derechos humanos
Mujeres que luchan, zapatismo y la grieta pospatriarcal anticapitalista
Por Xochitl Leyva Solano
Cómo y quiénes en medio de las guerras “ponen el cuerpo”; cómo esto se ha dado bajo el faro zapatista y el caminar de este movimiento junto con mujeres y jóvenes de las resistencias, con activistas alter y anti y con feministas comunitarias, post y decoloniales, de diversas partes del planeta Tierra, llegadxs a Chiapas –entre 1994 y 2018– atraídxs por dicho faro. Hago esta reflexión con motivo de los 25 años de la rebelión zapatista y a la luz del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, convocado por las mujeres zapatistas y realizado en su territorio autónomo en marzo de 2018. Escarbo en nuestra memoria colectiva, voy en espiral, tejo parte de nuestras experiencias organizativas que no paran, ya que seguimos buscando colectivamente la mejor manera de construir alternativas más allá del Estado-nación, del (hetero) patriarcado, de la democracia representativa y de la modernidad/colonialidad. Búsqueda que nunca se hubiera dado de no ser por el levantamiento zapatista y lo que en estos 25 años han construido: la autonomía zapatista de facto y sin permiso que ha servido de faro, literalmente, en los 5 continentes y a las luchas anti capitalistas y anti patriarcales del mundo.
Vale aclarar que cuando hablamos de lo que hemos caminado nosotrxs podríamos dar una idea equivocada, hacer pensar que ya hemos avanzado mucho, cuando en verdad son más bien las mujeres, lxs jóvenes, lxs niñxs, lxs mayorxs y los hombres de los pueblos indígenas, negros, campesinos en resistencia quienes nos llevan años luz en la creación de formas organizativas alternas; para muestra un botón: el EZLN, el Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Concejo Indígena de Gobierno (CIG). Ellxs y muchxs otrxs que aquí no menciono son quienes han puesto y continúan poniendo el cuerpo y lxs muertxs al enfrentarse, encarnadamente y a lo largo del Abya Yala, a las múltiples cabezas de lo que lxs zapatistas llaman “la Hidra Capitalista”; y también algunas feministas: la ofensiva globalizadora del capital expresada como guerra contra las mujeres, producto del daño cognitivo milenario (patriarcado).
Un mundo donde quepan muchos mundos no es un mero eslogan. Se hizo carne cuando las zapatistas nos convocaron al encuentro de las mujeres que luchan.
Treinta y un años han pasado desde mi llegada, por primera vez, a la selva Lacandona en aquel diciembre de 1987. Llegué respondiendo a un llamado de los campesinos habitantes de esa zona. Ellos preparaban clandestinamente el movimiento armado, pero en su dimensión pública convocaron a universitarixs para trabajar en el programa de desarrollo integral que estaban coordinando. Nos recibió un grupo de delegados, todos concentrados en el corazón de la Lacandona, en el ejido Guanal. Fue impresionante ver desde la avioneta reunidos a 250 delegados, 250 cuerpos de hombres tseltales, tsotsiles, choles y tojolabales representantes de 117 ejidos y 24 rancherías localizadas en un territorio en el que tenían, ya desde entonces, gran control y un sofisticado modo de gobernarse a nivel regional. A pesar de ello no había ni una sola mujer en la concentración que nos recibió y tampoco ninguna tomó la palabra durante la asamblea, aunque sí estaban presentes como parte fundamental de la comisión encargada de cocinar para todxs. Cruzamos miradas en la cocina pero no palabras, no porque ellas no hablaran español ni nosotras tseltal, sino más bien porque entonces la política era concebida y vivida como un asunto de hombres, entre hombres, para el bien común llamado “el comón”.
Por lo que me tocó vivir –entre diciembre de 1987 y diciembre de 1993– dentro de esa subregión de la selva, podría decir que entonces las mujeres adquirían diferenciadamente cierta voz en la casa y/o en la comunidad de acuerdo a su edad, su cargo, su situación económica y a la posición de su esposo en la estructura política y religiosa comunitaria. Tenían algo que podríamos llamar una voz delegada por los hombres de la comunidad. Hoy, en cambio, han construido, desde la resistencia zapatista, una potencia propia, un poder propio, dentro de un poder autónomo. Las mujeres, anteriormente, no tenían una mirada colectiva antisistémica –tampoco nosotras– y mucho menos la capacidad colectiva para convocar, como lo hicieron en diciembre de 2017, a las mujeres del mundo para luchar contra el “sistema capitalista machista y patriarcal”.
Tuvieron que pasar tres décadas, en las que se dio la emergencia del movimiento continental contra el V Centenario del “Descubrimiento de América”, en que el EZLN salió de su clandestinidad, en que levantaron la voz las insurgentas, milicianas y mujeres bases de apoyo zapatista haciendo carne y cotidianidad la Ley Revolucionaria de Mujeres. Tuvieron que pasar décadas en que emergieron y se fortalecieron por todo el continente los movimientos de mujeres indígenas y negras, floreció la autonomía zapatista en medio de la guerra contrainsurgente, de la guerra contra el narcotráfico y de lo que lxs zapatistas llamaron muy tempranamente “la guerra de exterminio contra los pueblos”.
En medio de la violencia y la muerte, emergen las prácticas autonómicas de las zapatistas, sus reivindicaciones de igualdad, diversidad y diferencia a la zapatista.
Todo eso y más tuvo que suceder para que ese 8 de marzo de 2018 viéramos y viviéramos en la misma selva Lacandona, pero ahora en el Caracol de Morelia, un despliegue impresionante de 2000 mujeres zapatistas tseltales, tsotsiles, choles, tojolabales y mestizas provenientes de los cinco Caracoles. Ellas fueron nombradas para recibir y convivir con las miles de mujeres del mundo quienes respondieron a la convocatoria del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan. La convocatoria decía textualmente:
Si eres hombre, de balde estás escuchando o leyendo esto porque no estás invitado. A los varones zapatistas los vamos a poner a hacer lo necesario para que podamos jugar, platicar, cantar, bailar, decir poesías, y cualquier forma de arte y cultura que tengamos para compartir sin pena. Ellos se encargarán de la cocina y de limpiar y de lo que se necesite.
Y así sucedió. Esto, que podría ser reducido a la imagen de un mundo al revés, podría también ser visto como una grieta pospatriarcal poscapitalista en la que todas pusimos el cuerpo, la mente, el corazón, el hígado… para seguir construyendo las alternativas al capitalismo, a la democracia representativa, al patriarcado y al machismo. No pretendo homogeneizar, ni romantizar, ni “explicar”, sólo quiero señalar un par de elementos que pudieran ser relevantes para el argumento central de este breve texto.
La diversidad de las mujeres que respondieron al llamado de las zapatistas nos recuerda la existencia del pluriverso, o sea, la multiplicidad de mundos que coexisten. El pluriverso nos hace ver que el mundo –contrariamente a lo que la modernidad nos ha hecho creer– está compuesto de muchos mundos, de muchas galaxias como afirman lxs zapatistas. “Un mundo donde quepan muchos mundos” no es un mero eslogan: se hizo carne, nuevamente, cuando las zapatistas convocaron a este encuentro, desde una categoría incluyente muy propia de ellas que parafrasearon como “las mujeres que luchan”, señalando que se referían a todas las “que no están de acuerdo con lo que nos hacen como mujeres que somos”. Y agregaban: “Te invitamos a encontrarnos, a hablarnos y a escucharnos como mujeres que somos”.
Ahí estaban feministas y no feministas. Mujeres de los cinco continentes, de todas las edades, mujeres que eran jóvenes cuando el levantamiento de 1994 y que se iniciaron en la otra política con el zapatismo. Mujeres que nos reconocimos como mujeres al ver paradas frente a nosotras a las comandantas zapatistas. Mujeres que las han estudiado, que las han apoyado en cada una de sus iniciativas; mujeres curiosas que nunca las habían visto y hasta mujeres que sólo iban al zapatour. Mujeres del color de la Tierra, mujeres blancas y negras, lesbos, trans, queer, darketas, artivistas, cibernautas, campesinas, catequistas, religiosas del abajo, universitarias, docentes, hijas con sus mamás, lideresas, defensoras de derechos humanos, músicas, teatreras, payasas, bailarinas, esculturistas, fotógrafas, pintoras, etc…
Ahí estábamos poniendo nuestro cuerpo frente al despojo capitalista por medio de un acto colectivo de des-posesión voluntaria de lo que cargamos cada día: los títulos nobiliarios, las rutinas del trabajo asalariado, de la precariedad o de los paliativos neoliberales (pienso en lo inmediato para muchas de las asistentes: las becas de posgrado). Des-posesión voluntaria de las rutinas familiares, de las rutinas engendradas por la propiedad o por el “deber ciudadano”. Por cuatro días, muchas de nosotras logramos despojarnos de todo eso y nos quedamos con lo más elemental en nuestras “casas de campaña” clavadas por nosotras mismas en la tierra. Habitamos la casa zapatista: el Caracol, construido centímetro a centímetro por el esfuerzo autónomo de lxs zapatistas.
Desde ahí nos distanciábamos de nuestros hogares y familias clasemedieras al servicio del trabajo capitalista o aplastadas por el desempleo o por la precariedad emanada de ese mismo sistema. Tomábamos distancia, por ejemplo, del capitalismo académico que hoy rige no sólo en abstracto nuestros lugares de trabajo sino que ha ocupado exitosamente -en muchos casos- las mentes, los cuerpos y los corazones de muchas mujeres y hombres reproductorxs cotidianas de él. No fue casual que en uno de los talleres del encuentro, la facilitadora –feminista y académica– gritara con gran entusiasmo “¡muera la academia!” y con el mismo entusiasmo las asistentes –jóvenes universitarias en su mayoría– se unieran a la consigna de cara a un grupo de jóvenes zapatistas que seguían atentas y tomando notas en sus cuadernos.
Por las noches, otras de nosotras nos metimos en sacos de dormir tendidas encima de una tabla de madera, que lo mismo se usó para ese fin como para armar bancas, mesas o mamparas. Ahí, tendidas en el suelo conectamos con la Madre Tierra, oímos sus latidos que formaban un único ritmo con la música de la banda lesbofeminista que tocaba en la cancha del Caracol para festejar a todas las mujeres del mundo en pie de lucha y para honrar la memoria de las miles de asesinadas, desaparecidas, masacradas, encarceladas.
Y en medio de toda esa violencia y muerte, emerge y han emergido, por ejemplo, las prácticas autonómicas de las zapatistas, sus reivindicaciones de igualdad, diversidad y diferencia a la zapatista. Conceptualizaciones situadas y encarnadas de lucha que lxs zapatistas han ido tejiendo muy a su manera y desde su lugar. Se podría decir, teoría encarnada que, antes y hoy, le habla al mundo: como muestra retomo las palabras pioneras de la mayor Ana María expresadas a nombre del CCRI-CG del EZLN en la apertura del Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo celebrado en julio de 1996 en el Aguascalientes II-Oventik: “Bienvenidos a las montañas del Sureste mexicano. Bienvenidos a este rincón del mundo donde todos somos iguales porque somos diferentes. Bienvenidos a la búsqueda de la vida y a la lucha contra la muerte”.
Paso a paso, las zapatistas, desde hace dos décadas y media, vienen construyendo puentes entre ellas y con todas nosotras. Caminando a su lado muchas de nosotras hemos empezado a concientizarnos, a con-dolernos y a con-movernos desde lo que nos/era/es común en ese momento y aún ahora que escribo este texto: las violencias y la muerte producto de lo que hoy -ellas y nosotras- llamamos a voz en cuello y con todas sus letras: “el sistema capitalista patriarcal” y “el patriarcado capitalista”.
Posdata: les invito a leer no sólo el texto completo del que deriva este sino todas las contribuciones del libro que es parte para comprender mejor por qué homenajeamos en este su 25 aniversario a las, los, les zapatistas.
Estado mexicano revive el Libramiento Sur: la ruta del despojo en los valles centrales de Oaxaca
Por: Daniel Arellano Chávez y Javier Abimael Ruiz García
El día jueves 7 de Enero de 2021, la Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) hizo pública la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA), en su modalidad regional (que implica que dicho estudio abarca más de dos municipios de una misma región), para la construcción del Libramiento Sur, carretera que conectará el valle de Tlacolula con la súper-carretera que conecta al Distrito Federal. Esta publicación se da casi una década después de que distintas comunidades de los valles centrales del estado de Oaxaca, organizadas en la “Coordinadora de pueblos en defensa del territorio”, se opusieran a dicho megaproyecto pensando que lo habían enterrado por completo.
La autopista tendrá una extensión de 67.5 km y se construirá con una inversión de aproximadamente 4,74 mil millones de pesos, es decir, “un costo de $70,215,016.53 por kilometro”, de acuerdo con la MIA. Alrededor de 46% de dicha inversión será de capital privado. Además, la MIA sostiene que “solamente 434.8041 hectáreas serán afectadas de manera directa, entre el desmonte de vegetación y la fauna desplazada” de aproximadamente 21 municipios pertenecientes a la región de los valles centrales de Oaxaca.
Minería y parques eólicos
Dentro de las zonas de incidencia e influencia del proyecto están la producción minera y de energía eólica en el Estado. La intención del gobierno federal es agilizar el transporte de mercancías dentro del proceso de circulación de capital privado y potencializar los proyectos existentes, no solo como concesiones (en el caso de la minería), sino los que son considerados como altamente potenciales (zonas consideradas altamente potenciales para generar energía eólica y fotovoltaica, como lo señalan los documentos del Inventario Nacional de Energías Renovables y el Atlas de Energías Renovables).
Dentro de esta amalgama, la interconexión con el Istmo de Tehuantepec y, por lo tanto, con el Corredor multimodal seco – uno de los proyectos prioritarios del actual gobierno que intentará conectar el golfo de México con el Océano Pacífico -, así como las salidas a los grandes puertos y carreteras internacionales son de las cuestiones que más interesan en la construcción de este libramiento.
Ver también ⇒ Tras bloqueo, zapotecas logran apertura de diálogo con Semanart sobre mina de Cuzcatlán
De acuerdo con la Dirección General de Minas de la Secretaría de Economía, a través de informaciones proporcionadas por la Coordinación General de Minería y la Dirección de Cartografía y Concesiones Mineras, entre el 1 de Enero del 2000 y el 30 de Septiembre del 2010, en Oaxaca fueron concedidos 366 títulos mineros de exploración y explotación, que comprenden más del 15% del territorio oaxaqueño. Este dato se ha ido modificando hasta las actuales 427 concesiones reportadas por la actual administración federal en Diciembre de 2018.
De las 366 licencias mineras reportadas hasta 2010, 132, es decir más de un tercio de todo el estado, se encuentran en los Valles Centrales, divididas como sigue, según los distritos: 13 en Etla, 9 en Zaachila, 38 en Ocotlán, 47 en Tlacolula y 25 en Ejutla. Los municipios más “afortunados” en tierras explotadas por licencias mineras son: San Jerónimo Taviche, con 26; San Pedro Totolapa, con 20; Ejutla de Crespo, con 15; San Lorenzo Albarradas, con 9; San Baltazar Chichicapám, con 7; Magdalena Teitepec, con 7; Zimatlán, con 6; San Juán Lachigalla, con 5; San Dioniso Ocotepec, con 5; San Francisco Telixtlahuaca, con 5; San José del Progreso, con 4; lugares por donde debe pasar el Libramiento Sur, convirtiéndose en una ruta de transporte para la explotación de los recursos mineros de la región.
Es importante señalar que las dos minas impuestas en territorio del estado de Oaxaca – Fortuna Silver Mines-Minera Cuzcatlán en San José del Progreso y Gold Resource- Don David Gold en San José de Gracia – se encuentran en procesos de expansión del proyecto, tras 10 años de haber entrado por la fuerza a los territorios.
A más de 11 años de resistencia contra esta ruta de despojo, y de sucesivos intentos de los diferentes gobiernos estatales, que incluyeron el sangriento sexenio de Ulises Ruiz (2004-2010) a la “Alianza por la Paz y el Progreso” encabezada por Gabino Cué en la primera transición política pactada en el Estado de Oaxaca (2010-2016), nuevamente con el PRI en el gobierno de mano de los Murat, y con el respaldo del Gobierno Federal, se activa dicha obra.
El Libramiento Sur nada tiene que ver con la bondadosa intención de conectar una comunidad con otra, ni el interconectar pueblos de diferentes regiones. Más bien, es un factor indispensable para la expansión minera en el estado de Oaxaca. Las condiciones para su expansión se crean a partir de la construcción de infraestructura adecuada para dicho propósito, construidas no solo con dinero privado sino también con dinero público.