Sorry, this entry is only available in Mexican Spanish. For the sake of viewer convenience, the content is shown below in the alternative language. You may click the link to switch the active language.

Por Mauricio Centurion

Una mirada desde Ameríca Latina a la revolución de Rojava, que hoy está amenazada por Turquía y es defendida en la calle por jóvenes que crecieron en el corazón de ella.

Después de cinco días de viaje, cruzo desde Sulaymaniyah (Kurdistán iraquí) hacia Rojava (Kurdistán sirio) para registrar una manifestación de jóvenes que apoyan esta revolución con 10 años de existencia.
 

Un precario puente divide la frontera: allí está el Tigris, uno de los pocos y más grandes ríos en la zona. Luego de horas de burocracia presentando papeles y credenciales, e intentando vencer las barreras idiomáticas, logro pasar a la siguiente frontera que está a 500 metros

-Bi xêr hatî Rojava- me dice un policía.

 

Esta es, quizás, la primera vez que tengo confianza al ver a los ojos a un uniformado. Con ayuda de un traductor le pregunto cómo llegar a la ciudad donde me tengo que encontrar con periodistas de la zona para cubrir la manifestación. Después de preguntarme de dónde soy se ofrece llevarme y digo que sí. Es la segunda vez que cómo periodista subo a la camioneta de la policía. La primera vez es mejor olvidarla.

 
En el camino me mira y sonríe. “Argentina, Argentina”, dice y suelta palabras en kurmanji, su lengua que todavía no puedo entender.
Un niño camina de la mano con su abuelo y mira unas letras prendidas en fuego. Levanta su pequeña mano y con los dedos hace una V. Las letras son las iniciales del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). Ese partido, creado hace más de cuarenta años por Abdullah Öcalan, fue la principal influencia para que, en 2012, en el marco de la Primavera Árabe que conmocionó a todo Medio Oriente y el Magreb, el pueblo de Rojava liberara los territorios del norte del país. Ese levantamiento que desbordó al gobierno de Damasco tuvo sus principales causas en la lucha por las libertades básicas, libertades que hasta ese momento estaban vedadas para los y las kurdas: el derecho a habitar y cultivar sus tierras, hablar su propio idioma, ejercer sus derechos políticos y culturales.

Décadas de luchas tuvieron que pasar los pueblos kurdos, árabes, armenios, asirios, musulmanes, cristianos y yezidíes frente a los estados-nación y las fronteras que dividen a sus habitantes. A finales de mayo de este año, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, volvió a amenazar a los pueblos de Rojava: anunció una nueva etapa en la invasión militar contra el norte y el este de Siria. Como ya lo hizo en 2018 y 2019, Erdogan destina todo el poderío del Estado turco para destruir el proyecto social y político en Rojava, compartido por cinco millones de personas, ya sean kurdos, árabes, armenios, asirios, musulmanes, cristianos o yezidíes.

 
 
Mientras Erdogan invade y destruye, ninguna potencia internacional hace absolutamente nada.

En respuesta a esta amenaza, miles de jóvenes del Movimiento Juvenil Revolucionario y de la Unión de Mujeres Jóvenes organizaron una marcha de tres días, desde la ciudad de Qamishlo hasta Derik, otra localidad ubicada a 150 kilómetros de distancia. Durante la larga marcha se levantó una sola consigna: “Únete a la guerra de liberación contra ocupantes y traidores”.

Con los pies entre los pasos de quienes marchan, el sol pega y la tierra se siente en la garganta. Un joven se me acerca y pregunta: “tu ji ku dere ki?” (¿de dónde sos?). Cuando digo “ez ji Argentina me”, me mira y comienza a nombrar al Che Guevara, a Maradona, a Messi. Después me abraza, me da dos besos y me dice “serkeftin” (¡hasta la victoria!).

En la marcha veo cómo hombres y mujeres bailan. Hasta hace pocos años, esa costumbre milenaria, como también lo es el canto y la música, estaba prohibida para el pueblo kurdo de Rojava. Las horas caminando por el desierto no desalientan a nadie. Bailes, voces, cantos se funden, otra vez, como resistencia.

 
Un joven “cuadro” -como llaman aquí a las personas que forman parte del movimiento kurdo y han estado por varios años formándose políticamente-, se acerca, se sienta en cuclillas y nos sirve agua a los que estamos ahí. Cuando termina, no le queda para él. Se ríe, le queremos dar la nuestra y no acepta. Por suerte hay un internacionalista alemán que habla tanto kurdo como español y me cuenta lo que dice: “Empieza por lo simple, hoy dejas sin agua a alguien, mañana te hacen falta cosas materiales para estar bien, pasado sos tu propio enemigo. Al mundo se lo cambia desde simples gestos, es muy importante que actuemos de esta manera, porque alguien que no actúa de esta manera y habla de revolución resulta incoherente. ¿Quién le va a creer a un burgués que predica lo que no hace?”
 

Su sonrisa es atrapante, en sus ojos hay seguridad. Pienso que, cuando la revolución se desató, apenas tendría nueve años.

 En el camino me ofrecen más agua y comida, halagan mis tatuajes y me preguntan, con cara de confusión, por qué tengo un aro en la nariz. Los vecinos que no participan de la marcha sacan mangueras para que los jóvenes tomen agua y se mojen la cabeza. El pañuelo en el Medio Oriente, tiene muchos significados: uno de ellos es cubrirte del sol; mi cabeza lo comprende enseguida. Al otro día, conseguí un pañuelo, al que no voy a soltar hasta mis últimas horas en Rojava.
La revolución en el norte y el este de Siria es amenazada por diferentes intereses. Además, es literalmente bombardeada por Turquía. En las últimas semanas, tanto el ejército de Ankara como los grupos mercenarios, que son sus aliados en la región, redoblaron los ataques contra aldeas y ciudades de Rojava.
En la marcha, rodeando a los jóvenes, las unidades de mujeres milicianas custodian nuestros pasos. Ese icono de mujeres con armas luchando contra ISIS, que llegó a Occidente de forma espectacular, se transfigura cuando un par de niñas se acercan a saludarlas con dos besos y un abrazo.
 

No veía tantos jóvenes agrupados luchando por una causa desde el movimiento de mujeres en Argentina. ¿Será esa la causa por la que es tan difícil para los enemigos acabar con esta revolución? Con estos diez años de avances, resistencias y miles de desafíos por delante, el movimiento político que liberó Rojava continúa plantando las semillas para reforestar la tierra donde crece la esperanza. Esperanza y vida que desde hace décadas intentan aniquilar, pero no lo lograrán.

 
 

Rebentos da revolução

Um olhar desde a América Latina sobre a revolução em Rojava, hoje ameaçada pela Turquia e defendida nas ruas por jovens que cresceram no seu seio/no seu coração. Por Mauricio Centurión*, para diferentes meios independentes de ambos os lados do oceano.

 

Após cinco dias de viagem, atravesso de Sulaymaniyah (no Curdistão Iraquiano) para Rojava (o Curdistão Sírio) para registar uma manifestação de jovens que apoiam esta revolução de 10 anos.

Uma ponte precária divide a fronteira: ali está o Tigre, um dos poucos e maiores rios da região. Após horas de burocracia, apresentando documentos e cartões de identificação, e tentando ultrapassar as barreiras linguísticas, consigo atravessar para a próxima fronteira, a 500 metros de distância.

“Bi xêr hatî Rojava”, diz-me um polícia.

Esta é talvez a primeira vez que tenho a confiança de olhar um homem fardado nos olhos. Com a ajuda de um tradutor, pergunto-lhe como chegar à cidade onde tenho de me encontrar com jornalistas locais para cobrir a manifestação. Depois de me perguntar de onde eu era, ofereceu-me uma boleia e eu disse-lhe que sim. É a segunda vez que, como jornalista, entro na carrinha da polícia. A primeira, é melhor esquecê-la.

No caminho, ele olha para mim e sorri.

“Argentina, Argentina”, diz ele, soltando palavras em Kurmanji, a sua língua que eu ainda não consigo compreender.

Um rapazinho anda de mãos dadas com o seu avô e olha para algumas letras incendiadas. Levanta a sua pequena mão e faz um V com os dedos. As letras são as iniciais do Partido dos Trabalhadores do Curdistão (PKK). Este partido, criado há mais de quarenta anos por Abdullah Öcalan, foi a principal influência para o povo de Rojava na libertação dos territórios do norte do país em 2012, no contexto da Primavera Árabe que abalou todo o Médio Oriente e o Magrebe. Esta revolta, que saiu do controlo do governo em Damasco, teve as suas principais causas na luta pelas liberdades básicas, liberdades que até então tinham sido negadas aos Curdos: o direito de habitar e cultivar as suas terras, de falar a sua própria língua, de exercer os seus direitos políticos e culturais.

Décadas de lutas foram travadas pelos povos curdos, árabes, arménios, assírios, muçulmanos, cristãos e yazidis, face aos Estados-nação e às fronteiras que dividem os seus povos. No final de Maio deste ano, o Presidente da Turquia Recep Tayyip Erdogan voltou a ameaçar os povos de Rojava: anunciou uma nova etapa na invasão militar contra o norte e o leste da Síria. Como já fez em 2018 e 2019, Erdogan está a utilizar todo o poder do Estado turco para destruir o projecto social e político em Rojava, partilhado por cinco milhões de pessoas, sejam elas curdas, árabes, arménias, assírias, muçulmanas, cristãs ou yazidis.

Enquanto Erdogan invade e destrói, nenhuma potência internacional faz o que quer que seja.

Em resposta a esta ameaça, milhares de jovens do Movimento Revolucionário da Juventude e da União das Mulheres Jovens organizaram uma marcha de três dias desde a cidade de Qamishlo até Derik, outra cidade a 150 quilómetros de distância. Durante a longa marcha foi levantado um único slogan: “Junta-te à guerra de libertação contra ocupantes e traidores”.

Com os meus pés entre os passos dos caminhantes, o sol bate e a terra sente-se na garganta. Um jovem aproxima-se de mim e pergunta: “tu ji ku dere ki?” (de onde és?).

Quando lhe digo “ez ji Argentina me”, ele olha para mim e começa a nomear Che Guevara, Maradona, Messi. Depois abraça-me, beija-me duas vezes e diz “serkeftin” (até à vitória!).

Na marcha, vejo como homens e mulheres dançam. Até há alguns anos atrás, este costume antigo, como o canto e a música, era proibido ao povo curdo de Rojava. As horas de caminhada pelo deserto não desencorajam ninguém. Danças, vozes, canções fundem-se, mais uma vez, como resistência.

Um jovem “quadro” – como aqui chamam às pessoas que fazem parte do movimento curdo e que estiveram vários anos a formar-se politicamente – aproxima-se, agacha-se e serve água aos que estamos ali. Quando termina, não sobra água para si. Ele ri-se, nós queremos dar-lhe a nossa e ele não aceita. Felizmente, há um internacionalista alemão que fala curdo e espanhol e me conta o que ele diz: “Começa pelas coisas simples, hoje deixas alguém sem água, amanhã precisas de coisas materiais para estar bem, no dia seguinte és o teu próprio inimigo. O mundo muda-se com gestos simples, é muito importante que actuemos desta forma, porque alguém que não actua desta forma e fala de revolução é incoerente. Quem vai acreditar num burguês que prega o que não faz?”

O seu sorriso é cativante, nos seus olhos há segurança. Penso que quando a revolução eclodiu, ele tinha apenas nove anos de idade.

No caminho, oferecem-me mais água e comida, elogiam as minhas tatuagens e perguntam-me, com um olhar confuso nos seus rostos, porque tenho um anel no nariz. Os vizinhos que não participam na marcha trazem mangueiras para os jovens beberem água e molharem as cabeças. O véu, no Médio Oriente, tem muitos significados: um deles é cobrir-te do sol; a minha cabeça compreende isto imediatamente. No dia seguinte, consegui um lenço, e não o vou largar até às minhas últimas horas em Rojava.

A revolução no norte e leste da Síria está ameaçada por diferentes interesses. Além disso, este território é literalmente bombardeado pela Turquia. Nas últimas semanas, tanto o exército de Ancara como os grupos mercenários, que são seus aliados na região, redobraram os seus ataques a aldeias e cidades em Rojava.
Na manifestação, rodeando os jovens, as unidades de mulheres milicianas guardam os nossos passos. Esse ícone de mulheres com armas a lutar contra o ISIS, que chegou ao Ocidente de forma espectacular, é transfigurado quando um par de raparigas se aproxima para as cumprimentar com dois beijos e um abraço.

Desde o movimento de mulheres na Argentina que não via tantos jovens juntos para lutar por uma causa. Será essa a razão pela qual é tão difícil para os inimigos acabar com esta revolução? Com estes dez anos de progressos, resistência e milhares de desafios pela frente, o movimento político que libertou Rojava continua a plantar as sementes para reflorestar a terra onde cresce a esperança. Esperança e vida que há decadas tentam aniquilar, mas não conseguirão/serão bem sucedidos.