Agosto de 1993
En nuestro compromiso cristiano con los indígenas y campesinos de la Región Pacífico Sur, señalábamos la grave situación y las condiciones infrahumanas en que viven nuestros hermanos. Esta situación se ha ido agravando, porque, además, nuestro sistema ha generado nuevas formas de explotación política, de legalidad injusta, que legítima la opresión y la represión. Se agrede ideológicamente, se despoja a las culturas de sus valores fundamentales. La lista de agravios en contra del pueblo indígena de nuestra diócesis, en el horizonte de la historia de estos 500 años, es muy larga.
Frente a los retos de la modernidad y la crudeza del neoliberalismo que hemos constatado, levantamos nuestra voz junto a los profetas, para decir como ellos y junto con ellos, que la pobreza que genera esta situación de carencia de bienes, es como tal un mal y algo totalmente contrario a la voluntad de Dios.
La Iglesia, con figuras y obras señeras, en diversos momentos ha sabido cumplir con su misión profética. No puede negarse, empero, que en otros se mundanizó, sea al legitimar ideológicamente a los órganos del Gobierno Colonial o del Estado Independiente, sea al gozar de privilegios cuando usó las formas de los sistemas en boga para allegarse bienes y poder.
La Iglesia local, sellada principalmente con la fidelidad evangélica de Fray Bartolomé de las Casas, ha optado en las últimas décadas por ocupar su lugar en los márgenes de la sociedad y con los más pobres.
Dicho en otros términos: la antigua diócesis de Chiapas, cuyo primer obispo fuera Bartolomé de las Casas, firme defensor de los indígenas e implacable crítico del sistema colonial, ha sido marcada por su línea pastoral; pues la realidad ominosa que él confrontó, sigue teniendo vigencia. Más especialmente, después del Concilio Vaticano II, la inserción de los agentes de pastoral de la diócesis (sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos) en una realidad conflictiva nos fue llevando por un largo caminar que ha sido también un largo proceso de conversión.
El mundo indígena, mayoritario en porcentaje y más grande en su marginación, nos exigía, (si queríamos ser fieles al Evangelio) una respuesta de urgente presencia. Por eso, nuestra diócesis está sellada con las características inherentes a una pastoral indígena, entendida ésta no sólo como una preocupación por los nativos, sino como una encarnación de nuestra presencia en su mundo, lleno de carencias a la vez que de grandes valores; como una experiencia que orienta nuestra reflexión de fe, nuestra actividad pastoral y nuestra aspiración eclesial de avanzar hasta el surgimiento de una Iglesia autóctona que dé cuenta de su historia salvífica, que se exprese en su cultura, que se enriquezca con sus valores, que acoja sus sufrimientos, sus luchas y aspiraciones, que con la fuerza del Evangelio transforme y libere su cultura. Pues como dijo un indígena, años hace, ante el delegado Apostólico de ese entonces: “si la Iglesia no se hace Tzeltal con los indios tzeltales, Ch’ol con los indios ch’oles, Tojolabal con los tojolabales… no entiendo cómo puede llamarse Iglesia católica”. Sería, en efecto, una iglesia advenediza, perteneciente a una clase social dominante, extranjera para el indio. La esquizofrenia religiosa que vive el indígena desde la guerra de conquista, no desaparecerá sino hasta cuando se viva una tal inculturación del Evangelio que dé sus frutos en sus propios ministros, en la reflexión de su fe con sus propios medios culturales, en la celebración de los sacramentos manifestados con sus propias expresiones étnicas (Ad Gentes 6).
Por esta opción pastoral, nuestra “…Iglesia se une por medio de sus hijos a los hombres de cualquier condición, pero especialmente con los pobres y los afligidos, y a ellos se consagra gozosa. Participa de sus gozos y sus dolores, conoce las aspiraciones y los enigmas de la vida y sufre con ellos en las angustias de la muerte” (Ad Gentes 12; cfr Ad Gentes 11. 2).
Esta opción ha traído hostigamiento y ataques, tanto por parte del Estado, como por parte de diversos grupos o sectores privilegiados en el ámbito económico y sociocultural. Así se ha tenido que soportar la calumnia y la mentira propagada por los medios de comunicación social, oficiales y para-oficiales, y sufrir el encarcelamiento de agentes de pastoral, la muerte de catequistas, la intimidación y aun las denuncias intraeclesiales con manipulación y engaño de gentes sencillas.
En resumen: el llamado descubrimiento de América fue un acontecimiento que condicionó la vida y la integración del Nuevo Continente y cambió la historia de nuestros pueblos, así como la de aquellos que nos miraron con ojos de voracidad dominadora y destructiva, como la de los que nos contemplaron con celo apostólico para comunicarnos su experiencia de fe introduciéndonos por un camino nuevo.
Los beneficios del llamamiento a la fe de Cristo para formar una Iglesia, que como luz enarbolada convoca a los pueblos, son mejor comprendidos, en toda su extensión, después de 500 años y deben ser cumplidamente agradecidos. Por ello nuestro Romano Pontífice, el Papa Juan Pablo II, lanzó la idea de un novenario de años de renovada evangelización para conmemorar el V Centenario del encuentro de dos mundos; pues el nacimiento de lo que hoy llamamos América Latina estuvo íntimamente ligado a la proclamación del mensaje evangélico en nuestra tierra. Y si es cierto que la evangelización a veces también fue usada como mecanismo para someter a los pueblos a una injusta colonización y a la consiguiente depredación, “también se debe reconocer que… ha sido mucho más poderosa que las sombras que, dentro del contexto histórico vivido, lamentablemente le acompañaron”.
I. El proceso pastoral diocesano (1960-1993)
1.1. Intérpretes y confidentes del pueblo
Como intérpretes y confidentes del pueblo, sentimos la dificultad de abrir puertas a la esperanza, cuando vemos que la situación en que vive la mayoría es tan penosa y que las estructuras dominadoras son tan persistentes, que aquellos mismos que empeñan su vida por el cambio, observan que toda la creación está desviada por la maldad de los perversos. Los mismos que buscan los caminos de justicia se encuentran a las veces tan perturbados y frustrados, que no saben cómo actuar y ni siquiera saben qué cosas pedir. Pero sabemos que el Espíritu gime dentro de nosotros con llantos indescriptibles, pero descifrables para el Padre, ante el cual el Espíritu intercede por nosotros (Rom 8, 18-27).
Precisamente en estos momentos es cuando más se requiere una palabra de aliento, que, al mismo tiempo que sea concreta, explique por qué en los cristianos hay esperanza. Hoy queremos apoyar todo lo que hemos hecho y dicho, en su verdadero y único fundamento: la Resurrección. El proceso de la Iglesia diocesana, retomado hace 33 años, tiene como fuente la Resurrección del Señor; porque, si Cristo no resucitó, vano es nuestro trabajo pastoral y vana la fe de ustedes. Este mensaje de la Resurrección viene a ser como el centro que, a través de las diversas etapas, nos ha dado esperanza. Porque la Resurrección es el misterio central de la fe y todo lo que hemos caminado nos lo ha inspirado la fe.
1.2. Evangelizar
“Evangelizar es hacer lo que hizo Jesucristo, cuando en la sinagoga mostró que vino a ‘evangelizar’ a los pobres (Lc 4, 18-19). El, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9). El nos desafía a dar testimonio auténtico de pobreza evangélica en nuestro estilo de vida y en nuestras estructuras eclesiales, tal como El lo dio. Esta es la fundamentación que nos compromete en una opción evangélica y preferencial por los pobres, firme e irrevocable pero no exclusiva ni excluyente, tan solemnemente afirmada en las Conferencias de Medellín y Puebla” (Santo Domingo, nº 178, 1-3).
1.3. El sufrimiento de nuestro pueblo es el punto de partida
El sufrimiento de nuestro pueblo es el punto de partida de un caminar largo, de un proceso de conversión, de una apremiante interpelación que se nos lanza desde la mediación salvífica del mundo indígena, (pobre entre los pobres), esperando una inaplazable respuesta evangélica.
2. Se pueden distinguir varias etapas en lo que llamamos el proceso diocesano
2.1. Etapa de renovación pastoral
Etapa de renovación pastoral surgida en el postconcilio y apoyada en la pastoral de conjunto de la UMAE (Unión de Mutua Ayuda Episcopal) en la que participaban 25 diócesis. En esta etapa se buscaba lograr una Pastoral de Conjunto, llevando a cabo una planificación con el auxilio de la sociología religiosa y con la animación del Movimiento por un Mundo Mejor. Varios organismos eclesiales de México se entusiasmaron con la idea y la seriedad con que se puso en marcha el movimiento, dado el respaldo que el P. Lombardi s.j. y el propio padre de la Sociología Religiosa, el Cngo. Boulard, brindaron a este movimiento. Numerosas fuerzas vivas que fueron entonces convocadas, continúan activas hasta el momento presente.
En la diócesis de S. Cristóbal de las Casas se organizó el trabajo en equipos, delimitados por zonas homogéneas. Esta configuración de trabajo por equipos subsiste hoy día con algunas modificaciones. En este camino así emprendido participaron con nosotros en la Zona Pacífico sur obispos guatemaltecos de las diócesis colindantes, unidos en el deseo de caminar conjuntamente en la pastoral indígena. El nefasto temblor de Guatemala interrumpió las reuniones que con ellos se tenían.
El proceso que la UMAE había puesto en marcha lo recogió la propia Conferencia Episcopal, al pedir que el equipo de servicios que se había constituido asesorara al Episcopado Mexicano.
2.2. Etapa de revalorización pastoral
La etapa de la revalorización de las culturas indígenas para desarrollar una pastoral adaptada a las situaciones diversas de las etnias, nace a raíz de los Encuentros de Misiones Indígenas en México, y del Encuentro Pastoral de las Misiones en Melgar, Colombia, organizado por el Departamento de Misiones del Celam, en preparación de la reunión de Medellín. Del período de nuestra presidencia en el Departamento del Misiones del Celam y en la Comisión Episcopal de Indígenas en México, data un compartir de enfoques y experiencias, que favorecieron la comprensión de la tarea misionera. Así se fue pasando gradualmente de la “pastoral indigenista” (en manos de agentes extraños a las comunidades indígenas), a una pastoral indígena (en manos de responsables de las mismas comunidades.
2.3. Etapa de captación de la dimensión socio-política
Esta etapa está marcada por la apertura política del país, cuando les fue posible a los movimientos políticos ser reconocidos como movimientos partidarios, susceptibles de jugar en las contiendas electorales. Los Obispos de la región pacífico Sur (Provincia de Antequera o Oaxaca) emitimos un Documento Pastoral conjunto, para orientación de los feligreses de la región. El Documento, fuera de nuestra pretensión, tuvo un eco nacional y aun internacional importante.
Los partidos políticos (hasta entonces militantes sin ningún registro y desconocidos oficialmente en la práctica), se lanzaron a los cuatro vientos de la República para recabar los afiliados necesarios para su registro. Nuestra Región recibió el impacto fuerte de los movimientos y partidos políticos, que se hicieron eficazmente presentes por encima de las barreras lingüísticas, étnicas y geográficas. La previa elaboración de la mencionada Carta Pastoral tuvo una oportunidad profética que, a más de haber sido de gran utilidad, continúa vigente como orientación en la mayoría de sus aspectos.
En esta etapa se enmarca el ineludible compromiso de nuestro acompañamiento diocesano a las luchas indígenas por la recuperación de sus tierras y a la reacción crítica ante la euforia del “milagro petrolero” que victimó indígenas, que trajo tensiones y conflictos, que acarreó una campaña de desprestigio, que implicó represión a los dirigentes indígenas y agentes de pastoral que los acompañaban en sus esfuerzos y luchas en defensa de su identidad cultural, de su patrimonio y de su sobrevivencia.
2.4. Etapa de los procesos económicos y sociales de la modernidad neoliberal
La modernidad neoliberal, con sus procesos económicos y sociales, no toma en cuenta los elementos propios de la diversidad de los pueblos. Parece que la modernidad los quiere eliminar, como si en vez de un aporte y riqueza humana fueran un estorbo. Dentro de las perspectivas de la nueva evangelización, se presenta para la responsabilidad evangelizadora la urgencia ineludible de que se constituya la Iglesia autóctona, que ha surgido a partir de sus procesos históricos, sociales, culturales, religiosos y de fe.
Nuestra gran motivación en este proceso es el reclamo de amor y de servicio que Cristo nos hace desde el pueblo sufriente con el cual se identifica. Confesamos que nuestro camino es en la fe, en el seno de nuestra Iglesia, de esa Iglesia que no obstante sus tensiones y limitaciones y aún las humanas fallas de muchos de sus miembros, sabe responder al Espíritu que la guía, en las encrucijadas históricas, trascendiéndolas como en el Concilio, en Medellín, en Puebla y en Santo Domingo. En ningún momento se ha pretendido quedar, ante las situaciones, ni en un reduccionismo espiritualista (evasivo de la historia), ni en un reduccionismo sociologizante sin afirmación de nuestra trascendencia.
3. Tres aspectos que han acompañado nuestro caminar
Tres han sido los aspectos que en sus inicios percibimos como paralelos, pero que, al correr del tiempo, la práctica pastoral los fue conjuntando, hasta llegar a verse como una unidad básica, y que han acompañado nuestro caminar diocesano.
3.1. Encarnación
Nuestra Iglesia sólo puede ser verdaderamente católica en la medida en que se haga “toda para todos” y sea capaz de anunciar la salvación desde el fondo mismo de la humanidad, como existe en sus formas concretas -las culturas- dinamizándolas, purificándolas, iluminándolas y contextualizando en el horizonte de la fe los dones dados por Dios a los hombres, en vistas a la construcción del reino que, haciéndose en la historia, se encamina ansiosamente a la realización del proyecto divino, sembrado en el corazón del hombre y cuya plenitud se realizará plenamente en la “Parusía”.
3.2. Liberación
Descubrir que la redención operada en Cristo es una redención integral que se realiza incoativamente en la historia o con la participación de los hombres. Este descubrimiento no se llevó a cabo como fruto de abstractas reflexiones, sino como resultado del convivir con nuestra gente y constatar su pobreza, su aflicción y la injusticia de que son víctimas. Sentimos el llamado urgente a ser una Iglesia con credibilidad y que anuncia a los pobres la buena nueva.
3.3. Servicio al mundo
Si sabemos que la Iglesia no es fin en sí ni se construye para sí, sino que es enviada al mundo como servidora de él y como humilde pero necesario fermento para la construcción del Reino de Dios, que es justicia, amor y paz; sabemos igualmente que el Reino se inicia aquí, aunque su consumación no es de este mundo. Esto nos impulsa, en el presente, a la tarea evangélica de aprender a dialogar con todo aquel que tenga buena voluntad, y a dilucidar también evangélicamente los tiempos de caminar con otros hermanos.
4. Momentos más importantes del proceso diocesano
4.1. Congreso indígena
En el año 1974 fue invitada la diócesis a participar en la realización de un Congreso Indígena, realizado el 14 de octubre de 1974 en la ciudad de S. Cristóbal de las Casas, con motivo de la festividad de Fray Bartolomé de Las Casas, “Defensor de los Indios”. Al aceptar la diócesis sencillamente pretendió posibilitar que los mismos indígenas hicieran pública su voz de tantos años de silencio. Los indígenas aceptaron con lucidez la coyuntura y asumieron el reto de responsabilizarse del Congreso e imprimirle el sello de su personalidad. Mil comunidades, que representaban a 400.000 personas, participaron durante un año, durante el cual reunieron las denuncias y los problemas de las cuatro zonas lingüísticas (Ch’ol, Tzeltal. Tzotsil, Tojolabal) en los rubros de tierra, comercio, educación y salud.
En estas asambleas se fueron eligiendo a los representantes, “hombres de buena palabra”, es decir, los que son congruentes entre “lo que dicen y lo que hacen”, y que llevarían sus proposiciones ante los demás hermanos indígenas asistentes.
A lo largo de los tres días que duró el Congreso, fueron exponiendo paso a paso la postración en que vivían, ejemplificando concretamente lo que sufrían: abuso en el comercio, explotación en el trabajo, despojo de sus tierras, destrucción de su cultura, aplastamiento y asesinatos impunes, etc. Su voz fue analítica y denunciante, con datos lacerantes e innegables, al citarse fechas, lugares, personas, hechos. Planteaban líneas de justicia y un plan programático y orgánico. Pidieron que la Iglesia (de la cual saben que no es un partido político, ni alternativa política, pero que tiene una fuerza social), preste su apoyo y su voz profética que el Señor encarnado en los pobres de Yahvé le pide.
Cuando los agentes de Pastoral de la Diócesis vimos y oímos lo que contaban de su propia situación los indígenas, quedó muy claro que nuestro Plan de Pastoral estaba elaborado sin tener en cuenta las aspiraciones, necesidades y esperanzas de las comunidades. Como respuesta a esta interpelación, se hizo un Plan que tratara de responder en alguna forma desde la fe a las necesidades descritas.
4.2. Opción preferencial por el pobre
El panorama que se descubre en América Latina, de pobreza y marginación, prevalece fuertemente en la Diócesis. Recordamos con gran sentido de responsabilidad y fidelidad al Evangelio, la Carta pastoral del 17 de octubre de 1985, donde se hace denuncia a nombre de los cristianos de la Diócesis, de la situación de injusticia que constantemente sufre el pueblo.
Vivimos en Chiapas un gran pesar y preocupación por la multiplicación de atentados contra la vida, por el atropello de los más elementales derechos humanos y por la represión de los procesos populares. Como Iglesia diocesana, nos empeñamos en ser fieles a nuestra vocación de construir el Reino de Dios, aportando los valores evangélicos para la humanización de la tierra y sirviendo preferentemente a los más pobres. No podemos mantenernos al margen de lo que está sucediendo entre nosotros. Los acontecimientos nos hacen exclamar: “Yahvé ha visto la humillación del pueblo en Egipto y ha escuchado sus gritos cuando los maltrataban sus mayordomos; yo conozco sus sufrimientos” (Ex 3,7).
Conociendo la realidad dolorosa de nuestros hermanos, los más pobres entre los pobres, optamos por acompañarlos, como el buen samaritano, en su búsqueda eficaz por una nueva sociedad, estructurada sobre la justicia y la fraternidad.
La misma tarea evangelizadora de Jesús está marcada por el signo del compromiso con el pobre. El realizó su acción mesiánica como “el Siervo de Yahvé” (Cfr Is 41,9; 42; 49,3; 50,3). Es el que ha de venir y no hay que esperar a otro; porque los ciegos ven los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y A LOS POBRES se les anuncia la Buena Nueva (Mt 11, 2-7; Lc 4, 16-22).
Sólo podremos comprender las bienaventuranzas de Cristo si no ponemos nuestro corazón en las riquezas y estamos dispuestos a compartir fraternalmente los bienes económicos, sociales y culturales con los que carecen de ellos (Lc 6, 20-26). Los hombres son bienaventurados cuando, llevados por el Espíritu de Dios, se solidarizan con los pobres (Mt 5, 11-19).
En un principio, nuestros planes pastorales contemplaban prioritariamente al más necesitado. Pero al ir descubriendo, en la convivencia con los “pobres de Yahvé”, su gran sufrimiento, al vernos obligados por las circunstancias a denunciar los despojos, hubo que hacer, a la luz de una reflexión evangélica, una más clara opción por el pobre. No se trató de ningún decreto, ni de una mera elucubración teológica sino de una simple lectura de lo que eran nuestras intenciones y la tendencia de nuestra actividad pastoral ante una realidad lacerante. Fue una decisión evangélica apremiante. Sabíamos también que entrábamos a vivir el conflicto de la caridad: anunciar desde el pobre un mensaje de conversión al opresor y anunciar al oprimido, con quien Cristo se identifica, un evangelio esperanzador (Santo Domingo 279; 179; 178). A la luz de esta opción diocesana, se revisa la formación de los futuros sacerdotes, nuestras acciones y actitudes y, en fin, todo nuestro caminar.
Nuestra estructuración diocesana ha sido cambiante a lo largo de estos años, no únicamente para responder a las demandas del Concilio, sino por el contacto con las comunidades, por la contemplación de sus situaciones permanentemente conflictivas, y para responder a acontecimientos imprevistos que exigían un rápido discernimiento.
La reflexión teológico-pastoral que acompañó a este proceso evolutivo, tuvo también coyunturas históricas favorables para nuestra diócesis, pues habiendo participado en todas las sesiones conciliares, también estuvimos en la reunión misionera de Melgar, preparatoria de la reunión episcopal de Medellín en la que además tuvimos una ponencia (“La evangelización en América latina”). Al pedírsenos el servicio de la Presidencia del Departamento de Misiones del Celam y, después, también de la Comisión Episcopal de Indígenas de la Conferencia Episcopal Mexicana; estas circunstancias nos dieron la posibilidad de enriquecer el caminar diocesano con la reflexión teológica misionera latinoamericana postconciliar, que entonces estaba urgiendo.
5. Logros y formas de trabajo
5.1. Logros
Es difícil hacer un recuento de los logros alcanzados, porque varios de ellos son resultado de otras instituciones, instancias o personas, que inciden también en la vida de las comunidades.
Lo que podríamos calificar cono un logro del trabajo diocesano es el paso que las comunidades indígenas y campesinas han ido dando para dejar de ser objeto de decisiones de otros y comenzar a ser sujetos de su propia historia. Vale decir que crece en los indígenas y campesinos la conciencia de su dignidad alimentada por los valores evangélicos. Han ido tomando el espacio que les corresponde en la Iglesia y, consiguientemente, también en la historia. Gradualmente sienten y viven su propia responsabilidad en la Iglesia a que pertenecen y que les pertenece.
Han ido adquiriendo las comunidades una conciencia crítica, signo de madurez en la fe. Descubren que unidos tienen capacidad para resolver problemas que les afectan. Ha crecido el aprecio a su propia lengua, a sus legítimas costumbres y a su identidad cultural. Se han iniciado y llevado a término traducciones de la Sagrada Escritura a varias lenguas indígenas, hechas por traductores escogidos por las comunidades y con la asesoría y responsabilidad última de la diócesis.
El movimiento de cooperativas y de salud lo han asumido corresponsablemente, iluminados por la reflexión de la Palabra de Dios; se han organizado numerosas comunidades en uniones para el mejoramiento de varios aspectos de su vida: transportación, créditos, acciones de salud, etc.
5.2. Formas de trabajo
Todas las formas de trabajo fueron teniendo un proceso evolutivo que fue más notorio o más constante en una de las zonas, y de la cual en forma natural pasó a las demás. Fue éste un método de trabajo en la catequesis que pasó del adoctrinamiento (“Nopteswanej”) a la participación comunitaria (“Tijwanej”). Con este método se hacen cursos, o para un grupo determinado que los transmite luego a la comunidad, o para comunidades enteras que van agregando su palabra y comentarios, con lo cual se va enriqueciendo para transmitir ese caudal a otras comunidades. Son estos cursos, según las necesidades y coyunturas: de iniciación o de profundización para la catequesis, de Sagrada Escritura, de animadores, de formación diaconal, de Derechos Humanos, de análisis de la realidad, de fe y política, de salud; se desarrollan a nivel de una comunidad, de una zona o de una región más amplia.
Sea con una iluminación de fe, sea con infraestructura de apoyo, se establecen mecanismos para acompañar, de acuerdo a nuestro papel, los procesos, las decisiones o las acciones: peregrinaciones, apoyo a la ley seca, apoyo a grupos de mujeres, orientación y apoyo en el caso de violaciones a sus derechos humanos. En las giras pastorales, en las visitas y las reuniones, se acompaña en las manifestaciones de alegría: en la celebración de la fe, en las fiestas patronales, en reuniones con representantes de comunidades, sean éstas por asuntos especiales, sean para evaluar, organizar o programar encuentros. Con ellos se buscan modestamente alternativas económicas o ecológicas, tratando de que descubran sus propias capacidades y vean los resultados de sus propias acciones.
5.3. Criterios
A la raíz de toda nuestra orientación pastoral está un criterio evangélico: anunciar y vivir una fe que conduce a la vida y ésta en abundancia (Jn 10, 10); iluminar la articulación entre la fe y la vida. Es preciso, por ende, discernir a cada paso, si una acción favorece o no la realización del Reino de Dios en la justicia, en la verdad, en el amor, en la paz.
Por tanto, toda acción pastoral tendrá legitimidad si es liberadora, si respeta las legítimas decisiones del pueblo de Dios, si acompaña su caminar y favorece al más débil, si se toman en cuenta su cultura, su religiosidad, sus necesidades.
Una labor de acompañamiento del agente de pastoral tiene en cuenta los momentos necesarios de su presencia, para no desplazar a la gente del lugar que le corresponde, ayudándolos en su maduración, para que ellos mismos sean los que decidan, se cuestionen y se evalúen. Que sean ellos los gestores de su historia. Frecuentemente el pueblo mismo nos señala con sabiduría dónde está nuestro lugar. La manipulación, el paternalismo, el suplantamiento, son actitudes antievangélicas en el fondo.
Importante es reconocer y respetar el lugar que corresponde a la gente en sus decisiones cívico-políticas. Bien sea que, iluminados por la fe, tomen los cristianos sus decisiones políticas, no debemos como agentes de pastoral ni encabezar sus organizaciones, ni inducir nuestra dirección. Un acompañamiento informativo, iluminativo o de apoyo a las acciones justas que se emprendan, es conforme a nuestro papel.
5.4. Desaciertos
Son muchos aquellos desaciertos que hemos cometido en nuestro peregrinar pastoral.
Nuestras primeras acciones, años antes del Concilio Vaticano II, fueron destructivas de la cultura. Teníamos únicamente nuestro criterio para juzgar de las costumbres, encajonando nuestro juicio desde un etnocentrismo y un moralismo, actitudes lamentablemente generalizadas en esa época. Suplieron nuestras deficiencias nuestras actitudes de compasión y amor hacia el indígena, y el haber estado en medio de ellos.
No pudimos a tiempo dilucidar, detrás de la bondad del indígena y de su religiosidad multitudinaria, la dominación que sobre él ejercía el mestizo en lo económico, en lo político, y aún manipulando lo religioso para facilitar su despojo. Sin haberlo descubierto, ni menos analizado, estuvimos del lado de quienes lo oprimían juzgando que a través de ellos y de una ficticia buena voluntad podríamos lograr algunos cambios.
No hemos logrado encontrar (si lo hay) un método pedagógico para llegar al corazón de quienes geográficamente cercanos al indígena y al campesino, le están lejos en el corazón. Numerosas formas y actividades experimentadas en diferentes latitudes de la diócesis, tienen efímeros efectos. La conversión del llamado “caxlan” o mestizo, tiene que pasar, en algunos casos, por una restitución que supone la salida de todos ellos de la comunidad, por haberse adueñado de casas y terrenos indebidamente. Vemos que en no pocos mestizos se va haciendo claridad en sus corazones, como también vemos en otros un endurecimiento. La presencia del pobre, su captación profunda de los misterios de Dios que se revela a ellos, más que a los letrados (Lc 10, 21), ha provocado el celo y la sensación de que están quedando fuera de la Iglesia, a la cual conocieron y en la cual vivieron como un lugar de culto, sin ningún compromiso en el seguimiento de Jesús y sin preocupación por el hermano (Lc 16, 19-31).
No hemos aprovechado suficientemente la religiosidad popular para captar su escondido y profundo sentido liberador.
Los frecuentes cambios de personal por parte de las Congregaciones Religiosas afectan el seguimiento de los procesos evangelizadores y la participación en un trabajo de equipo.
Los acontecimientos se suceden a veces vertiginosamente, sintiendo la incapacidad de responder a las consecuencias que acarrearán sobre el pueblo. Las leyes agrarias recientemente reformadas a propósito del Tratado de Libre Comercio, afectan muy negativamente a las comunidades campesinas; pero no alcanzamos a atisbar alternativas que puedan serles propuestas.
En esta hora de gracia,
Mensaje de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas
SALUDO FRATERNO
“Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús nuestro Señor, el Padre siempre misericordioso el Dios del que viene todo consuelo, el que nos conforta en todas las pruebas por las que ahora pasamos, de manera que también podamos confortar a los que están en cualquier prueba, comunicándoles el mismo consuelo que nos comunica Dios a nosotros”.
“Porque así como tenemos una parte grande en los sufrimientos de Cristo, por medio de Cristo recibimos también un gran consuelo. Así, cuando nos encontramos en alguna prueba, es para que ustedes tengan el consuelo al soportar pacientemente los mismos sufrimientos que padecemos nosotros” (II Cor. 1, 3-6).
2. ACONTECIMIENTOS ÚLTIMOS
A primeras horas de este día 19 de diciembre de 1994, cuarta semana de adviento, (tiempo en que en espíritu de penitencia la vez que de alegría, celebramos el nacimiento de Cristo Jesús en la historia), tuvimos conocimiento por los diferentes medios de comunicación masiva, de acontecimientos extremadamente preocupantes: Municipios que se declararon como territorio en rebeldía; Presidencias Municipales ocupadas sin derramamiento de sangre ; tomas e irrupciones de carreteras en distintas partes del estado, aparición de gente armada, declaraciones, banderas y símbolos que los identifican como pertenecientes al EZLN.
Los comunicados del EZLN de este día 19, emitidos como partes de guerras, no dejan lugar a duda sobre el sentido del “posicionamiento” en 38 municipios del estado.
3. GRAVE APRECIACIÓN
La lectura de estos acontecimientos a la luz del más sencillo análisis, dentro del marco de la explosividad que se vive en el Estado y sumados a los preparativos bélicos que se registran, nos hace ver ya un deslizamiento de nuestra entidad y del país por el plano inclinado de una guerra y de una violencia irreversibles.
Queremos que no se haga inevitable una guerra etnocida, a la vez que fraticida. Y la guerra no se evita únicamente con la proclamación de que optamos por el diálogo y por la paz, sino manifestando la disposición para el intercambio y la escucha, más allá de posiciones de fuerza. Se debe actuar desde las razones, sin que se les de viabilidad histórica porque s pudieron imponer por el camino de los hechos consumados.
4. UN SIGNO CONVOCADOR
Reflexionando ante el Señor COMO HOMBRE DE FE Y COMO PASTOR DE UNA GREY, en la que puede graficarse la geografía de la marginación en grados extremos ya conocidos; sabedor y testigo de la interpelación que se hace al sistema y que proviene de los procesos en marcha, donde hay actores conscientes de su corresponsabilidad histórica y habiendo percibido en unas y otras instancias, afirmaciones y actitudes pacificadoras junto a una incongruencia entre dichos y hechos, entre afirmaciones y errores no rectificados, así como también convergencia entre los diferentes actores interesados en la paz,
EN PLENO DOMINIO DE MIS FACULTADES Y CON ENTERA LIBERTAD, DECIDO RECURRIR A LA FUERZA DE LA PENITENCIA Y DE LA ORACIÓN, INICIANDO EL DÍA DE HOY UN AYUNO DE CARÁCTER PERMANENTE EN LA CATEDRAL EN LA CATEDRAL DE LA DIÓCESIS DE SAN CRISTOBAL DE LAS CASAS, CATEDRAL DE LA PAZ, INVITANDO A MIS HERMANOS OBISPOS A SUS IGLESIAS, Y A TODOS LOS CREYENTES A SUMARSE EN ESTE ACTO PENITENCIAL, PARA PEDIRLE A DIOS QUE MUEVA A TODOS LOS ACTORES IMPLICADOS EN ESTE CONFLICTO, A BUSCAR CAMINOS DE ENTENDIMINETO QUE CONDUZCAN A PACTAR UN BIEN CIMENTADO CESE AL FUEGO A FIN DE QUE SE LLEGUE, DE COMÚN ACUERDO, AL ESTABLECIMIENTO DE CONDICIONES Y CONTENIDOS QUE PERMITAN LA PARTICIPACIÓN Y LA ESCUCHA MUTUA EN LOS PRÓXIMOS DIÁLOGOS POR LA PAZ Y LA RECONCILIACIÓN CON JUSTICIA Y DINGIDAD.
El ayuno lo queremos asumir en su significado radical: como penitencia y purificación; como protesta por el hambre obligada de nuestros hermanos; como oración a Dios para que purifique nuestros corazones; como instrumento de lucha contra el mal; como reclamo de justicia y encaminamiento hacia una sociedad fraterna; como un llamamiento para desencadenar el más amplio nivel una serie de acciones que apremien principalmente a los actores mayoritariamente responsables de generar la justicia; como recordatorio de la causa de la justicia; como signo de que la paz no podrá alcanzarse jamás por los caminos de la violencia, si no por aquella donación de sí que construye la justicia y hace históricas las exigencias de fraternidad.
5. CONSUELO Y ESPERANZA
Recurrimos a la intercesión valiosa de María para que acuda presurosa a la montaña (Lc.1, 39) y escuche, como lo prometió a Juan Diego en el Tepeyac, las penas y sufrimientos nuestros.
Si la navidad nos trae año con año un mensaje de verdadera paz, ¿sería esta Navidad para nosotros, en Chiapas y en el País, portadora de realidades y acciones contundentes a la guerra? ¿Se verá nuevamente ensangrentado nuestro territorio?
Esperamos, muy por el contrario, que esta oportunidad histórica de continuar por los senderos del entendimiento y de la concordia, haga en Chiapas el modelo visible de un Estado y de un País donde todos los corazones en concordia sean la fundamental inversión para que recojamos frutos de paz.
Lanzamos un apremiante llamado a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para que con su solidaridad logremos que se conjure la guerra y se establezca una paz verdadera.
Obispo de S. Cristóbal de L.C., Chiapas
19 diciembre 1994
Samuel Ruiz. Carta Pastoral: En esta hora de gracia (PDF)