
Kurdistán: Correr, soplar la ceniza, seguir
Ir a la boda de tu hermana y volver huyendo de un bombardeo de la OTAN, con los tacones en la mano. A Jihan le entra la risa cuando recuerda la imagen de los comensales, todos muy elegantes, mirándose unos a otros con incredulidad en la trasera de un camión de ganado. Luego vuelve a llorar.
Ya noté algo extraño en la ciudad aquel día. Pregunté y la gente decía que era lo de siempre, una amenaza más de Erdogan (presidente turco) de atacar, que no había que tomárselo en serio. Luego cayó la primera bomba y todo el mundo gritaba y lloraba. Queríamos huir pero no sabíamos cómo, no había coches. Al final mi padre consiguió aquel camión. «Mira cómo se te ha corrido el rímel»; «¿Fuiste a la peluquería hoy a la mañana? Pues vaya pelos tienes ahora», nos decíamos unos a otros para animarnos.
Un amigo común nos la ha presentado en el campus de Qamishli (noreste de Siria) de la Universidad de Rojava. En otra vida, Jihan estudió Traducción en Damasco; en esta da clases de inglés a chavales que se resisten a arrojar la toalla en una guerra, la de Siria, que dura ya más de ocho años. Jihan no quiere dejarse retratar ahora, pero eso no será un problema casi tres semanas más tarde. Durante ese tiempo, esta kurda de treinta y seis años será nuestra guía por un mundo distópico que veremos a través de sus ojos. Son negrísimos, de esos en los que se pierden las pupilas pero que parecen condensar el drama de un relato que se salda ya con cientos de civiles muertos y el éxodo masivo de los que corren por su vida.