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Con una mano, aun con el puño cerrado, meto el boleto en el torniquete y sólo pago tres reales. Fueron siete manifestaciones para eso, pero en las últimas veo gente con lagañas, ya ni me lavo los dientes, despierto ahora con el control remoto babeado en el pecho.

Con la otra mano aprieto garganta de vampiro: ¡regrésame mi sangre, cariado! Puede tener mi sangre roja en el bigote desde hace siglos o puede ser sirena desdentada, lo que importa es que haya alguien a quien ahorcar.

Con la tercera mano me llevo a la oreja una bolsa de frijol. Me lleno de harina por el ombligo. Me voy a vengar. ¿Pero por dónde masticar? Si algo me llevo a la boca es mi celular ultra, neón conectado al futuro gris. Comer las fotos. Le meto un tenedor a una cachucha gringa y me empanzo. Bebo gasolina de mi carrazo nuevo comprado en 90 pagos.

Uno de mis pies le apunta al fresa que cae de boca. ¡Vas a rasgar la bandera del Palmares, caramba!

El otro pie espera donación de medias y zapatos de futbol.

El tercero le dio una patada a ese grafitero que escribió “ladrones” en el cajero. Limpio con un trapo con detergente la puerta del banco donde el alborotador escupió. El deber es dejar todo en orden después de nuestra fiesta cívica. Y es verdad que los magnates ayudan, patrocinan la fiesta de la democracia, el voto un año sí otro no.

Un tobillo se va a la casa a descansar, las várices saltarinas de alegría que marcha. Pero aún no tengo la llave para quitarme las esposas apretadas.

El otro tobillo, cortado e hinchado, tiembla aquí en la cama de la banqueta. Que esa plebe se vaya que voy a conseguir más cartón para forrar mi colchón. Ojalá que hoy la policía sólo aviente bombas, que no use mangueras.

El tercer tobillo recibe una cremita, masaje, pues decidimos celebrar aquí en este motel sabroso del centro. El placer es parte de la lucha, pues. Nuestros hijitos van a tener buena escuela, sin la horca pa nosotros. Con el pelo blanco les vamos a contar a los nietos a la hora de la cena casi todo de esta noche histórica. ¡Ahora hay que aprovechar que mi gigante despertó!

Una uña, enterrada, gime cuando roza la punta de la bota de la compañía. Que me vine así, con el delantal cubierto de grasa.

Otra uña sueña con el esmalte importado del mall. Ya tengo la sandalia guardadita esperando estrenarla en la kermés.

La tercera uña ya debe estar contaminada, infectándose. Que rasgamos teta de puta escotada porque somos machos y hay que mantener el respeto en este desmadre. ¿Dónde va a parar esto? Debería violar a esa vaca, pero le dimos una goloseada.

Un pecho, que se marchitaba y ora sube, brinda al abrazo inflado de mi chamaco cuando llego a casa con la margarina y un mazapancito de lujo. ¿Será que ya me entiende si le cuento por qué llegué tan tarde?

El otro pecho todavía no logra quitarse las camisetas apretadas del patrocinador que me dieron en la marcha, en el desfile que se va a volver anuncio de champú.

El tercero, todavía rasguñado por los manifestantes que me llamaron puta, sirve leche inflamada por el pezón rasgado. Bonito verla mamar dormida.

Una boca canta rap, recuerda que ya todo estaba escrito y que en algún momento nos íbamos a desquitar. Pero después abraza un himno pálido, de los juegos de volley de los domingos en la mañana. No pronuncia bien las palabras gringas, pero vamos vamos, que estamos juntos, ¿no? ¡Menos impuestos! ¡Menos miedo! ¡También quiero un boleto a Cancún! ¡Cárcel para esos sospechosos de pañal ahí en la cuna! ¡Manicomio pa los putos!

En mi otra boca, para grabar entrevista me limpio las migajas de hamburguesa que conseguimos en el desmadre. No pudimos invadir el MacLombriz, así que comimos una de un puesto, ni modo. (¿Voy a salir en la tele? Tengo que avisarle a todo mundo. ¿Qué canal? Grabaron el logotipo del micrófono…)

Ya el tercer labio platica con las cucarachas madrugadoras de la banqueta: ¿A poco tengo la culpa, amor? No hay autobús en la noche… Pero llego hoy, sí, claro, mañana me levanto antes del amanecer. Aunque atraviese la ciudad a pie. Deja la puerta abierta, pasión.

Unos ojos ven la grieta morada de la choza, creciendo como planta de albahaca, y de ahí sale mi madre muerta, que me trae cuscuz. Me despierto y veo la avenida parada con esos vagos que no tienen qué hacer. Chales, hoy llego a casa a media noche. Ni cómo prepararme una marmita pa llevar.

Los otros ojos buscan el reloj en el sofá. ¿Cuándo va a acabar este desmadre de marcha? Ya debería haber empezado la serie del justiciero.

Los terceros ojos los maquillo como mis contratados de la telenovela de las siete. Y rastreo en el relajo lo que sea imán pa que la plebe ciega firme mi plebiscito.

Una de mis espaldas ahora se sienta, recta, sin doblarse de vergüenza. ¡Orgullo de ser patriota! Ahora hay que llenar el formulario del concurso de 47 mil millones para operar el transporte de la capital con nuestros go-carts.

La otra espalda, con otra patada de bota militar en la columna, me hace vomitar la hamburguesa.

La tercera espalda agoniza de dolor y espera nueve meses pa que nazca una consulta en el hospital.

Una rodilla me duele otra vez después de años. Las laderas de regreso le tienen envidia a las banquetas planas del centro.

La otra rodilla prepara el golpe en la espalda del puto, antes de que presenten el certificado de locura. ¿A quién creen que engañan? Váyanse a vacunar para curar el trastorno, ¡váyanse! Ahora la dan gratis en el servicio social.

La tercera rodilla se dobla, prende una vela, sirve la tacita de café en el descanso de la ventana y reza pidiendo que el hijo no se meta en confusión, que regrese con dios.

Una nariz disfruta el humo. Quemamos todas las banderas, de los equipos menores, de los quilombos, de las fanfarrias y de lo que sea. Nunca más manipulación. Sólo la verde-amarilla extendida para cubrirme de orgullo (y en ella tal vez sonarme la nariz ardiente).

La otra aspira el lustre, el brillo bueno. Encontramos un proveedor en Pinheiros y aquí en este barecito está bacán celebrar, es tranquilo, no hay marginales. Y no había visto al Otavinho desde que regresamos de Disney.

De la tercera nariz corre sangre, pero no trabajo en redacción de periódico y me pusieron en la lista de los bárbaros. Ningún teniente me ofreció un chaleco. Pero por lo menos hoy no me ahogo con el aroma del arroyo, que aquí se puede cortar la peste con tijera.