La lucha por la vida en las ciudades
Defensa del territorio, irrupciones subterráneas, proyectos de autonomía

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Presentación
Marcelo Sandoval Vargas

Las ciudades surgieron como espacio de libertad, significaron la huida de aquellas personas que decidieron no someterse, que apostaron por el pensamiento libre y que estuvieron dispuestas a autoorganizarse con una colectividad para evitar ser dominados. Ahora las ciudades han muerto, se han convertido en conurbaciones, en megalópolis, que organizan la vida en favor del mundo del capital. La ciudad capitalista en un espacio ordenado para producir, distribuir y consumir mercancías, todo está subordinado al valor. El tiempo está organizado de acuerdo con la lógica del trabajo, un tiempo semicíclico que divide el devenir en instantes iguales e insignificantes, donde todo se vuelve un tedio.

La civilización moderna ha llevado las relaciones patriarcales y colonialistas a alcances nunca vistos en la historia de la humanidad. Son parte de la guerra que libra este sistema contra sus posibilidades de sobrevivencia, ya que ha creado problemas que no pueden resolverse dentro de la propia lógica del orden social imperante, “nada cabe esperar de la evolución del capital si no es un empeoramiento progresivo de las condiciones de existencia humanas y del planeta” (Vela, 2018: 292). Cada dimensión de este mundo entraña la totalidad del desastre, el cual, además, “no ha sido nunca secreto. Todo lo que hacía falta para comprender hacia dónde nos llevaba el «desarrollo» estaba ahí desde hacía décadas” (Riesel y Semprun, 2020: 25). Por tanto, si pensamos en el territorio, se puede comprobar de qué manera, con la disolución de “ciudades, campos y áreas urbanas, las infraestructuras de los sistemas modernos de comunicación reintegran a los individuos aislados y a los residuos de la antigua ciudad en el vasto territorio homogeneizado y planificado de la economía totalitaria” (Encyclopédie des Nuisances, 2007: 28); no es posible resolver los problemas sobre el espacio de vida dentro de los parámetros de las conurbaciones actuales, porque no es un problema de reordenación o apropiación de los espacios públicos, la metrópolis es el problema mismo, de ahí que la necesidad está en crear nuevas territorialidades de resistencia. Esto debido a que se dilucida que la conformación de una:

[…] metrópoli global integrada es el proyecto y el resultado de la colonización histórica occidental de al menos un planeta a manos del capital. En una época en la que todo lugar posible sobre la Tierra se ha vuelto «colonia», toda colonia tiende a convertirse en «metrópoli» (Consejo Nocturno, 2018: 13).

Es la producción de espacio que instituye “una nueva feudalidad que ha de expresar mediante el aislamiento y la dispersión, y con toda la brutalidad, la organización espacial del espectáculo de la circulación de mercancías y de los humanos” (Encyclopédie des Nuisances, 2007: 28). Por lo mismo, la ciudad capitalista es la destrucción de los territorios y las comunidades; donde hay urbanismo, éstos desaparecen. Lo que provoca la disolución de las relaciones auténticas y solidarias, es su sustitución por

[…] los rackets [que] expresan una necesidad de acceso personal a la comunidad. Pero en las zonas de guerra éstas son falsas comunidades, pesadillas posando de sueños. Los rackets resultan de la descomposición de la sociedad, y además contribuyen a ella, incautando las soluciones humanas, mediante la destrucción de toda esperanza en el futuro (Palinorc, 2021: 17).

En este sentido, se puede reconocer una “violencia reticulada, sin centro, que brota desde todos los márgenes y se autonomiza del Estado” (Rodríguez, 2014: 28) que se encarna en los espacios urbanos, principalmente en las periferias de las megalópolis. Una violencia generalizada que no debe verse como una consecuencia, sino que es el factor que produce y da forma a las propias urbes capitalistas:

[…] resulta difícil pensar la historia de las ciudades latinoamericanas, sin considerar la violencia como parte de su matriz constitutiva. La conquista y la apropiación de tierras y ciudades a los pueblos originarios, las guerras de independencia, las rebeliones populares […] dictaduras de toda laya y el horror del terrorismo de Estado, las sucesivas crisis económicas y las migraciones forzadas, son solo un ejemplo del vínculo existente entre tiempo histórico y forma física, que ha moldeado su topografía y condicionado su producción socio espacial (Schachter, 2014: 85).

Los territorios urbanos, particularmente las periferias, se convierten en lugares marcados para “el saqueo privado a la administración a gran escala y el acceso burocrático (y legal) al tesoro nacional” (Palinorc, 2021: 1). Pero ya no solo se tiene que lidiar con el Estado en esos territorios urbanos, la destrucción de las comunidades que provoca el urbanismo capitalista provoca que las persones terminen enfrentadas entre sí y que, además, para sobrevivir, accedan a pseudocomunidades que den un falso sentido de pertenencia, las aglomeraciones de población en espacios pequeños, la represión policial cotidiana, el control territorial para la producción y distribución de drogas, las condiciones de precarización y explotación laboral, los largos trayectos que tienen que hacer las personas en transporte público, la disolución de los tejidos sociales barriales, todo ello provoca “la fragmentación de la sociedad mercantil y su consecuente guerra de todos contra todos, crea suelo fértil para los rackets” (Palinorc, 2021: 1).

Lo que ahora llamamos ciudades son un sucedáneo. Lo que llamamos vida es una apariencia. Lo que antes era habitar ahora es movilidad. Cada espacio y tiempo dentro de las megalópolis está marcado por el Estado, el capital y el patriarcado. Está colonizada nuestra cotidianidad. Sin embargo, ninguna victoria es definitiva para los poderosos, ninguna persona o comunidad, por más alienada que esté, prescinde de formas de resistencia o de insumisión. Debajo del concreto está la playa, como decían los insurrectos de mayo del 68. La ciudad del capital existe porque niega el territorio, y el territorio es la negación de la conurbación.

La clave para resistir, para luchar contra el urbanismo totalitario, está en la lucha por el territorio, en la defensa de lo comunitario que sigue vivo. Y debajo de la ciudad tenemos territorio, podemos crear territorialidades de ruptura. En este sentido, es necesario pensar y hacer, en la perspectiva de entender los procesos de dominación y los modos en que se instituyen un espacio y un tiempo para reproducir y ordenar la cotidianidad en el sentido de desterritorializar a las personas, destruir las comunidades e impedir formas de habitar la tierra que no resulten nocivas para la vida. Pero, también, en la perspectiva de resistir desde los territorios que siguen en pie en el interior de las ciudades o con la tentativa de ocupar espacios mercantilizados para transformarlos en territorios en ruptura, en antagonismo desde donde se generen las bases para insubordinar la vida cotidiana.

Por todo esto, en la Cátedra Jorge Alonso se consideró pertinente desarrollar una serie de reflexiones que pudieran ayudar a entender las características de la ciudad capitalista actual, su historia y reestructuración en la dirección de favorecer la reproducción de relaciones patriarcales, de explotación y dominación. Junto a esto se incorporan análisis sobre procesos insurreccionales y de lucha que emergieron desde las ciudades, donde se dejan ver sus prácticas, horizontes de futuro y formas de organización, así como los modos de resistir a la represión y a la violencia.

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Publicado en Cátdedra Jorge Alonso y Camino al andar