A quienes escuchen en este México de sangre y de dolor.
¿Qué nos están diciendo?
Las normales rurales siempre han representado al sector estudiantil comprometido, consciente y pobre en México. Estos centros de estudio durante décadas y décadas han sido cuna de un sinnúmero de personas valientes que aprovechan al máximo la oportunidad de estudiar y de servir al pueblo, de vivir el dolor del pueblo y de luchar junto al pueblo. Son símbolo de rebeldía juvenil, tal vez es por eso que a ellos los agarran, los matan, los queman, los mutilan, los torturan, les hacen todo lo que estos años en México se ha hecho a “criminales”, jóvenes, migrantes, indígenas, mujeres, niños, a miles y miles de personas. Parece que esta MASACRE está representando un quiebre, un punto y aparte, un mensaje que dice: “Así les va a ir a todos los que no se dejen, a los que tengan dignidad”. Parece que el crimen ahora es no ser criminal, porque ser criminal es exactamente lo mismo que ser político, presidente, gobernador, presidente municipal, sicario, policía o militar. El modo en que se hizo esta brutal agresión pone a otro nivel la guerra en México. Es muy corto hablar en este momento de “criminalización de la protesta social”, ahora estamos ante el exterminio del descontento, ante el genocidio de la esperanza. Ese es el mensaje. Eso está detrás.
En días previos a estos hechos de sangre el movimiento estudiantil tomaba fuerza (la sigue tomando), con el 2 de octubre en el aire, con los politécnicos en las calles, con muchas rabias por todo el país. Iguala no llega así porque sí, por problemas municipales, por el narco haciendo de las suyas. Estamos viendo un tipo de “limpieza ejemplar”, ya no castigo, ya no represión, es como si ciertas fuerzas políticas se decidieran a terminar con los rebeldes, los incómodos, los irreverentes, los rojos, de un modo atroz, sin recato alguno, porque hace tiempo que la sensatez y la famosa “legalidad” desaparecieron, como las miles de vidas que han ido quedando “ausentes” en estos años. No estamos ante una crisis de un Estado democrático, estamos ante el auge de un Estado delincuente, que opera con sicarios, con paramilitares mientras se logran terminar de legalizar las injusticias. Entre la masacre de los normalistas en Iguala y su diálogo-espectáculo con los politécnicos en Bucareli, el gobierno de Enrique Peña Nieto y el de Ángel Aguirre, y con los suyos los de todos los gobernantes de este país, de todos los partidos políticos, nos están demostrando su forma de poner “orden”, su forma de ser “respetuosos de los derechos humanos”.
Ayotzinapa nos está doliendo de un modo que aún no podemos describir, nos pone a pensar en una respuesta que aún no está clara, como que en estos diez días el silencio en muchos lugares y personas, el dolor contenido, la impotencia ácida y profunda, la rabia filosa y el terror en los labios, en los corazones, en nuestras mentes nos estuviera poniendo una prueba, una enorme prueba: cómo hacer algo que no sea absurdo, cómo no quedarse mirando, cómo pararlo, cómo decir algo más que NO, que BASTA, que JUSTICIA. De por sí estos últimos años en México como en muchos rincones del mundo se siente que algo falta, que la esperanza no se ve como antes, que no es suficiente, que el futuro no se ve y que la incertidumbre y el horror se vuelven constantes. Mientras que las agresiones del poder, donde sea y como sea son brutales, secuenciales, a niveles más cotidianos, que carcomen y orillan a un aparente “sin sentido y sin rumbo”. De por sí en estos días aunque crece y crece esa indignación, no está bastando la náusea que no sabemos si puede convertirse en impulso. Por eso Ayotzinapa, sus normalistas, nos están doliendo, nos están poniendo de cabeza.
Enrique Peña Nieto y quienes detrás de él operan con el viejo estilo de las dictaduras y con el nuevo discurso de las “democracias”, es decir, con el mejor y más acabado estilo de la perversidad política mexicana, están logrando construir un país en el que el crimen es una política de estado, es decir dónde todo está disponible por un precio adecuado, donde en la relación costo-beneficio cualquier vida es prescindible. Vivimos bajo un sistema donde se externaliza el costo político, es decir que quien tiene el poder utiliza a otros personajes políticos para que asuman la responsabilidad del horror, y estos a su vez externalizan ese costo político y las consecuencias jurídicas a otros, hasta que al final, cuando toda la clase política se ha logrado deslindar de la masacre, cuando el sistema está a salvo, “llegar a las últimas consecuencias para hacer justicia” acaba significando que metan a unos cuantos de los policías-sicarios que dispararon a la cárcel (y eso en el mejor de los casos). En Ayotzinapa, como en tantos otros lugares de México, los grupos de poder harán todo lo posible para que la responsabilidad sea de unas cuantas personas “sacrificables”, para que el sistema de impunidad y de violencia pueda seguir su brutal camino. El sistema político de México no está corrupto, la corrupción es el sistema político de México.
Tenemos que resistirnos a la costumbre de tanta muerte, tenemos que detener esta inercia y tenemos que hacerlo sin caer en las viejas respuestas, sin olvidar la historia. Caminemos, gritemos, pensemos, preguntémonos y hagamos aprendiendo de un modo distinto y construyendo sabiduría colectiva para oponerse a esta barbarie.
Nuestra solidaridad está con los estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”.
Ayotzinapa nos duele.
Enlace Urbano de Dignidad
Nodo de Derechos Humanos
Les trois passants
Comisión Takachiualis de Derechos Humanos
Proyecto de Animación y Desarrollo