Nos cansamos de mordernos la lengua. Nunca más. Nunca jamás…
(Video vía Chucho Minga, Colectivo por la Defensa de los Derechos y la Dignidad Humana)
*Tierra que somos, aliento de rebeldía (Manuela C. Alarcón, vía Revista Hekatombe):
Hemos visto cómo la esperanza reverdece en la olla comunitaria, en la sanación o atención hacia los cuerpos que respiran rebeldía; cuerpos de seres luchadores, quienes algunos, con la capucha, la piedra, los escudos de madera o de canecas de basura y la acción directa sostienen la digna rabia de un país que agoniza por sus hijas e hijos víctimas de desaparición forzada, de asesinatos sistemáticos de una generación consciente. El régimen estigmatiza férreamente estos instrumentos de defensa que brotan como protesta ante la brutalidad policial y el aparato represor y asesino. Para quienes defendemos la vida, estos instrumentos de lucha son símbolos de dignidad y de defensa por humanidad.
Lloramos cada gota de sangre que derraman impunemente, lloramos y agradecemos a los ríos que nos devuelven los cuerpos que arrojaron sin compasión, pero seguimos construyendo el país transgresor y deseado, seguimos despertando con acciones dignas. ¿Quiénes somos? Somos la vida reivindicándose ante la gran crisis estructural que busca desvitalizaros, la subversión ante los crímenes de Estado, crímenes de lesa humanidad con los que reiterativamente el narco-gobierno necrofílico y genocida arremete, y que con su sevicia devela su sistema sanguinario que se alimenta de las masacres, del odio, de la destrucción del tejido social, de la avaricia, de la aporofobia; que se lucra con los asesinatos de las voces disidentes del pueblo, de sus colores de libertad, de los cuerpos históricamente despotenciados y discriminados, pero que se levantaron contra la marginalidad y el hambre.
Nos embuten balas, el gas vencido que huele a muerte, la pata y el bolillo. Los vomitamos, no los queremos, exigimos vida digna. Nos despojan la tierra, nos quieren matar los páramos, mutilan nuestra carne, pero con la voz desgarrada les decimos: ¡Aquí estamos, aquí seguimos y no retrocederemos!
Ante el recrudecimiento del paramilitarismo que se cohesiona con el fascismo, el neoliberalismo y la individualidad grotesca, gritamos: ¡Somos la vida!, no queremos más cuerpos ultrajados, desmembrados, violados, incinerados ni mutilados. Gritamos por la lucha sustancial del amor, por la humanidad, por el tejido social que es nuestra fortaleza, por caminos contrahegemónicos que son encuentros con la libertad en la red de la vida.
Deseamos vivir en equilibro con la tierra que somos y con los demás seres; hay para todos y todas, y no vamos a aceptar que nos digan lo contrario. Defendemos la utopía, el ideal ético de paz y de formas de existencia en las que podamos desplegar nuestras libertades conscientes. Nos levantamos como pueblo organizado por el respeto a la vida, pero no por sus muros ni propiedades por los cuales despliegan toda la fuerza policial y militar, y con los que cínicamente, equiparan a los y las jóvenes sin futuro.
Desde la música resistimos, desde la poesía, re-existimos, desde el caminar, despertamos, desde el arte, exigimos vida digna. Somos luz, tejido de fuerza ancestral que grita por la tierra, por la semilla, por el agua, por las ideas. Orgánicamente construimos un país rebelde, insurrecto, que protege la vida y gravita a su alrededor.
El país soñado está formándose desde las calles, desde la barricada, desde las asambleas populares, desde la voz del pueblo en los muros. Elevamos el grito desgarrado, apelamos a la ternura y solidaridad de los pueblos, nos enamoramos de nuestra lucha y la respiramos cotidianamente. A quienes ya no están, esperamos que emane en el recuerdo de su carne y de sus ideas el amor y la lucha, que ardan en nuestros corazones y que avive nuestro fuego. Están en la memoria de la lucha popular, son nuestra historia, y serán la base de nuestro futuro, dolorosa pero dignamente, por el cariño a las ideas que defendieron y por la creatividad de sus luchas. ¡Re-existimos con rebeldía! ¡Viva el Paro Nacional!
Manuela C. Alarcón: Deseante, estudiante de medicina de la Universidad de Antioquia. Viajera agradecida y feminista. Tejiendo sanación y compasión en la red de la vida.
*País en paro, cuerpos en movimiento (Elena Sánchez Velandía, vía Revista Hekatombe):
A ustedes que salieron a cambiar este país y se encontraron con las balas de la tiranía
Aunque en filosofía no solamos partir de sentimientos partiré de uno que ahora me habita.
Es similar al que tuve una vez ingiriendo hongos alucinógenos. Menos vívido quizás. Mi cuerpo perdía sus límites y la sensación era que no había división entre él y lo que lo rodeaba. O mejor dicho, que mi cuerpo se ampliaba. Mi cuerpo era la hierba, el insecto, el árbol, la montaña, la tierra misma… En un cierto sentido, en estas marchas, protestas, asambleas, que han rellenado las calles de Colombia desde hace un mes, he alucinado. He sentido que mi cuerpo va más allá de mi piel. He sentido que ya no soy sólo la profesora precaria de una universidad privada que cerrará el programa donde enseño; he sentido que soy la feminista batuquera, el taxista emberracado, el grupo de titiriteros, una misak, una sindicalista, el vendedor ambulante, le bailarine queer que provoca al ESMAD, el estudiante politizado, la mamá que le lleva comida a l_s muchach_s de la primera línea o la que carga su escudo con ell_s… como si mi cuerpo fuera de repente más potente porque ya no es mi cuerpo vulnerable que el sistema de salud ha abandonado a su suerte luego de agravar su enfermedad; es todos esos cuerpos que lo rodean. Ahora desnudos, no sin ropa, sino vulnerables también. Cuerpos precarios o desempleados, para los que el mercado no tiene medicamentos, endeudados hasta el tuétano para poder estudiar o excluidos completamente de la educación superior, potencialmente tuertos, potencialmente violados, potencialmente asesinados (por la EPS o por la policía)… ¿Quién lo hubiera dicho? Nuestra vulnerabilidad nos ha hecho fuertes. Nos ha unido.
El sistema perverso que nos gobierna parecía estar convencido de que al desnudar nuestra vulnerabilidad individual nos mantenía divididos: individuos ocupados cada uno en llegar a fin de mes (en el mejor de los casos). Impotentes precisamente por ello: se nos va la vida intentando sobrevivir.
Se equivocaba.
Porque mi alucinación no es una ficción. La ficción es el individuo. Mi alucinación es quizás más real. Es sólo una alucinación en cuanto desborda las capacidades de nuestros sentidos. Pero la verdad es que no somos individuos separados que al unirse forman una sociedad. En realidad cada un_ de nosotr_s hace parte desde el inicio de una red de relaciones: nos gestamos al interior de otro cuerpo y después nos acoge una cultura y nos vamos construyendo en las relaciones que tejemos con l_s otr_s al interior de ella. Y en medio de esa red, y gracias a ella, podemos alcanzar una autonomía relativa que nunca será absoluta. Siempre seremos tan autónomos como dependientes de l_s otr_s. Ni siquiera los colombianos más ricos son verdaderamente autónomos, necesitan de much_s otr_s colombian_s para acumular esa riqueza; no habrían nunca podido crearla solos. Es más, entre más ricos más necesitan de otr_s.
Quizás lo que intentan comprar con la riqueza expoliada es precisamente la ficción de invulnerabilidad. Por ello algunos pagan ejércitos privados que asesinan y desplazan a quienes se oponen a sus proyectos, a quienes se oponen a que los despojen y se apropien de la riqueza de tod_s. Y es que el modelo que se suele conocer como “neoliberal”[1] ha logrado, en Colombia, un profundo individualismo (la ficción) gracias a un programa de exterminio que lo precedió y lo sustenta. En las dos últimas décadas del siglo pasados vivimos por ejemplo el genocidio de la Unión Patriótica; en los periodos de Uribe vivimos masacres y asesinatos de jóvenes para hacerlos pasar por guerrilleros; ahora vivimos el asesinato constante y sistemático de líderes sociales, y de excombatientes firmantes del tratado de paz y en este mes vivimos el asesinato de jóvenes que se han unido para protestar e imaginar un nuevo país.
Pensándolo bien, es muy pertinente que me haya acordado de los hongos. Pues creo que el acontecimiento al que asistimos está siendo generado por la emergencia de lo que podría llamar el cuerpo “subterráneo” colombiano. Me explico. Lo que solemos llamar hongo no es el hongo. Es la seta. La mayor parte del hongo está por debajo de la tierra. Se trata de una red de filamentos, el micelio, que puede llegar a ser milenaria y pesar toneladas. De esta red enorme surgen las setas que confundimos con el hongo. Así, imaginamos que “nosotr_s” se refiere al conjunto de los individuos que logramos percibir: nuestros “yoes” individuales. Pero se nos olvida la parte del hongo que ha estado sumergida, en latencia. El monstruo que nos oprime va aplastado constantemente las setas que hablan de su cuerpo subterráneo. Que sospechan que somos algo más que individuos; que intuyen el micelio imperceptible pero portentoso que además se conecta con los cuerpos subterráneos de otros seres, así como los filamentos de los hongos suelen conectarse con las raíces de los árboles ayudándose mutuamente (simbiosis)[2], siendo parte de algo más que hongo y árboles, siendo bosque, selva, montaña, tierra… como mi alucinación. Nuestro cuerpo “subterráneo” es la potencia capaz de quebrantar la ficción del monstruo. Por eso al asesinar nuestros cuerpos individuales también intenta adormecer nuestro enorme cuerpo “subterráneo”. Como generándonos una especie de reflejo condicionado: si te atreves a despertar al cuerpo “subterráneo” te mueres. Y así lo vamos olvidando y olvidando su potencia. Pero al parecer, nuestros cuerpos individuales siempre guardan la intuición del cuerpo subterráneo, así como las setas están pegadas al micelio y surgen de él. Y de golpe el cuerpo “subterráneo” está ahí de nuevo. Y su fuerza es telúrica: ¡la tierra tiembla! La tierra se sacude del monstruo que se aferra a ella con sus garras asesinas.
Dije que esto es un acontecimiento. Un acontecimiento no es simplemente algo que sucede. Es algo que irrumpe en los hechos. Inaugura nuevas cadenas de hechos. Y por ello exige nuevos marcos de comprensión y de percepción. Desafía el modo en que habíamos entendido las cosas. No podemos predecir cómo se realizará: va siguiendo su propio plano de despliegue; pero en algún modo se va realizando y continúa haciéndolo incluso cuando parece que no está produciendo nada porque a veces se realiza a través de formas que no nos esperábamos. Por ello es difícil predecir su curso. Pero lo que sí se puede hacer es observar sus signos, acompañarlo. Uno de los signos mayores que aparecen en el horizonte, creo, es el agrietamiento de nuestra democracia representativa y nuestro sistema presidencialista. Cuando la gente pide la renuncia de Duque y la convocatoria a elecciones anticipadas, se puede fácilmente responder que eso legalmente es muy complicado. Pero la cuestión no está ahí. La cuestión es a lo que apunta ese deseo. Y ese deseo apunta a un sistema diferente. Ese deseo expresa que lo que sucede actualmente (que un presidente que ha perdido la completa confianza de su “pueblo” no esté llamado a dar cuentas a dicho “pueblo” sino que, además, este tendría que soportarlo so pena incluso de muerte) es absurdo. Es más, que es absurdo que no pareciese absurdo antes (como dije, los acontecimientos inauguran nuevos marcos de comprensión). Y parece que el deseo ya no se contentará con un sistema parlamentario, por ejemplo, en el que el primer ministro tendría que responderle al congreso. La cuestión no se limita a la defensa de la protesta, como se lleva a cabo a través de las primeras líneas. En las calles, la gente está reemplazando al congreso. Están floreciendo asambleas populares por doquier. De ellas surgen pliegos de petición que reunidos podrían llegar a ser el paquete legislativo popular más grande que se haya visto. La gente quiere apropiarse de la democracia, yo no quiere ser simplemente representada, ni siquiera por el comité del paro, menos aún por politiqueros. La gente busca construir lo que podríamos llamar una democracia popular, en la que de verdad pueda participar. Los mecanismos de participación que contempla nuestra constitución aparecen de repente insuficientes. Insinúan una democracia participativa que es prácticamente imposible de alcanzar. El establecimiento, que no entiende de acontecimientos, intentará, claro está, resolver todo con representación; es decir, esa manía que tiene de decirle al “pueblo” que sabe mejor que el “pueblo” lo que es bueno para el “pueblo”. No funcionará. Y es que la democracia representativa no es sino una restricción de la democracia que se funda en una desconfianza en la democracia misma: esa idea de que el “pueblo” no es capaz de autogobernarse. Y en Colombia por demás se erige sobre una afrenta insostenible: mientras el “pueblo” es excluido los fascistas sí tienen voz, es más, los que se jactan de representar al “pueblo” pretenden que esta coyuntura se resuelva a través de un diálogo entre ellos y los fascistas. No han entendido, o han olvidado, el origen de la democracia: un acuerdo entre diversas partes para expulsar a a la tiranía.
Quisiera concluir volviendo a la alucinación: la política tiene que ver mucho con la estética. No me refiero, con estética, al cuestionamiento filosófico sobre al arte. Me refiero más bien a la cuestión de la sensibilidad. La percepción por ejemplo. Así, vemos que están quienes viven la ficción del individuo y quienes vivimos la alucinación del cuerpo “subterráneo”, de un organismo meta-individual. Por eso, muchas veces, la cuestión no es de información o de estupidez, como se suele enarbolar en nuestras redes sociales. Es más de formas de vida, de afectos y de percepciones. De “conquistadores” (quizás los primeros empresarios modernos) que fundaron la ficción del individuo, ahora derribados por las alucinaciones Misak.
[1] El neoliberalismo llegó después de un periodo de Estados de Bienestar en occidente, en los que el Estado actuaba con una visión social redistribuyendo la riqueza, regulando el capitalismo para reducir la desigualdad, garantizar el pleno empleo, evitar la pobreza, tutelar derechos fundamentales… Según el neoliberalismo esta intervención del Estado es nociva para el crecimiento económico, así que propone reducirla lo más posible. Esto puede significar reducir el Estado o redireccionar sus objetivos. La burocracia estatal puede dirigirse por ejemplo a legislar a favor del mercado y en contra de la vida, a reprimir o entorpecer la actividad ciudadana que se opone al neoliberalismo, como sucede en Colombia. Por eso prefiero hablar de necro-liberalismo como lo propone Achille Mbembe.
[2] Esta simbiosis de micelio y raíces se llama micorriza.