Luego que el Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, perdió las elecciones presidenciales de 1990, en un entorno de guerra y extrema pobreza en el país, este partido comenzó a fragmentarse; las diferencias internas causaron que muchos dirigentes e intelectuales que lucharon contra la dictadura somocista se salieran de las bases del Frente. Durante la década de los noventa el Partido desarrolló una lucha constante contra los gobiernos neoliberales, quienes entre su corrupción e inoperancia no sacaron al país de la pobreza.
En 2007 Daniel Ortega, presidente del FSLN regresó al poder, la población necesitaba un cambio y creyeron que utilizando los símbolos de la revolución nacional podían encontrar un refugio y crear cambios positivos para el país. Al menos así fue el discurso de Ortega y su esposa Rosario Murillo, quienes hasta la fecha han gobernado a su conveniencia. Ambos se apropiaron de la simbología del sandinismo para crear bases sólidas en distintos sectores de la población. Su poder incrementó hasta desestabilizar a todo tipo de oposición. En ésta se ubican diferentes grupos universitarios que se han manifestado por las acciones contradictorias de este gobierno mal llamado sandinista.
Los símbolos y discursos del gobierno se acrecentaron con los años. Rosario Murillo comenzó a promover un discurso de paz, amor y solidaridad desde una óptica homogénea que, ella, su familia y un grupo de seguidores selectos, consideraron como los símbolos de esta nueva etapa sandinista. Son estos los símbolos que hoy se esparcen por todas las calles del país con el objetivo de crear una presencia omnipresente y autoritaria, como por ejemplo los «árboles de la vida» –árboles de metal de 17 y 21 metros de largo y un ancho de hojas de 13 metros por 9, en material de acero, 7 toneladas de peso y 15 mil bombillos tipo led por árbol– y los mega rótulos con las imágenes de autoridades, mismos contra los que la población ha canalizado su descontento en las manifestaciones recientes, en un intento por destruir los símbolos de este gobierno dizque sandinista de la última década. Desde la cúpula de poder también se ha promovido la manipulación propagandística y un discurso tergiversado sobre las causas por las que los primeros sandinistas lucharon (actualmente dejadas en el olvido).
Por eso es importante aclarar que el pueblo nicaragüense actualmente no está peleando contra aquel partido sandinista que una vez puso a Nicaragua en la discusión mundial; tampoco se pelea contra una Juventud Sandinista que organizó una de las mejores cruzadas de alfabetización en la historia contemporánea. Tampoco se lucha por los errores de la guerra que la generación en turno cometió durante los años 80, junto con sus dirigentes ¿Por qué lucha hoy, entonces, el pueblo nicaragüense?
Hoy se lucha contra una familia que utiliza a su conveniencia ese pasado por medio de discursos retorcidos que, más allá de convencer a los ciudadanos de una unidad reconciliatoria, ponen en evidencia sus políticas autoritarias que censuran cualquier tipo de diálogo distinto al de ellos. Este mes de abril de 2018, las problemáticas en Nicaragua se rebalsaron. Las decisiones arbitrarias del presidente Daniel Ortega y la vicepresidente Rosario Murillo han hecho que los estudiantes salgan a las calles pacíficamente a marchar en contra de esos errores. Las autoridades, por su parte, arremetieron con mano de hierro contra los estudiantes pensando que con el miedo iban a silenciarlos, pero más bien provocaron un giro de tuerca que tiene al país en el desenfreno total. El gobierno de Nicaragua ha olvidado las consignas de aquel partido de Carlos Fonseca Amador y los ideales que lograron que muchos países se sumaran a su causa.