Lucia Ixchíu es periodista y activista guatemalteca exiliada en España. En medio de los cuestionamientos por el trato a migrantes de autoridades mexicanas, el 23 de marzo fue retenida arbitrariamente a su llegada a nuestro país. Esta es su crónica.

Por Lucia Ixchiu | Contextual.mx

Éramos más de cincuenta personas encerradas en un cuarto pequeño, con calor, sin comida, sin acceso al baño y con muy poca agua. Ninguna de las más de 50 almas sabíamos por qué nos encontrábamos allí, aunque al mirar a mi alrededor me percaté que todas veníamos de un perfil racial específico.

Comencé a preguntar a la gente que estaba allí antes que yo, si sabían qué hacían allí, les pregunté si tenían alguna idea, algunas ya tenían más de siete horas de estar en este lugar, pero nadie sabía nada. La gente tenía miedo, nos habían quitado los teléfonos y los papeles [pasaportes], había un silencio y una tensión que se sentía en el aire.

Una mujer pegaba de gritos, quería que le dieran explicaciones, quería saber por qué estaba allí retenida, daba de gritos y golpeaba las ventanas de un cuarto vacío en donde estaba encerrada. Comenzó a llamar la atención de más, no dejaba de gritar y en ese momento me dieron ganas de sumarme al reclamo, pero inmediatamente fue agredida por dos policías mujeres que la golpearon, empujaron y encerraron en el baño. Todas las personas que estábamos allí sentimos miedo, yo que siempre he sido buena para hablar y gritar en ese momento me sentí pequeña al ver lo que le hicieron. Entendí que nos iba a tomar tiempo y que sería muy difícil, si es que lográbamos salir de allí.

Yo tenía 12 horas de vuelo detrás de mí, me había cruzado un océano entero, había comido muy poco porque la comida de avión no me gusta. Llegué al aeropuerto de la Ciudad de México el 23 de marzo del 2023 a las 17 horas y 30 minutos, el vuelo había llegado antes de la hora programada… no tenia idea de lo que me esperaba.

Mis pensamientos regresan a la cárcel, sí a esa cárcel donde estábamos y que cada vez se iba llenado de más gente. Tenía muchas ganas de ir al baño, pero nadie podía ir por que allí había sido encerrada la mujer que continuaba dando de gritos. Cuando pregunté si podía ir al baño me dijeron que tenía que esperar a que un policía pudiera llevarme; pasé de ser una viajera a una delincuente en función de un pasaporte, mi aspecto y color de la piel, y esto hacía aumentar mi índice de peligrosidad.

Traté de recordar qué había hecho mal, ¿tenía responsabilidad de algo que dije?, pero nada, no sabía nada, cada oficial decía un cosa distinta. Había familias, niñas y niños en esas condiciones, tenía calor y cuando ya habíamos superado la capacidad de estar en el suelo, nos pasaron a un cuarto enfrente que se llenó inmediatamente. Le pregunté a algunas personas sobre sus nacionalidades, me contaron que eran de Colombia, Perú, Bolivia, Vietnam, China… la gente que tenía suerte de hablar español respondía, los que no seguían durmiendo en el suelo.

Siempre nos hacen sentir culpables por recibir esta violencia, siempre nos llenan de culpa y nos cargan una responsabilidad que no nos corresponde. La mayoría de las personas con las que nos encontrábamos detenidas eran de Colombia, de hecho una chica comenzó a contarme que a las y los colombianos no les piden visa para entrar a México, por lo que ella tenía todos los requisitos para entrar; no tenía claro por qué estaba encerrada.

Había perdido la noción del tiempo, me dio diarrea, pero era difícil ir el baño y tuve que aguantarme. Empecé a sentir ansiedad y un dolor de cabeza, no podía dormir, preguntábamos por información y nada. Después recordé lo que había leído en el primer cuarto donde nos tuvieron, ahí decía que teníamos derecho a una llamada, que no podíamos estar ahí más de 24 horas, tenía esperanza de que si era deportada la pesadilla no iba a durar más de un día. Pasé todo ese tiempo sin comida, pero afortunadamente de la diarrea que me dio se me quitó el hambre.

Delante de mí se llevaron a mujeres con sus hijos al cuarto donde te colocan a la espera de ser deportados. Me hice amiga de una joven de nacionalidad china, tenía más de 15 años de vivir en España [con residencia legal y de larga duración, uno de los requisitos para entrar a México] y venía a visitar a su padre. Ella estaba un poco perdida y tampoco entendía qué era lo que pasaba, hablaba muy bien español y chino, así que empezó a servir de traductora para con la gente que venía de Vietnam y otras partes de Asia. Al inicio me preguntó que qué estaba pasando, yo le dije que se trataba de una retención ilegal y arbitraria por parte de las entidades migratorias, le dije que el maltrato no es normal, ni justificado, le dije que era doctrina del shock.

Al inicio parecía no creerme y me dijo que quizás yo exageraba, pero al ser ambas trasladadas al cuarto de deportación después de casi 8 horas, admitió que tenia razón, que era horrible lo que nos estaban haciendo. Ya resignadas, en la [supuesta] segunda entrevista nos dijeron que no cumplíamos con ninguno de los requisitos y que seríamos deportadas: nos mintieron en la cara y lo peor es que lo hacen descaradamente.

Decidimos acostarnos, cada un en su litera después de que nos quitaran los zapatos y nos hicieran retirarles las correas: no era la primera vez que me sentía tratada como criminal. De repente oí mi nombre, me levanté y pensé que era el momento de la deportación, pero la oficial me dijo que mi detención había sido un error y que era bienvenida a México.

Me sacaron con mis cosas, salí mareada, no pude despedirme de la chica de China que se quedó allí dentro, tampoco pude pedir su número ni el contacto de su padre, no pude ayudarla. Lloré de la rabia y entré en shock, era más de la 1 de la madrugada, ambas habíamos acordado que si alguna lograba salir de allí íbamos a pedir ayuda. Yo no pude cumplir mi promesa, no sé dónde está, no sé si fue deportada al igual que toda la gente que nos encontrábamos allí.

Escribo esto por toda la gente que a diario intenta cruzar las fronteras y son asesinadas, escribo esto por toda la gente que es deportada a diario, escribo esto como un ejercicio para hacernos justicia, escribo para decirles a las entidades de migración que dejen su racismo, su xenofobia su odio, somos la misma gente, somos hermanos del mismo continente no puede ser posible que se presten al juego colonial que los Estados Unidos imponen.

Hace dos años salí al exilio porque mi país actualmente es una dictadura y me ha tocado en el camino poder redefinir mi idea de territorio y todo lo que conocía del mismo. Me ha tocado salir a vivir casi todo lo que a un migrante refugiado le toca vivir; en medio de racismo y la violencia de forma multidimensional, en el territorio que me toca habitar ahora no soy considerada persona, nunca voy a ser parte de la sociedad ni aquí, ni en ningún lugar.

Una semana después de lo que me ocurrió, asesinaron a 39 personas migrantes en un centro de detención en Ciudad Juárez, después de lo que me ha tocado vivir no puedo ni imaginar la desesperación que llevó a estar personas a buscar formas extremas para hacerse oír. Escribo esto como sujeta, y si bien es cierto que todas las personas tenemos voz, habrá algunas otras que no podrán ser escuchadas ni tendrán la oportunidad de contar lo que les toca vivir.

Rompo el silencio y abrazo mi vulnerabilidad y la hago de forma pública, como un ejercicio de justicia. Los migrantes en todo el mundo somos personas y salimos a vivir.