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Por Dante Saucedo y Regina López

A casi nueve meses del sismo que devastó la región del istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, la catástrofe se ha cubierto con el velo de la cotidianeidad. En San Francisco Ixhuatán, la vida parece retomar su cauce entre pequeñas montañas de cascajo. Algunas casas se han comenzado a reconstruir o a reforzar, y otras familias todavía duermen en casas de campaña donadas luego del sismo. Los créditos, los fondos y las construcciones son parte, ya, de la nueva vida istmeña luego del sismo.

En la Cuarta Sección de Ixhuatán, un pueblo zapoteco, se encuentra la Preparatoria Comunitaria José Martí, fundada en 1982 y construida con el tequio de miembros de la comunidad. Desde el 7 de septiembre pasado, el equipo de la Prepa no ha parado de trabajar; se han movilizado como si el movimiento de la tierra se les hubiera metido adentro. La noche misma del terremoto salieron, como todos, a reconocer su pueblo y tratar de asimilar la magnitud del desastre. Desde entonces, como pocos, han trabajado para reconstruirse.

Las tres aulas de la escuela fueron dictaminadas como pérdida total. Aun así, en el amplio terreno que conforma el espacio de la Prepa, maestras, maestros y estudiantes se organizaron para comenzar a trabajar; desde allí se hicieron fuertes para poder traspasar las aulas.

Desde el primer día, la Prepa recibió donaciones y se encargó de repartirlas. Organizaron seis comedores comunitarios para que la solidaridad no se convirtiera en un privilegio individualizado. Para sostener esos comedores, el barrio o la comunidad debían reunirse, organizarse, resolver los conflictos diarios. Era la única manera de reconstruir los vínculos de familiaridad erosionados por la lógica que el Estado trata de imponer. Así se construyó la Prepa, así se ha mantenido y así se busca reconstruir: en colectivo.

Durante las primeras semanas de emergencia, incluso, las maestras y maestros de la Prepa fueron acusados de irresponsables. Las autoridades que llegaban a la comunidad los señalaban: la orden era cerrar las escuelas, como si la exigencia del Estado ante la emergencia fuera paralizarse. En la Prepa sucedió lo contrario: las alumnas y alumnos llegaban temprano a la escuela pero no tomaban las materias habituales. Cada día, por la mañana, se preparaba el plan de trabajo: recoger donaciones en Juchitán, repartirlas en alguna de las agencias municipales, mantener la radio comunitaria que opera en sus instalaciones, acompañar. Por la tarde, los estudiantes volvían a sus casas y allí seguían trabajando. Debían recoger escombro, limpiar y, también, contarle a sus familias que se podía afrontar la emergencia de otro modo: organizándose para actuar sin esperar las dádivas del Estado.

Poco a poco, el esfuerzo de reconstrucción se reveló como lo que en verdad era: un trabajo largo para reconstruir los lazos comunitarios y la autonomía de los pueblos. Los comedores comunitarios se convirtieron en asambleas y se activaron nuevos proyectos con jóvenes de toda la región. Así tomaba forma, una vez más, el proyecto de la Prepa, más allá de las aulas y la educación formal. En una región asediada por proyectos extractivistas, la formación significa fortalecer los vínculos comunitarios y defender el territorio como lo hicieron los abuelos. Allí radica la aparente novedad de la Prepa: mantener viva la histórica resistencia de los pueblos.

El núcleo de ese esfuerzo ha sido lo que ellos mismos llaman el «grupo operativo»: un conjunto de maestros, maestras, estudiantes y egresados de la escuela y, también, sus familias. Ese pequeño colectivo informal actúa como el motor móvil que mantiene el proyecto: resuelven los pequeños obstáculos diarios y realizan los trabajos apenas visibles que sostienen la fuerza del proyecto. Mientras unos viajan a una comunidad cercana para acompañar un proyecto, la familia de otros se mantiene en Ixhuatán, preparando la comida para los estudiantes que trabajaron toda la mañana.

Para ellos y ellas, la Prepa y la reconstrucción son parte de un horizonte común. Comparten historias, proyectos, conflictos, la vida entera. Las jornadas no terminan cuando se cierra la escuela: cada día se reúnen, hablan, discuten, ríen. Sobre todo, ríen. Desde fuera, esa alegría inagotable parece ser el verdadero cimiento sobre el que se construye su proyecto. En Ixhuatán queda claro que la comunalidad es el grado más alto de la afectividad.

Ese núcleo de vidas compartidas es lo que se busca reproducir y multiplicar en toda la región. En San Francisco del Mar Pueblo Viejo —un pueblo huave enclavado en el sitio donde la laguna se encuentra con el mar— está a punto de graduarse la primera generación de una extensión de la Prepa de Ixhuatán. En Zanatepec, un colectivo de jóvenes de varios pueblos han logrado reactivar el Centro Campesino de Asesoría y Capacitación Integral, un espacio de formación para jóvenes de toda esa región istmeña. Incluso lejos de Ixhuatán, la gente reconoce el esfuerzo del equipo de la Prepa: “Ya por fin están logrando su sueño de la autonomía”, dijo alguien los Chimalapas, las montañas donde nace el río que da vida a Ixhuatán.

Toda la fuerza que desde septiembre ha logrado constituirse ya ha dado frutos: sin recibir un centavo del Estado, a través de donaciones solidarias y proyectos propios, el equipo de la Prepa ya construyó dos aulas temporales de bajereque —un sistema constructivo tradicional y resistente a los sismos.

Además, con apoyo de un grupo de estudiantes y maestros de arquitectura de la UNAM, han comenzado la construcción de un edificio de dos plantas que albergará las oficinas, la cabina de Ixhuateca 92.1 FM y espacios para talleres de video, foto y ludoteca.

Pero los planes son aun mayores; el equipo de la Prepa está buscando reconstruirse y crecer para poder situarse con firmeza en la tierra removida por el temblor. Han iniciado proyectos productivos propios, que les permitan sostenerse materialmente y en autonomía. Además de sus propias aulas y de los proyectos de jóvenes que acompañan, el espacio de la Prepa se está preparando para ser una de las sedes de la licenciatura en Comunalidad que la UABJO ofrecerá pronto. Las y los estudiantes hablan, emocionados, de ese proyecto: ya se imaginan ese pequeño rincón de Ixhuatán creciendo con la energía que ellos mismos le aportan.

Ese es el futuro que, como ellas y ellos mismos dicen, están disoñando: diseñando y soñando a la vez. El camino es largo pero conocen perfectamente el ritmo para andarlo. Esa mezcla de sueño y realidad, de ilusión y de trabajo diario, es lo que hace único el proyecto de la Prepa José Martí. Allí, la comunalidad, la autonomía o los otros mundos posibles, no son sólo conceptos o abstracciones. Son sueños que toman forma y se construyen de manera casi imperceptible, en cada día de trabajo y vida colectiva.