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“Azcapo será la tumba del porrismo”.- Vía Agencia Subversiones (6 septiembre), por Brenda Burgoa y Romeo LopCam:
El plantel Azcapotzalco del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) se encuentra en paro indefinido desde el 27 de agosto en protesta por la falta de profesores, cobro de cuotas de inscripción y retiro de murales. El pliego petitorio también incluye el esclarecimiento del presupuesto escolar, debido a la sospecha de desvío de recursos, así como el castigo a profesores y administrativos abusivos y deficientes.
El lunes 3 de septiembre, durante un mitin que se llevaba a cabo en las puertas de rectoría, fueron atacados por alrededor de 150 porros de distintas agrupaciones. Las imágenes se hicieron virales. La impunidad con la que se comportaban era evidente. En una de las transmisiones en vivo, la mamá de Carlos Sinhué, alumno asesinado en 2011, dice «Ese es Teófilo Licona, coordinador de Auxilio UNAM», el individuo no sólo no actúo para defender a los estudiantes, en ocasiones parece que está coordinando a los atacantes. La pasividad del personal de Vigilancia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), suscitó una indignación mayúscula entre la comunidad estudiantil, que decidió hacer paros de 48 a 72 horas en sus escuelas, para protestar por estos vergonzantes hechos.
El conflicto con dichas organizaciones sin embargo, viene de antaño. Y son los estudiantes de los CCH quienes principalmente las han sufrido y confrontado, ante la indiferencia de la mayoría de los alumnos, profesores y trabajadores de la casa de estudios más grande del país. Algo, sin embargo, cambió este 3 de septiembre.
Quizá es que el ataque sucedió en el campus de Ciudad Universitaria (CU), o tal vez es que había algunos reporteros grabando, o quizá fue el alcance de las redes sociales el que viralizó las imágenes de jóvenes lumpenizados y sus líderes cuarentones vistiendo jerseys de fútbol americano con las siglas de sus respectivas agrupaciones porriles, golpeando salvajemente y aterrorizando a los universitarios para romper su manifestación.
El caso es que, a diferencia de otras represiones hacia el estudiantado en años recientes, suscitadas en varias escuelas del bachillerato, en esta ocasión se comenzaron a hacer asambleas a escasas horas de difundirse los hechos, en planteles como la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), con el objeto de exigir una respuesta de las autoridades universitarias ante sus omisiones, sus complicidades y sus atropellos.
El contagio fue rápido, e incluso los alumnos de facultades tradicionalmente reacias a los paros y medidas de presión similares, como Derecho o Veterinaria, decidieron avalarlo. Recibiendo también el apoyo de otras instituciones educativas, como el Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y la Escuela Nacional de Pintura y Grabado «La Esmeralda» del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
Este miércoles los salones de CU, así como los de los dos sistemas de bachillerato y las facultades periféricas, lucieron vacíos, no así las calles del circuito universitario, que se llenaron con las consignas de una generación que tomó el relevo de los movimientos del pasado, cosa que fue ilustrada de manera inmejorable por la pancarta de una joven estudiante que decía: «Papá y Mamá Lucharon en el 99. Es mi turno». Lo cual para muchos y muchas de los que participamos en aquél movimiento fue desconcertante y a la vez enternecedor. «Chale, ya dimos el rucazo», fue el sentimiento generalizado de nuestra generación.
Los contingentes se organizaron desde distintos puntos de la ciudad. La estación del Metro CU se llenó de cientos de personas que no paraban de gritar goyas. El camino hacia la FCPyS estaba abarrotado, era imposible llegar a la puerta, ni siquiera acercarse por la cantidad de gente organizada por escuelas. El CCH Azcapotzalco encabezó la marcha. Al grito de «Azcapo será la tumba del porrismo» exigieron justicia para sus compañeros heridos por el brutal ataque, así como el cumplimiento de su pliego petitorio.
La gente colmó los espacios aledaños a la Torre de Rectoría, más los que se encuentran entre la Biblioteca Central y la Facultad de Arquitectura, incluyendo buena parte de las Islas, por donde no dejaron de llegar durante aproximadamente hora y media. Videos tomados con drones que circulan en las redes dan cuenta de la magnitud.
No hubo templete, ni mítin, por aquí y por allá se improvisaban discursos, se coreaban consignas, se compartían alimentos y chucherías que se compraban a los vendedores ambulantes, se trepaban bardas, se colocaban mantas, se bailaba, se bloqueaba la Avenida Insurgentes, se hacían y se evitaban pintas (alimentándose una polémica estéril entre críticos y partidarios de las mismas, que tendrá que ser superada de alguna forma salomónica en aras de atender cuestiones más urgentes) y se tomaba conciencia en mayor o menor medida, de la fortaleza que da el caminar juntas y juntos con el objetivo de exigir justicia.
Justicia no solo por las agresiones del lunes pasado, que los alumnos Emilio Aguilar Sánchez de la Preparatoria 6 y Joel Mesa García de la FFyL resintieron más que ningún otro, sino por los puntos del pliego petitorio del CCH Azcapotzalco, los 43 de Ayotzinapa, los feminicidios de Lesvy Berlín Osorio y Miranda Mendoza Flores, la violación a una estudiante de la Facultad de Trabajo Social (FTS) y el acoso hacia varias alumnas por parte del profesor Pedro Luis Burrola Ávila en la Facultad de Economía (FE), entre otros agravios.
Respecto a estos últimos casos, suena a que en este movimiento quizá el feminismo y las jóvenes podrían tener un papel fundamental, lo cual sería una buena manera de marcar una identidad distinta respecto a los anteriores, en donde si bien la presencia de ellas fue decisiva, no se tuvo una perspectiva antipatriarcal clara y contundente.
No sabemos aún si estamos ante el nacimiento de un nuevo movimiento estudiantil de gran envergadura, pero la masiva movilización de este miércoles 5 dejó entrever que esto es así.
El reciente ataque porril que se efectuó en contra de los jóvenes del Colegio de Ciencias y Humanidades Azcapotzalco, no es una riña o un conflicto entre jóvenes. Estudiantes de alrededor de 16 años de edad fueron atacados por los distintos grupos de choque identificados como miembros de al menos tres planteles: Vallejo, Naucalpan y Azcapotzalco. Una acción para frenar con violencia un movimiento que exige una mayor calidad educativa. ¿Es parte de un proceso de privatización?
La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), máxima casa de estudios en México, se ha convertido actualmente en un hoyo negro, en donde la ficticia autonomía es una arma de dos filos que se mueve a conveniencia de los autoridades universitarias; acoso sexual, inseguridad, violencia a cargo de los grupos porriles, feminicidios y asesinatos son cada día más constantes.
En los pasillos de la UNAM ya no es un secreto: durante décadas, los grupos porriles han operado en conjunto con los funcionarios (rectores, directores y personal de confianza), también maniobran de la mano de partidos politicos, a quienes le deben su existencia. Ellos tienen en su historial una masacre estudiantil: el Halconazo de 1971.
La extinta figura del CCH
Es así como la fórmula se repite; Movimiento Estudiantil (más) Grupo Porril (igual a) exterminio-de-cualquier-esfuerzo- organizativo-que-exija-seguridad, o educación de calidad «como la de los viejos tiempos», con el modelo educativo de CCH que planteó Pablo González Casanova, del cual no queda ni la sombra.
A grandes rasgos, un CCH que eduque para «aprender a aprender, aprender a hacer y aprender a ser», pensado con cuatro turnos para trabajadores de las clases bajas, de lo cual solo quedan dos turnos, cada día más codiciados y con miras a otorgar lugares privilegiados para quienes tengan mejor nivel socioeconómico, según las recientes reformas implementadas a cuentagotas con el paso de los años.
Es así como los grupos porriles operan, para controlar a los estudiantes, infundir el miedo y la violencia para erradicar cualquier intento de construir colectivos u organizaciones. Es así como las autoridades universitarias mantienen un control absoluto, en donde lo ideal (para ellos) es que el estudiante no conviva, no se relacione.
La violenta UNAM
3 de septiembre de 2018, los porros atacan a los estudiantes organizados de CCH Azcapotzalco: 14 heridos por bombas molotov y armas punzocortantes, una saña casi-inexplicable.
Esto que hoy conmueve a la sociedad mexicana, ha perdurado durante décadas en la universidad y presenta un crecimiento importante. La violenta UNAM es el reflejo de nuestro país, pero también de una institución educativa con una comunidad exageradamente fragmentada.
Las cámaras y la vigilancia, predominantes en todos los pasillos, no impiden que exista narcomenudeo, asaltos, ni los crecientes asesinatos que -en su mayoría- el cuerpo jurídico, en conjunto con el Gobierno de la CDMX, cataloga como casos de suicidios.
¿Qué decir de los feminicidios? Nada novedoso en un ambiente de acoso sexual cotidiano.
Los casos impunes del porrismo son una muestra de la ceguera del rector en turno, Enrique Graue; de la complicidad del rector anterior, [Actual titular de la Secretaría de Salud en el Gobierno Federal] José Ramón Narro Robles y de la indiferencia de los cuerpos directivos, sin excepciones.
Los casos impunes del porrismo (asesinatos, destrucción de proyectos, abuso y acoso, asaltos, «taloneos» y golpizas) nos cuentan la misma historia una y otra vez, con distintos personajes, nuevas generaciones, pero siempre con una descripción narrativa similar, en donde la educación cada día es más restringida.
En suma, se trata de los síntomas que nos indican que la venta de nuestros derechos más preciados, está a la vuelta de la esquina. Ese futuro, está en manos de los estudiantes que se manifiestan en defensa de su educación, ellos decidirán el rumbo de nuestro país.
Se llamaba Miranda, los pocos estudiantes que llegaron a rectoría a gritar su nombre tal vez no esperaban una respuesta solidaria, vaya, ni si quiera una respuesta, y es que la lista de agravios crece y «los de arriba» (esos a quienes se refería el personal de Vigilancia UNAM al justificar su indiferencia, o mejor dicho complicidad con el ataque porril) simplemente miran hacia otro lado y continúan con su agenda, mientras acá seguimos llorando a nuestrxs muertxs. Fueron pocos quienes llegaron a sumarse a las voces que exigían justicia, y es que nos faltan tantxs que los reclamos se van encimando en una fosa sin fondo de dolores ahogados. De quienes llegaron, dos compañeros solidarios terminaron hospitalizados.
Tras el cobarde ataque la respuesta fue inmediata, la urgencia de accionar se esparció como pólvora entre una comunidad universitaria que desde hace mucho tiempo mostraba una cara apática y desgastada, políticamente inerte y poco empática. Y es que respiramos la derrota de ver cómo acumulamos consignas y no pasa nada. En las asambleas muchos estudiantes preguntaban ¿Por qué paramos? Como si el detenerse fuera errático; es necesaria la reflexión, paramos porque no podemos pretender normalidad, porque ante la injusticia y la barbarie debemos detenernos a reflexionar, «romper la rueda» que perpetúa el estado actual de las cosas.
Queda claro que dentro de la UNAM siempre se han reproducido fielmente los peores vicios de un sistema político e institucional corruptos donde las disputas por territorio y poder sumergen a su comunidad a todas las precariedades posibles, el desdén por parte de quienes ostentan dicho poder mantiene dichas condiciones que les son favorables, pero olvidan que históricamente los estudiantes de este país han encendido la llama cuando la oscuridad predomina, esperemos que el paro lleve a la reflexión, la reflexión a la acción y que se corra la llama que encienda la hoguera.
Fuera porros de la UNAM, empezando por sus capataces.
P.D. El grafitti también es protesta social, no repliquen la intolerancia hacia otras formas de lucha que desconocen, lo limpio y sacrosanto es mera imagen, la realidad es más macabra.