Álvaro García Linera, o la táctica de la no toma del poder, según la perspectiva zapatista, conviene tomar en cuenta que es la cuestión indígena lo que marca el debate, de modo tal que los pueblos originarios pasan a ser así, como plantea el mismo Aguirre, la vanguardia del siglo XXI en América Latina.
A partir de los comentarios preliminares Carlos Aguirre realizó una reflexión de la que podemos distinguir cinco aspectos:
Un primer aspecto relacionado a las interrogantes planteadas por Claudio. Según Aguirre ninguna táctica, estrategia, medida o demanda es por sí misma antisistémica o prosistémica. Depende del contexto y del modo específico en que ésta se plantea si es anticapitalistas y antisistemica. Este doble carácter lo presenta la lucha por la tierra cuyos contrastes podemos verlos a la luz de la historia. Es cuestión de comparar como en la actualidad el EZLN sostiene una agricultura comunitaria y en estrecha armonía con la naturaleza, y como hace algunos siglos atrás, fue el mismo Napoleón Bonaparte quien realizó la primera reforma agraria en Francia, una de las más avanzadas de su época. De este modo la reivindicación de la tierra como propiedad individual coexiste con la demanda de la tierra como derecho colectivo.
En este marco, Carlos Aguirre plantea la táctica electoral zapatista como profundamente anticapitalista y antisistémica debido a que visibiliza ante el pueblo mexicano la corrupción en el gobierno, denuncia el exterminio en curso de la población indígena y propone como única solución valedera a la autoorganización desde abajo y a la izquierda.
Un segundo aspecto son las posiciones de autores decoloniales o poscoloniales. Para Aguirre éstos se emparentan estrechamente con los autores posmodernos, tornándose auténticos “enemigos del pueblo”. Reconoce, sin embargo, el matiz local que el pueblo mapuche agregan a la problemática, al encontrarse colonizado por el Estado chileno. Para Aguirre, son autores como Frantz Fanon, quienes sin entrar en fundamentalismo como Walter Mignolo, Enrique Dussel y otros, realizaron hace mucho tiempo atrás, una aguda crítica del colonialismo, crítica que de paso, es más sólida, concreta y vigente que la presente en las posiciones decoloniales o poscoloniales.
Un tercer aspecto es la estrecha relación de los movimientos feministas con la Revolución Cultural Mundial de 1968, que Carlos considera como “madre” del movimiento feminista, al ser detonante de su masividad y especifidad como ningún otro momento en la historia.
Un cuarto aspecto referente al reordenamiento del espectro político en 1968. Siguiendo a Wallerstein, Carlos Aguirre indica que previo a dicha fecha, mientras el capitalismo funcionaba con fuerza, el liberalismo fungió como ideología dominante, de modo tal que el centro liberal subsumía a su vertiente de izquierda y la tornaba un liberalismo socializante, y del mismo modo, subsumía a la derecha, volviéndola un liberalismo conservador. Pero tras 1968, la derecha devino en fascismo encarnizado y amplios sectores de la izquierda abandonaron el reformismo para volverse cada vez más radicales.
Un quinto aspecto relacionado al progresismo latinoamericano. Para Carlos Aguirre La izquierda domesticada que representa los gobiernos progresistas fracasa porque los movimientos sociales realmente antisistémicos que en su momento les apoyaron, no buscaron becas, bonos o programas sociales, sino que por el contrario, se organizaron para nada menos que cambiar el mundo.
Las mujeres sostienen la mitad del mundo
En el Auditorio Sergio Flores de la Facultad de Humanidades de la UV, en el centro de Valparaíso, tuvo lugar el lanzamiento de Antimanual del Mal Historiador o ¿cómo hacer hoy una buena historia crítica?, que contó con la presentación y moderación de Elías Abarca, por Editorial Quimantú.
Durante la ocasión Aguirre recuerda que la primera versión del Antimanual fue escrita hace 16 años. De modo tal que, luego de ser publicado y traducido en diversos países, la edición de Quimantú corresponde a la vigésima edición. Luego repasa su obra centrándose en dos críticas allí presentes.
La primera se relaciona a la escuela positivista, la que para Carlos es dominante en la historiografía iberoamericana, sino es que en gran parte del mundo. Es un cadáver que se arrastra por la academia, cuyo sentido puede resumirse en la idea de limitarse a estudiar la historia sin emitir un juicio o asumir posición alguna. Para Aguirre, los positivistas dicen en prosa lo que los antiguos archivos señalan en verso. Lo que antes era la historia de los reyes, hoy lo es de los presidentes, y en definitiva, de la clase dominante. El positivismo supone los hechos más resonantes de la oficialidad a la vez como los más importantes.
Ahora bien, Marx indica que la política no flota en el aire, y no es pues, una realidad en sí misma ni contiene dentro de sí las premisas de su propia explicación. De modo tal que no pueden explicarse los procesos políticos sin explicar las relaciones económicas y sociales subyacentes, esto sin caer en la lectura economicista, recalca Aguirre.
Si nos preguntamos para qué existe la política hoy o a qué se debe el poder, no es para otra razón que para imponer los intereses económicos de la clase dominante. Esto explica también porque el positivismo ha perdurado en la historia más de siglo y medio. Precisamente, porque su investigación es insignificante frente al poder. Aguirre lo grafica del siguiente modo: al gobierno de México le conviene que los historiadores se dediquen a polemizar sobre si el 16 septiembre de Miguel Hidalgo se levantó del lado izquierdo o derecho de la cama. No les interesa saber si la independencia fue una propiamente tal, o más bien una descolonización —al decir de Wallerstein—, pues esto sería asumir abiertamente como México reemplazó el sometimiento de una metrópoli a otra, hasta llegar finalmente a depender de Estados Unidos.
Por otra parte, si desde los albores de la humanidad las mujeres han sostenido la mitad del cielo, y con la otra mano, la mitad del mundo, como Mao alguna vez sostuvo, ¿cómo es que en la historia no se habla de ellas? A pesar de haber sido parte fundamental en los diversos procesos históricos, a veces inclusive más que los hombres, los historiadores positivistas poco se ocupan de ello.
Los mismos también obvian el protagonismo indígena en la historia, a pesar de que en México a principios del siglo XIX la mitad de la población era indígena, y que para cuando la Revolución Mexicana se desarrolla, un tercio todavía lo era. Para el positivismo poco importa esto, pues son los individuos quienes hacen la historia, no las mujeres, ni los indígenas o afrodescendientes y menos aún, las clases populares. Es para criticar esta escuela que fue escrito el Antimanual.
Pero el libro es escrito, y aquí formula su segunda crítica, para arremeter contra la escuela posmoderna presente en la historiografía. Esta escuela, en América Latina, toma la forma del denominado pensamiento poscolonial o decolonial. Aunque menos hegemónica, tiene igualmente presencia en la región al ser impulsada por algunos gobiernos, particularmente los progresistas.
Para los decoloniales o poscoloniales, el “coco”, o en nuestro caso, el “cuco”, viene a ser cualquier pensador europeo, por más radical que éste sea, dice Aguirre. Aun cuando el pensamiento de Marx —por citar tan solo un ejemplo— sea la versión en negativo del pensamiento burgués, es comúnmente descartado, al tiempo que mal interpretado por la escuela decolonial, por el sólo hecho de haber nacido en Europa. De esta forma pretenden hacer tabla rasa del desarrollo material y de los pensamientos provenientes de Europa, buscando consolidar ciencias y humanidades ‘originales’ en Latinoamérica.
En definitiva, el “mal historiador” criticado en el libro, es el historiador positivista o posmoderno. Y frente a esto, se reúne una serie de pensadores y escuelas que son propuestos como base para construir una “historia crítica” para el siglo XXI, el mismo que para el autor comienza el 1 de enero de 1994 con el Levantamiento Zapatista, no sólo para México sino que para que para toda América Latina. Por otra parte y por desgracia para el pensamiento decolonial, si realizásemos una radiografía de la historia realmente crítica, Marx sería el punto de partida inevitable, indica Aguirre.
Inspirado por Elías, quien cerró la presentación con la lectura de “Intelectuales apolíticos” de Otto René Castillo, Aguirre cita un fragmento de “La poesía es un arma cargada de futuro” de Gabriel Zelaya, poema que, ajustándolo a su disciplina, cambió a “La historia es un arma cargada de futuro”. De tal modo declama:
Maldigo la historia concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la historia de quien no toma partido hasta mancharse. Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros textos de historia no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.
Nuestra América es el porvenir
En el Espacio Santa Ana, centro comunitario del Cerro Cordillera de Valparaíso, fue lanzado Movimientos antisistémicos y cuestión indígena en América Latina. Una visión desde la larga duración histórica. En esta ocasión la presentación y moderación estuvo a cargo de Fernando Villegas de Quimantú. Cabe que señalar que Carlos Aguirre ya había visitado el lugar cuando todavía estaba en construcción. Actualmente es un espacio consolidado para el encuentro entre pobladores y organizaciones del puerto.
Aguirre abre la presentación asegurando que en América Latina se han gestado los movimientos sociales antisistémicos más consistentes y duraderos de la última época, lo que le lleva a retrotraerse a Hegel cuando éste, en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal afirma que “América es el país del porvenir”6.
Para él, son dichos movimientos los que han derrocado diversos gobiernos en América Latina o de algún modo u otro, fijado la agenda de sus respectivos países. Es cuestión de tomar en cuenta el Caracazo en Venezuela, el Cacerolazo en Argentina, la Guerra del Agua en Bolivia, por citar tan sólo algunos casos. No así la mal denominada “primavera árabe”, que para él son amplias movilizaciones y no movimientos sociales en sentido estricto.
De este modo se pregunta hasta qué punto el movimiento estudiantil o el movimiento mapuche han incidido en la agenda política de Chile. En el caso del segundo, éste se ha vuelto más amplio que su propia dimensión demográfica, alcanzado eco hasta en el propio EZLN, que sigue la lucha del pueblo mapuche de cerca. No es menor que haya tomado el término marichiweu o “diez veces venceremos” en español como parte cierre habitual de sus encuentros o comunicados.
Más adelante, resalta que los movimientos antisistémicos contemporáneos han recuperado el “lo queremos todo, y lo queremos de inmediato” presente en las nuevas izquierdas de 1968, lo que les ha llevado no sólo a derrocar gobiernos, sino que en algunos casos, a crear mundos nuevos.
Lo último se justifica además, ante el fracaso de la denominada “estrategia en dos pasos” es decir, primero ganar el poder dentro del Estado; y segundo y solo después, transformar el mundo7. A causa de esto, los nuevos movimientos realmente antisistémicos han impulsado una nueva estrategia revolucionaria: la autoorganización popular. Aguirre enmarca aquí la creación de decenas miles de espacios radicalmente autónomos, de lógica anticapitalista, de toma de decisiones colectivas y sin dirigencias, donde el protagonismo sea de la gente común y corriente. Espacios así han ido creando redes de lógica anticapitalista, lo que en algún momento, pronostica, tomarán forma de ‘archipiélagos’ y alcanzarán una dimensión nacional que derribará, de abajo hacia arriba, a la clase dominante.
La humanidad como sujeto revolucionario
El cuarto y último semillero fue realizado en la sede de Constramet, Confederación de Trabajadores Metalúrgicos de Chile. Aquí contamos con la presentación y moderación de Franco Ripetti y Lorena González, ambos de Editorial Quimantú, y el investigador independiente Rafael Agacino. A lo largo del encuentro la discusión fue desarrollada primordialmente en torno a Movimientos antisistémicos y cuestión indígena en América Latina.
El primero en exponer es Agacino, quien tras realizar una síntesis del libro (destacada más tarde por el propio Aguirre), considera que la revisión del Antimanual del mal historiador es ineludible para comprender la posición en la que Aguirre enmarca su análisis en Movimientos antisistémicos. Realiza además dos consideraciones críticas sobre el último.
De la obra, acota, es importante tomar en cuenta las configuraciones en las luchas libradas en América Latina durante los últimos siglos, tanto en su época como territorio. No es lo mismo, afirma, la situación a la que se enfrentaba la población afrodescendiente de Cuba a la hora de escoger si apoyar o no a la guerra independentista en la isla, que las circunstancias en las que la población mapuche debía hacerlo durante la guerra independentista en Chile, considerando por ejemplo, lo acordado entre España y el pueblo mapuche en parlamentos como el de Quilín8.
Asimismo, ante la idea de nueva modernidad para la humanidad planteada, Agacino considera que ante la contrarrevolución neoliberal vigente desde hace casi medio siglo en la región, la cual ha consolidado la desestructuración de todas las posibilidades de construcción de comunidad en la sociedad, urge encontrar el modo de unificar la multiplicidad de movimientos sociales y reivindicaciones descritas en Movimientos antisistémicos.
Más tarde Aguirre expone que las premisas unificadoras de los movimientos sociales realmente antisistémicos se encuentran presentes en el Antimanual del buen rebelde9. Asimismo, ahonda una última vez en la cuestión indígena. Por una parte, los pueblos originarios no son los únicos que están realizando mundos nuevos y por otra, tampoco se encuentran exentos de problemáticas o vicios. Es el caso del indigenismo fundamentalista, que considera como un racismo a la inversa. Nuestra realidad actual no permite miradas maniqueas donde, en este caso, todo lo indígena sea positivo y todo lo proveniente de occidente o resultado del mestizaje, pueda considerarse negativo. El EZLN aporta con una lectura sobre esa cuestión. Si en Occidente hay cosas horribles, como lo es el capitalismo o el Estado, hay también otras sumamente beneficiosas —en las manos indicadas—, como es el progreso tecnológico. Del mismo modo, en las comunidades indígenas existen elementos maravillosos, como lo es la relación con la tierra, también existen cosas negativas, como es que en muchos casos, las mujeres no tengan voz. El movimiento zapatista, subraya Aguirre, recupera lo mejor del mundo indígena por una parte y lo mejor del occidental por otra.
Es así como el “sujeto de la revolución” para el período actual no es otro que la humanidad misma, la que en su multiplicidad y diferencias se enfrenta igualmente a la “larga muerte” de la humanidad, económica, moral, ecológica, crisis terminal que reclama como necesidad más que nunca su unificación. Y son precisamente los movimientos sociales realmente anticapitalistas y antisistémicos, indígenas y no indígenas, los que junto a las nuevas izquierdas se encuentran realizando ensayos para afrontar la barbarie del mundo actual.
Por Ignacio Andrés. América Leatina desde Abajo
Notas
- Carlos Aguirre es investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, con estudiaos en Economía e Historia. Es Director de la revista La otra mirada de Clío, desde el 2003 y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México desde 1988. Recibió el Premio Universidad Nacional en el Área de Investigación en Ciencias Sociales en 2013. Además de los libros mencionados, con Editorial Quimantú publicó en el 2015 también Antimanual del buen rebelde. Guía de la contrapolítica para subalternos anticapitalistas y antisistémicosy Mandar Obedeciendo. Las lecciones políticas del neozapatismo mexicano
- Durante el 2015 tuvieron lugar los “Semilleros desde abajo y a la izquierda”, en los que, junto a Carlos Aguirre, también fueron lanzados dos de sus libros en distintos espacios académicos, sindicales y territoriales. Se trató en este caso de Mandar Obedeciendo. Las lecciones políticas del neozapatismo mexicano y Antimanual del buen rebelde. Guía de la contrapolítica para subalternos anticapitalistas y antisistémicos.
- Debo señalar mi gratitud a Lucía y Marco, quienes revisaron la primera versión de esta síntesis, corrigiéndola y permitiéndome enriquecerla.
- La frase pertenece originalmente a Publio Terencio Africano en su comedia Heautontimorumenos (El enemigo de sí mismo), del año 165 a.C.
- Claudio se refiere a la primera toma de terrenos organizada en Chile y de América Latina, empezada el 30 de octubre de 1957, cuando más de 1000 familias ocuparon los terrenos de la chacra La Feria, ubicada en Santiago, actual comuna de Pedro Aguirre Cerda.
- Hegel señala “América es el país del porvenir. En tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte y América del Sur. Es un país de nostalgia para todos los que están hastiados del museo histórico de la vieja Europa.”. p. 275. Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Traducción de José Gaos. Editorial Tecnos.
- Extraído de Las nuevas rebeliones antisistémicas: ¿Un movimiento de movimientos? de Immanuel Wallerstein. Artículo ha sido publicado originalmente en la revista New Left Review, num. 18, de nov. – dic. de 2002, pp. 29 – 39. La versión castellana ha sido publicada en la revista La otra mirada de Clío, México, 2004 V1 N1 sep-feb pag. 77-86.
- El Parlamento de Quilín (1641) fue el primer tratado de paz entre mapuches y españoles tras más de un siglo y medio de conflicto. Habiéndole dado la Corona de España un carácter de tratado internacional, y siendo ratificados por el rey Felipe IV el 29 de abril de 1643, entre los distintos acuerdos se encontraba el justo reconocimiento de la soberanía del pueblo mapuche, o que el mismo, se comprometía a considerar como enemigos a los enemigos de España.
- El Antimanual del buen rebelde. Guía de la contrapolítica para subalternos anticapitalistas y antisistémicos fue publicado por Editorial Quimantú en 2015.