Doceava parte: Fragmentos.
Fragmentos de una carta del Subcomandante Insurgente Moisés enviada, hará hace algunos meses, a una geografía lejana en distancia y cercana en pensamiento:

“Comisión Sexta Zapatista.
México.

 Abril del 2023.

(…)

Porque entonces sería algo así como que, frente a la terrible tormenta que azota ya todos los rincones del planeta, incluso aquellos que se pensaban a salvo de todo mal, nosotros no vemos la tormenta.

  Quiero decir, no sólo vemos la tormenta, y la destrucción, muerte y dolor que trae consigo.  También vemos lo que sigue.  Queremos ser la semilla de una futura raíz que no veremos, que luego será, a su vez, el césped que tampoco veremos.

  La vocación zapatista, si alguien nos apura a una definición lacónica, es entonces “ser buena semilla”.

  No pretendemos heredar a las próximas generaciones una concepción del mundo.  No heredarles nuestras miserias, nuestros rencores, nuestros dolores, nuestras fobias, ni nuestras filias.  Tampoco que sean un espejo con una imagen más o menos aproximada de lo que supongamos bueno o malo.

  Lo que queremos es heredar vida.  Lo que hagan con ella otras generaciones será su decisión y, sobre todo, su responsabilidad.  Así como nosotros heredamos vida de nuestros ancestros, tomamos lo que consideramos valioso, y nos asignamos una tarea.  Y, claro, nos hacemos responsables de la decisión que tomamos, de lo que hacemos para cumplir esa tarea, y de las consecuencias de nuestras acciones y omisiones.

  Cuando decimos que “No es necesario conquistar el mundo, basta con hacerlo de nuevo”, nos alejamos, definitiva e irremediablemente, de las concepciones políticas vigentes y de las anteriores.  El mundo que vemos no es perfecto, ni de lejos.  Pero es mejor, sin duda alguna.  Un mundo donde cada quien sea quien es, sin vergüenza, sin ser perseguido, mutilado, encarcelado, asesinado, marginado, oprimido.

  ¿Cómo se llama ese mundo?  ¿Qué sistema lo sostiene o es el dominante?  Bueno, eso lo decidirán, o no, quienes vivan en él.

  Un mundo donde los afanes de hegemonizar y homogeneizar aprendan de lo que provocaron en éste y otros tiempos, y fracasen en ese mundo por venir.

  Un mundo en el cual la humanidad no sea definida por la igualdad (que no hace sino esconder la segregación de los que “no son iguales”), sino por la diferencia.

  Un mundo donde la diferencia no se persiga, sino que se celebre.  Un mundo en el que las historias contadas no sean las de los que ganan, porque nadie gana.

  Un mundo donde las historias que se cuenten, sea en la intimidad, o en las artes, o en la cultura, sean como las que nuestros abuelas y abuelos nos contaron, y que enseñen no quien ganó, porque nadie ganó y, por lo tanto, nadie perdió.

  Esas historias que nos permitieron imaginar cosas terribles y maravillosas y en las que, entre la lluvia y el olor del maíz cociéndose, el café y el tabaco, alcanzamos a imaginar un mundo incompleto, sí, torpe también, pero mucho mejor que el mundo que nuestros antepasados y nuestros contemporáneos hemos padecido y estamos padeciendo.

  No pretendemos heredar leyes, manuales, cosmovisiones, catecismos, reglas, rutas, destinos, pasos, compañías, que, si se ve con detenimiento, es a lo que aspiran casi todas las propuestas políticas.

  Nuestra pretensión es más sencilla y terriblemente más difícil: heredar vida.

(…)

  Porque nosotros vemos que esa terrible tormenta, cuyos primeros ventarrones y lluvias ya azotan al planeta entero, está llegando muy rápido y muy fuerte.  Entonces no vemos lo inmediato.  O sí, pero de acuerdo con lo que vemos a largo plazo.  Nuestra realidad inmediata está definida o de acuerdo con dos realidades: una de muerte y destrucción que habrá de sacar a flote lo peor del ser humano, sin importar su clase social, su color, su raza, su cultura, su geografía, su lengua, su tamaño; y otra de volver a empezar sobre los escombros de un sistema que hizo lo que mejor sabe hacer, es decir, destruir.

  ¿Por qué decimos que a la pesadilla que ya está, y que no hará sino empeorar, seguirá un despertar?  Bueno, porque hay quienes, como nosotros, estamos empeñados en mirar esa posibilidad.  Mínima, es cierto.  Pero todos los días y a todas horas, en todas partes, luchamos porque esa mínima posibilidad vaya creciendo y, aunque pequeña y sin importancia -como una semilla diminuta-, crezca y, algún día, sea el árbol de la vida que será de todos los colores o no será.

  No somos los únicos.  En estos 30 años nos hemos asomado a muchos mundos.  Diferentes en modos, tiempos, geografías, historias propias, calendarios.  Pero iguales sólo en el empeño y la mirada absurda puesta en un tiempo extemporáneo que sucederá, no por el destino, no por designio divino, no porque alguien pierda para que alguien gane.  No, será porque estamos trabajando en ello, luchando, viviendo y muriendo por ello.

  Y habrá un prado, y habrá flores, y árboles, y ríos, y animales de todo tipo.  Y habrá césped porque habrá raíces.  Y habrá una niña, un niño, unoa niñoa que estará con vida.  Y llegará el día en que tenga que hacerse responsable de la decisión que tome de qué hacer con esa vida.

  ¿No es ésa la libertad?

(…)

  Y les contaremos la historia de la mujer indígena de raíz maya, de más de 40 años, que se cayó decenas de veces aprendiendo a andar en una bicicleta rodada 20.  Pero también que se levantó el mismo número de veces y ahora anda en una rodada 24 o rodada 26 y, con ella, llegará a los cursos de plantas medicinales.

  Del promotor de salud que llegará a tiempo, a una comunidad apartada y sin camino pavimentado, para administrar suero anti viperino a un anciano atacado por una víbora nauyaca.

  De la indígena, autoridad autónoma que, con su nagüa y su morraleta, llegará a tiempo a una asamblea de “como mujeres que somos” y podrá dar la plática sobre higiene femenina.

  Y que, cuando no había vehículo, gasolina, chofer o camino transitable, la salud, en la medida de nuestro desarrollo y posibilidades, llegará a una champa en un rincón de la selva lacandona.

  Una champa donde, alrededor de un fogón, lloviendo y sin luz eléctrica, llegará, también en bicicleta, la promotora de educación y, entre el olor a maíz cocido, café y tabaco, escuchará una historia terrible y maravillosa, contada en la voz y lengua de una anciana.  Y en esa historia se hablará del Votán, que no era hombre ni mujer ni otroa.  Y que no era uno, sino muchos.  Y escuchará que dirá: “eso somos, Votán, guardián y corazón del pueblo”.

  Y que, ya en la escuela, esa promotora de educación les contará a los niños y las niñas zapatistas esa historia.  Bueno, más bien la versión que hará de lo que se acuerde haber escuchado, porque no muy se oía debido al ruido de la lluvia y la voz apagada de la mujer que contaba la historia.

  Y de “la cumbia de la bicicleta” que algún grupo juvenil musical habrá de crear y que nos aliviará a todos de escuchar por enésima vez “la cumbia del sapito”.

  Y nuestros muertos, a quienes debemos honor y vida, tal vez dirán “bueno, al fin hemos entrado a la era de la rueda”.  Y en las noches mirarán el cielo estrellado, sin nubes que lo oculten, y dirán “¡Bicicletas!  De ahí, siguen las naves espaciales”.  Y reirán, lo sé.  Y alguien vivo pondrá a funcionar una grabadorita y se escuchará una cumbia que todos, vivos y muertos, esperamos que no sea “la del moño colorado”.

(…)

Desde las montañas del Sureste Mexicano.
A nombre de los niños, niñas, hombres, mujeres y otroas zapatistas.
Subcomandante Insurgente Moisés.
Coordinador General de la “Gira por la Vida”.
México, abril del 2023.”

Estos fragmentos son tomados del original, y con las autorizaciones del remitente y de la destinataria.
Doy fe.

El Capitán.
Noviembre del 2023.