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Vemos las casas derribadas. Los árboles talados. Duele. Duele que los hogares se destruyan; el esfuerzo por levantar muros y techos; donde se hacían las reuniones con la familia y las amistades; donde las risas y el llanto, donde se descansa, donde se duerme y su sueña; los árboles por donde se jugueteaba, se caminaba, se pensaba. Vemos también la rabia. La rabia digna que muy bien ha nombrado el zapatismo; la injusticia, que lejos de arrodillarnos, nos llama a organizarnos; los rostros burlones de trajeados, de policías y granaderos que, como bestias carroñeras, roban, recogen las sobras entre los escombros; que lejos de atemorizar, llaman a la resistencia.

No importó que el 11 de febrero el Juez Quinto de Distrito en materia de Amparo y Juicios Federales en el Estado de México halla concedido la suspensión de la construcción de la autopista de cuota Toluca-Naucalpan a favor de nuestras compañeras y nuestros compañeros de San Francisco Xochicuautla. No importó. Tampoco oímos los aullidos de los Ciros Gómez Leyva o de otros merolicos de los medios de paga, pidiendo que se aplique la ley mientras las maquinarias destruían los hogares de los indígenas de Xochicuautla. No los escuchamos. Sumemos las mediocres actuaciones de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México y de la Representación de las Naciones Unidas. La razón la sabemos: la ley y la justicia son unos simples accesorios para quien puede pagarlas.

A la población no se le consulta, sino se le somete a los intereses, ya no digamos del “Estado”, sino de los grandes consorcios empresariales. Ahí está Grupo Higa y sus filiales que se han caracterizado por sus corruptelas y por depredar México. Sí, Grupo Higa, de Juan Armando Hinojosa Cantú, de quien los llamados “Papeles de Panamá” nombra “el contratista favorito” del gobierno de México. Hinojosa Cantú ha alquilado los granaderos de Eruviel Ávila para realizar su jugoso proyecto carretero. ¿Y el Amparo? ¡Bah!

No es poco lo que enfrenta Xochicuautla. Es la agresión de un monstruo, es verdad, una Hidra, con tantas cabezas podamos imaginar, feroz, mortífera, que nos ataca cotidianamente y que hoy clava una de sus garras en territorio otomí: la Hidra Capitalista de la que nos alertan desde las montañas del Sureste mexicano. De ahí que, como Brújula Roja, mostramos nuestra solidaridad ante esta agresión, porque también combatimos a esa bestia; porque Xochicuahtla, pese a este golpe, no se ha rendido, porque su lucha, lo sabemos, es por la vida.

Brújula Roja