(Español) #19S: No fue el temblor, fue el Estado
Como Comité Cerezo México organización de derechos humanos hemos denunciado desde hace algunos años que México se encuentra bajo la implementación de una política estatal que se está construyendo como un Estado terrorista que, a condición de paliar la crisis capitalista, responde con la profundización de las medidas neoliberales. Esa profundización, en los hechos ha implicado, desde hace varios años, una política estatal que, por un lado, ha permitido e incluso está involucrada con la proliferación del mercado ilegal (pues genera mayores ganancias) y, por el otro, ha implicado el abandono total de las obligaciones estatales en materia de derechos humanos para con la población. En conjunto, estas dos estrategias implican arrebatar a la población las condiciones de vida digna que le pertenecían o el despojo de los derechos que como pueblo mexicano hemos ganado en nuestra lucha histórica, lo que en los hechos se realiza por medio de la instrumentación de diversos mecanismos entre los que se encuentra la privatización de bienes y servicios indispensables para la vida digna, la omisión ante los actos delictivos de empresas legales e ilegales que atentan contra la población en general y la protección por medio de la impunidad de los actores (estatales o no) que emprenden estas acciones.
Como si no fuera suficiente el grado de violencia socio política que estos hechos implican, el Estado ha desplegado una estrategia de control social de la población mexicana mediante el terror (por medio de la militarización, paramilitarización, polarización social, destrucción del tejido social y la omisión y fomento de la descomposición social que se traduce en el aumento de la delincuencia y la violencia común que no es frenada ni combatida por el Estado, sino más bien se fomenta por medio de la impunidad y la corrupción) que busca prevenir la organización popular para reaccionar ante la violencia estatal. Estrategia que se acompaña de una de represión política que implica la construcción de un enemigo interno (todo aquel que se oponga a las reformas de profundización neoliberal), la criminalización y judicialización de ese enemigo al que se ataca con mecanismos represivos tan violentos como la detención arbitraria, la ejecución extrajudicial, los ataques y el hostigamiento dirigido, las amenazas e incluso la desaparición forzada, actos de represión estatal que, pese a ser denunciados, quedan en la impunidad total.
México, incluso antes de los desastres naturales que vivimos en el mes de septiembre, era un país cuyo pueblo está siendo atacado violenta y continuamente por una política estatal que por un lado arrebata, niega y privatiza las condiciones indispensables para vivir; que condena a poblaciones enteras al miedo y el terror ante actos delictivos (muchos de los cuales se cometen en aquiescencia con el Estado) que no son castigados ni investigados, por el otro, despliega a sus fuerzas policiaco militares y paramilitares para impedir a toda costa que la población se organice y exija una vida digna; utiliza al ejército, la marina, la policía federal, estatal y del mando único no sólo para agredir indiscriminadamente a la población en general, sino para atacar de manera dirigida a aquellos que no respondan con docilidad ante la estrategia de control social mediante el terror. El pueblo de México, incluso antes de los terremotos del 7 y el 19 de septiembre era un pueblo atacado, robado, asesinado, desaparecido por el Estado mexicano cuya obligación es proteger, impulsar y dotar a la población de las condiciones necesarias para vivir dignamente.
El día 19 de septiembre de 2017 un terremoto de gran magnitud sacudió la Ciudad de México y los estados de Morelos, Estado de México, Puebla, Guerrero y Oaxaca. Un suceso natural afectaba directamente al pueblo mexicano que de por sí ya había visto mermada su calidad de vida debido al constante aumento de los precios, a los salarios precarizados, a los trabajos sin seguridad social y con jornadas que rebasan los límites establecidos, al limitado acceso a ciertos servicios de salud. Un suceso natural trajo más miedo al pueblo de México que ha tenido que horrorizarse ante los actos altamente delictivos y violentos que el Estado no detiene en sus poblaciones o colonias, ante la militarización que no ha traído sino nuevos abusos a la población, ante el actuar impune de elementos de la marina, ante las poblaciones que han sido abandonadas como tierra de nadie para que el narcotráfico (en muchos casos en contubernio con elementos estatales) haga en ellas lo que les plazca. El pueblo al que sacudió el sismo es el pueblo que ha visto quemarse a 49 bebés en la guardería ABC; a 19 ancianos en el asilo “Hermoso Atardecer”; es el pueblo que encontró la fosa en la que ocurrió la Masacre de San Fernando, Tamaulipas en la que asesinaron al menos a 289 personas; es el pueblo que ha mirado estupefacto cómo el Estado ha desaparecido a 43 jóvenes que aspiraban a ser maestros rurales, como el Estado ha matada a 22 civiles en Tlatlaya. Es un pueblo que ha mirado en los últimos años, uno tras otro, actos en los que se agrede a la población indefensa y el Estado no hace nada, actos en los que el mismo Estado agrede a la población indefensa. Al Estado no le alcanza con minar nuestra vida con sus políticas de robo y arrebato contra quienes diariamente trabajan para mantener a sus familias; les es preciso también, ejecutarnos, desaparecernos, encerrarnos.
El Estado mexicano, aún a pesar de la desgracia, aun sabiendo que había gente con vida enterrada bajo los escombros, aun sabiendo que había riesgo de regresar a algunos edificios, aun sabiendo que se necesitaban cosas difíciles de conseguir actuó exactamente igual que desde hace algunos años: frente a la emergencia del sismo, desplegó la estrategia de control social y de represión política en contra no sólo de la población más afectada por el temblor, sino en contra de la población que quería ayudar y solidarizarse con los afectados. El sismo no hace más que evidenciar de manera aún más cruda y descarnadamente lo que se ha venido denunciando por años: el Estado mexicano es un estado terrorista, que desplegó las siguientes estrategias sin importar la emergencia por la que atravesaba la población:
1. Un estado omiso que privilegió las ganancias de las grandes empresas y no la seguridad de los mexicanos
Si bien el sismo fue muy fuerte y es un desastre natural que no se puede predecir, lo que es cierto es que es sabido que la CDMX es zona sísmica y existen leyes y regulaciones para los tipos de construcción y normas de seguridad necesarias para prevenir la pérdida de vidas humanas. Si bien la magnitud del sismo fue fuerte, esa magnitud se amplió a grados catastróficos debido a la omisión del Estado en la revisión y el cumplimiento de esas normas de seguridad. Lo primero que el sismo desnudó fue la política previa del Estado que prefirió favorecer a las empresas inmobiliarias y a escuelas particulares y se hizo de la vista gorda ante las evidentes violaciones a las normas de seguridad. Esto quiere decir que el Estado no supervisó, no hizo su trabajo o que lo hizo y aun sabiendo que se violaban esas normas dejó a las empresas seguir haciendo. También desnudó la política omisa del Estado quien no atendió ni reparó estructuras que habían quedado dañadas desde el terremoto de 1985. Esto es sólo un ejemplo más de cómo las políticas neoliberales y la política omisa del Estado que privilegia a empresas y sus ganancias no son sino actos graves que atentan directamente contra la seguridad de la población. Es una omisión igual a la del Estado al dejar que las mineras se apropien de territorio y lo contaminen, es la misma omisión que no castiga frente a los feminicidios, es la misma omisión que nos daña cotidianamente. Un Estado que no hace para proteger a la población y que deja hacer a otros aun en contra del bienestar de la población, desgraciadamente, el sismo la dejó ver con más nitidez porque en este caso, esa omisión agravó las consecuencias del desastre natural.
2. Un Estado omiso y desentendido de las responsabilidades para con la población
A la omisión que ya hemos explicado en el punto anterior y que es una omisión permanente del Estado para con la población, se sumó la omisión en la forma de responder ante la emergencia. El Estado fue omiso una vez ocurrido el sismo de muy distintas maneras, pues aun sabiendo de la gravedad de los hechos y de las necesidades que planteaba la situación por la que atravesábamos:
a) Tardó en llegar y tardó en actuar
En muchas de las zonas donde hubo derrumbes el Estado tardó en llegar. En la CDMX las primeras acciones de rescate y solidaridad ocurrieron sin la presencia de autoridades de ningún tipo. Es más, existen muchas zonas del país, principalmente en los Estados y colonias como Tláhuac e Iztapalapa, a donde aún no han llegado. Las casas han sido pre dictaminadas por brigadas independientes de estudiantes, pero aún no ha llegado protección civil; los albergues tienen guardias de médicos solidarios, pero no hay médicos enviados por las autoridades. A horas e incluso días del hecho, no están claras las autoridades responsables ni la manera en la que estas se presentan o no en los lugares en donde deberían estar haciendo su trabajo.
Los altos funcionarios se hicieron presentes en algunos de los sitios, la presencia no implicó más que declaraciones, ni siquiera se integraron a las acciones, no llevaban materiales necesarios, no llevaban consigo a los equipos que iban a atender la emergencia. Así como llegaron se fueron y eso no cambió nada.
b) Cuando llegó, no informó, no concentró la información, no organizó la solidaridad
En las zonas donde, tarde, llegaron las distintas autoridades del Estado. La cadena de omisiones se acumuló una tras otra: a días de haber hecho presencia permanente no había listas de las personas desaparecidas, no había listas oficiales de las personas que suponían enterradas en los escombros. No había listas de a dónde se trasladaron los cuerpos. La información fluía, a veces de manera contradictoria y confusa, por los civiles que estaban ayudando ahí. El Estado, al hacer presencia por medio de distintas agrupaciones (desde bomberos hasta militares) en los distintos lados no hizo ni siquiera una organización básica de la información. Llegó e hizo un trabajo a medias, que no hizo ninguna diferencia para ayudar a la gente. Omitió muchas de sus responsabilidades bajo el pretexto de que había demasiado caos por la solidaridad de la gente.
c) No ayudó, no se puso a disposición de la población
Aún peor no puso a sus funcionarios y equipos a disposición de la sociedad que ya estaba actuando en los lugares para cubrir las necesidades que éstos tenían, para ayudar a aumentar la efectividad de la solidaridad que ya había ahí, para solucionar lo que era más complejo para la gente, para eficientizar la búsqueda. No desplegó los coches y camiones, las medicinas y material de curación, el material de construcción, el material y la herramienta necesarias con las que el Estado cuenta porque lo ha comprado con nuestros impuestos. Se dedicó a mirar cómo la gente hacía hasta lo imposible para conseguir y donar hasta las cosas más complicadas, se dedicó a mirar cómo los rescatistas y las brigadas solicitaban cosas y equipo especializado médico y no movió ni un dedo para utilizar toda la infraestructura estatal que pegamos con nuestros impuestos para que ellos hagan justo eso, ponerla a la disposición de la gente cuando se necesite. Las escenas eran absurdas, en zonas de rescate donde estaba incluso la Marina solicitaban medicamentos controlados (como Morfina) y vigas de hasta 12 metros esperando que la gente las llevara, comprara y donara por ellas mismas, mientras los marinos miraban a los rescatistas hacer su trabajo. La solidaridad espontánea le convenía el Estado, pues no lo obligaba a poner ni un peso, ni un funcionario, ni una sola infraestructura al servicio del pueblo.
d) Impidió, entorpeció e incluso suspendió las labores de búsqueda y las labores solidarias como una medida de control social para evitar que la semilla de la organización floreciera ante la emergencia
Ante la omisión decidida del Estado, la gente respondió de inmediato: todos querían ayudar, llevando cosas, regalando comida, mercancía, ayudando con atención médica voluntaria, llevando herramienta, ayudando a levantar escombros. La inacción del Estado había generado una reacción espontánea que había agrupado a cientos de miles de personas que, ante la emergencia y bajo fines inmediatos estaban organizándose para resolver lo necesario. El tejido social roto se empezó a zurcir en las calles, en la gente que sin conocerse se ayudaba entre sí y daba hasta lo último que tenía con tal de ayudar. La omisión del Estado generó una semilla solidaria que podía germinar en organización popular. Fue entonces, cuando el Estado implementó la estrategia de control social que ha desplegado contra la población, pero esta vez enfocada a desarticular la organización. Utilizó a los elementos que tenía desplegados en los distintos lugares y que poco estaban ayudando para entorpecer, desorganizar, aumentar el caos. Acordonó las zonas, insistió una y otra vez en que eran ellos los que debían organizar y mandar en los sitios, suplicó a la gente que no estorbara y regresara a sus casas, fingió reportes para decir que todo estaba bajo control. La solidaridad está bien si vienen y regalan cosas, pero no se queden a repartirlas, no trabajen codo con codo. Compren cosas y tráiganlas, nada más (petición con la que incluso privilegió la especulación de grandes empresas que lucraron con la necesidad de la gente de ayudar a los demás y compraron todo lo que pudieron). La estrategia de control social, silenciosa en algunos aspectos, abiertamente violenta en otros impactó como segundo golpe a la población: empresas obligando a ir a trabajar a edificios evidentemente dañados e inseguros, información no verificada que corría por doquier, zonas acordonadas en las que se impedía el paso hasta de víveres, equipo “calificado” que retiraba a los voluntarios, “funcionarios públicos que bajo el pretexto de no tener la herramienta necesaria impedían a los rescatistas actuar”. Se trataba de evitar que las grandes conglomeraciones de gente organizada se convirtieran en el sujeto histórico que son, se trataba de evitar a toda costa que se dieran cuenta de su fuerza, de evitar que organizaran la espontánea solidaridad.
Y precisamente eso es parte de la estrategia de control social del Estado mexicano que pudimos observar, mientras que miles de personas de manera solidaria iniciaron el rescate de las personas atrapadas en los derrumbes, el Estado hizo no sólo mutis, sino no se movilizó, ni movilizó a sus cuerpos policíacos y militares para apoyar, dejó ser a la gente para que la solidaridad espontánea, fuera menguando mientras armaba, como en cualquier operación bélica, que por cierto ya tiene mucha experiencia, un show mediático, mediante el cual hiciera parecer que fue quién salvo vidas, militariza al tomar el control de la solidaridad espontanea de la gente como si fueran a un “enfrentamiento” tipo Tlatlaya, con armas largas en lugar de palas, con vallas de soldados que evitan que la gente se acerque, pero que no participan en la búsqueda y rescate de quienes quedaron atrapados. Planificaron esto para evitar que el pueblo sea el protagonista, el sujeto histórico de la solidaridad.
4. Un Estado que utilizó a los medios de comunicación para silenciar y confundir
Vino entonces el uso de los medios de comunicación al servicio de esta estrategia: grandes tomas televisivas de chalecos con letras gigantes que decían MARINA o POLICÍA FEDERAL o los vistosos brazaletes amarillos del Plan DNIII de la SEDENA, que desplazaron cuándo consideraron conveniente a los miles de voluntarios civiles que, incluso algunos con mucha experiencia, lideraban los rescates, una intensión planificada para que las fuerzas armadas se queden con un protagonismo que no les corresponde. Dio información falsa a los medios y les permitió difundir información falsa sin siquiera advertir a la población de ello. Al mismo tiempo que montó shows mediáticos en ciertas zonas, silenció completamente lo que pasaba en otras. Todo se trataba de aumentar el caos y la confusión al mismo tiempo que insistía por medio de los medios de comunicación en la necesidad de que la gente no estorbara y volviera a sus casas
5. Un Estado que mantuvo la estrategia de represión política
Cuando eso no fue suficiente, cuando sus silenciosos esfuerzos de control social fueron desatendidos, desplegó el brazo armado: trasladó granaderos a zonas de rescate para confrontarse con la gente, utilizó a mandos únicos, policía federal y militares para interceptar los coches particulares que trasladaban ayuda, obligó a que la ayuda se concentrara en los sitios oficiales, desconoció el arduo trabajo de brigadas de ingenieros y arquitectos. Dejó correr los rumores de que no estaban dejando llegar la ayuda, de que la estaban acaparando y concentrando. Robó víveres (sí, aparte de todo lo que ha robado), les robó a los heridos y muertos en los derrumbes, robó a las víctimas que estaban en medio de la tragedia; mintió y ocultó información a los familiares desesperados. Pisoteó con las fuerzas policiacas militares la esperanza que el pueblo cuidaba con su solidaridad. Puso retenes para que la ayuda no pasara. Una vez más, como ha pasado desde hace años, las personas que ejercían sus derechos humanos y se habían convertido en defensores de derechos humanos tenían que ocultarse ante los peligros de un Estado rapaz, la gente dejó de poner carteles que identificaban sus carros como de brigadas solidarias, quitó los carteles que anunciaban que trasladaban víveres… la población tenía miedo de que le arrebataran lo que con tanto trabajo había logrado juntar para quienes lo necesitaban.
Aún más, ha comenzado a utilizar no sólo a granaderos, ejército y marina para amedrentar a la población que no obedece ante la estrategia de control social, sino que ha comenzado a desplegar a su mano siniestra “paramilitares y grupos criminales” que atacaron y siguen atacando a la población solidaria. ¿Por qué los miles de soldados que estorbaron en el rescate, los policías federales y estatales no estaban en las zonas en las que había robos y asaltos en medio de la confusión? ¿Por qué el fuerte despliegue de militares y mandos únicos no ha podido impedir que un grupo de civiles armados robara, atacara y violara a una brigada solidaria que se dirigía a Oaxaca? El terror también será utilizado como una estrategia de represión política en contra de aquellos que no quieran entender que han de regresar a la normalidad.
El Estado decidió no actuar, sino reprimir; no salvar, sino seguir ganando
Nada de todo lo que hemos narrado es muestra de un Estado rebasado por la sociedad, no es ejemplo de un Estado ineficiente que no puede actuar, que no tiene recursos para hacerlo. El Estado mexicano decidió no actuar cuando le convino y actúo con una certeza mortal para atracar a los brigadistas que trasladaban víveres a otros sitios. El Estado Mexicano decidió no gastar, no ayudar no ponerse al servicio del pueblo, y también decidió mandar eficientes granaderos a confrontar al pueblo en ciertas zonas de rescate. El Estado mexicano decidió desplegar militares con los planes DNIII y Plan CDMX para que agredieran, intimidaran y atacaran a la población. Sabe que todo eso pasó, decidió que pasara así. Y ha decidido que pase así desde hace varios años, sólo que ante la desgracia que vivimos por el sismo del 19 de septiembre lo hizo aún de manera más descarada y cínica.
Viene lo peor: La solidaridad no sólo no debe parar, se debe organizar
Nadie puede negar que la solidaridad de todos los ciudadanos se volcó inmediatamente para rescatar con vida a quienes estaban atrapados y apoyar a los damnificados y a los voluntarios que estuvieron trabajando día y noche para salvar vidas. A pesar de que el capitalismo nos ha educado en el individualismo, miles de personas conservan gracias a la educación familiar y social un principio básico, el ser solidarios entre nosotros, aunque dicha solidaridad esté permeada en muchos casos por el individualismo narcisista que en bola parece organización, pero que es sólo un actuar espontaneo que va apagándose de acuerdo al límite físico y mental individual de todos los que participan.
La desgracia nos llega en una realidad que era ya difícil. Lo peor aún está por venir, pues en unas cuantas semanas la gente que está viviendo en calles y albergues, la falta de agua, la desaparición de fuentes de trabajo, se verán aún más agravadas por el hecho de que la reconstrucción que ha prometido el Estado no es más que el otorgamiento de créditos que endeudarán más a la gente y aumentarán las jugosas ganancias de las empresas. De hecho el Estado ya ha comenzado a prometer, por ejemplo, la reconstrucción de Jojutla justamente a los responsables del socavón que causó dos muertes en Cuernavaca. A la terrible situación en que estarán viviendo las gentes que de muy diversos modos han sido damnificadas por los sismos, se sumará la tragedia cotidiana: no hay trabajos dignos y bien remunerados, no hay seguridad social, no hay vivienda digna… Se sumará el uso del control social y la represión política mediante el terror para evitar que la gente se organice al ver de manera clara y descarnada los efectos de capitalismo en cada uno de sus habitantes. Lo peor está por venir, el Estado está trabajando cada hora para evitar que ante lo peor el pueblo responsa de manera organizada. Los defensores de derechos humanos, la población en general tenemos, en medio de la tragedia, la oportunidad de transformar la solidaridad espontánea en organización permanente. Esa misma solidaridad que nos hizo reconocernos como aliados, que nos hizo entender que teníamos que trabajar juntos y ayudarnos entre nosotros debe ser utilizada como una plataforma que permita que trabajemos de manera permanente, continua, prolongada no sólo por la verdad y la justicia para todos los responsables de las terribles omisiones que agravaron el saldo mortal del sismo que hemos vivido, no sólo para que el Estado cumpla con sus obligaciones y dote de vivienda digna, alimentación adecuada, trabajo digno, seguridad social a todos y cada uno de los damnificados sin importar el grado en que hayan sido afectados, no sólo para que pare la corrupción e impunidad que permitió que edificios mal fabricados enterraran a personas, sino para que el Estado cumpla con las obligaciones que tiene con toda la población, no sólo con los damnificados del sismo, sino con la lista enorme de víctimas del pueblo mexicano que están sufriendo los terribles efectos del arrebato de trabajos dignos, de vivienda digna, de salud pública y gratuita, con la enorme lista de víctimas de la violencia estatal como única respuesta ante la demanda para que el Estado cumpla con su trabajo.
Si la solidaridad que se ha construido en estos días, no es encauzada para dar el salto y entender que no hay diferencias entre quien perdió su casa, quien perdió un hijo bajo los escombros a causa de la inacción del Estado, quien ha perdido su jubilación, quien ha perdido un hijo que desparecieron los militares, si la solidaridad no es encauzada para entender que la emergencia del sismo es tan dramática como la emergencia nacional a la que se enfrenta nuestro pueblo día tras día, si la solidaridad no se transforma en la construcción de un movimiento popular amplio, si la solidaridad se detiene, si la solidaridad se queda sólo en eso… enfrentaremos la emergencia que está por venir de la peor manera que se puede: con el pueblo desorganizado, dividido e indiferente.
A nadie engañan los discursos presidenciales: México no es uno, el sismo demostró que hay dos Méxicos: uno que con las armas en las manos impidió y entorpeció el rescate, que por corrupción y dadivas permitió la construcción de edificaciones mortales, que permitió y permite que la población sea atacada por ejército, marina y policía, que impidió que las labores de rescate continuaran, que no tomó una pala, no regaló ni un agua, no puso ni un peso de su jugoso sueldo; el otro México se volcó en solidaridad, regaló hasta lo que no tenía, trabajó incansablemente, consiguió lo inconseguible y luchó y sigue luchando por la vida del pueblo trabajador. México no es uno: hay dos Méxicos el del pueblo explotado y el de quienes nos explotan, quienes arrebatan la vida digna a la población incluso en condiciones de emergencia como las que hemos vivido y quienes luchan incansablemente porque la vida digna sea una realidad para todos y cada uno de nosotros.
Que la solidaridad no se detenga y se convierta en organización popular
Alto a la estrategia de control social mediante el terror contra el pueblo mexicano
Alto a la rapiña y la represión política contra el pueblo solidario
Comité Cerezo México
TESTIMONIOS:
Lo que observé en estos días es aquello que hemos visto en videos sobre rescates o en las calles de la ciudad, sin embargo, tengo una pequeña opinión que expresar al respecto.
El miércoles 20 de septiembre por la tarde llegamos mi compañera y yo al edificio de la calle de Ámsterdam, claro, atendiendo el llamado de ir preparados con el equipo necesario de seguridad, observamos a muchísima gente y acopio de todo tipo, como miles de personas nuestro objetivo era claro, entrar al trabajo colectivo de ayudar en el rescate de personas, algo muy hondo en mí me empujaba a ello y a ella igual, sin embargo, no sería tan sencillo, quienes se encontraban ahí ya tenían control de quién entraba y quién salía, las brigadas de voluntarios ya estaban formadas para unas veinte horas, sería larga la espera y la ayuda y manos en los centros de acopio era demasiada, por lo cual seguimos buscando a pie dónde pudiéramos ayudar.
Llegamos por la calle de Medellín con amigos de la universidad que encontramos en el camino a una zona donde había un edificio derrumbado, sólo que ellos no traían equipo y el préstamo de este en los centros de acopio estaba reservado a brigadistas capacitados, en ese lugar la dinámica era similar, gente acordonando los accesos en forma de filtros, el último filtro lo cuidaban los militares o federales, ahí aguardamos como una media hora y sólo accedían quienes trajeran botas, casco, chaleco de obra, guantes de carnaza y tapaboca. A mí me dejaron pasar por grandote, pero mi sorpresa fue que sólo para acordonar un filtro previo al de militares y observaba a mi compañera a lo lejos, no pensaba yo aguardar mucho ahí mientras ella no pasara, observé que un bombero se acercó a ella y la dejó pasar y pensé ahora qué sucederá, paso a un lado mío y sólo sonrió, como después de media hora fue por mí y me dijo vente, y pues fui, me comentó que entraría al edificio derrumbado a través de una grúa, porque eso sí, ya traía colocado un arnés que le proporcionaron, no era de a gratis, ella estuvo 6 años en el pentatlón de joven y esas cualidades le valieron para estar ahí, en cambio yo sí había estado en el pentatlón también, pero no llegué ni a un año, había estado en pesas, artes marciales, pero acá con los rescatistas es otro conocimiento y experiencia, ella tenía la experiencia de rapel. No negaré mi preocupación por ella y vaya que estaba convencida de entrar, sólo traté de brindarle apoyo moral, qué otra cosa podía hacer, yo sentía que no podía entrar por mi peso de más de 100 kg, se requería ligereza. Ahí en la esquina del edificio derrumbado logramos pasar aproximadamente como a las 12:00-12:30 am del jueves 21, las horas pasaban mientras esperábamos a que ella subiera y mientras los rescatistas evaluaban por dónde se encontraría gente aún con vida, se tenía noticia de 7 personas ya rescatadas de acuerdo con testimonios de los bomberos y rescatistas ahí presentes, faltaba una persona, Erik Gaona, un joven de 35 años, su familia ahí se encontraba, la espera fue larga, iban subiendo poco a poco los rescatistas, de 3 en 3 cada 20-30 minutos a través de la grúa, le preguntaban a ella si estaba segura y ella decía que sí, se asombraban de ello, pero sólo referían que era su decisión, yo estaba ahí por si algo malo pasaba y pudiera informar a su familia de cualquier accidente, la preocupación hacia estragos en mí, pero logré hacerla a un lado y darle confianza, no hacía falta, ella la tenía.
Dieron las 6:40 am del jueves y llegó su turno, subieron ella y dos brigadistas más en una canastilla levantada por una grúa lentamente, se dedicaron a eso que le llaman «apuntalar», es decir, hacerle hoyos a las losas para meter la cámara gusano o la vista humana y observar si hay alguien con vida, y retirar escombro como muchos otros brigadistas lo habían hecho antes que ellos. Pasaron 15-20 minutos y bajaron, sentí alivio, pero no tardé en darme cuenta que quería hacerlo de nuevo y pues sólo me quedó aceptarlo, ella me invitó a subir y la verdad no es lo mismo estar abajo que arriba, se ve fácil, pero me dijo claro ella: «sería esta la única oportunidad que tienes de hacerlo», eso me dejó desconcertado y picado. Para las 8:20 am ella estaba arriba de nuevo, siendo las 8:37 am había una esperanza de vida, habrían escuchado algo. Los rescatistas emprenden la búsqueda entre los escombros. Todos guardan silencio al señalar con el puño alzado y cerrado, es tensa la calma, me quedé pensando en lo último que me dijo ella, así que le solicité al encargado si podía subir, me dijo que sí, que me colocara el arnés, un compa bombero me ayudó con ello, me puso la línea de vida al arnés. Para las 9:00 am aproximadamente entré al edificio por abajo y no por la grúa, entré con otros 3 brigadistas, todos bomberos, para ese entonces no había dormido nada, una sensación extraña se apoderaba de mí al entrar al edificio y ver esas grietas en las escaleras y paredes en forma de las «peligrosas diagonales», pero seguí, porque pensé que si ellos ya habían entrado por ahí durante toda la noche, pues yo también, había que brincar una barda para salir a la parte de arriba donde se encontraban mi compañera y los otros bomberos y brigadistas, hubo un momento en que éramos 8, a ella la relevaron y a otros 2 brigadistas, quedamos allá arriba 5 y empezamos la coordinación, mi línea de vida la enganché a la de otro bombero y estas las enganchamos a la grúa, si llegara a darse un derrumbe, esta nos subiría rápidamente para no salir heridos o peor.
A partir de este momento mi trabajo sería limpiar escombro mientras que los bomberos arriba de mí en la resbaladilla formada por las losas apuntalarían con las barretas y esmeriles. Los encargados del rescate, y que se encontraban abajo dieron la orden de bajar a uno de nosotros para que descansara, los encargados eran hombres grandes de edad pero con mucha experiencia refiriendo palabras técnicas que no fácilmente entendía, quedamos 4 personas arriba y proseguimos la búsqueda, ellos apuntalaban y yo limpiaría escombro, me indicaron remover varillas, lo cual hice y median entre dos y 5 metros aproximadamente, no sé, las jalaba de entre los escombros, las doblaba y las arrojaba al vacío, estaban haciendo un hoyo más a mi derecha, pero a la izquierda de este había un muro que se observaba a través de un hoyo recién formado -después mi compañera me comentó que ella lo había comenzado a hacer con sus manos mientras retiraba escombro- les comenté mi desconcierto a los bomberos y brigadistas del por qué no hacer ese otro hoyo y mejor mirar a través de ese que se había formado, entonces pidieron la cámara gusano, mientras esperábamos la cámara ellos platicaban y un bombero dijo que la gente tenía que saber de rescate y estar preparada para estas desgracias, que él quería que su hijo supiera y le ayudara. Seguíamos esperando la cámara, pasaron unos minutos, pero no hizo falta, uno de ellos miró dentro del hoyo y miré su cara de asombro, otro miró también y su reacción fue la misma, entonces mencionaron que debían avisarle al responsable del rescate, en ese momento subieron dos brigadistas israelíes, pero les comentaron en inglés que de favor bajaran y así lo hicieron -mi primer pensamiento fue el conflicto de Palestina con Israel y las víctimas inocentes-. Uno de los brigadistas le preguntó al bombero si había que quitarse el casco en estos casos, ahí imaginé tristemente de lo que hablaban, pero no pregunté ni quise hacerlo. El responsable del rescate llegó después de unos minutos y miró dentro, su reacción fue de resignación y dolor, sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas y se levantó, se retiró el casco y mencionó que ya nada había que hacer, entonces habló fuerte a todos los presentes y todos se retiraron el casco, eran como 9:15-9:30 aproximadamente, y él mencionó que ya no había nada que hacer ahí, nos dijeron que bajáramos porque subiría uno de los perros -un pastor belga, que después vi en la tele-los bomberos ahí presentes refirieron que estaba ahí el perro para las cámaras, yo estaba desconcertado aún y no comprendía eso que decían, sólo quería salir de ahí, siento que estuve una eternidad, salimos por debajo de los escombros al igual que entré, esa atmósfera de desastre me envolvía, salí tan rápidamente como pude, pero con precaución. Ya al exterior esperaba a que salieran los demás, ahí observé al responsable del rescate discutir con un mando militar de la marina, el mando le dijo que tenía trabajo que hacer y entonces que ellos los rescatistas ya nada tenían que hacer ahí, que ahora ellos tomaban el control, a mí con la pura voz y firmeza me iba desplazando un oficial del ejército o marina, no supe qué era, yo estaba desconcertado y desvelado, sólo me fui alejando de ahí hasta el primer filtro de militares, me sorprendió que no me sacaran, y ahí sólo observé a la docena de rescatistas Israelíes subir al edificio, después observé al perro y su dueño subir al edificio y ahí éste le ordenó al perro «busca» y el perro señaló la zona en que habíamos encontrado al cuerpo de Erik, después subieron los israelíes y demás brigadistas, ya no eran los que estuvieron en la madrugada de ese jueves y con los que al último subí. Señalaba un bombero que tardaron demasiado según los protocolos en sacar el cuerpo de Erik, y vaya que sí, era la 1:00 pm y nos fuimos del lugar, los rescatistas israelíes ahí seguían apuntalando y con esmeril cortando loza y varilla. Me fui con una gran sensación de tristeza, porque lamentablemente Erik no pudo salir con vida, pero me causó una fuerte indignación que en las noticias se dijera que fue el perro quién había hallado el cuerpo de Erik y no decir que fue toda la gente que trabajó toda la noche y madrugada del miércoles y jueves respectivamente y además decir que los brigadistas ya habían abandonado la búsqueda, es decir, nosotros y dejar que pasara maquinaria pesada, eso no es cierto. No es nada contra el perro y su entrenador, pero mi pregunta es ¿por qué hacen ese tipo de historias? ¿Quién filtra la información y por qué de esa manera? ¿Acaso es porque el perro es entrenado por militares y es para justificar presupuestos?
Y en otros medios observé que según fueron los israelíes quienes hallaron el cuerpo ¿es acaso para quedar bien entre países? No lo sé, lo único que me queda claro es que los brigadistas con los que estuve son héroes silenciosos y tal vez mi historia se perderá entre tantas y será descalificada o ignorada, no lo sé, ahora que escribo estas líneas me doy cuenta que las personas deben conquistar su histórico derecho de la autodeterminación hoy y siempre, claro, es complicado y encontraremos hoy más que nunca innumerables obstáculos, pero en estos tiempos se torna necesario hacerlo
19 de septiembre de 2017
El día del temblor me encontraba en Ciudad Universitaria. Precisamente dos horas antes del temblor se había realizado el tradicional simulacro conmemorativo de la catástrofe de 1985. Durante el simulacro el personal de Protección Civil demostró torpeza pues, aun preparando diversos aspectos con antelación, los trabajadores comisionados a estas áreas no tuvieron la precaución de guiar a las personas en el desalojo ni tomar ciertas precauciones pertinentes como la de parar el tráfico en el Circuito Escolar.
Cuando empezó a temblar la comunidad empezó a desalojar el edificio, pero se volvieron a repetir los errores organizativos que se habían dado previamente. Algunos compañeros trataron de ayudar a guiar el desalojo y eso permitió acelerar las tareas en la facultad. Los trabajadores de la UNAM se veían desconcertados, aunque en general fueron los últimos en desalojar los inmuebles asegurándose que nadie quedara dentro de las construcciones.
Cuando pasaron los primeros momentos de la emergencia intenté salir de esa zona por Insurgentes la cual estaba completamente bloqueada por el tráfico y sin servicio de Metrobús por lo que largas filas de oficinistas caminaban tratando de encontrar un transporte hacia sus hogares. En varios cruceros pude observar oficiales de tránsito completamente desconcertados ante la cantidad de peatones y tráfico sin saber qué hacer. En el cruce de Mixcoac e Insurgentes, en el nuevo paso a desnivel, cuatro policías de tránsito se encontraban parados sin hacer nada.
Ante el caos varias personas empezaron a organizarse para guiar el tráfico de automóviles y de peatones. Esto fue útil sobretodo en el caso de ambulancias aunque se veía que en jamás en su vida habían dirigido tráfico y cometían muchos errores. Los policías les dejaron hacer y se limitaban a ver o, en otros casos, a seguir dirigiendo por su cuenta el tráfico; pero esto se tradujo en falta de coordinación y brotes de agresión entre los automovilistas, los policías y quienes intentaban dirigir el tráfico. Sin embargo, puedo decir que en general fue mejor la actuación de la gente, por ejemplo al ver venir una ambulancia salían de las banquetas para ayudar a despejar el tráfico y permitirle el paso.
Por la noche, una vez revisado el inmueble donde vivo, acudí a ayudar a las zonas siniestradas justo al caer la noche. Con lo confuso que era la información a esas horas me dirigí a la zona Roma Condesa donde parecía encontrarse los mayores daños. La colonia Roma se encontraba completamente a oscuras y la mayoría de sus calles lucían desiertas. Me desplacé hacia la Condesa hasta llegar a las inmediaciones de Álvaro Obregón 286. Ahí ya estaba desplegado el ejército y la SSP. Se decía que había fugas de gas así que impidieron el paso hacia esas calles y concentraron toda la recepción de apoyo enfrente de la SEMOVI donde coordinaban principalmente grupos de Scouts.
Las personas llegaban a la zona con muchos alimentos, agua y medicamentos a bordo de automóviles. También hay que señalar que desde los primeros instantes había muchísimos grupos de motociclistas y ciclistas trasladando herramientas y víveres. Estando bloqueada la zona empecé a dar la vuelta por varias cuadras donde se observaba la presencia de la Marina que patrullaba la zona y que, si bien tenía acordonados diversos inmuebles, no impedía el paso.
Luego llegué al parque España y observé que pedían formar una línea de voluntarios. Ahí me puse a ayudar y estuvimos toda la noche pasando escombro que salía del inmueble de Ámsterdam y Laredo. El ejército apoyaba pero sin obstaculizar las labores aunque se notaba que no existía coordinación concreta con otros grupos de apoyo como bomberos, CFE, Topos, ERUM, etc. Básicamente lo que hacía todo mundo era seguir las indicaciones de quien estuviera directamente sobre el edificio siniestrado.
Ahí empecé a observar la llegada de las brigadas entre las cuales pasaron algunas personas conocidas. Cargaban cascos de bicicleta y guantes improvisados, traían sobretodo palas y picos y se formaban para acceder como relevos a los derrumbes. Sin embargo la falta de coordinación era evidente, la inexperiencia y otros errores conllevaban que muchas tareas se sobrecargaran de personas mientras otras se dejaban de lado. Mientras en Álvaro Obregón había cerca de un centenar de elementos de seguridad custodiando sin hacer nada e impidiendo el paso, en Álvaro Obregón se veían a veces sobrepasados por los voluntarios pero fueron, en cambio, muy solidarios al no tener la presión de los mandos.
Fue muy extraño ver en aquellos primeros momentos personas de aquellos lugares con sus formas de hablar y actuar tradicionalmente tan clasistas, trabajar mano a mano con todos los que íbamos llegando al lugar. También era extraño ver brigadas de las organizaciones más disímiles trabajando conjuntamente, en un solo lugar había grupos de ciclistas que portaban una estrella roja junto a voluntarios de la iglesia de la cientología (sic.), trabajadores de la empresa Rappi y más allá de la congregación Casa de la Sal. Solicitando botes, herramientas, repartiendo alimento prácticamente se borraban las distinciones que existían entre las personas que llegaban de otros lados de la ciudad con aquellos que son los moradores de la zona.
20 de septiembre de 2017
Al siguiente día me trasladé con compañeros hacia la zona de Chimalpopoca y Bolívar, en el edificio que se decía era de costureras y estaba siniestrado. Ahí el perfil del rescate era muy diferente. Había muchísimos jóvenes de otras zonas de la ciudad trabajando con personal de limpieza en la remoción de escombros mientras topos, ejército y protección civil estaban encargados del rescate. Ya para entonces todos habíamos aprendido muchísimo y las filas de voluntarios se armaban con rapidez y eficiencia.
Otros entraban al siniestro para ayudar a sacar cosas pesadas o trasladar cosas en el lugar. Grupos de 6 a 15 personas se formaban espontáneamente para sacar arrastrando trabes de 4 metros arrastrando por toda la calle. Las brigadas de médicos, las personas que llevaban comida y otras funciones ya sabían que no debían entorpecer los accesos y dirigirse cerca de la zona en cuestión pues ahí se localizaban las carpas dedicadas a enfermería, alimento, agua y herramienta.
Hasta ese momento los policías se abocaban a despejar el tráfico y Protección Civil a coordinar la llegada de acopio. Dentro del lugar el ejército trabajaba junto con las personas en el rescate y la gente de obras también trabajaba mano a mano con obreros de la construcción. Por la mañana había una cantidad notable de voluntarios y brigadistas pero a medio día se empezó a saturar el lugar de personas. Aún se necesitaban muchos insumos, entre los cuales pedían seguetas y costales cosa que me dispuse a conseguir. Caminé hacia los negocios de las calles a la redonda donde pude conseguir las seguetas y en una panadería muy amablemente me regalaron todos los costales.
Al regresar algo había cambiado. Algunos elementos del ejército y la policía formaban una valla de contención tenue y sin mostrarse agresivos en torno al derrumbe pues se decía que estaban por sacar una persona y era para agilizar el paso de paramédicos. Al ver que esto era así no quise sospechar más. Aunque era evidente que ciertos grupos que llegaban entorpecían más que ayudar se me hizo entonces excesivo que Protección civil empezara a limitar el acceso a la zona pues aún se necesitaba ayuda. Al no poder hacer nada más y viendo el sitio saturado optamos por desplazarnos hacia otro sitio en bicicleta.
Al regresar a la Condesa no pude sino sorprenderme al ver decenas de camiones del ejército y de granaderos en torno a Álvaro Obregón 286. La cantidad de militares armados era exacerbada de los cuales sólo una mínima cantidad estaban abocados a alguna labor dentro de la zona. A sólo 60 metros del siniestro el ejército parecía instalar un cuartel y entorpecer el paso de vehículos y peatones además de que nadie podía acceder al lugar. Eso desplazó a los voluntarios hacia los parques donde se preparaban alimentos a toda prisa y se recibían las donaciones de medicamento. En esos momentos ya la mayor parte de comercios también se encontraban dedicados a colaborar con los voluntarios, particularmente con los grupos de Scouts, por lo que nos retiramos de la zona.
Por la noche acudí a enlistarme a una brigada en el ERUM pero al llegar allá me dijeron que ya no estaban solicitando brigadistas. Me desplacé a Chimalpopoca y Bolívar pero no me permitieron acceder al sitio y dado que no había podido conseguir el equipo adecuado opté por retirarme del lugar.
21 de septiembre de 2017
Al día siguiente acudí a ayudar a un amigo que quería sacar unas cosas del lugar donde vivía. Esto en la zona de Lomas Estrella en Iztapalapa. Si bien él no tuvo problemas en su construcción, por la cercanía con la zona afectada decidí darme una vuelta. Para cuando llegué ya habían derruido la mitad del edificio más dañado y no permitían el paso a ninguna brigada. El cerco estaba a cargo de autoridades de la SSP a cargo de la delegación Iztapalapa quienes custodiaban el campamento de damnificados. No había ninguna indicación para los brigadistas, sólo se les impedía el paso. En cambio a los voluntarios y quienes aportaban acopio se les dio paso libre al campamento. En la zona residencial había bastante organización con música y teatro para los niños, mientras otros se abocaban a cocinar y ordenar lo que había en los albergues.
22 de septiembre de 2017
Para el 22 la declaratoria de desastre ya era un hecho y a mi modo de ver ahí cambió completamente la actitud de los uniformados, si bien no lo pude observar propiamente en la zona centro pues ese día me alisté en una brigada universitaria que se trasladó a San Gregorio Atlapulco. Ese día ya llevábamos herramienta y equipo para poder participar en las labores de rescate o de remoción de escombro. Las autoridades universitarias nos brindaron acopio, equipo y transporte lo cual nos elevó enormemente la moral y nos trasladamos hacia esa zona de Xochimilco.
Inmediatamente entrando a Atlapulco se hizo evidente la gran cantidad de construcciones afectadas que estaban siendo derrumbadas por equipos de voluntarios entremezclados con algunos elementos del ejército. Sin embargo, en la zona quien estaba a cargo era la Policía Federal quien mantenía un operativo ostentoso e inútil. Tenían armamento y equipo (no de rescate ciertamente) muy superior al que había visto portar al ejército y la marina en la zona centro. Había una gran cantidad de oficiales cuyos vehículos entorpecían el paso a lo largo de la Avenida Belisario Domínguez, la principal de la zona.
Al llegar al centro de la colonia observamos el albergue y centro de acopio. Alimento, herramienta y medicinas estaban a cargo de voluntarios custodiados por elementos del ejército. Si bien había un control estricto sobre dar ese material tampoco se les negaba a las brigadas que iban llegando a quienes se les repartían picos, barretas, palas y otros insumos. Sin embargo una parte de medicamento y sobretodo el acopio no perecedero estaba custodiado por personas jóvenes con ropa de la Policía Federal pero ataviados a un modo diríase civil, quienes formaban una valla que impedía el acceso a estos recursos. Fuera del agua, que se repartía a cuenta gotas, se decía que estos recursos estaban siendo repartidos por zonas y que los voluntarios no podían tener acceso a ellos. No pude apreciar a ningún Federal con una mota de polvo en su uniforme.
Al lugar llegaban brigadas por montones pero para acceder a las zonas siniestradas se les exigía que se registraran en una mesa donde les sería asignado un ingeniero a cargo de la brigada. No pudiendo hacer nada de forma clara en la zona nos articulamos con otra brigada y llevamos nuestro acopio a la zona de chinampas para entregarla de mano en mano. Al igual que muchos otros grupos preferimos no dejarle los recursos al gobierno e ir a entregarla casa por casa.
Por en medio de callejones entraban grupos de paramédicos, rescatistas, voluntarios y brigadistas que llevaban cosas que entregaban a la población civil. Si bien ahí no había derrumbes el apoyo era más que necesario por la situación de pobreza y precariedad de los habitantes de dicha comunidad, situación que se agravó por las exigencias de recursos consumidos por el centro de Atlapulco para afrontar la tragedia. A la par de todos estos grupos entraron grupos de cuatro a seis soldados de la federal que portaban uno o dos productos en cada mano mientras cargaban igualmente sus armas y equipo asignado. De forma torpe e inútil iban y repartían esos cuantos productos en las primeras casas para regresar hasta el centro de Atlapulco por más.
También nos cruzamos con grupos de la oficina de atención del secretario de seguridad pública quienes no llevaban absolutamente nada, no ayudaron en nada y pasaban a las casas a hablar con las personas. No pudimos enterarnos del objeto de sus conversaciones aunque aparentaban ser un grupo de sondeo de necesidades y daños a los inmuebles.
Luego de recorrer varias casas dejando acopio unos vecinos se dispusieron a ayudarnos y muy amablemente nos llevaron por entre los canales y sembradíos a donde llevamos el acopio. Lo buscamos distribuir lo más posible pues entraban nuevos grupos con despensas y material y al mismo tiempo nos percatamos que entre la misma población no organizada pululaban personas recolectoras o acaparadoras sobre todo en las zonas más pobres y menos organizadas.
Al terminar esa labor fuimos a comer con un grupo de motoristas que llevaron cazuelas de comida y la sirvieron a un costado del río. Ahí me tocó oír comentarios desafortunados pues algunos de los pobladores les pedían a los motociclistas que les ayudaran a derribar los árboles de ahuejote pues tenían miedo de que con otro temblor se fueran a caer desgajando la tierra y llevando sus casas. Esta falta de información es lamentable pues si bien es un riesgo plausible es más inseguro matar los árboles lo que hará que las raíces mueran y hacen más factibles los deslaves. Sin embargo, los motoristas se mostraron dispuestos a volver y ayudarles con lo que les solicitaban.
Muchas personas damnificadas en esa zona están en riesgo por las afectaciones a las construcciones. Más que labores de rescate son urgentes labores de demolición y remoción de escombros a las que nos dispusimos una vez acabada la comida. En una casa habíamos tres brigadas ayudando, sin conocernos entre nosotros nos pusimos a desmontar la loza, las trabes, paredes y castillos hasta aplanar el terreno.
Por la noche nos avisaron que un grupo de voluntarios de la escuela venía a la zona para repartir alimentos preparados, ropa y cobijas. Los esperamos y los ayudamos a repartir lo que traían que se acabó en un santiamén por las carencias ya mencionadas, por el hecho de que en la zona no hay luz y que el servicio de agua no se ha regularizado. Una vez terminadas esas tareas nos retiramos del lugar.
23 de septiembre de 2017
Ese día volví a Lomas Estrella para terminar de ayudar a mi amigo. Eso me dio la oportunidad de dar una inspección más general a la zona. Si bien es una zona residencial hay muchos inmuebles dañados, sobretodo edificios de apartamentos relativamente nuevos. Se han armado campamentos en los parques y camellones y hay numerosas casas y bardas acordonadas. La organización popular es relativa pues aunque no existen los ejemplos de generosidad de la Roma, los de solidaridad de la colonia Centro o los comunitarios de Atlapulco, también se aprecia el esfuerzo de las personas por mantenerse unidas ante la desgracia. Fuera del principal siniestro en las inmediaciones de la estación del metro Lomas Estrella la autoridad no ha intervenido más que para custodiar los campamentos.
Pude dar una vuelta rápida por colonia Del Mar donde hay participación de ingenieros civiles y protección civil para dictaminar los inmuebles. No pude acceder a la zona más afectada pero me dijeron que en los últimos días se han formado varias veces al día cadenas de voluntarios y vecinos para trasladar agua a las colonias ya que las pipas no pueden acceder por haberse roto las calles presentando hundimientos.
En Tláhuac y en Xochimilco existe un gran encono contra las autoridades delegacionales y los respectivos partidos a los que pertenecen por no haber actuado a la brevedad posible ante la emergencia. Las comunidades, barrios y colonias tienen organización pero esta es frágil o depende de las estructuras partidistas o comunitarias tradicionales. Esto no es necesariamente malo pero también tiene desventajas inherentes por lo que mucha gente confía mucho más en las brigadas y grupos de voluntarios que han llegado de fuera.
También existe mucho miedo a politizar la organización en cualquiera de sus formas. Se sabe que hay enojo contra las autoridades delegacionales, contra las constructoras, la corrupción imperante y otros tantos factores que intervinieron en la catástrofe. Pero al mismo tiempo las personas tienen miedo de fracturar ésta débil confianza al politizar los asuntos. Es un miedo permanente no sólo a las instituciones represivas sino a que todo aquel que lucha contra un sistema de intereses termina por corromperse y por usar a los demás. Por ello tratan constantemente de reducir el apoyo y la organización a justificaciones de orden moral o religioso.
Por parte de las instituciones gubernamentales se puede observar la disposición de los miembros de las corporaciones de seguridad y de los órganos de gobierno a participar en las labores a partir de la propia estructura y dinámica de trabajo que traen. Sin embargo, es evidente que dicha disposición se ve entorpecida, frenada y hasta eliminada por órdenes que llegan de más arriba sin que sea posible determinar el origen específico y naturaleza de las órdenes dadas. Eso se traduce en falta de coordinación, de información y conflictos en la zona. Eventualmente ha llevado a que sean las autoridades federales a través de algún órgano único de seguridad las que toman el control de las zonas por la fuerza entorpeciendo las labores de todos los demás sectores de sociedad civil y de gobierno.
También es evidente la falta de organización en zonas no siniestradas sobre todo en barrios populares. Colonias enteras de Iztapalapa, Iztacalco y de la Gustavo A. Madero se encerraron bajo rumores de saqueos, robos y violaciones y fueron incapaces de reaccionar solidariamente por lo que también hay lugares a los que no ha llegado la ayuda para dictaminar el estado de las construcciones, dar atención psicológica o simplemente generar el vínculo social necesario para sanar heridas emocionales producto de los dos sismos.
Sin embargo ha sido enormemente positiva y sana la respuesta del centro y sur del país a la reciente emergencia evidenciando posibilidades y caminos para articular una organización popular de más largo alcance.