Por: Una madre mexicana

San Cristóbal de la Casas, Chiapas. 8 de octubre de 2014.-

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Todavía no podemos dormir. La barbarie narcopoliciaca de Iguala, Guerrero, nos ha quitado el sueño. Las familias de 6 personas asesinadas la noche del 26 de septiembre están de luto. Las familias de 43 normalistas de la normal rural de Ayotzinapa buscan a los hijos que les arrancó un mal gobierno la madrugada del 27 de septiembre. Hay 25 heridos. La salud de dos jóvenes y un adulto siguen en estado crítico. El principal responsable, el alcalde José Luis Abarca, se encuentra prófugo. Esta vez no disfruta en casa la impunidad que disfrutó por más de un año junto con su esposa María de los Ángeles Pineda, hermana de narcotraficantes. A Abarca se le acusa de haber matado personalmente a Arturo Hernández, uno de sus compañeros de partido, y de haber ordenado la tortura y muerte de siete compañeros más en junio de 2013. Cinco lograron escapar y uno de ellos se atrevió a contarlo. Nos enteramos muchos asesinatos después porque los perredistas ocultaron su crimen.

En distintas ciudades de México y del mundo se realizan protestas para apoyar a las familias de los estudiantes normalistas, para exigir justicia y para hacer evidente un dolor tan colectivo como profundo. Por eso llegan a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, las bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional este 8 de octubre. Se unen a la cadena mundial de protestas como mejor saben hacerlo: caminando. Especialistas en dolor y rabia, recorren la capital coleta con la misma convicción con que 500 policías comunitarios en Guerrero peinan desde esta mañana los campos cercanos a Iguala en busca de narcocementerios clandestinos. Grupos adherentes a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona acompañan y aprenden.

En absoluto silencio, las bases de apoyo del EZLN dignifican con su rebeldía las calles centrales de una ciudad que ha vivido alzamientos, encuentros por la humanidad, foros de derechos indígenas, reuniones de paz y movilizaciones prodemocráticas, pero que la voracidad capitalista al servicio del turismo quiere convertir en la cantina más grande de Chiapas. Los pasos zapatistas caminan hoy aquí sobre Tlatelolco, Aguas Blancas, Acteal, San Fernando, Ciudad Juárez, Hermosillo, Atenco, El Charco, Iguala y lo que falta. Documentan la protesta decenas de periodistas alternativos y autónomos. Reportan desde una libertad que compromete. El contingente zapatista pasa sin detenerse junto a la plaza central de San Cristóbal, entre la catedral y el kiosko, a un costado del palacio de gobierno. Su recorrido abre una tarde de protestas que ya caminan por toda la ciudad.

Los discursos vacíos de la clase política mexicana no encuentran eco en este silencio multitudinario. Las columnas zapatistas de mujeres y hombres, adultos y jóvenes, se desplazan en perfecto orden como lo hicieran el 21 de diciembre de 2012, cuando arrancó un nuevo ciclo baktún de la cuenta maya. Esta vez las recibe una tarde soleada, poco antes de la lluvia. Sólo hablan sus cartulinas y sus mantas levantadas con un mensaje dirigido a “l@s comp@s” de Ayotzinapa: “Su dolor es nuestro dolor. Su rabia es la nuestra.”

Mientras las columnas zapatistas se retiran, otras marchas arrancan en distintos puntos de la ciudad. En esas no hay silencio sino dos horas de consignas. Las encabezan estudiantes chiapanecos que se desplazan desde la Facultad de Ciencias Sociales de la UNACH pero que han llegado de distintos centros educativos. El aniversario 47 de “la caída en combate del comandante Che Guevara” los mueve a hacer mucho ruido. Durante dos horas marchan contingentes que se conectan en varios puntos y parecen trazar un caracol que confluye en la plaza de la resistencia y la dignidad. Se unen grupos de la UNACH, de la Normal Rural Jacinto Canek, de Organizaciones Populares de SCLC y los Altos de Chiapas, del Movimiento Popular y Magisterial de los Altos de Chiapas, de la UNICH, de las secciones siete y cuarenta de la CNTE, de la Coordinadora de Estudiantes Normalistas del Estado de Chiapas, del Frente Nacional de Lucha por el Socialismo y de muchas organizaciones civiles y no gubernamentales. Hay familias completas caminando, un grupo de estudiantes con guitarras, bongó y saxofón que no están tocando y un colectivo “Vándalos del Mundo”. Muchas madres portan cartulinas en apoyo a las madres de Ayotzinapa. Algunas aplauden con lágrimas desde sus casas al paso de la marcha. Cruzamos miradas cómplices porque entre madres nos reconocemos y no es éste el país que merecen nuestras hijas, nuestros hijos.

La luna que se eclipsó en rojo sangre por la mañana no aparece esta noche en San Cristóbal. En el templete de la plaza abarrotada se escuchan dos horas de participaciones que coinciden al afirmar que “nos une la rabia”. El mitin comienza con el “pase de lista” de los 43 normalistas desaparecidos en Guerrero. Porque “vivos se los llevaron, vivos los queremos”, ante cada nombre la gente responde: “¡en pie de lucha!”. Bajo una lluvia ligera pero helada, unas veinte participaciones de jóvenes estudiantes, maestras y maestros y una madre de familia que ha vivido en carne propia la tortura, dirigen toda su solidaridad hacia Ayotzinapa. Nos dicen que “el pueblo de México está lleno de coraje, no sólo de tristeza”; que en muchas ciudades “estamos uniendo las rebeldías y las rabias”; que Enrique Peña Nieto debería irse de México “con toda su mafia de diputados y senadores”. Los contingentes son invitados a llevar sus veladoras encendidas al templete. No las apaga la lluvia. Una joven estudiante enlista diversos crímenes cometidos en lugares y momentos diferentes para luego preguntar “y mañana, ¿quiénes serán?”. Otro muchacho concluye firme: “Y lo peor es que no nos levantamos”.

El común denominador de las emociones de esta tarde es la indignación. Las atrocidades ocurridas en Iguala entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre marcaron un hito en la historia de la violencia en México. La policía municipal de Iguala evidenció el cinismo con que está dispuesta a asesinarnos. Al cuerpo del joven Julio César Mondragón le robaron el rostro y los ojos, pero el gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, no considera necesaria su renuncia. Ante esa crueldad evidente, miles de indígenas, estudiantes y docentes responden en Chiapas con una fuerza organizada incomprensible para las esferas del poder político, pues es una fuerza que proviene de otro México, uno muy lejano a la indiferencia.

“Donde los de arriba destruyen, los de abajo reconstruimos”, afirma la invitación al festival de resistencias y rebeldías convocado desde el EZLN y el Congreso Nacional Indígena para diciembre y enero. Cuando estudiantes y docentes chiapanecos se retiran de la plaza central de San Cristóbal como a las ocho de la noche, lo hacen tan en silencio como lo hicieron las columnas zapatistas unas horas atrás. Hay demasiada reconstrucción pendiente.