Colombia o la nueva banalidad del mal
Por: Christian Arteaga.
En ese sentido, la fuerza pública colombiana es uno más de aquellos engranajes de la gran maquinaria de la muerte, pero como Eichmann, miles de soldados y policías -según fuentes oficiales, los militares bordearían los 267 mil y policías, cerca de los 155 mil miembros- suponen que son uno más de esa gran máquina. Por tanto, se sienten garantes de lo que realizan. Es decir, la estrategia de la elite política colombiana y sus medios (recordemos que su penúltimo presidente, Juan Manuel Santos, venía de una familia que era propietaria de diario El Tiempo) es desplazar la responsabilidad del Estado, hacia la de los hombres y mujeres de carne y hueso, al tristemente conocido Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD). Es por ello que se cuestiona difusamente a la ultra derecha colombiana como autora real de toda la masacre actual.
Entonces, no es solamente el ESMAD y los militares, es el sistema político que deviene de más de cincuenta años, sostenido por un pacto de gobernabilidad y represión entre liberales y conservadores. De ese modo, el ESMAD y los militares son el instrumento, virulento e inhumano, pero la responsabilidad total es Duque y su clase.
II
Hector Abad Faciolince, sobreviviente de la violencia política, pues su padre, el médico y defensor de los derechos humanos, Hector Abad Gómez, fue asesinado en 1987, por el paramilitarismo colombiano al servicio del narcotrafico, escribió sobre ese suceso, bella y dolorosamente en su novela: El olvido que seremos. No obstante, en otra de sus obras que lleva por título Angosta, existe un río, un hotel de mala muerte que lleva por nombre La Comedia donde viven sus personajes -un claro guiño a Hotel Savoy de Joseph Roth (1894-1939)- Pero sobre todo, metaforiza la ciudad (¿Medellín? paramilitarismo, cuna del narco, y también de uno los personajes más oscuros de la política colombiana, Álvaro Uribe). Angosta exhibe sus conformaciones sociales a partir de la siguiente estructura: los dones, primeros en la escala social, viven en Tierra Fría, los segundones que están en Tierra Templada y los tercerones, en Tierra Caliente, boca del infierno. Las elites, bajo la figura de los Siete Sabios, quienes deciden los castigos, quienes viven y quienes mueren, bajo qué formas y en qué circustancias. Estos sabios controlan la ciudad de Angosta y se llaman por los días de la semana, y están preocupados de la Fundación H, especialmente de su presidente, el doctor Burgos, quien se ocupa, como dice el propio narrador: “(…) de lo verdaderamente peligroso e importante: torturados, secuestrados, desaprecidos, pobres, desplazados (…) cosas así. El doctor Burgos explica que ya no ejerce la medicina, sino la poliatría, o sea que ocupa de la curación de la polis, es decir, en su caso, de sanar a esta incurable ciudad de Angosta (…) cuando llega en su carro blindado, sale del garaje y se mete por un patio central que da a un corredor, hasta que se encuentra con las puertas, también blindadas, de su despacho (…)” (Abad Faciolince: 2003: p. 131) Este es otro guiño a su padre, quien en la novela tiene los días contados por los Siete Sabios y sus sicarios. Esta narración describía a Angosta, acosada y destinada a ser controlada por las elites, a sangre y fuego, cueste lo que cueste. Esto es lo que sucede ahora en Colombia, y no es solo literatura.
III
La masacre que acece en estos días, ahora mismo, no es sino una exposición del tipo de Estado que detenta. Ya no es solamente autoritario, sino que ha mutado a un tipo de Estado Asesino -en clave foucaultiana-, que no repara en las ejecuciones extrajudiciales que ya suman 31, van 814 detenciones arbitrarias, diez víctimas de violencia sexual por parte de la Policía y 1443 de abuso de la Fuerza Pública, según el Sistema de Información de Agresiones a la Protesta Social (SIAP). Esto es una alerta para comprender algo más alarmante, el neoliberalismo impone sus políticas con base en la utilización de la fuerza más letal, esto es una constante en la historia del presente, desde el Golpe de Estado militar en 1973, en Chile y las subsecuentes dictaduras en el Cono Sur y en la región. Pero además, esto resulta singular para Colombia, que ha tenido pocos momentos dictatoriales en su vida republicana (la de Rojas Pinilla en la década del 50), casi toda su violencia ha sucedido en regímenes democráticos, y en sus respectivos gobiernos liberales y conservadores.
Desde el incio del siglo XXI, han concurrido varias estrategias de represión y lucha contra las resistencias. Andres Pastrana inició dichas tareas al comienzo de la década del 2000, con el sonado Plan Colombia, que entre sus contenidos se planteaba combatir al noarcotráfico y su producción, pero en el fondo era un reacomodo geopolítico para establecer nuevas bases militares norteamericanas en Colombia y la región, amén de limitar el accionar de guerrillas. Posteriormente, en la administración de Uribe Vélez, se radicalizó dicho Plan, bajo la impronta de la noción de Seguridad Democrática, misma que dio guerra sin cuartel, no solo a las grupos armados insurgentes, sino a todo el movimiento obrero, campesino, estudiantil, acentuándose el paramilitarismo con mayor fuerza, despliegue, libertad e impunidad.
IV
La estrategia de hoy es clara, Duque busca instituir un clima, donde la población civil se sienta insegura, se erijan nuevos terroristas y amenazas al gobierno. De ese modo, se intenta retornar a las doctrina de Seguridad Democrática uribista, para de esa manera, contener y reprimir el descontento de la gente y movimientos sociales. Pero, paralelamente, profundizar las políticas fondomonetaristas, además de llamar la atención al voto duro de la ulturaderecha de su país, pues en un año se darán elecciones presidenciales. Por ello, no solo se introducen con saña politícas de corte neoliberal, sino que se apela a los sectores más guerreristas y raccionarios de la masa de votantes que acudirá por convicción, tomando en cuenta que en Colombia, el sufragio no es obligatorio.
V
El golpe al sector popular es muy fuerte, el contexto son líderes sociales y compesinos asesinados, desmovilizados de las FARC, con igual suerte; el movimiento armado insurgente debilitado y nuevamente pensando en reagruparse en medio de grandes desventajas. Esto evidencia que las guerrillas no eran el problema mayor para la democracia, sino el propio Estado y sus actores políticos. Al final, el Ejército colombiano en su voracidad por disparar no tiene a quien hacerlo visiblemente, las FARC desmovilizadas y el ELN en repligue, no le queda más que la población civil. Pues, en el pasado, la táctica insurgente en cada paro nacional era la toma de municipios y paralización de vehículos en todas la carrerteras del sector rural; en la ciudades, desplegaban sus unidades urbanas hacia los sectores no céntricos y generaban enfrentamientos con narcos, paramilitares y Fuerza Pública. De ese modo, descongestionaban la represión en los epicentros con mayor población movilizada y los estudiantes, obreros, artistas, y demás sectores, podían enfrentar al ESMAD, sin una carga represiva tan brutal como ahora. En el caso de haber una arremetida sin control en contra de los movilizados, las unidades urbanas -que estaban también mimetizadas entre la gente- podían disuadir con algunas cargas contra la policía.
Dicha estrategia hoy está ausente, más bien la valentía de miles de jóvenes (digo esto porque en el conflicto colombiano, los jóvenes suman 6000 víctimas de falsos positivos, siendo tal vez, el sector más golpeado los gobiernos de turno) poniendo el cuerpo a las balas, es lo que prima. Sin actuar coordinadamente se ha visto tejer espacios de resistencia en toda Colombia. Pero aquello puede agotarse por el recrudecimiento de los ataques a la población que está vulnerable, porque la lucha es desigual, y el silencio y pasividad de los países vecinos, así como de toda una opinión pública obsecuente a la administración actual.
VI
Uno de los actores visibles de esta masacre, en tanto poderío e individualidad, es la policía. Queda claro que ella no detenta ninguna virtud que no sea la de acallar y ser la fuerza choque asalariada del poder político. No es gratuito que Walter Benjamin (2011) en Para una crítica de la violencia expresó certeros cuestionamientos a dicha insitución: “La policía es un poder con fines jurídicos (con poder para disponer), pero también con la posiblidad de establecer para sí misma dentro de vastos límites, tales fines ( poder para ordenar).” (p. 68) Entonces, es una o la única institución de la modernidad que posee a su haber, la capacidad para castigar físicamente y juzgar al mismo tiempo, por eso: “El aspecto ignominioso de esta autoridad -que es advertido por pocos sólo porque en sus atribuciones en raros casos justifican las intervenciones más brutales, pero pueden operar con tanta mayor ceguera en los sectores más indefensos y contra las personas sagaces a las que protegen las leyes del Estado- consiste en que en ella se ha suprimido la división entre violencia que funda y violencia que conserva la ley.” (Benjamin: 2001: p. 68) Por ello, no hay límite, no hay control ni cordura en la ESMAD, su razón de ser se anuló completamente, las órdenes son lo único que las hace existir espectralmente en una maxima degeneración por la vida.
VII
Para concluir, lo que sucede en Colombia, nos duele y nos dolerá siempre. Los condenable desde afuera, se convierte en norma desde adentro. Iván Duque lo demuestra, la asistencia militar y el ataque sin parangón contra los movilizados por el paro nacional iniciado el 28 de abril pasado, no deja dudas. El terrorismo de Estado se convierte en principio jurídico, en un sacrificio por llevar hasta el final la idea de seguridad. La Policía y el Ejército, son insituciones que cumplen órdenes sin cuestionarse. Pero eso va más allá, recala en sus decisiones personales más trascendentes, incluso, ontológicas, al haber escogido un camino laboral donde sabían claramente lo que iban hacer, contra quién van a actuar y envilecer, en suma, ser asalariados de una de las instituciones más mezquinas y salvajes del Estado. Por esa razón, no se justifica en ningún contexto, que se remarquen las bondades íntimas, como las doxas de que es buen esposo/a, novio/a, padre, madre o amigo/a. Esa es la nueva banalidad del mal que ha emergido. La Policía jamás será pueblo, nunca será parte de los explotados y ofendidos. Al igual que Duque, su razón de Estado convierte a Colombia en un tipo de Estado dispuesto a sacrificarlo todo, a acabar con todos y todas. Y más bien recuerda a los testimonios del propio Eichmann, narrados por Arendt, solo que para el caso del gobierno colombiano, parece que no hay las fases de las soluciones finales propuestas por la filósofa en el caso Eichmann y el regimen nazi, que era: primero Expulsar, segundo Concentrar y finalmente, Matar. Pues partecería ser que el Presidente colombiano, se salta las dos primeras y va directo a la última solución.