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Estrategias de geoterror: Estado, crimen y empresas actúan vinculados para el despojo de territorios en México
Fuente: Avispa Midia
Por Aldo Santiago
En portada: Fuga de petróleo en un pozo al norte de Veracruz donde las instalaciones para la extracción de hidrocarburos en la zona se encuentran abandonadas. El derrame afecta tierras y fuentes de agua de las comunidades circundantes. Foto: Regina López.
Son diversos los casos en México que dan cuenta de un incremento de la violencia desplegada en contra de poblaciones campesinas e indígenas para dar paso a la imposición de megaproyectos. Es en este escenario donde se inserta el análisis que comparten habitantes del norte de Veracruz, en la región del Totonacapan, sobre la vinculación que existe entre tres actores que consideran fundamentales para el despojo de los territorios: empresas, Estado y crimen.
En voz de Óscar Espino, activista y defensor de derechos humanos en Veracruz, acompañante de colectivos de personas buscadoras e integrante del Congreso Nacional Indígena (CNI), la denuncia señala la lógica de terror impuesta por parte de estos actores, con la intención de inmovilizar a la población y, así, evitar la organización y resistencias comunitarias.
Según la reflexión de las comunidades del Totonacapan, la violencia de estos tres actores promueve el vaciamiento de sentido de los territorios para el despojo multidimensional: el territorial, económico, organizativo y político, entre otros, para con ello catalogarlos meramente como zonas de extracción.
“No puedes luchar con una lógica de terror impuesta sobre tu territorio, por ahí está la lógica de geoterror”, sostiene Espino y lo ejemplifica con el caso del norte de Veracruz, una región sumida en actos violentos como las ejecuciones y desapariciones, enmarcada como una zona prioritaria, histórica y actualmente, para la extracción de hidrocarburos.
Para Óscar Espino, la finalidad de las estrategias de geoterror es quitar del camino a las comunidades, quienes “estorban” ante los planes para imponer megaproyectos de “desarrollo”.
La región del norte de Veracruz es atravesada por múltiples megaproyectos que buscan explotar fuentes de agua, como el Proyecto Trasvase de Pánuco que pretende extraer el líquido con destino a estados del norte como Tamaulipas y Nuevo León.
También pretende dar continuidad con la extracción de hidrocarburos mediante métodos no convencionales, como la fractura hidráulica, dentro del proyecto Aceite Terciario del Golfo (ATG). De acuerdo a la Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH), en esta región se han fracturado 3,358 pozos.
A esto se añade las afectaciones en los ecosistemas del Golfo de México por el paso del gasoducto Puerta al sureste, ducto submarino de 715 kilómetros que conectará con infraestructura al sur de Texas, para la exportación de gas natural proveniente de EEUU y Canadá.
Acorde al testimonio de Espino, la actuación de las empresas, Estado y crimen tiene como objetivo transformar la vida del campesino, al cual necesitan como cuidador, promotor y sometido al megaproyecto. De acuerdo al análisis, esto lo consiguen no solo mediante la violencia. “Esta lógica de terror empieza así, no empieza llevando armas, empieza seduciendo”, subraya el activista sobre las condiciones que limitan la articulación y organización comunitaria para la defensa de los territorios en esta zona del país.
Esta publicación forma parte de una serie de diálogos con participantes de la Asamblea del CNI realizada en Puebla durante el 2023. Puedes consultar las entregas pasadas sobre los procesos de resistencia en la Sierra Mazateca, Sonora, el Istmo de Tehuantepec, Michoacán y Quintana Roo. A continuación, presentamos extractos de la conversación con Óscar Espino.
Avispa Mídia (AM): Durante las reuniones con delegados del CNI compartiste algunos elementos de la reflexión que realizan desde el norte de Veracruz sobre lo que llaman estrategias de geoterror, ¿podrías platicarnos más acerca de ello?
Óscar Espino (OE): El análisis lo hemos hecho de manera colectiva, entre los pueblos y las comunidades, las organizaciones de ahí en el Totonacapan. Primero no nos dábamos cuenta cuáles eran los mecanismos que tenían, tanto el Estado, como las empresas, como el crimen organizado para actuar en nuestros territorios, pero de estos tres actores veíamos que había una lógica de meter miedo a las comunidades.
Nosotros los veíamos aislados, como el crimen organizado haciendo su propia chamba, diciendo que ellos se dedicaban a la cuestión del narco; a las empresas haciendo sus planes de megaproyectos de hidrocarburos y al Estado haciendo las leyes y las cuestiones de hostigamiento y de represión, o señalamiento de las comunidades.
Pero cuando empezamos a profundizar en el análisis, pues nos dimos cuenta que, más bien, hay una sinergia, un maridaje entre estos tres actores y otros actores de poder en la región, como cacicazgos locales que están enquistados en las comunidades campesinas e indígenas que funcionan también como mecanismo de aglutinamiento de estos tres actores que meten terror y miedo a las comunidades.
AM: ¿Cuáles son los efectos en los territorios del Totonacapan derivados de estas estrategias de geoterror?
OE: Para las comunidades ha sido muy difícil ver cómo se empieza a renombrar su territorio. Deja de ser el Totonacapan para convertirse, por ejemplo, en territorio Zeta; en campo estratégico de extracción de hidrocarburos como el “Aceite Terciario del Golfo”; en zonas de amortiguamiento para un proyecto estratégico, en rondas de exploraciones y extracción de hidrocarburos. Nombrar el territorio de un modo, también da sentido para vivir en él. Ese renombrarse es también un especie de vaciamiento del territorio. Lo que nosotros decimos es que hay una sinergia de estos actores, tanto del Estado, como del crimen organizado, como de las empresas, de vaciar el territorio del corazón y del pensamiento. La cosa no es que no estemos en el territorio, sino que estamos perdiendo vínculo con él y ese vínculo se está perdiendo por esa lógica del terror.
Nosotros vemos otros pueblos que se levantan y luchan, pero no es lo mismo una comunidad, a la que ahorita le llega la minera, con toda la información que tiene y que puede plantarse frente a la minera, al Totonacapan que tiene 120 años de exploración y extracción de hidrocarburos. Lo que significa es que habemos generaciones, hay incluso abuelos, bisabuelos que nacieron ya con pozos en sus comunidades, con un despojo de inicio, de no sentirse dueños, porque los primeros que estaban fueron desplazados y a ellos se les ha relegado a vivir en espacios de convivencia o de conflicto permanente con la exploración y extracción de hidrocarburos.
Te estoy hablando que los primeros pozos fueron a inicios del siglo pasado. Estamos hablando de más de 100 años de exploración y extracción de hidrocarburos, pero además de una lógica económica asociada a la vida de los hidrocarburos. Los abuelos veían las chapopoteras, como brotaba naturalmente el hidrocarburo, pero no imaginaban nunca la devastación. Salían a la calle, fascinados de ver las máquinas que llegaban, pero empezaron a ver la destrucción cuando debajo de sus casas o donde pretendían hacer su parcela, o su milpa, empezaron a ver una red de ductos. De manera que se empezó a limitar el control territorial y la decisión que los pueblos tienen sobre su territorio.
La cuestión aquí es cómo sus vidas se vieron amenazadas por la propia permanencia de los ductos de las empresas de Petróleo Mexicanos (PEMEX), en un principio, pero además del riesgo permanente.
Hay comunidades que tienen, por ejemplo, centrales de turbinas con un ruido ensordecedor, de manera que en toda la comunidad, para poderse hablar de tú a tú, se tenían que gritar. Es un sistema de privaciones y de riesgos que empieza por la salud misma.
Gente con problemas de salud muy fuertes por el gas venteado en la zona que no tiene regulación y que el Estado simula diciendo que está en los parámetros controlados de emisión de gases a la atmósfera, cuando es totalmente falso. Eso, asociado a una red de ductos de infraestructura para la extracción de hidrocarburos que implica el uso del agua. Por ejemplo, comunidades que no tenían agua y entonces Pemex llegó y les metió el agua; pues decían, “qué chingón”, pero eso ha precarizado tanto, de manera que ahorita ya no tienen, porque el agua se usa para las instalaciones de hidrocarburos.
Y todo un sistema de control también asociado al territorio. Primero, la depreciación de la vida campesina y, por otro lado, el alza de los precios de sus territorios. Entonces dicen ellos, “¿a ver, cómo?, no sirve mi territorio para sembrar, pero luego ¿llegan las empresas privadas?”.
Porque empezó a llegar gente de fuera, contratada por Pemex y otras empresas para hacer recorridos por las montañas, los valles y los territorios de los pueblos para ubicar zonas de exploración.
Nosotros supimos, desde un centro de derechos humanos, que drogaban a las personas para que aguantaran las jornadas infrahumanas, a un calor de más de 40 grados en el Totonacapan, y que fueran a ubicar los pozos. Después de eso, el trabajo que les dieron a los compas no es el trabajo de ingenieros y de petroleros, es limpiar los lodos, que es el trabajo más insalubre y depredador de la salud de los pueblos.
AM: Platicabas acerca de los métodos violentos para el despojo de los territorios, pero tambien acerca de otras estrategias que no implicaban el uso de la fuerza, ¿podrías darnos algunos ejemplos?
OE: Los pueblos implican una amenaza para la lógica del megaproyecto. A esta lógica, no solo estorba la relación del campesino con el territorio, sino el campesino siendo campesino. Necesitan al campesino siendo otra cosa, siendo cuidador de su megaproyecto, siendo promotor del megaproyecto, siendo súbdito del megaproyecto, siendo sometido al megaproyecto. Esta lógica de terror empieza así, no empieza llevando armas, empieza seduciendo. Se impone una hegemonía, le llaman “suave”, una hegemonía impuesta sobre los pueblos de manera que les convencen, desde la precariedad de la vida campesina, indígena, abandonada por el sistema de Estado, y entonces llegaban las empresas y decían “¿cuál es la necesidad más grande que tienen ustedes aquí ahorita?”.
Y se inventaron un programa que se llama Programa de apoyo a la comunidad y el medio ambiente (Pacma), ¡imagina!, la depredación hablando de apoyo a la comunidad y del medio ambiente. Pues con ese programa, ofrecían obras. Entonces llegaba un compañero defensor de derechos humanos y decía a las personas de los pueblos “no, compañeros, los están engañando”, pero eran solo palabras. Mientras los del programa llegaban y decían “aquí está” el recurso para la obra.
Eso metió la lógica de las empresas a las comunidades, ya no el conflicto fuerte, en donde las comunidades se plantaban frente a los pozos, porque las que se plantaban empezaron a ser criminalizadas. La negociación era inducida y sometida, ni siquiera era negociación, era un sometimiento.
Esa lógica empezó a meter el terror en la comunidad, el miedo de vivir en su territorio pensando que el día siguiente serían sacados o que el día siguiente iban a explotar, o que al día siguiente iba a haber un derrame, o que al día siguiente iba a haber un incendio, o que al día siguiente, al ir a su pozo, en vez de agua, irian sacar natas de crudo, o que iban a ver uno de sus animales muertos, porque en el arroyo donde estaba consumiendo agua, hubo un derrame. Es el miedo permanente a morir.
AM: ¿Cómo se da la participación del capital privado en este entramado para imponer la lógica del terror?
OE: Empezaron a aparecer los gestores de las empresas privadas, que eran contratadas por Pemex, por contratos de subrogación de actividades que Pemex no podía hacer. Esta transición fue cambiando de manera que, primero, veías solo a Pemex y después empezamos a contar hasta más de 40 empresas privadas. Los que llevan los ductos, los que llevan los líquidos, los que llevan los químicos, los que hacen la exploración, los que meten los fierros, los que lo quitan; cada empresa dentro de su propia lógica y cada uno deslindándose de la responsabilidad. Ya no sabías con quien pelearte.
Empezó a haber seguridad privada de las empresas y, después de eso, empezamos a ver cómo, a la par de que empezaban a introducir el megaproyecto, se empezaba a introducir la droga y el crimen organizado. Lo que no sabíamos es que el objetivo era desplazar a familias completas, desplazar a comunidades completas, desplazar a actores concretos de las comunidades, meter miedo, para imponer una lógica de terror.
No entendíamos si estaba vinculado al megaproyecto. ¿De qué nos defendemos? ¿del crimen organizado que empieza a llegar a nuestro territorio?, ¿nos defendemos del megaproyecto?, o ¿de la empresa que nos está jodiendo?, o ¿saneamos nuestro arroyo?, ¿nos cuidamos del gas que está venteándose?, o ¿sanamos nuestros oídos?. Esa es la lógica del terror.
AM: ¿En que circunstancias atestiguaron la vinculación del crimen con el Estado?
OE: Cuando empezamos a relacionarnos con otros colectivos de familias defensoras y buscadoras (de desaparecidos), empezamos a encontrar lógicas muy raras, porque nosotros andamos defendiendo el territorio para pedir que los pozos no dañaran y ellas andaban (buscando) entre los pozos.
Porque de estos miles de pozos que hay en el Totonacapan, la mayoría está en desuso. Son pozos viejos, de yacimientos que ya fueron explorados o ya fueron explotados y que tienen poco (hidrocarburos) y no les es redituable hasta que metan para hacer fracking, pero ahí está la infraestructura petrolera.
Por ejemplo, había uno que parecía un hotel. El crimen organizado ahí hacia sus reuniones. No se lo dieron a la comunidad que lo pidio para que hiciera su bachillerato, pero sí dejaron que el crimen organizado ocupara su territorio. Entonces, decíamos, “esto no es lógico”, ¿cómo el crimen organizado llega y hace una cocina?, -así le llaman a un centro de exterminio-, en una de las zonas de Pemex, y Pemex tiene seguridad y las empresas tienen seguridad y no pasa nada.
La gente de la comunidad nos decía, años después, veían que dejaron de ocuparlo, llegaban a barrerlo y hacían montones de tierra. Aventaban todo y ahí iban restos de carros, de cosas que se robaban y restos humanos, los botes con los hoyos donde ahí deshacían los cuerpos. Es una lógica perversa.
AM: Mencionaste que el despojo no es solo del territorio, ¿cuáles son esas otras expresiones?
OE: Hay un despojo económico con el modo de depreciar la vida campesina y, al mismo tiempo, especular sobre ella, del endeudamiento de la gente, del préstamo.
Hay un despojo organizativo a la hora de quitarle la fuerza a la Asamblea y a sus autoridades. Un despojo político porque ya la gente ahorita no puede decidir sobre su propio territorio. Si hay un ducto y lo primero que te encuentras en tu parcela es un anuncio de “no cavar”, entonces, ¿cómo le hago?, y en la siguiente parte de tu parcela, el derrame de crudo que no puedes tú limpiar, ¿cómo lo limpias?.
AM: ¿Cómo las empresas se articulan para el despojo de los territorios con otros actores?
OE: Las universidades públicas estaban haciendo alianzas con las empresas y con Pemex para hacer contratos de colaboración para el despojo. Si quiere seguirse llamando universidad pública debe hacer investigación contra el despojo y debe declararse libre de fracking, así como nos declaramos las comunidades con nuestras asambleas, la universidad pública tiene que declararse libre de fracking. Pero lo primero que hicieron fue, “nueva oferta educativa: Ingeniería Petrolera”, o sea ingeniería para el despojo.
Óscar Espino hace énfasis en compartir el análisis de las y los habitantes del Norte de Veracruz, “a manera de espejo, como nos ha enseñado el CNI”, para, con ello, colaborar con otras comunidades y procesos de resistencia e identificar de manera previa a los actores y la lógica en que se mueven para la imposición de megaproyectos.
“A veces no imaginamos esta lógica perversa de terror impuesta sobre nuestras comunidades, y nos toma mucho tiempo descubrirla”, sostiene Espino sobre la importancia de analizar el poder de las empresas, su vinculación con el crimen y la anuencia de funcionarios para hacer frente a los “proyectos de supuesto ‘desarrollo’”.
“Hay ejemplos maravillosos de las comunidades campesinas e indígenas luchando contra estos proyectos, pero creemos que este ejercicio de espejear la realidad dolorosa de algunos puede ayudarnos a sanar la propia antes de que llegue ese dolor”, finaliza.
La violencia divina de Aaron Bushnell
Ilustración Divina violencia de Mr. Fish
La autoinmolación de Aaron Bushnell fue, en última instancia, un acto religioso, que delimita radicalmente el bien y el mal y nos llama a resistir.
Aaron Bushnell, cuando colocó su teléfono celular en el suelo para realizar una transmisión en vivo y se prendió fuego frente a la embajada de Israel en Washington D.C., lo que resultó en su muerte, enfrentó la violencia divina contra el mal radical. Como miembro en servicio activo de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, formó parte de la vasta maquinaria que sustenta el genocidio en curso en Gaza, no menos moralmente culpable que los soldados, tecnócratas, ingenieros, científicos y burócratas alemanes que lubricaron el aparato del Holocausto nazi. . Este era un papel que ya no podía aceptar. El murió por nuestros pecados.
“Ya no seré cómplice del genocidio”, dijo tranquilamente en su vídeo mientras caminaba hacia la puerta de la embajada. “Estoy a punto de participar en un acto extremo de protesta. Pero en comparación con lo que la gente ha estado experimentando en Palestina a manos de sus colonizadores, no es nada extremo. Esto es lo que nuestra clase dominante ha decidido que será normal”.
Hombres y mujeres jóvenes se alistan en el ejército por muchas razones, pero matar de hambre, bombardear y matar a mujeres y niños no suele ser una de ellas. ¿No debería, en un mundo justo, la flota estadounidense romper el bloqueo israelí de Gaza para proporcionar alimentos, refugio y medicinas? ¿No deberían los aviones de guerra estadounidenses imponer una zona de exclusión aérea sobre Gaza para detener los bombardeos de saturación? ¿No debería darse un ultimátum a Israel para que retire sus fuerzas de Gaza? ¿No deberían detenerse los envíos de armas y los miles de millones en ayuda militar e inteligencia proporcionados a Israel? ¿No deberían rendir cuentas quienes cometen genocidio, así como quienes lo apoyan?
Estas simples preguntas son las que la muerte de Bushnell nos obliga a enfrentar.
“A muchos de nosotros nos gusta preguntarnos”, publicó poco antes de suicidarse, “‘¿Qué haría si estuviera vivo durante la esclavitud? ¿O el Jim Crow Sur? ¿O apartheid? ¿Qué haría yo si mi país estuviera cometiendo genocidio? La respuesta es: lo estás haciendo. Ahora mismo.”
Las fuerzas de la coalición intervinieron en el norte de Irak en 1991 para proteger a los kurdos tras la primera Guerra del Golfo. El sufrimiento de los kurdos fue extenso, pero eclipsado por el genocidio en Gaza. Se impuso una zona de exclusión aérea para la fuerza aérea iraquí. El ejército iraquí fue expulsado de las zonas kurdas del norte. La ayuda humanitaria salvó a los kurdos del hambre, las enfermedades infecciosas y la muerte por exposición.
Pero esa era otra época, otra guerra. El genocidio es malo cuando lo llevan a cabo nuestros enemigos. Se defiende y sostiene cuando lo llevan a cabo nuestros aliados.
Walter Benjamin, cuyos amigos Fritz Heinle y Rika Seligson se suicidaron en 1914 para protestar contra el militarismo alemán y la Primera Guerra Mundial, en su ensayo “Crítica de la violencia”, examina los actos de violencia cometidos por individuos que enfrentan el mal radical. Cualquier acto que desafíe el mal radical viola la ley en nombre de la justicia. Afirma la soberanía y la dignidad del individuo. Condena la violencia coercitiva del Estado. Implica la voluntad de morir. Benjamin llamó a estos actos extremos de resistencia “violencia divina”.
“Sólo por el bien de los desesperados se nos ha dado esperanza”, escribe Benjamin.
La autoinmolación de Bushnell, una de las cuales la mayoría de las publicaciones en las redes sociales y las organizaciones de noticias han censurado fuertemente, es el punto. Está destinado a ser visto. Bushnell apagó su vida de la misma manera que miles de palestinos, incluidos niños, han sido extinguidos. Podríamos verlo quemarse hasta morir. Esto es lo que parece. Esto es lo que les sucede a los palestinos por nuestra culpa.
La imagen de la autoinmolación de Bushnell, como la del monje budista Thích Quảng Đức en Vietnam en 1963 o la de Mohamed Bouazizi, un joven vendedor de frutas en Túnez, en 2010, es un potente mensaje político. Saca al espectador de la somnolencia. Obliga al espectador a cuestionar suposiciones. Le ruega al espectador que actúe. Es teatro político, o quizás ritual religioso, en su forma más potente. El monje budista Thích Nhất Hạnh dijo de la autoinmolación: “Expresar la voluntad quemándose, por lo tanto, no es cometer un acto de destrucción sino realizar un acto de construcción, es decir, sufrir y morir por el bien de la autoinmolación de nuestra gente”.
Si Bushnell estuviera dispuesto a morir, gritando repetidamente “¡Palestina libre!” mientras ardía, entonces algo debía estar terriblemente mal.
Estos autosacrificios individuales a menudo se convierten en puntos de reunión para la oposición masiva. Pueden provocar, como lo hicieron en Túnez, Libia, Egipto, Yemen, Bahréin y Siria, levantamientos revolucionarios. Bouazizi, que estaba indignado porque las autoridades locales habían confiscado sus balanzas y sus productos, no tenía intención de iniciar una revolución. Pero las pequeñas y humillantes injusticias que soportó bajo el corrupto régimen de Ben Ali resonaron en un público abusado. Si pudiera morir, podrían salir a las calles.
Estos actos son nacimientos sacrificiales. Presagian algo nuevo. Son el rechazo total, en su forma más dramática, de las convenciones y los sistemas de poder reinantes. Están diseñados para ser horribles. Están destinados a sorprender. Quemarse vivo es una de las formas más temidas de morir.
La autoinmolación proviene de la raíz latina immolāre, espolvorear con harina salada al ofrecer una víctima consagrada para el sacrificio. Las autoinmolaciones, como la de Bushnell, vinculan lo sagrado y lo profano a través de la muerte sacrificial.
Pero llegar a este extremo requiere lo que el teólogo Reinhold Niebuhr llama “una locura sublime en el alma”. Señala que “nada más que esa locura luchará contra el poder maligno y la maldad espiritual en las altas esferas”. Esta locura es peligrosa, pero es necesaria cuando se enfrenta el mal radical porque sin ella “la verdad se oscurece”. El liberalismo, advierte Niebuhr, “carece del espíritu de entusiasmo, por no decir fanatismo, que es tan necesario para sacar al mundo de sus caminos trillados. Es demasiado intelectual y demasiado poco emocional para ser una fuerza eficiente en la historia”.
Esta protesta extrema, esta “locura sublime”, ha sido un arma potente en manos de los oprimidos a lo largo de la historia.
Las aproximadamente 160 autoinmolaciones en el Tíbet desde 2009 para protestar contra la ocupación china se perciben como ritos religiosos, actos que declaran la independencia de las víctimas del control del Estado. La autoinmolación nos llama a una forma diferente de ser. Estas víctimas del sacrificio se convierten en mártires.
Las comunidades de resistencia, incluso si son seculares, están unidas por los sacrificios de los mártires. Sólo los apóstatas traicionan su memoria. El mártir, a través de su ejemplo de abnegación, debilita y rompe los vínculos y el poder coercitivo del Estado. El mártir representa un rechazo total al status quo. Por eso todos los Estados buscan desacreditar al mártir o convertirlo en una no persona. Conocen y temen el poder del mártir, incluso en la muerte.
En 1965, Daniel Ellsberg fue testigo de cómo un activista pacifista de 22 años, Norman Morrison, se rociaba con queroseno y se prende fuego (las llamas se elevaban 10 pies en el aire) frente a la oficina del Secretario de Defensa, Robert McNamara, en el Pentágono. , para protestar contra la guerra de Vietnam. Ellsberg citó la autoinmolación, junto con las protestas contra la guerra en todo el país, como uno de los factores que lo llevaron a publicar los Papeles del Pentágono.
El sacerdote católico radical Daniel Berrigan, después de viajar a Vietnam del Norte con una delegación de paz durante la guerra, visitó la habitación del hospital de Ronald Brazee. Brazee era un estudiante de secundaria que se empapó con queroseno y se inmoló frente a la Catedral de la Inmaculada Concepción en el centro de Syracuse, Nueva York, para protestar contra la guerra.
“Todavía vivía un mes después”, escribe Berrigan. “Pude acceder a él. Olí el olor a carne quemada y entendí de nuevo lo que había visto en Vietnam del Norte. El niño agonizaba atormentado, su cuerpo como un gran trozo de carne arrojado a una parrilla. Murió poco después. Sentí que mis sentidos habían sido invadidos de una manera nueva. Había comprendido el poder de la muerte en el mundo moderno. Sabía que debía hablar y actuar contra la muerte porque la muerte de este niño se estaba multiplicando por mil en la Tierra de los Niños Ardientes. Entonces fui a Catonsville porque había ido a Hanoi”.
En Catonsville, Maryland, Berrigan y otros ocho activistas, conocidos como los Nueve de Catonsville, irrumpieron en una junta de reclutamiento el 17 de mayo de 1968. Tomaron 378 expedientes de reclutamiento y los quemaron con napalm casero en el estacionamiento. Berrigan fue sentenciado a tres años de prisión federal.
Estuve en Praga en 1989 para la Revolución de Terciopelo. Asistí a la conmemoración de la autoinmolación de un estudiante universitario de 20 años llamado Jan Palach. Palach se paró en las escaleras del Teatro Nacional en la Plaza Wenceslao en 1969, se echó gasolina encima y se prendió fuego. Murió a causa de sus heridas tres días después. Dejó una nota diciendo que este acto era la única forma que quedaba de protestar por la invasión soviética de Checoslovaquia, que había tenido lugar cinco meses antes. Su cortejo fúnebre fue disuelto por la policía. Cuando se llevaron a cabo frecuentes vigilias con velas en su tumba en el cementerio de Olsany, las autoridades comunistas, decididas a borrar su memoria, desenterraron su cuerpo, lo cremaron y entregaron las cenizas a su madre.
Durante el invierno de 1989, carteles con el rostro de Palach cubrieron las paredes de Praga. Su muerte, dos décadas antes, fue ensalzada como el acto supremo de resistencia contra los soviéticos y el régimen prosoviético instalado tras el derrocamiento de Alexander Dubček. Miles de personas marcharon hacia la Plaza de los Soldados del Ejército Rojo y la rebautizaron como Plaza Jan Palach. Ganó.
Un día, si se desmantelan el Estado corporativo y el Estado de apartheid de Israel, la calle donde Bushnell se prendió fuego llevará su nombre. Al igual que Palach, será honrado por su valentía moral. Los palestinos, traicionados por la mayor parte del mundo, ya lo consideran un héroe. Gracias a él, será imposible demonizarnos a todos.
La violencia divina aterroriza a una clase dominante corrupta y desacreditada. Expone su depravación. Ilustra que no todo el mundo está paralizado por el miedo. Es un canto de sirena para luchar contra el mal radical. Eso es lo que pretendía Bushnell. Su sacrificio habla de lo mejor de nosotros mismos.