Las mujeres de Ayotzinapa (18)

Por Tryno Maldonado

Roma Cantor

Me llamo Roma Cantor. Soy madre de José Ángel Campos Cantor. A él lo soñé al principio, cuando lo agarraron, como a los 20 días. En el sueño lo vi, llegó a la casa en un carro de volteo. Se bajaron muchos, muchos chamacos. Pero como no los conocía yo, como estaban recién entrados en la normal… Cuando le hablé a mi hijo me dijo que me callara. Hizo como que no me conocía. Le dije: “Mijo, siquiera que ya llegaste”. Pero él me hizo una señal con el dedo para que no hablara. Su cabello estaba largo ya, estaba trenzado. En las trencitas tenía bolitas de colores. Me dije para mí: “Ay, ya le creció su cabello”. Lo vi bien, pues. Pero después ya nunca lo soñé.

Quién sabe. Yo pienso que están vivos. Yo digo que mi hijo anda por ahí…
Ya me habían operado de los ojos. Después de que pasó esto me empecé a sentir mal otra vez. Nada más de estar pensando en los chamacos. Tuvieron que operarme otra vez.

Cuando está una sola se acuerda de ellos. Cómo han de estar ellos. Qué les habrán hecho. Una se pone a pensar. ¿Hasta cuándo se irá a terminar esto? Queremos saber la verdad de ellos, porque no sabemos. Quisiera una saber lo que les hicieron.
Ángel ya estaba estudiando la prepa abierta. Iban a sacar ficha para Ayotzinapa. Faltaban como ocho días. Un día le habló su sobrino Iván y le dijo: “Tráete tus papeles, vamos a estudiar para el examen”. Iván estaba convencido de irse a trabajar al otro lado. Allá tiene familia. Pero se quedó para hacer junto a Ángel la semana de prueba en la normal. Les tocó juntos.

El día que pasó eso, Iván llegó a la casa y le pregunté por mi Ángel. “Ahí andan trabajando en la entrada de la normal, él les anda ayudando a los chavos a colar”. Ya como a las ocho o nueve de la noche, le hablaron de la normal a Iván. Estaba sentado ahí en ese sillón y que me dice: “Ahorita vengo. Está feo allá en Iguala”.

Un muchacho que vive allá en Iguala le dijo que todo eso lo tenían bien planeado. Qué casualidad que les decían a los padres que no entraran a Iguala. Estaba la balacera. Mientras a los muchachos los trasladaban a otro lado. Una combi pasó por la casa a preguntar si yo tenía hijos allá en Iguala. Que los balacearon. Como Iván me dijo que Ángel se había quedado trabajando, yo pensé que estaba en la normal. Los chamacos…

Ana Campos Cantor

Me llamo Ana María Campos Cantor. Soy hermana de José Ángel. Ayer le preguntaron en la escuela a la hija más chica de mi hermano, de cuatro años, que dónde estaba su papá. Ella dijo que estaba trabajando en México. Ahora que fue la fiesta de la Virgen de la Natividad le conté que en esa danza bailaba su papi, la danza de los tlacololeros. Y ella me dice: “Pero mañana que venga de México él va a bailar”.

Ahora que estuvimos viendo el documental Ayotzinapa. El paso de la tortuga, su otra hija, de 12 años, no dejaba de llorar. Estaba llore y llore por su papá. Tardó para consolarse. Como se vio ella misma en la película y vio a su mamá, su abuelito… todos estaban llorando. Vio en la película una carta que ella le escribió a su papá cuando iba a ser su primera comunión. Estaba más chiquita, toda greñudita.

A las niñas las veo como traumadas. Nada más tantito desaparece su mamá en la casa y ella, la más grande, se pone a llorar. Dice que le da miedo que a su mamá le vaya a pasar lo mismo que a su papá, que ya no aparezca. Un día llegué a la casa y le pregunté qué hacía y dijo que nada. Su mamá ya había tardado, no llegaba. Tenía sus ojos hinchados, como que había estado llorando. “¿Por qué estás llorando?”, le dije. “No estoy llorando, tía. Es que me duele mi cabeza”. “Dime por qué estabas llorando”, le dije. “Es que no quiero que le vaya a pasar a mi mamá lo mismo que le pasó a mi papá”.

Veo que ellas quisieran ver a su papá. Más la chiquita. Ella no lo conoció. A veces, como cuando viene el Día del Padre, ve a sus amiguitas que les van a festejar a sus papás. Me dijo: “Tía, van a festejar en el jardín el día del papá. Pero yo no voy a ir. Dice mi mamá que no, porque no está mi papá”. Su mamá no compra el material ni el regalo. Ni su abuelito ni sus tíos van al festival del padre. Las otras niñas le preguntan. Pero ella dice siempre que su papá está trabajando en México.

Blanca, la esposa de Ángel, siente más tristeza ahora que han pasado los años. Cada vez que nombramos a Ángel se pone a llorar. Ella casi no habla de eso. Los cuatro eran muy unidos. Cuando Ángel se iba a jugar futbol se las llevaba a las tres. Aunque fuera hasta Chilapa se las llevaba. Cuando se iba a trabajar, se llevaba a la más grande. A ella mucho le gustaba estar con su papá.

Él es más chico que yo. Yo quiero que esté aquí conmigo. Tengo esta foto de cuando íbamos a La Villita. Son mis hermanos Nancy, Chico, yo y Ángel. ¿Cuándo irá a terminar esto? Cuatro años. Quién sabe cómo han de estar estos chamacos. Me imagino cómo los han de tener… Me pongo a pensar. Soñé la otra vez, antes de su cumpleaños, que Ángel había llegado. Estábamos aquí. Blanca estaba muy contenta. Su hijas, bien contentas. Y él, bien risueño. Y greñudo, así como se peinaba. No sé si fue porque iba a ser su cumpleaños.

Luego desperté.