La muerte de un torturador: Nazar Haro
Un torturador no se redime suicidándose, pero algo es algo.
Mario Benedetti
Mario Benedetti
Cuando una persona imprescindible muere, el mundo se pone de luto. El torturador Miguel Nazar Haro murió hace unos días y el improbable luto es completamente distinto: él no era imprescindible, pero era imprescindible que no muriera.
Miguel Nazar Haro fue uno de los más terribles torturadores de nuestra historia. Entrenado por la CIA. Financiado por el narco. Pieza clave en la estrategia gubernamental de asesinato, desaparición forzada y violación sistemática de los derechos humanos de disidentes politicos. Asesor de Zedillo contra el EZLN y las comunidades zapatistas. Robacoches de cuello blanco. Entrenador de torturadores expertos en violar derechos constitucionales. Sus historias lo hacen ver como uno más en la lista del pozolero o el mochaorejas; sin embargo Nazar Haro era más siniestro: él era un servidor público.
Pese a haber cometido innumerables crímenes de lesa humanidad, no enfrentó ningún proceso judicial efectivo. Hubo uno en Estados Unidos, acusado por haber organizado y coordinado una banda de ladrones de coches en ambos lados de la frontera. Para él, el enriquecimiento a partir de actividades ilícitas gracias al manto de impunidad que le cubría, fue más que una costumbre. Hubo dos procesos judiciales en México por la desaparición forzada de disidentes políticos. Valdría la pena preguntarse por qué fracasaron estos jucios.
Nazar Haro no estaba solo: era una pieza más en el esquema de violación sistemática de los derechos humanos en nuestro país. No era un loco que actuaba aisladamente: recibió entrenamiento para ello y era parte de una estrategia generalizada para eliminar a la oposición política. No actuó solo: había subordinados y también había gente encima de él. Sin ir más lejos, los secretarios de gobernación y el presidente de la república. Los que gobernaban cuando él operaba y los que le siguieron que supieron todo y construyeron estrategias legales para mantenerlo impune.
Sin duda podríamos decir que hoy el mundo está más seguro sin él, sin embargo la impunidad que prevalece se traduce en una inseguridad al cuadrado. Al delito de la desaparición forzada –que no prescribe- y la tortura, se suma la complicidad de los jueces y el gobierno corrupto que trafica con nuestros derechos como si fueran de su propiedad. De la cadena de autoridades y funcionarios públicos, no hay quien se salve. Desde los torturadores hasta los diputados y senadores que modificaron las leyes para que los criminales y torturadores como él pasaran las farsas de procesos judiciales en su casa. Violación de los derechos humanos al cuadrado por cada una de las víctimas. ¿Cuántos años de prisión sería eso?
A Nazar Haro hay que condenarlo todas y todos, y hay que condenar también a los jueces que lo dejaron libre y a los gobiernos que consumaron su impunidad: desde los jueces en Monterrey Guillermo Vazquez Martinez y Jose Manuel de la Fuente Perez, hasta la SCJN. ¿Por qué si sabe que en sus manos está la última palabra de la justicia, elige mirar hacia otro lado?
Hoy se da un luto improbable porque este peligroso criminal murió sin haber enfrentado un castigo justo. Ante esto las mexicanas y mexicanos nos quedamos en un clima de indefensión. Sin embargo, el episodio no está cerrado: la tarea será lograr que el juicio de la historia imponga esa condena ejemplar para que casos como éste no vuelvan a tener un lugar en nuestro país.
No olvidamos. No perdonamos. No nos reconciliamos.
Juicio y castigo a los culpables y sus cómplices.
Los desaparecidos nos faltan a todos.