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Por: Eugenia Gutiérrez. Colectivo Radio Zapatista.
25 de mayo, 2015.

Y se fue como llegó, despacio y de pronto a la vez. Caminó la noche y la lluvia hacia un amanecer distinto, pero cargando treinta años de trabajo colectivo y devolviendo honorablemente una estafeta-bastón que los pueblos indígenas zapatistas le habían entregado.

Ha pasado un año desde la muerte autoproclamada de un Subcomandante Insurgente Marcos que desenterró al maestro Galeano junto con miles de personas para darle y darse (¿darnos?) vida nueva. El desprecio vestido de sorpresa de quien no comprende lo profundo circuló un ratito en medios comerciales mientras miles de seguidores del difunto recorrían sinceramente varias de las etapas de duelo que planteara la psiquiatra Kübler-Ross, sin llegar muy claramente a la aceptación. De hecho, todavía no hemos visto pintas ni camisetas ni tuiters que acepten la decisión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional con un contundente “tod@s fuimos Marcos”. Pero las comunidades zapatistas, tan relacionadas de otro modo con la muerte, han procesado ese fallecimiento necesario, vitalizador y voluntario con el mismo respeto con que enfrentan otras muertes, las innecesarias, las que no debieron ser, no así.

Justo en ese contexto de resignificación de la muerte como vida, del cuerpo inerte como semilla, de la ausencia forzada como presencia decidida, no en la teoría sino en la práctica, se nos vino encima una cascada de dolores que pudieron haberse evitado. Como habitantes de México y del mundo, a lo largo de este año turbulento hemos recorrido un verdadero campo minado de noticias que nos han provocado un insomnio interminable. El paquete de reformas estructurales que organismos y empresas supranacionales diseñaron para México había sido firmado en tiempo y forma. Casi de inmediato, los vítores que provocó entre las élites millonarias se mezclaron con los gritos de quienes padecieron desde la pobreza los resultados violentos de ese diseño que se tragó de un trago siglos de lucha independentista y décadas de movimientos obreros, campesinos, laborales, indígenas, feministas, ecologistas, magisteriales y estudiantiles. Entonces llegó la noche de Iguala para mostrarnos de qué está hecho el sistema político y económico que nos parasita aquí y en todos lados. Pero también llegó un anuncio que apenas vamos descifrando. El zapatismo hablando de “herencia”, de “legado”, de cosecha para repartir en cachitos pesadísimos que se ofrecen a quien los quiera recibir en un semillero.

A mediados de noviembre de 2014 tuvo lugar un encuentro de rabias y dolores cuya importancia ética y vivificante difícilmente alcanzamos a comprender ahora. Ocurrió en Oventik y reunió a familiares de Ayotzinapa con bases de apoyo zapatistas. Fue un encuentro suyo, muy suyo, muy íntimo, muy de personas que le saben a eso del dolor, pero no el que se mitiga con selfis para el féisbuc o se vomita a botellazos en las puertas de un palacio, sino el que es náusea constante, alarido en silencio, el de las madres sin sus hijos que en ninguna foto sonríen porque todavía no hay justicia ni verdad. A partir de ese hermanamiento de luchas, el zapatismo ha abierto espacios fundamentales para la organización en serio de adherentes de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, de exalumnas y exalumnos de su escuelita y de no adherentes que comparten esa declaración de lucha pacífica.

Una sensación que queda cuando los subcomandantes hablan de “herencia” y “legado” es la de un juego magistral donde la herencia se vive desde dentro y hacia fuera, se reparte y se comparte, se mira en la generación de muchachas y muchachos, de niñas y niños post-94 que nacieron y viven en libertad, y que las comunidades zapatistas no se reparten egoístamente entre sí. Vemos una compartición desinteresada, tan lejana del “me das y te doy” o el “me das y te quito” en que vivimos, por ejemplo, en las ciudades.

Al terminar 2014 y comenzar 2015 festejamos, a pesar de todo, nuestras resistencias y rebeldías contra el capitalismo. El zapatismo cedió su lugar a familiares de Ayotzinapa. Al conmemorarse un año del asesinato del votán Galeano, se convocó a decenas de personas a pensar críticamente ese capitalismo contra el que luchamos y a imaginar respuestas organizadas frente a una o muchas hidras. En esos eventos, con Ayotzinapa como estandarte que nos hace levantar la cabeza, el zapatismo nos ha desafiado a atrevernos a compartir su legado, no sin antes advertirnos detalladamente que no hay atajos, que es muy largo y difícil el camino libertario que su movimiento ha trazado. El sup Moisés, al aclarar hace unos días a qué se refería un año atrás cuando dijo que la lucha zapatista es “para siglos, por siglos y para siempre”, confirmó nuestros temores más emocionantes. Esa lucha no va a terminar, pues se le está heredando ya a las siguientes generaciones que nunca sabrán lo que es un patrón.

“Microscopio y telescopio” para vernos a plenitud, han explicado las voces zapatistas en el seminario “El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista”. Desde que murió Marcos para darle vida a Galeano, el zapatismo echó a andar una interlocución igual de sólida pero profundamente comunitaria que nos ha dado muchas lecciones. Con el vigoroso “él somos” que anunciaron tiempo antes del asesinato del maestro Galeano, la voz de los pueblos zapatistas comenzó a proyectarse desde el Subcomandante Moisés. En el reciente semillero-seminario celebrado en el CIDECI-Unitierra, esa voz pausada y segura nos ha informado a corazón abierto mucho de lo que han tenido que hacer las comunidades autónomas zapatistas para llegar a constituirse como tales. Y esa voz rotunda, colectiva, ha sido acompañada con análisis y reflexiones del Subcomandante Galeano, que incluyen el legado del Subcomandante Marcos, en una combinación de saberes, anhelos y logros que resquebraja por completo la imagen de un México derrotado, paralizado por el dolor, autovictimizado, ése México que tantos intereses quieren proyectar.

Algo que a algunas nos atemoriza de esa nueva interlocución, muy particularmente con la Sexta, es lo desafiante que resulta. Una vez fallecida la acostumbrada espera del comunicado de Marcos que todo lo desmenuzaba, y ahora que se proyecta en decenas de medios libres la voz de los pueblos con la denuncia constante, incansable de las Juntas de Buen Gobierno, pero también con el informe de sus resultados, las comunidades zapatistas nos preguntan una y otra vez en el encuentro de San Cristóbal “y tú, ¿qué?”, “y ustedes, ¿qué están haciendo?”.

Sup Moisés insiste en que no hay tiempo. Del 3 al 9 de mayo de 2015 escuchamos en la Unitierra decenas de participaciones pensantes. En cada una de ellas hay un “no” al sistema de muerte y un “sí” a los proyectos de vida en todo el mundo. El “no” que es rebeldía libertaria y el “sí” que es resistencia organizada, explicaron los subcomandantes Moisés y Galeano. En la combinación inteligente de ambas y ambos se construye, se derrota a quien destruye, se levantan escuela y clínica, se cosecha vida de la muerte.

Las ideas abundan. Greg Ruggiero propuso luchar contra nuestra propia capacidad destructiva “dentro y contra de cualquier sistema de opresión”. Vilma Almendra nos convocó a “armonizar palabra y acción”, como proponen desde el Cauca, a “palabrandar” o “caminar la palabra” para lograr “que nuestro pensamiento sea acción permanente”, tal y como lo intentan los indígenas nasa y los Pueblos en Camino de Colombia. Eduardo Almeida describió un sistema terrible en tres renglones, cuando dijo que la nuestra es “una república quebrada, un país en guerra consigo mismo, un estado mafia y una polilla corporativa, un gobierno oscuro de control social y coaligado con elementos empresariales y criminales coludidos”, donde “basta estar despierto para vivir y sentir el absurdo social”. Por eso nos invitó a “poner el cuerpo”, a “desafiar todo” debatiendo “con mentes críticas, abiertas, provocadoras, con nostalgia del futuro que nos lleve a pensar contra lo que somos y lo que hacemos cotidianamente”. Las ideas abundan. Hasta parece haberse colado Silvio Rodríguez como ponente en algún encuentro con su inquietante pregunta: “¿Dónde pongo lo hallado?”.

El mensaje para la Sexta está ahí, en las palabras y los hechos de una realidad distinta a la que diseñaron para nuestro país los organismos y las empresas supranacionales con su capitalismo industrial, financiero o ficticio. “De cara al dolor profundo por nuestro votán Galeano”, Guillermo Velázquez, juglar en rebeldía, nos ha propuesto “hacer del duelo parcela, sembrar vida ‘onde más duela”.

“Me felicito de vivir en la misma época” que las mujeres zapatistas “y conocerlas”, repetimos con María O’Higgins, pero agregamos “y que los hombres”. Hemos aprendido mucho en este año, sobre todo, a encontrarle vida a la muerte. O a matarla a fuerza de vida. Ni cómo decirlo, pero es algo que se siente en la Sexta, en sus adherentes, en las familias de los normalistas desaparecidos, heridos o asesinados. Un algo que está latiendo, por ahí moviéndose, palpitando como todo lo vivo. Una penumbra brillante, pues. Un amanecer distinto.

Parece que ya no sólo se mira el horizonte. Ya se quema. Nos deslumbra y lastima la mirada caliente, directa y firme que el zapatismo nos reta a sostener con o sin pasamontañas y aunque nos lloren los ojos. Que cada quién decida si recoge el pesado cachito de la herencia que, por fortuna, le toca.