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Por John Berger / The Guardian – Rebelión / Resumen Latinoamericano / 05 de enero de 2017

Discurso en el Café Royal al aceptar el Premio Booker (de 5000 libras) por la novela “G”, en 1972

Ya que me han concedido ustedes este premio, acaso les interese saber –en pocas palabras– lo que significa para mí.La competitividad de los premios me repugna. Y en el caso de este premio en particular, la publicación de la lista breve, el suspense con buscado efecto propagandístico, las cábalas sobre unos y otros escritores como si fueran caballos de carrera, el énfasis puesto en vencedores y vencidos, todo ello es falso y está fuera de lugar en el contexto de la literatura.Sin embargo los premios obran como estímulos –no para los mismos escritores, sino para editores, lectores y libreros. Así, el valor cultural básico de un premio depende de qué tipo de estímulo representa. Hacia la conformidad del mercado y el consenso de la opinión promedio; o hacia la independencia imaginativa tanto del lector como del escritor. Si un premio sólo estimula hacia la conformidad, únicamente está subrayando el éxito tal y como se lo entiende convencionalmente. No es más que otro capítulo en una historia de éxitos. Pero si estimula hacia la independencia imaginativa, entonces fortalecerá el deseo de buscar alternativas. O, por decirlo de manera muy sencilla: animará a la gente a hacer preguntas.

La razón de la importancia de la novela estriba en que plantea preguntas que ningún otro género literario puede plantear: preguntas sobre el trabajo individual en la forja del propio destino; preguntas sobre los usos que uno puede darle a la vida –incluyendo la vida de uno mismo. Y plantea estas preguntas de manera muy íntima. La voz del novelista funciona como una voz interior.

Aunque podría parecer inoportuno en mi caso, me gustaría ensalzar –y agradecer– la independencia y seriedad en estas cuestiones que ha manifestado el jurado de este año. Cada uno de los libros de su lista breve se situaba en los territorios de ese inconformismo imaginativo del que estoy hablando. Que concedieran el premio a mi libro me complació –porque ello representaba una respuesta, una respuesta por parte de otros escritores.

Me llevó cinco años escribir G. Desde entonces he estado planeando los siguientes cinco años de mi vida. He comenzado a trabajar en un proyecto sobre los trabajadores emigrantes en Europa. No sé qué forma cobrará al final el libro. Quizá una novela. Acaso un libro que no encaje en ninguna categoría. Lo que sé a estas alturas es que deseo que algunas de las voces de los once millones de trabajadores emigrantes de Europa, y de los cuarenta millones aproximadamente que constituyen sus familias –la mayoría se han quedado atrás en pueblos y ciudades, pero dependen del salario del trabajador ausente–, hablen a lo largo de las páginas del libro. La pobreza obliga a los emigrantes, un año tras otro, a abandonar sus propias tierras y culturas para venir a hacer gran parte del trabajo más sucio y peor pagado en las áreas industrializadas de Europa, donde forman el ejército laboral de reserva. ¿Cómo ven el mundo? ¿Cómo se ven a sí mismos, y a nosotros? ¿Cómo ven su propia explotación?

Necesitaré viajar para llevar a cabo este proyecto, y alojarme en muchos sitios. A veces tendrán que acompañarme amigos míos turcos que hablan turco, o amigos portugueses, o griegos. Quiero volver a trabajar con un fotógrafo, Jean Mohr, con quien hice el libro sobre el médico rural. Incluso si vivimos de la modesta manera en que deberíamos, y viajamos de la manera más barata posible, este proyecto de cuatro años costará unas diez mil libras. No sé cómo reuniremos este dinero. Yo no lo tengo. Pero de momento la concesión del Premio Booker nos permitirá empezar.

Ahora bien: no tiene que ser uno un novelista experto en vínculos sutiles para rastrear el origen de estas cinco mil libras hasta las actividades económicas de donde vienen. Booker McConnell comerció e hizo negocios en el Caribe durante más de 130 años. La actual pobreza del Caribe es el resultado directo de esta explotación y de otras semejantes. Una de las consecuencias de esta pobreza caribeña es que cientos de miles de trabajadores se han visto obligados a venir a Gran Bretaña como inmigrantes. De manera que mi libro sobre trabajadores emigrantes se financiaría con los beneficios logrados directamente a costa de ellos, sus parientes y sus antepasados.

Pero hay todavía más. La Revolución Industrial, y las invenciones y la cultura que la acompañaron y crearon la Europa moderna, se financió inicialmente con los beneficios del tráfico de esclavos. Y la naturaleza esencial de la relación entre Europa y el resto del mundo, entre negros y blancos, no ha cambiado. En G. la estatua de los cuatro moros encadenados es la imagen individual más importante del libro. Por eso debo volver este premio contra sí mismo. Y me propongo hacerlo compartiéndolo de cierta manera. La mitad que dé cambiará la mitad que guarde.

Primero, déjenme esclarecer del todo la lógica de mi posición. No es un asunto de culpa o de mala conciencia. Ciertamente no es una cuestión de filantropía. Ni siquiera es primordialmente una cuestión política. Lo que está en juego es la continuidad de mi desarrollo como escritor: es un asunto entre mí y la cultura que me ha formado.

Antes de que comenzase el tráfico de esclavos, antes de que el europeo se deshumanizase a sí mismo, antes de que se encastrase en su propia violencia hubo de existir un momento en el que negro y blanco se aproximaron el uno al otro con el asombro de los potencialmente iguales. Y pasado aquel momento, el mundo se dividió entre esclavos potenciales y potenciales amos. Y los europeos trajeron de vuelta esta mentalidad a sus propias sociedades. Pasó a formar parte de su manera de verlo todo.

Al novelista le atañe la interacción entre destino individual y destino histórico. El destino histórico de nuestro tiempo va aclarándose. Los oprimidos se abren paso a través del muro de silencio que construyeron dentro de sus propias mentes los opresores. Y en su lucha contra la explotación y el neocolonialismo –y sólo a través de su lucha común, y a causa de ella–, vuelve a ser posible que el descendiente del esclavo y el del amo se acerquen el uno al otro con la asombrada esperanza de los potencialmente iguales.

Por esta razón, me propongo compartir el premio con los caribeños que están luchando para acabar con su explotación. El movimiento de los Panteras Negras ha surgido en Londres de lo que Bookers y otras empresas hicieron en el Caribe; quiero compartir este premio con el movimiento de los Panteras Negras porque ellos, en cuanto negros y en cuanto trabajadores, resisten para que no continúe la explotación de los oprimidos. Y porque tienen vínculos –a través del Black People’s Information Centre– con las luchas en Guyana, la sede de la riqueza de Booker McConnell, en Trinidad y en el Caribe entero: las luchas cuyo objetivo es expropiar todas las empresas semejantes.

Ustedes saben tan bien como yo que la cantidad de dinero de que hablamos –en cuanto deja uno de pensar en ella como premio literario– es muy pequeña. Yo seguiré teniendo necesidad de dinero para mi proyecto sobre los trabajadores emigrantes en Europa. El movimiento de los Panteras Negras seguirá necesitando dinero para su prensa y otras actividades. Pero compartir este premio significa que nuestros objetivos son el mismo. Y al reconocer eso, muchas cosas se aclaran. Pues al cabo –tanto como al principio– la claridad es más importante que el dinero.

The Guardian (Londres), 24 de noviembre de 1972. Traducción de Jorge Riechmann.