Pablo González Casanova ha muerto a los 101 años. Cuando cumplió 99 le dediqué una columna para celebrar a un heterodoxo en un aniversario que no fuera redondo.

Hombre impar, el ex rector de la UNAM y comandante zapatista Pablo Contreras dejó que pasara el canónico número 100 para despedirse como quien inicia una nueva cuenta.

Nació en 1922, año en que su padre, el lingüista Pablo González Casanova, colaboró con Manuel Gamio en el monumental estudio interdisciplinario La población del Valle de Teotihuacan. El afán paterno de preservar culturas en peligro de extinción encontraría eco duradero en su hijo.

En su libro más leído, La democracia en México, González Casanova abordó un tema candente en forma equilibrada. La actual polarización del país obliga a recuperar el talante ponderado que él mostraba en 1965, arriesgándose a ser visto como alguien demasiado escéptico o demasiado optimista. Según señala en la página inicial de ese ensayo, no buscó un vacuo “justo medio”, sino entender la realidad sin dogmatismos. Ese ánimo abierto le permitió escribir un clásico cuyos principales diagnósticos siguen vigentes (la dependencia de Estados Unidos, la militarización del país, el abandono de las comunidades originarias, la democracia como aspiración y no como logro).

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