EZLN
“El cine imposible” – Subcomandantes Galeano y Moisés
Los Subcomandantes Insurgentes Galeano y Moisés cuentan la “historia del cine en las montañas del sureste mexicano” durante el Festival de Cine Puy ta Cuxlejaltic, Caracol de Oventic, 3 de noviembre de 2018.
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Invitación a la celebración del 25 Aniversario del Alzamiento Zapatista y a un Encuentro de Redes
Invitación a la celebración del 25 Aniversario del Alzamiento Zapatista
y a un Encuentro de Redes
EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL.
MÉXICO.
17 de noviembre del 2018.
A l@s individu@s, grupos, colectivos y organizaciones de las Redes de Apoyo al CIG:
A las Redes de Resistencia y Rebeldía o como se llamen:
A la Sexta Nacional e Internacional:
Considerando que:
Es madrugada.
Considerando que:
Hace frío.
Considerando que:
En esa bisagra del tiempo, donde no es día ni noche, ni dentro ni fuera, ni sombra ni luz, usted se descubre sin sueño, en esa incómoda vigilia que le hace vulnerable a los recuerdos, la memoria punzante de lo hecho y lo deshecho, la larga cuenta de las omisiones, la breve de lo realizado.
Considerando que
Usted se pregunta, no sin razón, a qué viene todo eso…
Porque usted está todavía tratando de asimilar ese “Todo es imposible la víspera”, que escucha-lee en ese desconcertante nano-mini-micro metraje del autodenominado “cine para leer”. Un filme (?) 30 años enlatado (literal: en una lata de sardinas) y presentado en aquel cine imposible, signado por un igualmente desconcertante escarabajo con ínfulas de andante caballero, y cuyo título (de la película, se entiende): “La 69 ley de la dialéctica” tampoco es muy racional. Una película sin imagen ni sonido, y compuesta por una sola frase. Dejando todo el peso a la imaginación de quien atiende a su ¿proyección?
En fin, todo parece absurdo aquí… ¿aquí?, ¿dónde diablos está? Pero tampoco tiene mucho tiempo para ubicarse, porque le apuran:
“Vamos pues”, le dice la niña.
Usted piensa que ya puede esperar cualquier cosa… pero al fin salen de la absurda sala de ese cine imposible, siempre de la mano de la niña. Aunque ahora le rodea a usted una banda de infantes donde, es evidente, son mayoría las féminas, con sus naguas y blusas de colores, sus prensa-pelo inútiles en esos cabellos desordenados.
Empiezan a caminar remontando el declive natural de la montaña.
Piedras, algo de lodo, la niebla, el camino, siempre el camino.
Usted ahora intuye que, desde el pie del muro apenas manchado por carteles y grafitis desgastados, ha recorrido una especie de espiral. Como si el sendero trazado le llevara hacia dentro de un caracol… o hacia afuera. Cada paso una estación. Lo mismo la falsa felicidad de la feliz familia feliz, que la simulación de la Gran Final, que la provocación de la pantalla como un puente imposible.
Y el muro omnipresente, indestructible, incuestionable, insistiéndole en que está prohibido pensar. Que todo está hecho ya. Que sólo le queda acomodarse como sea y en donde pueda. Que la eternidad es eso, eterna. El presente cambia, pero su lógica frívola y superficial permanece. Es imposible otra cosa. Es más, es imposible que usted piense, imagine, sueñe, que no es imposible otra cosa.
Caminan. Usted hace memoria:
La niña preguntó si lloran las películas que nadie mira, que no es sino otra forma de preguntar por los dolores y las rabias ignorados –el muro imponiendo la ceguera y la sordera hacia lo otro-. ¿A quién se le ocurre preguntar eso? Sí, eso y otras cosas. Por ejemplo, cuestionar la existencia del muro. El muro. Ahora usted lo mira con atención. Tan alto como alcanza su vista o su larga vistas. Tan extenso que ni vale la pena medirlo, -¿para qué?-. Su sólida construcción. Su apariencia impecable… bueno, no tanto…
Tomando un poco de distancia, el muro se llena tanto de grafitis como de grietas. Las más de las veces sin que se puedan diferenciar unas de otros. Como si la solidez del muro dependiera de la vista corta. Porque para poder leer esa gran pinta que le hiere la rugosa fachada, hay que tomar suficiente distancia.
“Aunque el camino será largo… aquí seguiremos”, le dice la niña que dice la pinta en el muro que no dice nada, mudo, resignado a que los sucesivos administradores manden cuadrillas de trabajadores contra ese grafiti para borrarlo, taparlo, silenciarlo, exterminarlo.
“No la había visto”, se disculpa usted.
“De por sí, todavía”, le responde la niña, y agrega: “pero aquí seguiremos”.
¿Qué tanta distancia se necesita para mirar eso? Usted cree que sólo lo pensó, pero la niña le responde: “Lejos”.
¿Pero cómo cuánto?, insiste usted.
“Como más de 500 años”, le dice la niña sonriendo con malicia.
Y como no queriendo, un rap acompasa los pasos de esa pandilla de infantes que le acompaña:
Llegamos de tan lejos
En todos sentidos, tan lejos
En silencio llevamos una fuerza
Tan lejos, cada uno tiene la carga de su camino.
Cantando la luz en las ruinas de un mundo quemado. (*)
Ese sonido, ¿viene de dentro o de fuera? ¿Es ésa la banda sonora de éste su viaje anacrónico, absurdo, irremediable?