Acaba de inaugurarse un nuevo régimen de relaciones políticas.

La asamblea del Congreso Nacional Indígena (CNI) se propuso el 28 de mayo, en San Cristóbal de las Casas, desmantelar pacíficamente el régimen dominante y hacerlo mediante el ejercicio del poder desde la dignidad organizada en su Concejo Indígena Nacional. Al levantarse pacífica, serena, valientemente, crearon un nuevo gobierno que se ocupa ya, y se ocupará cada vez más, de armonizar sueños y normas de convivencia, de concertar empeños colectivos y de transformar los conflictos con un sentido de justicia. No se basa en relaciones de subordinación ni en aparatos, como el régimen que desmantelará. Es ante todo un ejercicio de libertad en la convivencia y democracia radical a todas las escalas, desde las familias y las comunidades, los municipios, las regiones, las tribus, los pueblos y los barrios, hasta el Concejo Indígena de Gobierno que se formó en San Cristóbal. Se realiza mediante la aplicación coherente y sencilla de los siete acuerdos del mandar obedeciendo. Por eso al crearlo no se oyeron promesas electorales ni se discutieron maneras de ordeñar las arcas públicas…

Como la vocera del concejo se registrará como candidata independiente a la Presidencia de la República en 2018 se quiere reducir la iniciativa al marco existente: se habría nombrado una competidora más por la zanahoria del poder podrido. El CNI y los delegados aclararon una y otra vez que no se lanzan a la caza de votos, para conquistar esos aparatos y darles un uso diferente al que le dan los grupos mafiosos que los operan autoritariamente. No se trata de ir por ellos, para ocuparlos. Tampoco se trata de crear una especie de gobierno paralelo, que sea como sombra o satélite del que opera arriba. Se trata de enfrentar a ese gobierno, a esos criminales. No tienen ya legitimidad que quitarles, pero aún tienen acólitos, seguidores, adeptos y adictos, lo mismo que recursos legales y operativos. Se trata de socavar la existencia y operación de todo eso, empezando por desmantelar sus aparatos paso a paso, uno a uno, haciéndolos innecesarios. No se hará en el vacío, sino aquí, en medio del lodo y de la mierda. Se desafía al régimen existente en su propio territorio, con sus propias reglas. Aquí, en esta realidad insoportable, la innovación es un gesto radical y audaz de transformación, en que se hará valer en la práctica política un concejo de gobierno que las leyes todavía no admiten.

Los académicos no podrán acomodar esta innovación en sus categorías y en los marcos existentes. Escapa a todos ellos. Implica construir un gobierno y ejercer el poder político sin tomar la vía de las armas ni la de las urnas, sin golpes de Estado o de mano, sin manotazos. No será fácil ni rápido desmantelar lo que queda del régimen que se cae violenta y caóticamente a pedazos, causando inmenso daño. Tampoco lo será aprender, todas y todos, a gobernar-nos desde abajo, es decir, a conducir nosotros mismos nuestras vidas. Pero en eso estamos, empezando por despertar a los dormidos, demostrando en la práctica, en los hechos, el sentido, la naturaleza y el contenido de esta nueva manera de actuar colectivamente, sin coerción física o electoral.

Llamamos todavía gobierno, en todas partes del mundo, a lo que hacen grupos mafiosos al servicio del capital, cuando manejan instituciones viciadas, tratan de imponer su voluntad por las buenas o las malas, organizan el despojo y administran la injusticia. Llamamos aún democracia, en el mundo entero, a un régimen despótico, racista y sexista, que construye súbditos vestidos de ciudadanos con base en la ilusión del voto. Todavía se llama estado de derecho, en todas partes, a un régimen en que las leyes se usan para establecer la ilegalidad y garantizar la impunidad.

Esta es la experiencia reiterada de los pueblos indios. ¡Basta ya!, dijeron a todo eso al inventar una alternativa. Por eso el ánimo en San Cristóbal, entre los mil 482 delegados, concejales e invitados, resultaba tan paradójico como lo que estaban haciendo: era un ánimo festivo, que estallaba de alegría a cada pretexto, por el entusiasmo de conseguir lo que parecía inalcanzable; pero era también ánimo solemne, por la hondura y trascendencia del acontecimiento histórico en el que tomaban parte, y por la conciencia clara de los riesgos y responsabilidades de la inmensa tarea que asumían.

Repaso estas notas, aún inmersas en ese ánimo, y me doy cuenta que pueden parecer exageración ilusoria y voluntarista: estarían sosteniendo que ya existe lo que apenas se empieza a construir, afirmarían que se creó lo que aún parece poco más que un proyecto, un sueño, una posibilidad. ¿Cómo mostrar que es real, que ya ocurrió, que el nuevo régimen ya está ahí? ¿Cómo compartir el hecho de que ha empezado ya, aunque sea todavía frágil e incompleto, lo que al final de cuentas no es sino la proyección creadora y contemporánea, a escala sin precedente, de lo que han practicado por siglos quienes lo hicieron?

La lucha es la que va a hablar, dijeron una y otra vez; entramos a terreno desconocido… que se conocerá en el camino. Al trazar el mapa de los dolores y hermanar las resistencias, estarán construyendo, desde abajo, contra el capital y todas sus formas políticas, los sujetos sociales de la transformación que desmontarán el sistema podrido. Por lo pronto, aprenden de sus hermanos mayores, los zapatistas, que hace décadas saben hacerlo…