Eugenia Gutiérrez, colectivo Radio Zapatista

México, febrero de 2016.

 

¿Estigmatizada o nerviosita?

Pude haber sido santa. Tenía las marcas divinas, las de los clavos en las manos y en los pies. Amanecí cundida de llagas planas y oscuras que brotaron de la noche a la mañana en varios puntos de mi cuerpo, distribuidas de forma bastante simétrica. Me pasó algo como lo ocurrido a Francisco de Asís, María Magdalena de Pazzi, Catalina de Siena o Pío de Pietrelcina. Fue hace unos tres años, un día cualquiera. Las llagas inesperadas, que se mostraban solas o se agrupaban en pequeños cúmulos de cuatro y cinco, me provocaban dolor y comezón. Mi buena costumbre de tener limpias las uñas y mi decisión de soportar el suplicio y no rascarme hasta no saber qué ocurría, ayudaron a que las llagas no se infectaran tanto. Pero me asustaba verlas crecer en diámetro y altura de manera incontrolable.

Había dos llagas pequeñas en la parte interior de mis muñecas, donde comienzan los antebrazos, dos grupos de llagas grandes en la parte alta y frontal de mis pies que, incluso, sangraron, donde comienzan los tobillos, muchas llagas medianas distribuidas en mis piernas, mis costados, mis axilas, mi vientre y ya se imaginarán dónde, dos llagas discretas y claras en mi rostro (párpado y labio), así como algunas deformaciones leves en un par de uñas. Las llagas más aterradoras eran las siete que estaban en mi espalda media, no sólo porque tenían un centímetro de diámetro y un milímetro de altura, sino porque formaban una letra escarlata gigante. No era nada sexy como la “A” de adúltera, ni emocionante como un “666”. Era una simple letra “V”, y no creo que haya sido de “virgen”. Así que ahí estaba yo, la feminista estigmata, la elegida para tener una vida aburridísima. ¿Eugenia de CDMX en ese entonces DF? Qué barbaridad. Me consolaba pensar que, al menos, se resolverían mis problemas económicos, pero me aterraba la idea de no poder volver a usar tranquilamente un bikini.

El fenómeno de la estigmatización ha sido y sigue siendo explicado sin razonamiento alguno por “catedráticos de espiritualidad”, hombres que viven de impartir clases de “teoría pastoral” dentro de los muros de una “universidad”. En fin. Esos catedráticos explican las llagas de Franciso de Asís de maneras tan absurdas que no voy a reproducirlas aquí. Y si se trató del mismo fenómeno, nunca lo sabré. Pero las que yo tenía, el doctor Google me las explicó muy claramente antes de que un médico profesional corroborara el diagnóstico y me recetara una pomada: era Liquen Plano. Se trata de una condición autoinmune (en la que no, no hay líquenes ni hongos ni nada), de causas aún desconocidas, que se dispara cuando una persona está sometida a un estrés intenso. Puede ser una reacción alérgica. Se le llama así porque las llagas se asemejan visualmente a un liquen que descansa sobre un tronco de árbol.

No es tan repentina como parece, pues hay advertencias en la boca que pueden sentirse durante semanas como ardor al lavarse los dientes, y que una puede atribuir equivocadamente a un cambio en la marca de la pasta. De hecho, en ocasiones el Liquen Plano no sale de la boca. Pero cuando se da el punto de quiebre en el frágil eslabón que articula sistema nervioso y sistema inmunológico, nuestros glóbulos blancos atacan sin motivo “real” y la piel se inflama y se irrita en nodos estratégicos de la ruta de nuestros hilos nerviosos, como las muñecas, los tobillos, las axilas, el vientre y las enormes ramificaciones de la espalda. En condiciones brutales de estrés, hay quien puede llagarse y sangrar en sus nodos de la cabeza y la frente. La piel se rompe cuando nos rascamos y comienza a infectarse. Nuestros glóbulos blancos atacan, ya sin piedad, esos puntos rotos de la piel, sabiendo que la rascadera va a causar estragos. Para colmo, al ser una enfermedad disparada por estrés, mirarte agujerada intensifica ese estrés y fortalece la condición autoinmune. Dicen que es muy difícil de curar.

Seguramente Francisco y María Magdalena y Catalina y Pío tenían fuertes motivos para estar estresadísimos, así que no suena descabellado el posible diagnóstico. Mis motivos no eran tan fuertes, pues tengo una vida bastante privilegiada, pero aún así reventó mi piel. Un horario laboral complicado, siete grupos de estudiantes de licenciatura en un mismo semestre, un vecino desastroso que encerraba a tres perritos neuróticos que aullaban toda la noche en el patio de atrás, sumados a un país y un planeta adoloridos como nunca. Nada que no pudiera curarse con una rutina seria de ejercicio, buena alimentación, confrontación directa con el vecino, varias horas de descanso nocturno, el anhelado fin de semestre y un sueño colectivo para un México y un mundo mejores.

Las llagas tardaron un par de años en irse borrando. Un jabón Zote, un frasquito de concha nácar y mucha sávila hicieron el milagro. Las de la espalda ya casi se marchan. La letra “V” (que debe ser de “vieja”) es apenas perceptible y ha perdido su encantador tono escarlata por culpa de una que otra asoleada que me he puesto. Pero las llagas de los pies, las que más dolieron porque sangraron, ésas permanecen después de casi tres años y espero que no se marchen. Me gusta tenerlas como marca indeleble que me recuerda, cada mañana, que yo controlo mis emociones, que yo decido el nivel de mis afectaciones psicológicas y que todo misterio esconde una realidad físico-química y varias verdades histórico-biológicas que yo puedo conocer.

 

El exitoso negocio de los dogmas

La inexistencia de los dioses es un tema escabroso, un tabú, un tópico prohibido. Miles de millones de personas se niegan no sólo a discutirlo sino a soportar siquiera que alguien más lo haga. En las sociedades precientíficas (o que hacían ciencia antes de que Descartes propusiera su Discurso del método) la invención de las deidades pavimentó el camino de búsqueda de respuestas ante los enigmas del funcionamiento del cosmos. Así nacieron los dogmas. Desde entonces, las élites religiosas han estimulado los miedos humanos, las élites gubernamentales los han aprovechado y las élites económicas los han disfrutado al máximo. Hay que subrayar que no se estimula sólo el miedo a la muerte, sino, principalmente, el miedo a la vida. A lo largo de los siglos, todo tipo de patriarcas (con vestimenta sencilla o con pararrayos de oro integrado en el gorrito) han entendido lo fácil que resulta ofrecer alivio a quien padece la hostilidad universal día y noche. Basta con… ofrecerlo.

Podríamos reírnos de la ironía si sus consecuencias no fueran funestas. Los niveles que alcanza la violencia humana en todo nuestro planeta son alarmantes y, sin embargo, el éxito que ha tenido el negocio de las almas no encuentra precedente en la historia del Homo sapiens. Ese gusto que tiene nuestra especie por seguir caminos trazados por pastores, como si fuésemos rebaños, dificulta la discusión argumentativa de los problemas que aquejan a los pueblos. Así que de pronto resulta que las disyuntivas son poquitas. Temer a los partidos políticos, temer a los dioses o temer a los grupos criminales. O votas, o rezas o te acostumbras a matar y a que te maten. Elige una de dos, o dos de tres, o las tres, pero elige alguna. Un negocio redondo pleno de complicidades.

Y también resulta que la solidaridad, la empatía, el respeto y la diversidad pueden sustituirse impunemente en los medios de comunicación de una república laica por ofrecimientos humillantes de misericordia y perdón que ni pedimos ni necesitamos. Y las tierras conquistadas se transforman en ventanas de oportunidad, y a las pocas lenguas sobrevivientes de un magnicidio cultural se les da permiso para ser habladas, y a los pueblos arrasados se les denomina mártires, y el genocidio es holocausto, mientras a un lugar sin mujeres ni niños se le llama estado y se le trata como tal, incluso entre quienes dicen preocuparse por la equidad de género.

Pero lo emocionante de los caminos trazados es que podemos ignorarlos, y lo fascinante de las disyuntivas es que siempre son muchas más de las que vemos. Así que yo ni voto, ni rezo ni me acostumbro a la muerte. Miles de niñas y niños que han sido y seguirán siendo atacados sexualmente esperan justicia. Miles de millones en euros o dólares o libras esterlinas, joyas de la corona, obras de arte, vehículos bañados en oro y toda clase de posesiones bien terrenales siguen y seguirán manchados de sangre porque así lo han dispuesto Alá, Jehová, Jesús, Yahvé o quien sea que digan los ayatolas, sicarios, obispos, califas, banqueros, políticos, militares y sus archimandritas. El matrimonio entre el patriarcado y el capitalismo ha sido, hasta ahora, ejemplar.

Es divertido ser libre, no temerle a la muerte ni a la vida. Estar lista siempre para cuando nos encuentre la primera porque gozamos al máximo de la segunda sin desperdiciar ni un momento. Es emocionante no sentir lástima disfrazada de solidaridad, ni autocompasión, ni culpa, sino una inabarcable responsabilidad de ser humana.

Quizá las llagas y los estigmas de Francisco y María Magdalena y Catalina y Pío me han dejado una gran enseñanza, al mostrarme cómo no quiero vivir ni morir. Después de todo, y estos son hechos científicamente irrefutables, no hay pastor sin ovejas ni patriarca sin capital.