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La celebración de los 70 años de la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos obliga a preguntarnos por las consecuencias de desechar otras gramáticas morales sobre la vida y la dignidad
El problema de la realidad es que no sabe nada de teoría
Don Durito de la Lacandona
Durante estas semanas se multiplicarán las conferencias y jornadas en torno a la celebración de los 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), firmada el 10 de diciembre de 1948. Jamás ha existido un texto tan invocado y al mismo tiempo, tantas veces incumplido. La DUDH representó un paso más en la construcción de un andamiaje conceptual que recogiera “valores universales”, entendidos como extensibles a toda la humanidad, fundamentando así un discurso ético universal.
Universalizar: síndrome de occidente
La concepción hegemónica de los derechos humanos se basa en defender los como algo consustancial al ser humano, como una esencia ligada a la existencia de “una naturaleza humana universal” común a todos los pueblos. Una naturaleza humana caracterizada por una forma de conocimiento universal: la razón. Esta idealización favorece un universalismo abstracto que privilegia a quienes detentan el poder al relacionar esa “naturaleza humana” con el ideal de hombre, blanco, burgués, propietario y excluyendo las otredades diversas, sometidas a la modernidad colonial, capitalista y patriarcal. Se trata de un concepto de derechos humanos descontextualizado y des-encarnado, funcional al sistema capitalista.
Por ello, Raimon Panikkar define como “el síndrome de Occidente” a esta tendencia histórica de Occidente a universalizar su mirada sobre el mundo, característica de su poder colonial y también de su propio mito. El peligro de este “síndrome” es pretender encontrar una lengua universal que simplifique la realidad y someter a todas las tradiciones humanas a una racionalidad única.
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