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Eugenia Gutiérrez, Colectivo RZ.
25 de noviembre, 2018.

La sociedad siempre ha sido masculina;
el poder político siempre ha estado en manos de los hombres.

Simone de Beauvoir

¿Qué clase de hombre tienes que ser para que Donald Trump te considere un “caballero”?

En los últimos meses, la sociedad mexicana con acceso a espacios de comunicación y a redes digitales ha podido observar día y noche los empeños obsesivo-compulsivos de un patriarca. Obsesión por el poder. Pulsión de mando. Tras su triunfo electoral el pasado mes de julio, Andrés Manuel López Obrador ha dedicado todas sus horas a mover incesante las piezas de un juego que parece divertirle y que, una vez más, encamina nuestro país hacia una democracia simulada pero, esta vez, bajo un esquema de militarización permanente.

Después de haber asegurado en las urnas el poder absoluto en los ámbitos ejecutivo, legislativo y judicial, el próximo presidente de México ha ido delineando una cascada de programas de corte neoliberal cuyo principal soporte ideológico es el patriarcado. En el ámbito del futuro gobierno, su palabra centraliza todas las ideas, todas las voces. Apoyado en lo que para muchos es carisma, su figura personifica todas las iniciativas gubernamentales en ciernes. El partido político que lo llevó al poder se desdibuja y se pliega. Muchas de las otrora voces críticas en la academia, la sociedad civil y los medios de comunicación, y que hoy simpatizan con él, se postran ante cada uno de sus postulados. Sus ocurrencias se tornan “grandes proyectos” y sus caprichos son festejados y respetados por millones de sus seguidores, sin someter estos “proyectos” al más mínimo escrutinio de la viabilidad, el sentido común o la ética. Como muestra, basta el botón de la militarización a ultranza de México que el próximo presidente acaba de anunciar, exactamente en sentido contrario a lo que criticó por años y lo que prometió en campaña, una militarización no sólo negada sino peligrosamente aplaudida dentro de su círculo de seguidores más cercano.

A una semana de que comience su gobierno (el próximo 1 de diciembre), López Obrador intensifica los atropellos a la Constitución que dice defender. En un ejercicio de simulación absoluta, en estos días somete a lo que él llama “consulta ciudadana” sus diez programas prioritarios, todos ya pactados con esa mítica “mafia del poder” que él ha convertido en realidad al invitar a un selecto grupo de multimillonarios a acompañar y asesorar su gobierno. Desde una presunta posición “de izquierda”, promociona como productos formidables el despojo a pueblos originarios, la devastación de reservas ecológicas, la mercantilización de la lucha ambiental y el ecocidio. En varios de esos programas prioritarios está en juego la soberanía nacional. En otros, los que él llama “sociales”, se anuncian años de dádivas al más puro estilo de regímenes anteriores, en tanto se advierte un falso matiz benevolente para los que son simple y llanamente derechos ciudadanos, como el trabajo, la salud y la educación.

Estos programas neoliberales entrañan serios peligros para un México sacudido por la violencia. Vivimos en un país que no ha logrado superar la misoginia, el clasismo, el racismo, la homofobia ni la corrupción, y que necesita un cambio profundo de manera urgente. Los índices de feminicidio en nuestro país, que este año 2018 se han elevado a un promedio de nueve mujeres asesinadas cada día, son un indicador claro de que habitamos un patriarcado capitalista fuera de control. En este sistema capitalista predominante es grave generar falsas expectativas como la llamada “cuarta transformación”. Al autodefinirse como proceso histórico de cambio trascendente antes de que se inicie siquiera, la megalomanía obradorista ha recurrido a una categorización a priori que denota soberbia y falta de sentido profundo de la historia. Un pronóstico histórico anticipado (y hasta nominado) es no sólo delirante sino absurdo.

Ningún patriarcado puede consolidarse si no recurre de manera exitosa a fantasías de corte religioso, ilusiones de estabilidad y profecías esperanzadoras. Es precisamente la fantasía la que alimenta la megalomanía rampante que profetiza transformaciones a todas luces simuladas. En este noviembre de lucha feminista organizada se hace indispensable trabajar con seriedad el diagnóstico y señalar que la salida a esta guerra no serán una democracia simulada, una militarización aplaudida ni un patriarcado carismático. Para transformar la realidad que vive México se debe partir de eso, de realidades. La poca o nula importancia que el próximo gobierno concede al horror de los feminicidios en México es congruente con sus aspiraciones de corte neoliberal. El sistema capitalista se sustenta en la violencia, y ésta afecta particularmente a niñas, niños, mujeres y ancianos de los sectores más pobres, así como a personas discapacitadas, con problemas de salud, migrantes o que viven en condiciones extremas para la sobrevivencia. Elocuente, la campaña presidencial de López Obrador nunca tuvo entre sus temas prioritarios ni el cuidado de la niñez, ni el combate a la desaparición forzada o a los feminicidios, en tanto millones de personas adultas mayores fueron engañadas respecto de la edad en que podrían comenzar a recibir un apoyo económico que, por derecho, les correspondería. Su falso lema de “primero los pobres” ha sido eso, un lema falso.

Un elemento que, en años venideros, podría tener consecuencias aún más desastrosas para la lucha contra la violencia patriarcal y capitalista en México es la forma en que el gobierno entrante insiste en dejar de lado la ética y el derecho para colocar la moral como punta de lanza de sus programas. Su llamado “plan” de seguridad nacional está atravesado, de principio a fin, por un eje moralista que sustenta sus expectativas de cambio en una ilusoria batalla entre el bien y el mal, arrogándose, claro está, el monopolio de la bondad y el perdón. Además, como si no existieran las leyes que lo empoderaron, ni los derechos, ni las obligaciones, ni la ética, ni la libertad, ni la dignidad, ni la memoria, el gobierno entrante insiste en redactar un documento que llamará “constitución moral”, artilugio conservador que busca regir la vida privada bajo una lógica de control de las emociones humanas y desde un ámbito no sólo extralegal sino metafísico. Publicitar la formación de un grupo asesor empresarial al tiempo que se redacta una “constitución moral” podría parecer una broma. Sin embargo, esa aparente comicidad oculta un pragmatismo preocupante cuando se le mira desde la lente del patriarcado y las ilusiones que éste ha despertado a lo largo de la historia. En todos los patriarcados, particularmente los carismáticos, franjas enormes de las sociedades (a veces bien intencionadas, a veces no), se inclinan por desentenderse de compromisos subjetivos para entregarse a lo que consideran la protección de un abrazo paternal objetivo. Ya sea ante el riesgo de perder los privilegios y las comodidades que promete el sistema predominante (hoy en día, el capitalismo), ante el anhelo de gozar de esos privilegios o, simplemente, ante la exigencia de alcanzar niveles dignos de vida, las sociedades se muestran dispuestas a dejar su destino en manos de un “líder” que se asegura de hacerles creer (de manera dogmática) que lo extralegal se justifica y lo metafísico existe. Por supuesto, los grupos de poder económico que acompañan esas fantasías ejercen una función balsámica.

Cuando las sociedades atraviesan periodos de guerra y de dolor profundo, muchas personas confían en la promesa de un oído atento, una mirada al fin, después de ciclos extensos de invisibilidad y de gritos inescuchados. Los patriarcados carismáticos también ofrecen la esperanza de la resolución expedita, ésa que no implica compromiso sino confianza. Para algunas cuantas figuras de la clase política, siempre conllevan el reparto de unas migajas de poder y dinero. Y cuando las guerras alcanzan ya niveles insoportables, como la que hoy padece México, éstas han de mirarse como un elemento determinante para la elección de varones carismáticos, conservadores y autoritarios.

En meses recientes, López Obrador ha combatido con vehemencia la libertad de expresión mientras fomenta la propaganda; ha pactado proyectos aeroportuarios sin licitación de por medio con quienes calificaba como corruptos; ha desdeñado la gravedad de estimular la frivolidad, el nepotismo, el servilismo y la obsecuencia; ha lucrado con el dolor de familias heridas por grupos criminales o damnificadas por sismos; ha enmarcado sus inseguridades con imágenes gigantes de leyendas heroicas y mensajes que considera subliminales; ha pretendido utilizar a los pueblos originarios; ha amenazado con emprender, sin ninguna autoridad moral, una cruzada moralizante; ha ordenado a su grupo parlamentario, ya en funciones, modificar a su gusto la Constitución; ha amenazado con separar familias y llevar a cabo despidos masivos; ha tocado, ofendido, humillado y besado sin autorización a niñas y mujeres simpatizantes suyas, así como a mujeres en el ejercicio de su profesión; ha querido ridiculizar la lucha feminista abriendo espacios en su gobierno a mujeres que encumbran patriarcas; ha publicitado la firma, en su propia casa, de su contrato de impunidad; ha abusado del mandato democrático de quienes apuestan por la vía electoral. Y todo ello sigue siendo aplaudido por una franja de conservadores que se autodenominan progresistas. En la oposición, otra franja se manifiesta crítica, pero debido a las posibilidades reales de perder muchos de sus privilegios. La mesa pareciera estar puesta para celebrar un patriarcado “perfecto” donde el destino de una nación sería decidido por un solo hombre.

Mientras todo esto ocurre, otro México continúa organizándose para responder en el abajo con autonomía, autogestión, resistencia y rebeldía. El desafío para las luchas feministas en México es enorme. Este 2018 ha sido un año de eventos inéditos en las luchas de mujeres, como pudo observarse en el encuentro realizado el pasado mes de marzo en territorio rebelde zapatista, y cuyo principal acuerdo fue mantenernos vivas en este país feminicida. Dentro de un mes, integrantes de la Sexta Nacional e Internacional, del Congreso Nacional Indígena (CNI), del Concejo Indígena de Gobierno (CIG) y de grupos que han apoyado y seguirán apoyando al CNI y al CIG, se reunirán en un Encuentro de Redes de Resistencia y Rebeldía que se llevará a cabo cerca del poblado de Guadalupe Tepeyac, Chiapas, del 26 al 30 de diciembre. Días después, del 31 de diciembre de 2018 al 1 de enero de 2019, celebrarán el 25 aniversario del alzamiento zapatista en La Realidad, Chiapas. Será anfitrión de los encuentros el Ejército Zapatista de Liberación Nacional que, asegura, “les esperamos porque, aunque el camino será largo, aquí seguiremos”. Habrán de surgir entonces muchas preguntas que buscarán respuesta en colectivo y que tendrán que discutirse desde un plano de realidad que sabe de los peligros de la simulación democrática, la militarización permanente y la fantasía de la bonanza patriarcal.

¿Qué clase de sociedad necesitamos construir para no vivir necesitando “líderes”?