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La telefonía comunitaria, el desafío que crece

Gloria Muñoz Ramírez / Desinformémonos
15 octubre 2015 6

Santa María Yaviche, Oaxaca. Es la organización de los pueblos y no una multinacional de la comunicación, la que hoy hace posible que 16 comunidades de la sierra de Oaxaca se comuniquen por teléfono celular. Para algunos esto representa más que una llamada telefónica. Es la certeza de que la autonomía en comunicación es posible, porque ya existe. Son ya tres mil aparatos móviles conectados a redes comunitarias, las únicas en las que mensajes como “tu saldo ha terminado”, se pronuncia en lengua originaria, el zapoteco de El Rincón, donde los adolescentes también lo usan para “conocer más muchachas” y entablar una relación que se les dificulta en persona.

Hablar por el aire, la tecnología también es nuestra (Video)

Telefonía celular: La autonomía es poder construir cosas con lo que tenemos (Foto reportaje)

Esta red no nace como provocación o amenaza para gobiernos o trasnacionales. Es más que eso. Todo un desafío basado en la toma de decisiones por asamblea y en la organización por un objetivo común: comunicarse. El precio puede ser hasta diez veces menor al costo de la telefonía comercial, dependiendo del uso y necesidades. Son 30 pesos mensuales con llamadas locales ilimitadas.

¿Un peligro para las transnacionales de la comunicación? “No sé, puede ser. En todo caso no lo hacemos con esa intención. Yo supongo que puede ser un peligro, pero más a nivel simbólico”, señala Peter Bloom, coordinador general de Rhizomática, la organización sin fines de lucro que acercó la posibilidad a las comunidades. “Las empresas no van a dejar de existir porque la gente use una red comunitaria y no una empresarial. Pero en el terreno de los símbolos yo creo que representa un desafío al sistema actual de cómo se hacen las cosas. El proyecto permite romper unos mitos. Cada vez vivimos en un mundo más tecnificado, compuesto de sistemas complejos que no entendemos y, en este sentido, tomar algo que todo el mundo dijo que era empresarial, se veía como un gran error. Hoy vemos que desarrollar tecnologías que no son de uso fácil, y hacerlo en contextos desfavorecidos económicamente, puede ser muy poderoso”, advierte el promotor.

La telefonía comunitaria no es que le da poder a los usuarios de la sierra, aclara Peter, pues “trabajamos en lugares en los que tienen muy claro que tienen poder. Hemos tratado de seleccionar comunidades convencidas de su capacidad de hacer cosas. La telefonía, en todo caso, se agrega a lo que hacen”.

Las comunidades, explica el creador del proyecto comunitario que por sus características ha sido visitado por cientos de medios de comunicación nacionales e internacionales, “ya viven en autonomía, y para ellas esto no es un rollo teórico, sino algo cotidiano. Es solucionar lo que hay que solucionar. Lo autónomo puede ser muy bonito en teoría, pero hacerlo es un chingo de trabajo. La telefonía es parte de ese proceso que tiene que ver con cómo se construyen los caminos entre los pueblos, cómo se organizan las fiestas, las bandas, etcétera. Ahí se inserta este proyecto”.

Pedrito, como le dicen en las comunidades, inició esta aventura en comunidades de Nigeria, donde junto a defensores de derechos humanos, buscaba una manera de construir una red de telefonía alterna a la infraestructura que existía, por cuestiones de seguridad y de costo. “Esto hizo que empezara un largo viaje para buscar soluciones técnicas a diferentes cuestiones que tenían que ver con las comunicaciones”. Rizhomática es producto de esta búsqueda. Hoy es una organización de personas con afinidades acerca de la tecnología y su liberación: “nos dedicamos concretamente a conectar a comunidades con servicios autogestionados de telecomunicaciones”.

La autonomía es hacer cosas con lo que tenemos, sin depender

En la región de El Rincón, en plena sierra zapoteca, se come de la tierra que, generosa, ofrece de todo. “Por eso somos felices”, dice, sin más, Oswaldo Martínez Flores, de la comunidad Santa María Yaviche, enclavada entre las montañas de un estado rico en cultura y complejo en formas de organización comunitaria.

Las cabras de recién ingreso se desplazan en una parcela en las que se inicia “un proceso con otra enseñanza, un lugar de experimentación que sirva verdaderamente para nuestras comunidades aledañas, para nuestra gente”, dice el egresado de la Universidad Autónoma de Chapingo, quien sueña en colectivo con construir aquí una universidad autónoma.

-¿Qué es para ti la autonomía?

La autonomía es poder construir cosas con lo que tenemos. La autonomía se construye desde nuestra visión, sin depender tanto de cosas que vienen de afuera y que aquí rompen con la forma de vida que tenemos nosotros como zapotecos.

Un ejemplo de autonomía es la comida. Con sembrar aquí un chayote, una papa, una piña, tenemos para comer. La autonomía podríamos tenerla en la cuestión alimentaria, el problema es que nos enseñaron el dinero y a que todo hay que comprarlo.

Este es el contexto organizativo al que se refiere Bloom. Rhizomática cae en blandito en comunidades como Santa María. No todas, es cierto, tienen tan claro el proyecto, y aquí ha sido parte de un proceso. “Empezamos desde nosotros, luego nos fuimos a la familia, nos empezamos a juntar. Empezamos con la radio comunitaria porque aquí no teníamos los medios de comunicación. Nos llega la televisión, pero de la región no había nada. Por eso iniciamos con una radiodifusora y ese fue el primer paso de nuestra autonomía. Mucha gente nos decía ‘es que no hay reconocimiento oficial’, sí, pero nuestra intención no es adoctrinar, sino hacer que sepan que hay otra información y que comparen”, explica Waldo.

Estando de lleno en el proceso organizativo de la comunidad, surgió la demanda de la gente por comunicarse. “Fuimos a las oficinas de Telmex para buscar teléfonos domiciliarios. Lo primero que nos dijeron es que somos un pueblo chiquito. Luego nos acercamos a Telcel y nos dijeron que necesitábamos ocho millones de pesos para que instalaran una antena y un mínimo de 5 mil usuarios. La población máxima de toda la región de El Rincón es de 12 mil personas. Casi la mitad de la población debía tener su celular”.

En la búsqueda, Waldo coincidió con Peter Bloom y conoció Rhizomática. La asamblea del pueblo dijo “sí queremos, pero no hay dinero, cómo le hacemos. Mejor les autorizamos que ustedes, los que manejan la radio, sigan con ese proceso de telefonía”.

Cuando el proyecto empezó a hacerse realidad, la gente se sorprendió: “no podían creer que nosotros mismos podíamos controlar la telefonía”, recuerda Waldo. “Por eso digo que la autonomía hay que vivirla, hay que hacerla, hay que ejercerla. En la telefonía se pensaba que sólo la gente que tenía dinero, la clase alta, podía estar hablando por celular. Y no. Metimos todos los mensajes, todo el manejo, toda la administración en lengua zapoteca. Cuando tú vienes y recargas no dice ‘su saldo a favor es’, sino que lo dice en zapoteco. No tenemos a nadie más arriba que nos diga qué tenemos que hacer. Nosotros vemos cómo, desde la radio, telefonía, el campo. Ya estamos en un proceso de educación, también pensamos en una universidad autónoma en la que lo que los que saben algo lo van enseñar a los que apenas vienen, y quien ya aprendió le va a enseñar al otro. Los que sepan de telefonía también van a enseñar. Y así nos vamos”.

El corazón de la telefonía celular

Peter no duda: “el corazón de este proyecto está en las personas, en la gente, tanto de las comunidades como del equipo de Rhizomática. Eso hace que funcione, que siga, que crezca, que se desarrolle. Hay un componente tecnológico y otro legal, que son los pilares de soporte de ese corazón; digamos que son las piernas que permiten que este proyecto humano continúe”.

El gran porqué, explica, parte de una necesidad. Las comunidades de Oaxaca, y muchas otras rurales de México y del mundo, han sido privadas de su derecho a la comunicación y eso es lo que motiva al proyecto: encontrar soluciones a escala humana que pueden permitir que las personas ejerzan su derecho.

La telefonía celular comunitaria tiene tres aspectos: el tecnológico; la manera de organización de los pueblos; y la parte legal. En la parte tecnológica, dice Bloom, el desafío ha sido cómo hacer funcionar los teléfonos celulares que la gente ya tiene, aunque viva en lugares sin cobertura, lo que implica mucho desarrollo y programación. Hay una parte muy compleja de programación que sólo algunas personas en el mundo manejan. Y hay otra parte que ha sido participativa y las comunidades han ayudado a diseñar.

“Cuando empezamos a querer hacer telefonía celular comunitaria no había nada a seguir”, recuerda y, en ese sentido, “tuvimos que inventar un montón de cosas, desde la administración. Eso es un proceso que se hizo con las comunidades”.

La parte legal también ha sido otro gran caminar. “Cuando empezamos con este sueño mucha gente dijo no va a ir a ningún lado porque es ilegal.´ Pero nosotros seguimos involucrando a las mismas comunidades en un proceso más activista, de cabildeo, de reuniones, para meternos en el Ifetel. Siempre fue bien recibido el proyecto, no nos cerraban la puerta. No hubo tanta resistencia, sólo que no había un ejemplo a seguir. Fue un malabar jurídico. Todo lo que se armó, el modelo que tenemos, es un trabajo jurídico bastante interesante que empieza con una solicitud de las comunidades de la sierra, se juntan más de 30 comunidades en Talea en 2012, y escriben una carta al gobierno diciendo nosotros, ahora que tengamos la posibilidad de hacer la telefonía, la vamos a hacer y nos vamos a basar en esto esto y esto y ahí se ven”. La carta a la SCT decía “por tantos años hemos estado pidiendo este servicio y no se ha cumplido. Nosotros ahora hemos investigado y vemos que esta parte de la ley nos ampara, y por lo tanto vamos a empezar a dar nuestros propios servicios”.

En el 2015 se abre una concesión social que no existía en el 2012, mediante la cual una comunidad u organización social puede ser concesionaria, y operar bajo sus propios términos servicios de telecomunicación y radiodifusión. La parte más importante para nosotros fueron las frecuencias que usan nuestros teléfonos. Y ahora hay una parte de esas frecuencias que está destinada a ese uso social, por lo que ya es totalmente legal, el proyecto está dentro de la ley, y además hay una disponibilidad de frecuencias que es algo que no existe en ninguna otra parte del mundo. Ese logro ha sido muy importante y permite que ahora se expanda sin ningún impedimento legal”.

El tercer componente del proyecto es la organización comunitaria, lo que tendría que pasar a nivel de comunidad para que realmente se pueda dar. “Ahí fueron un montón de pláticas y asambleas para decidir cómo se debería organizar eso”, explica Bloom.

En una lógica empresarial, explica, la empresa da el servicio y el usuario no tiene ningún derecho de decisión. “Se puede quejar, y tal vez le van a hacer caso o no. En el modelo de nosotros la gente es la dueña de la red que utilizan y tienen que asegurar que siga funcionando con sus cuotas de recuperación. Es una lógica totalmente distinta que tiene ciertas ventajas en cuanto a quién se encarga de las cuestiones cotidianas de la red. Eso es algo que para el gobierno es muy difícil de solucionar. En este caso, toda la gente invirtió su dinero, y sigue invirtiendo para que pueda seguir funcionando, por eso tienen más compromiso”.

El proyecto inició en Talea de Castro, luego se fue a Yaviche y hoy son 16 redes en el estado de Oaxaca, de las cuales más de la mitad están en la sierra de Juárez, otra parte en la sierra norte, y cuatro en la mixteca.

Cada mes hay entre de 2 mil 500 y 3 mil usuarios, lo que significa que a final de mes cerca de 3 mil personas pagaron su cuota de recuperación de 30 pesos.

– ¿Han pensado en ponerlo en otros estados?

Sentimos que en la medida que este proyecto tenga éxito, se va a ir reproduciendo por sí sólo. Nosotros como Rhizomática tenemos una capacidad limitada, pero sentimos que las personas de Chiapas o las personas de Sonora o de donde sean, son las mejores para decidir cómo, cuándo y con quién van a implementar el proyecto. Pueden invitarnos o hacerlo ellos.

-¿Qué preguntas se hacen ahora?

Aquí el gran signo de interrogación es si se va a expandir y cómo. Y, por otro lado, y es lo que más nos preocupa, que sea de calidad. Levantar la primera red fue mucho esfuerzo, pero no podíamos clavarnos tanto en qué tan bien se escuchaba el audio. Hoy es algo que nos preocupa mucho.

Ahora que hay 16 comunidades, nos aseguramos que lo que ellos tienen es lo mejor, que la inversión, el esfuerzo que han hecho ellos vale la pena porque tienen algo que se escucha bien, que funciona siempre, y eso es algo muy muy difícil de alcanzar y ya lo estamos viviendo. Estamos viendo que hay otros sistemas que se están cayendo a pedazos, como el internet o la red eléctrica, de los cuales dependemos nosotros para dar el servicio. Te vas metiendo en estas cuestiones de que podemos dar un servicio local muy bueno pero se va la luz cada día, y por eso se va el servicio.

Del otro lado, hacia dónde va y cómo. Cómo hacerlo más grande, cuáles son los mecanismos que deberíamos buscar o implementar para que eso pueda pasar. Yo siento que nuestra obligación es hacerlo bien. Eso significa seguir aprendiendo, estar haciendo públicas las cosas que hemos desarrollado. Compartir con el resto de la humanidad.

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Nosotros simplemente estamos haciendo lo nuestro

¿Este es un proyecto anticapitalista?, se le pregunta a Waldo, quien responde con su niña en brazos: “Nosotros simplemente estamos haciendo lo nuestro. El capitalismo, el neoliberalismo, sabemos que lo único que quieren es poder, hacer más dinero. Lo que a nosotros nos interesa es el servicio. Aquí con un poquito de dinero y que nos dejen en paz, podemos vivir tranquilamente. Viéndolo así, desde la parte intelectual, todo lo que estamos haciendo sí va contra el esquema de arriba. Ellos piensan en dinero, en ganancia, nosotros pensamos en servicio y en la vida”.

¿Y no afecta la telefonía celular la cultura de los pueblos?, se le inquiere. “La telefonía”, responde, “refuerza nuestra cultura, porque en la ciudad hablas en español por tantos años de colonialismo, y a la gente le da pena hablar en zapoteco. Aquí la gente habla en zapoteco en su celular. Con en el internet nos ha llegado mucha información, de ahí sacamos lo de las cabras que no conocíamos. No por usar internet ya somos Bill Gates, capitalistas. Nosotros lo que estamos usando es puro software libre, porque tenemos que partir un poco de la libertad. Hay que hacer filtros, platicamos con los padres, con la gente, para ir de la mano porque también hay cosas que no podemos hacer. Nosotros como zapotecos o como pueblos indígenas siempre les vamos a dar el avión, sólo vamos a agarrar lo que para nosotros es bueno, para nuestra cultura, para nuestra familia, para nuestra vida.

Creo en la organización de los pueblos

Peter peina la sierra como si hubiera nacido aquí y no en Pensylvania, Estados Unidos. Se inició en el activismo trabajando con migrantes al tiempo que cursaba Estudios Urbanos en la Universidad. Hoy recorre los caminos de Oaxaca, vive su complejidad política, sus contradicciones y su belleza.

Los desafíos son muchos. “Cómo existir, cómo coexistir y cómo seguir enfrentando todo lo que existe que no está bien y que no funciona. El hecho de que haya cosas que no funcionan bien significa que muchas personas viven en condiciones que podrían ser mejores”. En este sentido, “haber privatizado todo fue un gran error, no sólo en términos políticos, sino en cómo funcionan las cosas”.

Peter se autodefine como un cínico, más aventado al anarquismo libertario, pero, dice, no cree en nada. Luego se contradice. Hay algo que lo mueve y es el motor de sus iniciativas: “la organización de los pueblos, claro. Si queremos vivir en un mundo mejor tenemos que hacer cosas, no sólo hablar sino ensuciarnos las manos. Haber conocido las comunidades me ha dado mucha esperanza de que se pueden hacer cosas. En eso deposito mi energía”. No se trata, dice, de “esperar la gran revolución”, pues, además, “las revoluciones tampoco son la gran cosa. El cambio tiene que darse de abajo hacia arriba. Hay que hacerlo, construirlo, y empezar a experimentar”.

-¿Cómo podemos imaginar este tipo de experiencias en lugares urbanos?

Va a surgir por sí sólo. Todo el mundo tiene derecho a ser más autónomo y más libre.

Yo siento que cuando no existe la necesidad, tiene que existir la conciencia. Esa parte es muy difícil cuando hablas de tecnología. En el contexto urbano ese es el desafío pues no necesariamente existe la necesidad. Lo que se requiere es un gran esfuerzo para imaginar otra cosa y para empezar a construir. Pero no se puede construir nada sin conciencia.

La telefonía comunitaria, recuerda Peter, se dio a conocer hace tres años a través de la página de Desinformémonos. Hoy es famosa en todo el mundo y, por eso, “para mí esta entrevista y este recorrido significan un ciclo. Hemos avanzado mucho, pero siento también que nunca hemos estado tan lejos de alcanzar los objetivos. Falta mucho por hacer, pero si hoy este proyecto ha logrado esperanzar a las personas y cambiar la vida cotidiana, pues qué bueno. Queremos que sea algo más que eso. Estamos frente a mucho más trabajo”.

Talea, la pionera

En la sierra norte de Oaxaca, enclavada entre montañas, se encuentra Villa Talea de Castro. La atmósfera es semiurbana. Las torres de comunicaciones despuntan en el paisaje. Las grandes empresas de telecomunicaciones están aquí instaladas: Telmex, Telcel, Movistar, pero el servicio es muy caro, por encima de las posibilidades de sus más de 2 mil habitantes.

Keyla es la responsable del servicio de telefonía comunitaria. Aquí se experimentó la primera red hace tres años, y aquí continúa perfeccionándose. “Yo creo que hemos superado varios obstáculos. Hacer funcionar la telefonía ha sido todo un reto, pues es algo que nunca había existido. Hoy por hoy es el único que existe en el mundo y afortunadamente nos estamos ampliando a muchas comunidades”.

La entrevista se realiza en el ventanal de su casa. La mirada es panorámica por el verde de la sierra. Keyla es alegre, vital, echada para adelante. Orgullosa del proyecto, cuenta que antes sólo podían hacer llamadas y enviar mensajes, “y ahora ya podemos conectarnos a través de roaming, y comunicarnos con otras comunidades que tienen este servicio sin importar la distancia y, lo más importante, gratis”.

La tecnología, dice Keyla, obliga. “Nuestra comunidad está llena jóvenes todavía, a diferencia de otras comunidades de la sierra. Ellos te piden, te exigen estar en contacto, comunicados a través de las redes sociales. Por eso estamos pensando en tener un proyecto de internet comunitario. No vamos a quitar el dedo del renglón, ya platicamos con algunas personas sobre cómo lo podríamos hacer, de dónde jalamos la fibra óptica y ese tipo de cosas. Para nosotros, después de que logramos la telefonía comunitaria, ya todo es posible”.

Mujer de sueños y objetivos, Keyla vislumbra el momento en que “este tipo de proyectos y tecnologías propias puedan llegar a más mujeres”, pues, dice, “me ha tocado ver o asesorar a administradores de estas mismas redes, y en ellas sólo hay una mujer, aparte de mí. Me parece que ella es la más inteligente, que todo lo agarra más rápido. Por eso sueño con que la tecnología tenga igualdad, equidad”.

La administradora de la telefonía comunitaria en Talea cuenta con emoción la primera vez que se probó el aparato en una comunidad diferente “y una mamá pudo hablar con su hijo, y lloró cuando escuchó su voz”. En ese momento, dice, “todo lo que pasaste vale la pena”. Hay niños, dice, “que no conocen a su papá porque se fue de migrante cuando su mamá estaba embarazada, y ahora pueden hablar con él a cada rato”. Y así hay muchos ejemplos de cómo se ha transformado la vida con la telefonía.

“Sí, este proyecto sin duda nos da más autonomía”, concluye.

Proyecto Rhizomática

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