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Llegó la hora del florecimiento de los pueblos. Foto: Daniel Ochoa.
Llegó la hora del florecimiento de los pueblos. Foto: Daniel Ochoa.

 

Por: Eugenia Gutiérrez (colectivo Radio Zapatista).
Ciudad Universitaria, México, 28 de noviembre de 2017.

 

Del latín universitas, “la suma de todo”, la universidad recibe hoy a los pueblos por los que habla Marichuy. Es la nacional, la autónoma, la de México. Uno más de los peldaños que camina cuesta arriba el Concejo Indígena de Gobierno como parte de su proyecto nacional, autónomo, mexicano y universal.

Caminar con Marichuy es existir en femenino, es entender lo incomprensible desde lo profundo. Es rechazar lo inaceptable, empaparse en historia y avanzar. Así ha quedado demostrado en las semanas que lleva andando acompañada por concejalas y representantes del CIG. Por eso, la comitiva que hoy visita la Ciudad Universitaria arranca su recorrido en una caseta telefónica donde perdió la vida Lesvy Berlín Osorio la madrugada del 3 de mayo de este año. Según consta en videos de la UNAM, Jorge Luis González Hernández, un hombre que solía golpearla, le provocó hemorragias intracraneales tras golpearla en el rostro con la cadena de la mascota que llevaba Lesvy ese día. La cámara lo pierde de vista justo cuando Jorge Luis intenta estrangularla con sus propias manos. Minutos después, los videos vuelven a captarlo pateando a la mascota que lo sigue mientras él abandona el cuerpo sin vida de Lesvy para después alegar suicidio. Medio año después, Araceli Osorio Martínez, madre de Lesvy, camina hoy con Marichuy y concejalas del CIG en un espacio emblemático que nos enseña a ejercer el pensamiento crítico y la libertad de acción, pero que aún tiene mucho que aprender de los pueblos indígenas.

En tanto, la explanada del espejo de agua de este campus que sabe de luchas se va llenando de gente que espera y que quiere aprender de esos pueblos. El ambiente es festivo y tranquilo, pero también severo e inquieto. Decenas de danzantes incansables animan la tarde a ritmo de atabal, justo donde remata la gran figura en piedra de Tláloc con sus serpientes bicéfalas. El baile ancestral se mezcla con ritmos contemporáneos. El dueto Makila 69, de Tijuana y Ciudad Juárez, insiste en que “quedarme callada no es lo mío, quedarme callada no es para mí”. Luego cantarán el Lengualerta, los Botellita de Jerez, los Café Tacuba, todos celebrando la memoria. Durante dos horas, el ambiente irá de lo prehispánico a “la suma de todo” lo que somos ahora sin ningún problema. Una media luna creciente y tempranera atestigua la reunión en esta especie de oasis que nos aligera un rato la carga de vivir en el segundo país más violento del mundo, primero en número de feminicidios.

“Venimos a hablar de lo imposible porque de lo posible ya se ha dicho demasiado”, advierte una manta. Para escuchar el mensaje del CIG, hay de todo. Gente de todas las edades, con todas las fachas, todos los tonos. La sobriedad académica sabrosamente revuelta con el desparpajo estudiantil. Vienen de todas las facultades y de ninguna. Decenas de personas desaparecidas aparecen en carteles, dibujos y camisetas. Hay mesas de firmas para apoyar a Marichuy, nieve de limón “de a diez varos”, manzanas con chamoy “de a diez pesos”, igual de “Miguelito” que de chile “Tajín”. Comida sana y tóxica, limpia y sucia, bebidas capitalistas o revolucionarias, todo a elegir. Se cuenta con sección de sombra y de sol, tan gratuitas como nuestra educación. Miles de personas se mueven libremente por ambas secciones, se acomodan, se desplazan, esperan. Llegan en todo, en bici, en metro, en pumabús, en muletas, en pesero, en coche, en silla de ruedas. Si eres bebé, llegas en sillita de espalda, en brazos o en carriola. El caso es llegar, estar aquí. Correr a clases y regresar o de plano volárselas. En este mini-Woodstock postverdadero haces lo que quieres, te desparramas en el pasto, te tiendes en escaleras, guardas el estilo en asientos plegables, te asoleas, te tomas selfies, te mantienes en pie. Esperas al CIG y a Marichuy.

Finalmente, junto a una enorme torre que jamás ha tenido una rectora, las palabras femeninas del CIG entibian un poco este aire otoñal que nos envuelve. Una magna biblioteca, que deberían enriquecer estas mujeres, acota sus voces y nos las regresa en colores. Araceli Osorio sube con ellas al templete, Mario Luna agradece su libertad. Otras voces de mujeres organizadas se suman y denuncian, informan y declaran la violencia que vivimos. Hablan las concejalas y luego habla Marichuy, ya con la noche encima. Plasmados en miles de mosaicos polícromos, los aportes de Ptolomeo y Copérnico bajo guerreros jaguar y serpiente, observan esta competencia de sabiduría y color: “Hoy más que nunca, necesitamos que la educación sea crítica, científica y acorde a la realidad de esta nación multicultural en la que las culturas originarias siempre han sido negadas”. La gente que esperaba escucha con atención. Se le propone a la comunidad universitaria “que deje de ser el adiestramiento para instruir operadores del despojo, de la producción desmedida, de los justificadores del desastre social, político y ambiental a que nos ha sometido este sistema capitalista”. Se le propone a la educación universitaria que deje de ser “el semillero de la enajenación de los pueblos en nuestras comunidades y en las ciudades; o sea que deje de ser parte de los engranes que hacen funcionar al sistema capitalista”.

A pesar del mensaje terrible sobre la realidad de los pueblos, el CIG proyecta con su vocera y sus concejalas palabras distintas. Escucharlas en la UNAM es anticipar y recordar al mismo tiempo, exigir pero proponer, preguntar para saber porque ya se sabe. Es asistir a un coloquio para sonreír como se debe y cuando se debe, para festejar con memoria o bailar porque sí. “Cuando hemos dicho que nuestra lucha, que nos está llevando a recorrer los rincones del México de abajo, no es por el poder y no es tampoco por puestos públicos o votos electoreros, lo decimos porque venimos buscando algo mucho más grande e importante, venimos buscando la conciencia colectiva de abajo, esa que hemos visto nacer y florecer en los estudiantes organizados y que nos han enseñado mucho con su dignidad y determinación”.

Escuchar a Marichuy y a los pueblos en la UNAM es adentrarse en la garganta colectiva de quienes hablan desde otro lugar. “Exigimos la verdad y castigo a los culpables de la muerte del compañero Carlos Sinuhé Cuevas Mejía, solidario y comprometido con las luchas del pueblo trabajador y que fue asesinado en el año 2011 sin que hasta la fecha las autoridades del mal gobierno hayan cumplido con la exigencia de verdad y justicia, como pasa también con el compañero Luis Roberto Malagón de Gaona, estudiante de la Facultad de Derecho, asesinado en el año 2017”.

Al haber arrancado sus pasos en los pueblos zapatistas, su mensaje sin maestrías ni doctorados nos invita a aprender de Aurora, Everilda, Míriam o Elizabeth, las que gracias a su trabajo viven de otra forma. Nos enseña que hay mujeres concejalas del CIG en Sonora, en Veracruz, en Chiapas o el Edomex que conocen el racismo como Rosalinda, Carolina o Yeni. Escuchar a Marichuy y a los pueblos es recibir cátedra de Amada, coincidir con Alejandra, Valentina o Jaqueline. Es sentir el dolor de madres y padres de Ayotzinapa, de comités de personas desaparecidas y secuestradas. Es aprender a denunciar con la responsabilidad de ser concejalas en Jalisco, Oaxaca, Michoacán, Nayarit y los que faltan. Es dictar conferencias después de haber sobrevivido Acteal como Guadalupe, mirándonos en sus ojos tibios. Es redactar leyes conspirando con Ramona y Susana. Es clausurar un seminario aplaudiendo con Hortensia, con Jimena, con Jessica y con todos nuestros hijos, hermanos, padres y compañeros para que ya pronto termine la explotación.

Cuando nos recorre el frío y se impone la media luna, la voz femenina del CIG suena más clara: “A ustedes, la juventud consciente, a los creadores y multiplicadores de artes y ciencias, los reconocemos como una gran luz en medio de tanta muerte y oscuridad, los necesitamos para seguir soñando, luchando y haciendo cada vez más grande eso que los poderosos tanto temen y que se llama democracia, libertad y justicia”.

Caminar con Marichuy y con los pueblos en la UNAM es andar por aquí soñando, planificando, imaginando que se puede ser humano, que se puede crear sin destruir, progresar sin arrasar pueblos enteros, compartir sin importar que seas hombre o mujer o un poco de todo. Es querer ser zapatista, indígena, pueblo que construye. Es luchar en colectivo para estar, para existir en femenino. Es compilar una enciclopedia con “la suma de todo” lo que deberíamos ser.

 

Ve también: Venimos a hacer lo imposible.- Encuentro del CIG y la vocera Marichuy en Ciudad Universitaria