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EZLN: 30 años de rabia digna
Fuente: VientoSur
Por Raul Romero
¿Es la rabia el puente entre el dolor y la rebeldía?
¿En qué momento la angustia, la desesperación, la impotencia se convierten en rabia?
Capitán Insurgente Marcos
México, diciembre del 2023.
El 1 de enero de 2024 se cumplieron 30 años de que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) declaró la guerra al Estado mexicano. Aquel día guarda un lugar especial en la memoria de miles de personas en México y el mundo. Se trata de un suceso histórico que cerró el siglo XX e inauguró el XXI. El levantamiento zapatista es parte del conjunto de luchas de los y las de abajo que abrieron un ciclo de revueltas de nuevo tipo.
I
La rebelión zapatista surgió en un momento en que las clases dominantes inundaban al mundo con sus narrativas del fin de la historia e intentaban imponer la idea de que no hay alternativa más que el capitalismo neoliberal y su proyecto civilizatorio. La caída del bloque soviético alimentó aún más el desencanto de quienes todavía se agarraban a esa alternativa que hace tiempo había dejado de serlo.
En América Latina la historia era otra. En la década de 1980, un proceso de movilización antineoliberal se gestaba en la región. Organizaciones populares, campesinas e indígenas realizaban importantes manifestaciones contra las oleadas privatizadoras, el despojo de los bienes comunes y la eliminación de derechos sociales. La era de las dictaduras y los terrorismos de Estado, con su salvaje represión y sus miles de muertos y personas desaparecidas, no logró destruir la conciencia rebelde de pueblos y comunidades. Se trató de una rebelión forjada desde abajo contra la recolonización global del capital, una recolonización emprendida por Estados y corporaciones.
Ese proceso de insurrección popular antineoliberal tomó nuevas fuerzas hacia la década de los 90, especialmente en 1992. Aquel año, los pueblos originarios y afrodescendientes emergieron con toda su potencia y experiencia de resistencia a siglos de dominación colonial, imperialista y también al colonialismo interno de los Estados-Nación. Siglos de lucha los resguardaban, pero esta vez aparecían como sujeto sociopolítico en todo el continente. Las celebraciones de los 500 años del descubrimiento y conquista de América fueron opacadas por un gigantesco movimiento que conmemoraba 500 años de resistencia negra, indígena y popular. En Ecuador, en Bolivia, en Guatemala y en muchos países de América Latina, los pueblos salieron a derribar mitos y estatuas, y a decirle al mundo entero: existimos porque resistimos. En México, en el estado de Chiapas, los pueblos que venían organizándose clandestinamente desde 1983, también participarían de aquella oleada de movilizaciones. Una profunda grieta en el sistema comenzaba a hacerse visible.
Si la aparición pública del EZLN en 1994 vino a darle al movimiento indígena en México una proyección nacional, con espacios de encuentro, diálogo y acuerdos, y a colocar sus demandas en la agenda pública del país, a las izquierdas internacionalistas el zapatismo les ayudó a romper con el relato dominante y a darse nuevos sentidos. Frente al No hay alternativa que Margaret Thatcher y los neoliberales repetían como mantra, miles de personas en todo el mundo opusieron el Otro mundo es posible. En Seattle, Génova, Porto Alegre, Madrid y en tantos lugares más del planeta, el altermundismo encontró en el zapatismo un espejo en cual mirarse y mirar más allá. El movimiento antineoliberal que se expandió por todo el mundo, y que tenía una composición multisectorial y diversa ideológicamente, encontró también en el EZLN un lenguaje común para nombrar la esperanza.
El grito de ¡Ya basta! que lanzaron los pueblos mayas zapatistas fue un grito que se asumió como propio en México y parte del mundo. Y ese grito tuvo importantes repercusiones. Una forma de cambio cultural empezaba a gestarse. La rebelión zapatista fue llevada a las letras, a la música, al cine, a la fotografía, a la danza, al teatro… Manu Chao, Joaquín Sabina, Danielle Miterrand, Oliver Stone, Eduardo Galeano, José Saramago y tantos y tantas más se volvían interlocutores de un mensaje que, en voz del zapatismo, era el mensaje de miles. Personas de muy diversas edades, profesiones y geografías acudían hasta Chiapas para intentar ayudar a parir el mundo nuevo que nacía. La semilla de una nueva cultura política, de una otra política fuertemente entrelazada con la ética, comenzó a florecer. Una otra política nacida de la rabia ante 500 años de opresión y explotación. Y con la digna rabia llegaba también una nueva primavera. Otro mundo sí era posible.
II
Si hacia el exterior de Chiapas el eco del zapatismo ayudó a cambiar las formas de pensar, hacer y hablar en la política, sentando las bases de un cambio cultural y generacional que todavía hoy impacta y que el mismo Immanuel Wallerstein vincularía con los cambios producidos por la revolución cultural de 1968, hacia dentro, es decir en las comunidades mayas zapatistas, el cambio no solo fue cultural, sino que vendría vinculado a un cambio material. Ese cambio material y cultural en las comunidades mayas zapatistas bien podría definirse como un cambio revolucionario, en el sentido en que recupera los medios de producción –la tierra–, elimina al aparato burocrático y construye buen gobierno desde el mandar obedeciendo, y expulsa al aparato represivo del Estado de sus territorios y construye un pueblo-ejército, un ejército que quiere dejar de serlo.
Pero las y los zapatistas, que bien conocen el peso de las palabras y que han ganado mucho de su reconocimiento por su congruencia en el pensar-decir-hacer, llaman a su proceso como uno de Resistencia y Rebeldía, una resistencia creativa que no es nada más “ponerse duro”, como ha dicho el Subcomandante Insurgente Moisés, vocero del EZLN, sino también imaginar y crear soluciones frente a los problemas que cotidianamente van surgiendo en su proceso. A esa resistencia creativa, las y los zapatistas añaden una rebeldía, que es “ser bravos, bravas para igual responder o para hacer las acciones, según la que convenga, entonces hay que ser bravas y bravos para hacer las acciones o lo que necesitamos hacer” dicho también por el propio Sub Moisés. Y esa rebeldía, además de alegre, es también crítica, autocritica y solidaria; una rebeldía que entiende, entre otras cosas, lo poderoso que es bailar cumbia en la lucha contra el sistema.
Con esa Resistencia y Rebeldía, los pueblos zapatistas han construido un proyecto autónomo que tiene como base la recuperación de las tierras que antes usurpaban terratenientes, finqueros y latifundistas. Ese proceso lo ha contado a detalle el Sub Moisés en sus intervenciones sobre Economía política desde las comunidades I y II:
Una de las bases de lo que es nuestra resistencia económica para nosotros, nosotras, las zapatistas, es la madre tierra. No tenemos esas casas que da el mal gobierno, bloques y todo eso, pero sí tenemos salud, tenemos educación, estamos en eso que son los pueblos los que mandan y los gobiernos obedecen.
Las tierras recuperadas se convirtieron en la base material para la construcción de la autonomía. Con el trabajo familiar y colectivo de las tierras se garantizó buena alimentación y vivienda. Se construyeron escuelas y clínicas de salud. Se echaron a andar proyectos productivos. Se implementaron sistemas de seguridad y justicia, así como estructuras de autogobierno. Se fortalecieron las radios comunitarias y se exploró en nuevos medios de comunicación. Se crearon bancos alternativos, cooperativas de transporte, de ganado, de bordado… Todo sin recibir un solo peso de los gobiernos de México, los cuales durante estos 30 años no han parado de hacerle la guerra abierta y encubierta, con fuerzas oficiales o paramilitares, al zapatismo.
Hace 30 años, en territorio zapatista, las infancias morían de enfermedades curables por falta de medicinas. Hoy, en las comunidades zapatistas existen promotores y promotoras de salud, con casas de salud, clínicas y hospitales, donde combinan saberes tradicionales y la medicina moderna.
Hace 30 años, miles de infancias y jóvenes indígenas eran analfabetas y no tenían opciones educativas. Hoy, miles de infancias y jóvenes zapatistas acceden a las escuelas que los pueblos zapatistas han construido y a la educación que los y las promotoras les brindan.
Hace más de 30 años, las mujeres indígenas eran violadas por los caciques, hacendados y finqueros, o eran obligadas a casarse con quienes acordaban sus familias. Hoy las mujeres zapatistas son parte fundamental de la estructura organizativa. Con la Ley de Mujeres Revolucionarias, desde diciembre de 1993, quedó claro este compromiso de la lucha zapatista que hoy es realidad. Hay mujeres comandantas, subcomandantas, capitanas, mayores, pero también promotoras de salud, de educación; son autoridades comunitarias, eligen a quién amar y si quieren casarse o no, cantan rap, hip hop y, desde hace tiempo, son un referente mundial de las mujeres que luchan.
El cambio material y cultural dentro de las comunidades mayas zapatistas es un hecho innegable y contrasta con la voracidad con la que ha avanzado el capitalismo en México. En este país, donde existen más de 100 000 personas desaparecidas, ninguna desaparición ocurrió en territorio zapatista. Ninguno de los 10 feminicidios que ocurren al día en territorio mexicano, ocurrió en territorio zapatista. En territorio zapatista no hay crimen organizado, concesiones mineras o de agua, no hay tráfico de personas. En territorio zapatista, ahí donde el pueblo manda y el gobierno obedece, se cuida la vida de las personas y de la naturaleza.
III
A lo largo de 30 años, la rebelión zapatista ha sido objeto de numerosas investigaciones. Muchos de estos trabajos buscan analizar al zapatismo desde una diversidad de enfoques, perspectivas y abordajes políticos y teóricos difíciles de clasificar por su gran cantidad. Se trata de materiales elaborados por personas dedicadas a muy distintas profesiones y actividades: la academia, la militancia política, el periodismo. También están las investigaciones de los aparatos de inteligencia del Estado mexicano que, ya sea de forma directa o por mediaciones, ha difundido información adversa o difamatoria contra el EZLN. Esta información de origen policíaco se convirtió, desde los primeros años, en el centro de las matrices de opinión pública con la que se buscó contrarrestar la legitimidad del zapatismo; una estrategia que, con sus variaciones, ha sido reutilizada en diversas ocasiones.
Pero los pueblos zapatistas no son objeto, son sujetos que hablan, piensan, actúan, que reflexionan sobre su práctica organizativa. Así, provocan una subversión epistemológica: son sujetos que reflexionan sobre su hacer y decir. Construyen conceptos. Recuperan datos, compilan información, la analizan y plantean hipótesis. Tienen un método. Su mirada rompe con el aquí y el ahora, con la dictadura presentista de nuestra época. Van de lo local a lo global: ven sus comunidades, sus regiones, sus zonas, Chiapas, México, América, el Mundo. Se saben parte de algo mayor.
Su tiempo es también otro tiempo. Miran al pasado para proyectarse en el futuro. Hablan con sus muertos y apelan a la memoria. Imaginan lo que puede venir. Leen, escuchan, se informan y se plantean los peores escenarios. Calculan qué hacer para sobrevivir. Tienen sus telescopios y centinelas –Immanuel Wallerstein y Pablo González Casanova eran algunos de ellos y ellas–, y en ellos se apoyan para ver más allá de lo que su mirada alcanzaría.
Una fuente primordial para adentrarse a la teoría y praxis zapatista es el Archivo Histórico de la página electrónica Enlace Zapatista, ahí uno encontrará documentos fundamentales como las seis declaraciones de la Selva Lacandona, los Cuadernos de la Escuelita Zapatista, la palabra zapatista en el conversatorio El Pensamiento Crítico Frente a la Hidra Capitalista, la Ley Revolucionaria de Mujeres, la Declaración por la Vida, escritos sobre la guerra y la economía política.
Con esa teoría y praxis, los pueblos zapatistas nos vienen alertando desde hace tiempo sobre lo que alcanzan a ver y, también, sobre cómo van construyendo salidas: El problema de la tierra nunca fue sólo un problema de sectores campesinos y pueblos originarios. Pero hoy, el problema de la tierra y del territorio, de quienes la poseen y quienes la privatizan es un problema de la humanidad. Quienes han despojado a los pueblos de la tierra y territorios, en afán de generar ganancias al máximo, la han destruido y nos tienen en pleno colapso. Quienes hicieron de la tierra mercancía, son los mismos que hicieron de la vida una mercancía más.
El progreso construido bajo la idea de la domesticación de la naturaleza, de dominación, no sólo se construye bajo un supuesto de superioridad e independencia, sino bajo una idea de infinitud. Pero, decía Federico Engels hace casi 140 años, “Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza”. Hoy los zapatistas nos dicen: como que la madre tierra “protesta”, como que se “manifiesta” ante tanta destrucción. Esa conclusión de los pueblos, coincide con los saberes científicos más avanzados, aquellos que los señores del dinero invierten millones para negar. El cambio climático, el ecocidio, es una realidad. Los fenómenos naturales que se convierten en desastres sociales, las pandemias, los miles de especies que desaparecen, las y los migrantes climáticos y muchas otras tragedias son apenas el comienzo del colapso en ciernes.
Pero ese ecocidio no es natural; detrás de la destrucción de la vida está un sistema de muerte que en su lógica de maximización de las ganancias lo ha convertido todo en mercancías. Y junto al cambio climático provocado por la devastación capitalista, también están otros sistemas de dominación y explotación igual de urgentes de atender, como el patriarcado, el racismo, el crimen organizado. Sobre todos esos problemas nos alerta el zapatismo desde su teoría y su praxis.
El mundo está enfermo y hay que curarlo. Pero curarlo en serio, no con placebos. Y para ello las y los zapatistas nos hacen una advertencia: “el capitalismo no se puede humanizar”, desde adentro no hay posibilidad de alternativa. Frente a eso también lanzan ahora una iniciativa audaz, novedosa, difícil de comprender todavía. El común y la no-propiedad. Una iniciativa en la que se embarcan para transitar y sobrevivir a la tormenta. La grieta que abrieron hace 30 años es hoy una puerta. Sobre ella nos seguirán hablando. Escuchemos atentos a quienes llevan tanto tiempo empeñados en defender la vida. Su voz puede ser luz entre tanta oscuridad.
Raúl Romero es profesor universitario y técnico académico en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM