Regeneración Radio (25/01/17).- Tuvieron que pasar 10 años de los acontecimientos de Atenco en 2006 -en que la mayoría de las 47 mujeres detenidas vivieron tortura sexual- para que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) tomara el caso en sus manos. Tendrán que esperar hasta dos años más para recibir una respuesta (2018). Ha sido un proceso largo y lleno de desafíos. La justicia difícilmente es inmediata, mucho menos espontanea.
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Una violencia premeditada
Los floricultores de San Salvador Atenco y Texcoco habían sido desalojados de sus puntos de comercio, cientos de personas se manifestaban por su reinstalación; los ataques policiales se hicieron presentes en breve. Las más de 40 sobrevivientes de tortura sexual lo recuerdan mejor que nadie: miércoles 3 de mayo.
Para algunas la pesadilla fue el jueves 4. Centenares de camionetas y camiones llenos de elementos de seguridad Municipal, Estatal y Federal Preventiva se preparaban en las entradas del pueblo, cargaban combustible en tanto ajustaban un mensaje de terror ¿Llevaban ya el mandato de emplear violencia sexual en contra del género femenino?
«No eran policías que se excitaron en el momento de la detención, era parte de una orden de una estructura de represión, un operativo completamente sistematizado. No fue un fenómeno», afirma Mariana Selvas, mientras habla del horror que vivieron esos días. Mantiene la mirada firme, la fuerza se acentúa en sus palabras marcadas, ella estuvo un año 8 meses detenida.
Un operativo dantesco ordenado por Enrique Peña Nieto -gobernador del Estado de México en aquel entonces- irrumpió, se ensañó con mujeres de un importante número de organizaciones adherentes a La Otra Campaña y las mismas pobladoras. Los abusos policiales durante esos dos días fueron desbordantes: golpes, humillaciones, abusos verbales, violencia sexual, detenciones arbitrarias e incluso dos jóvenes asesinados.
Una madrugada fría e inundada de sonidos: las campanas de la iglesia, impactos de gas lacrimógeno, gritos; las botas, escudos y toletes de los granaderos retumbaron en el pavimento de cada centímetro del poblado, impactándose en los rostros, cuerpos y la dignidad de las mujeres, con toda la permisividad y el mandato del Estado Mexicano.