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Texto y fotos: Daliri Oropeza
AMILCINGO, MORELOS.- Si mi padre fuera un árbol sería un ahuehuete. Amira habla sobre Samir Flores Soberanes.
Un árbol de raíces pronunciadas y profundas que figuran serpientes estáticas en el perímetro del agua que corre. Entrelazadas, fibrosas. Los ahuehuetes crecen en conjunto formando un pasaje de árboles, ramas y rocas. Son árboles de vida prolongada.
En este entramado de árboles gigantes, Amira se sonríe con su mamá y sus hermanas. Se suben a las ramas, a los troncos. Se toman fotos. Recuerdan la última vez que vinieron con Samir.
—Se subió a ese ahuehuete, con los dos más pequeños, ahí tengo la foto— señala Liliana, compañera del defensor del territorio asesinado hace un año. Se asombra de que no le costó trabajo sostener a sus dos hijos arriba del ahuehuete. —De repente cada idea que se le ocurría… A veces nos llevaba a las 5 de la mañana a ver el amanecer, nos íbamos con las niñas; yo también le seguía sus locuras.
Esta zona de ahuehuetes junto al río se encuentra cerca de los campos donde Samir sembraba maíz, frijol, amaranto.
—Él se metió mucho con la agricultura orgánica y me decía: ‘ya encontré otra forma de cómo sembrar, de cómo alimentar la tierra pero sin dañarla, sin envenenarla’— de acuerdo con Liliana, esa era la relación que tenía Samir con Emiliano Zapata.
—‘¿Cómo nos podemos decir zapatistas o cómo podemos decir que somos de Morelos donde la lucha de Zapata inició por las tierras, por defenderlas, si nosotros estamos haciendo lo contrario? La estamos vendiendo, la estamos matando’, decía él, y era un dilema entre él mismo: ¿Cómo iba a hacer esas contradicciones?, estar defendiendo las tierras, pero a la misma vez, matándola con químicos, metiéndole venenos de fertilizantes al sembrar.
Samir coleccionaba las semillas de maíz propias de su tierra, tenía mazorcas de los más raros colores, pero siempre roja, azul, blanca, morada, y se guardaba las semillas que consideraba más peculiares.
Liliana y sus hijas recorren con las plantas de sus pies las gruesas cortezas desgarradas a lo largo de un riachuelo. El movimiento del agua se hace escuchar en una pequeña caída donde forma una poza. Ahí está el más pequeño de la familia de Samir, rodeado de un resplandor café rojizo reflejado en el agua. Son tres hijas y un hijo.
Samir luchó por que este paseo de ahuehuetes no fuera privatizado para turismo del estado de Morelos. Junto con la comunidad de Amlilcingo lo defendió y quedó para uso abierto a la comunidad. Lo luchó por su familia y sus momentos ahí.
La principal lucha de Samir fue la de la Tierra con la siembra orgánica. Esa fue la primera defensa que dio, que le permitió entrar y participar en las demás.
El crecimiento de los ahuehuetes es lento y sus años de vida se miden en centurias. Requieren de mucha agua para crecer y, al mismo tiempo ayudan a mantener la humedad y los acuíferos.
Al entrar al paseo de estos árboles gruesos da una sensación de calidez y frescura. Los reflejos rojizos de los ahuehuetes colgantes dan cuenta de un viento que sopla espontáneo, mientras quienes tienen sus pies en el agua, observan, voltean al cielo, sonríen.
Samir, el ajonjolí
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