EZLN
Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después. Quinta parte. La incógnita | ͶÀT IꟼAƆ ⅃Ǝ | Octubre de 2024
Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después.
Quinta parte. La incógnita.
f). – Usted solía hacerle a la escultura. En madera, yeso, piedra, hierro, bronce, creaba figuras, imágenes, formas. No lamenta mucho lo que pasó. Ya le desesperaba vivir de bustos y estatuas de políticos, y de cortejar gobiernos para que le financiaran sus proyectos. Lleva varios días desde que llegó a esa comunidad y, como es medianamente inteligente, ha entendido de qué va todo ese asunto: esas personas se plantean el reto de volver a empezar.
Deambulando, llegó hasta donde un joven labraba, con un machete, madera balsa. “Es Corcho, así le decimos acá”, le aclaró él. Con habilidad le fue dando forma hasta que quedó una tabla tan lisa e impecable que sería la envidia de la mejor máquina aserradora, cepilladora, pulidora. Pero ya no hay máquinas eléctricas. Y si las hay, falta la electricidad para echarlas a andar. Toma usted un pedazo de “corcho” y mira al joven. Él hace un ademán como diciéndole “tómala sin pena”. El joven le muestra la tabla que labró y le aclara: “es para el comedor”. Usted va de un lado a otro, sin saber qué hacer con el trozo de corcho. Entiende lo que se propone esa gente, pero, más que certezas y propuestas, lo que usted tiene son dudas.
Otro día usted descubre la tabla a la entrada del comedor con un letrero que advierte: “Elige: o lavas tu mano o dolor de tu panza”. Una mano infantil, se adivina por el trazo de la letra, había agregado “Dolor de panza = clínica = inyección =duele mucho”. Otra mano infantil había añadido “Cobarde”. La mano inicial respondía “no soy cobarde”. Luego una larga secuencia de “Sí eres”, “No soy”, que casi llenaba la tabla. El debate terminaba con un “si no sos cobarde, entonces ¿por qué no andas en bicicleta en la grava?” Ya no hubo respuesta.
Cuando se asomó al comedor el primer día, usted pensó “es como en una cárcel”. Tomó su plato y se salió, esperando que alguien lo obligara a entrar de nuevo. Pero no, nadie lo detuvo y afuera, bajo árboles, en el suelo o en bancas rústicas, no eran pocos los que comían en parejas, pequeños grupos o solitarios. Anduvo por el poblado sin ninguna restricción. Incluso probó a salir de la comunidad y no sonó ninguna alarma, ni apareció un grupo de personas armadas siguiendo a la jauría que arrancaría en su búsqueda.
Después de lavar su plato y, claro, sus manos (porque usted no es cobarde, pero tampoco es fan de las inyecciones), se sienta y, sin darse apenas cuenta, empieza a labrar, con su vieja y mellada navaja, el trozo de corcho. La figura va tomando forma.
En la asamblea, cuando llega su turno de presentarse, usted saca de su regazo la pequeña figura. Es una especie de signo de interrogación, sin color, pero con sus formas bien definidas.
Le preguntan “¿Qué es eso?”. “No sé”, responde. Y sin titubear agrega: “No sabemos”. La asamblea guarda un silencio expectante. Quienes coordinan se miran entre sí y dicen “Bueno, ya lo averiguaremos”.
Al otro día, usted sonríe cuando ve la figura sobre la mesa de la coordinación de la asamblea. No se detiene mucho tiempo, tiene que ir a barrer en el comedor “Las penas con pan son buenas. Y a falta de pan, tortillas”.
-*-
g). – Usted le hace a la arquitectura. No sabe cómo llegó hasta ese lugar, pero, por alguna extraña razón, se siente entre pares. Usted es medianamente inteligente, así que entiende que, después de todo, diseñar un espacio no es muy distante de diseñar un mundo. Y eso es lo que parecen estar haciendo esas personas, aglomeradas en torno a una vieja cancha de baloncesto. Están discutiendo el diseño del mundo que les toca rehacer sobre un terreno baldío. O sea, recomenzar.
Usted se ha acercado instintivamente a un grupo de hombres y mujeres. Los recuerda porque, el día anterior, cuando pasaron lista y dijeron “carpinteros, albañiles y mecánicos”, no respondieron. Quienes coordinaban la asamblea, repitieron el llamado: “carpinteros, mecánicos y albañiles”. Nada. Todos miraban en dirección a ese grupo. Por fin, no sin fastidio, la coordinación dijo. “está bien, pues, “ingenieros e ingenieras”. Y ahí sí respondieron “presentes”. Así que, este día, cuando dicen “ingenieros e ingenieras” usted interrumpe y agrega “y arquitectas y arquitectos”. La asamblea le mira con curiosidad, pero el “cuerpo de ingenieros” le sonríe y más de uno le da palmadas en la espalda. La coordinación dice, con resignación: “y eso”. Usted respira aliviado. Pero, como un solo cuerpo, arquitectura e ingeniería maldicen cuando escuchan: “les toca revisar la manguera que viene del manantial”.
En la tarde, cuando el sol empieza a arroparse en el horizonte, en el comedor llamado “Comida vemos, digestión no sabemos”, usted contempla el paraje vacío, apenas con unos esqueletos de lo que serán, supone, champas. Y, sin proponérselo, ya imagina el diseño del auditorio. Si se resuelve el techo de modo que no requiera muchas columnas intermedias, bien podría servir para reuniones, conciertos, bailes, exposiciones, teatro y cine.
No hay concreto, ni varillas, ni cemento, ni nada parecido. Las pocas láminas que todavía servían están ocupadas donde están las herramientas. Ve las champas con techumbres de zacate, hojas de watapil y oreja de elefante.
Piensa: “sí se podría, menos peso, aunque menos duración. Cada tanto se tendría que… recomenzar”.
-*-
h). – Usted hace cine. Se desempeña en cualquiera de los muchos trabajos que se requieren para llegar al momento sagrado y sublime en que, en un rostro, se refleja la luz de la pantalla y un puño de palomitas llena la boca. Usted ha buscado en este texto y no encuentra interpelación directa alguna. Tal vez algo muy indirecto y mediado en las partes del todo. Siente deseos de protestar, de reclamar.
“¡Ése maldito capitán! ¿Quién se cree para dejar fuera al séptimo arte, el padre de la televisión, el prisionero del streaming, el imposible lugar donde pueden converger y convivir las otras artes? ¡Ignorante! ¡Ciego! …” Y otras maldiciones que el pudor me impide reproducir.
Alguien se acerca y hojea el texto mientras usted sigue maldiciendo. Lee en silencio y le pregunta a usted “¿De quién es este guion?”. “¿Cuál guion?” revira usted con molestia. “Éste”, le dice mientras le muestran el fajo de cuartillas impresas. La persona a su lado sigue: “Claro, va a costar un dineral producirlo. Por no hablar de la distribución. Lo de ahora son los finales con escenarios apocalípticos, donde la catástrofe saca lo peor de cada ser humano. No creo que interese al público un escenario donde, en medio de la desgracia, florece lo mejor de la humanidad. La gente, el público, prefiere algo que racionalice sus bajezas y ruindades. No son tiempos de bondad y fraternidad. Y luego el problema del reparto. ¿Quién va a hacer el papel del malo si el malo es un sistema? …”.
Usted interrumpe con un ademán demandando silencio, toma su celular y marca un número. “¿Sí?”, responde una voz somnolienta en la bocina. Usted: “Joaquín, que bueno que te encuentro. Hay un papel de malo. Pero lo malo del malo es que no es una persona, ni una banda de pandilleros, o sea de banqueros, ni una estrella de la muerte o palacio de gobierno, ni una creatura más fea que tú. El malo es el sistema”. La bocina responde “¿Quién diablos eres y por qué me llamas a las tres de la mañana?” Luego el pitido de la comunicación cortada.
A su lado siguen comentando: “Y luego está el problema de la banda sonora. Es un tutifruti de todos los diablos, porque, en torno a la cumbia, se adivinan miles de géneros musicales. La escenografía es imposible. Se necesitarían un montón de cámaras y ni con Inteligencia Artificial podríamos generar algo parecido a este alucine. No habrá quién se atreva a financiar un proyecto así. Y luego, los créditos. ¿En serio vamos a poner en el reparto a un escarabajo impertinente que se hace llamar “Don Durito de La Lacandona”? Y, si es chicle y pega, ¿imaginas a un escarabajo con armadura, montado en una tortuga, desfilando por la alfombra roja del Festival de Venecia, o en San Sebastián, Cannes, Hollywood? Tal vez se pudiera la parte donde recomienzan y, sobre los mismos cimientos, reconstruyen el mismo edificio. Lo otro es imposible de imaginar. ¿Qué es esto?”.
Usted guarda silencio. De pronto murmura: “Es una invitación”. “¿A qué? ¿A hacer una película?”, insiste la otra persona. Entonces usted, que es medianamente inteligente, entiende y responde dudando: “No sé… ¿A imaginarnos el día después?”
Continuará…
Desde la fila frente al puesto de palomitas.
El Capitán.
Octubre del 2024.
Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después. Postfacio. Cuarta Parte: Entre la paga y la imaginación | ͶÀTIꟼAƆ ⅃Ǝ | Octubre de 2024
Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después.
Postfacio.
Cuarta Parte: Entre la paga y la imaginación.
d). – Usted es parte de un grupo de teatro. Bueno, era. Nada queda ya de las brillantes improvisaciones, los tediosos ensayos, las correcciones en postura, dicción y entonación, las broncas por el vestuario, los conflictos “intra- actorales” (“oyes Luis, este parlamento no me gusta, en mi papel de estatua debería ser más elocuente”), las fastuosas escenografías, las peleas por el presupuesto, los locales que hay que adaptar, los anuncios, los boletos. Tampoco están las expectativas de un papel en esa película, telenovela, serie, espectáculo.
Por otro lado, otro usted ya intuía el desenlace de la tormenta. Cuando estuvo en distintos rincones del mundo, tratando de arrancar sonrisas infantiles donde sólo había muecas de dolor y miradas vaciadas por la angustia. El árbol mutilado de la niñez palestina, la cínica indiferencia de una “civilización” ahíta del culto a la banalidad, las humildes champas de los originarios en el alargado olvido llamado Latinoamérica. Fue chofer también, con la colega chofera –“es lo mismo”, diría la niña zapatista que no se ocupa de géneros biológicos sino de la esencia de cada ser-, aquella vez cuando una pequeña montaña navegó a contrapelo de la historia, como si se tratara de eso, de llevar la contraria. Sus pasajeros reiterando la advertencia, avisando de la inminente fecha de caducidad de un sistema enloquecido. La culminación de la tragedia, el mundo como lo conoció desmoronándose en un quejido sordo porque no hubo red social que lo advirtiera. Casi puede decir que lo esperaba.
Ahora eso quedó atrás. Ya llevan varios días en esa comunidad y usted, que es medianamente inteligente, ha comprendido que esa gente reunida no quiere repetir la historia de “El pequeño Malcom en su lucha contra los Eunucos”.
Ahora está por llegar su turno. Quienes formaban parte del grupo se han sentado juntos, como se juntan los seres humanos en una desgracia. ¿Por qué no logra quitarse de la cabeza los diálogos de “La Honesta Persona de Sechuán”? Tal vez porque todo esto semeja lo mismo: el reto de ser mejor persona y ser buena, vivir mejor sin dejar la honestidad como valor humano. Ya sólo faltan dos personas para que les toque presentarse. Usted hace un cálculo rápido: están quienes pueden hacer los personajes: está Shen Te – Shui Ta, y usted confía en que recuerde los diálogos; están los dioses, están Wang, Sun y Shui Fa. Pero ¿y la escenografía? ¿Cómo? ¿Con qué? ¿Dónde? Ya les toca. Entonces su grupo y usted se dan cuenta de que enfrentan el reto mayor en su profesión: con sus actuaciones deben conseguir que el público se imagine la escenografía. “Ésta es la historia de una mujer que también era hombre que también era mujer y así”, inicia usted parándose en medio de la cancha de baloncesto.
Al final nadie aplaudió. No hubo entrevistas, flashes, solicitudes de autógrafos, reseñas críticas de la prensa especializada. Tampoco aplausos y risas a la solidaridad de una historia representada. Porque ahora intuye que esa solidaridad se le otorga a usted, como un murmullo entre la concurrencia en una lengua incompresible. Y ahora entiende: las víctimas sólo dejan de serlo cuando sobreviven a fuerza de resistencia y rebeldía. Sólo entonces pueden recomenzar.
¿Lo hicieron bien o mal? No lo saben, pero siguieron los turnos de presentación. Al otro día, en el comedor comunitario llamado “En Común Come Comida Común”, usted escucha que una mujer le comenta a otra: “El problema es que los teatreros le dieron paga a la chamaca. Viera que no, pues ya es otra cosa” “O caso, depende”, responde su compañera. “La Paga”, se queda usted pensando… “Claro”, se dice, “Bertoldo se estaba asomando a lo que sería la Segunda Guerra Mundial y sus horrores, y señalaba así el dilema provocado por el dinero, la paga pues, como dicen en este lugar”. Va a sentarse con su grupo, que come en silencio porque tampoco sabe si les fue bien o mal, y se sienta. Coloca su plato, mira a los demás y suelta: “el problema es la paga”. Todos le quedan viendo. “Hay que imaginar otro mundo”, sigue. Terminando de comer, mientras hace la fila para lavar el plato, murmura: “Hay que imaginar el día después”.
Al otro día, en el pase de lista de la asamblea, escuchan “teatreros” y, simultáneamente, como después de cientos de ensayos, responden “presentes”. Se sientan mirándose entre sí satisfechos. Su mirada cambia cuando escuchan: “les toca acarrear la tabla para el auditorio”.
Mientras cargan las tablas, todos piensan: “auditorio… escenario… escenografía… ¡teatro!”. Aunque ahora entienden que no necesitan un recinto. Para el arte siempre basta y sobra con un corazón colectivo. No lo dicen en voz alta, pero se dicen “el problema ya no es la paga, ya no tenemos que esperar a Godot”.
-*-
e). – Usted solía ser escritora, escritor o escritoroa. Ya saben: poesía, cuentos, alguna novela. No era fácil. ¿Las becas? ¡Bah!, ésas siempre eran para quien sabía relacionarse… y adular con constancia y certeza. “El problema es la paga”, escuchó decir a los teatreros en el comedor que se llama “Atásquense que hay lodo”. ¿O es “Ahora o Nunca”? Usted recuerda aquella conferencia que impartió en una universidad. “Quien escribe cuenta historias. No más, pero tampoco menos”, así iniciaba. Todo eso quedó atrás. Paradójicamente, el día antes usted escuchaba a Bob Dylan profetizando: “How does it feel / how does it feel? / To be on your own, / with no direction home / A complete unknown, / like a rolling stone”.
Ahora, con la punta del pie, hace rodar una piedrita. No más los ratos a solas, la penumbra, su biblioteca, la mesa o escritorio de trabajo, el ordenador, los fantasmas, las decenas de borradores, el disco duro lleno de palabras truncas, la búsqueda de una editorial: “Uy, no joven. La literatura ya pasó de moda. Lo de ahora son las historias interactivas, los relatos en un mínimo de caracteres. Lo ligero pues, que no requiera pensar mucho. Pero venga otro día. Usted sabe, el mundo es redondo y da vueltas”.
Pero el mundo ya no existe, al menos no SU mundo. Llega su turno. Usted aspira y se pone de pie. Inicia: “yo les voy a contar una historia”. Y sin darse apenas cuenta, va hilvanando una historia de historias que, al tiempo que mira el rostro de los presentes, va arrancando de su imaginación. Decenas de historias bordadas en una sola. Justo como en el bordado ése de “La Hidra”, que vio en un museo en los madrides, en la España “de espíritu burlón y alma quieta”, la “España de la rabia y de la idea”, cuando, después, acompañó a la banda de Open Arms que, en una tasca de Andalucía (entre tapas, palmas y taconeos flamencos, con el cante jondo y Federico, interpelaron a la tierra con un “¡Despierta!”), decidió usar la paga para una lancha en el rescate de migrantes náufragos.
Tal vez imaginaban entonces que llegaría el día en que todos serían náufragos, tratando de emigrar de un mundo roto, poblado de escombros y pesadillas, buscando quien abriera los brazos para acogerles y así intentar recomenzar…
El silencio gobierna y manda, y es sólo su voz lo que se escucha. Hasta los grillos, siempre maloras, se han quedado callados.
Al otro día, en el comedor “Corre porque te Alcanzo”, escucha que un anciano declara: “A mí sí me gusto la historia ésa porque ahí soy más joven”. Una mujer de edad: “Y a mí, porque ahí soy bonita”, y agrega con coquetería “Bueno, más bonita”. En otra mesa, dos jóvenes: “Lo que no entiendo es qué tenía que ver el chucho ése en la historia”; el otro “Acaso es chucho, claro lo miré que es gato”; “Cómo crees, si hasta ladró”; “No es que ladró, yo lo escuché clarito que hizo como gato”. Más tarde, en la asamblea dicen “Contador”, todos lo voltean a mirar y usted entiende, se pone de pie y declara “Presente”.
Para sus adentros, usted piensa “Bien lo decía mi abuela: mija, tú eres buena para la aritmética, de grande vas a ser contadora”. Su sonrisa desaparece cuando escucha “te toca apoyar a la Doña Juanita en la cocina”.
Se dirige a la cocina, cuando lo topa una niña (unos 5-6 años) que, sin más, le suelta: “oí Contador, cuéntame un cuento de que ya sé andar en la bicicleta. Porque ya me cae mal que siempre me caigo”. La niña le muestra la rodilla para que usted aprecie un raspón todavía con sangre y polvo. Usted pregunta amable: “¿Te duele mucho?”. Ella se pone en jarras y sentencia: “ni tanto, no creas, duelen más las burlas de los pinches hombres que nomás se presumen pero bien que se caen, los miré el otro día. El Pedrito bien que se cayó, pero llegó en el lodo su cabeza, así que sólo se lavó el muy maldito y me burla. Pero es que yo me caí en la grava. Porque andar en bicicleta en la grava, no cualquiera”.
En eso pasa un compa y le dice: “Oyes Contadora, si llega el capitán y te dice que prepares una comida que se llama “Marco´s Especial”, no lo hagas caso. El mundo entero te lo va a agradecer”.
Usted es medianamente inteligente, así que entiende dos cosas: que el platillo del capitán no es bienvenido en ninguna mesa, y que el mundo es ahora esa pequeña comunidad en busca de un destino propio. Un grupo de personas sobrevivientes a la tormenta que, como individuos y como colectivo, buscan seguir adelante, recomenzar pues, sin repetir los mismos errores… en el día después.
Continuará…
Desde la víspera.
El Capitán.
Octubre del 2024.