Mundo
Ernesto, carne y hueso de los sueños
Con motivo del cincuentenario de la caída del Comandante Ernesto “Che” Guevara, durante la tarde del viernes 6 de octubre se realizó un homenaje en el frontis de la Casa Central de la Universidad de Chile, ubicada en una de las avenidas más concurridas de Santiago de Chile.
La jornada conmemorativa también contó con el despliegue de un monumental lienzo desde el techo de dicha casa de estudios, en donde también se aprovechó de distribuir gratuitamente miles de ejemplares de “El socialismo y el hombre en Cuba” —aquella célebre carta escrita durante 1965 por el Che y dirigida hacia Carlos Quijano, en aquel entonces director del semanario uruguayo “Marcha”— a los asistentes y transeúntes presentes, ejemplares que hasta el día de hoy, siguen siendo distribuidos por entre distintas escuelas y universidades, lugares de trabajo y organizaciones sociales, tanto en la Región Metropolitana como en otras regiones.
En total, se imprimieron 10.000 ejemplares de “El socialismo y el hombre en Cuba”, siendo todo esto producto de un esfuerzo mancomunado de semanas, que de manera autónoma y autogestionada, fue desarrollado a pulso por diversas organizaciones territoriales, estudiantiles así como vinculadas al ámbito editorial popular.
La iniciativa busca potenciar y multiplicar los espacios reflexivos y discusión en torno a las diversas experiencias revolucionarias de las que fue parte el Che durante en su vida rebelde, heroica, digna y más vigente que nunca.
Puesto que hacer de una carta, uno de los mensajes más vibrantes hacia la humanidad que se hayan escrito durante el último tiempo, y que hasta el día de hoy, éste mantenga pleno sentido y vigencia, es una de las tantas obras de quien, siendo un auténtico patrimonio de Nuestra América, con su ejemplo de arrojo y valentía, se hizo universal para los pueblos pobres del mundo.
No obstante, cabe dar cuenta de lo paradójico que es realizar una jornada conmemorativa con motivo de su caída, puesto que como cualquier jornada de ese carácter —en las que tanto encuentra su razón de ser la izquierda local actualmente, asumámoslo—, se podría haber terminado rindiéndole culto a una idealización del Che, o finalmente, en medio de una cínica nostalgia, desentendernos de una reflexión crítica, profunda y prepositiva en torno a la enorme obra del Che, así como también y consecuentemente, en relación a nuestros propios procesos de encuentro, organización y construcción.
Consideramos pues, que aquel reconocido primer plano con la boina militar de la estrella y mirada perdida, ha silenciado aquel muchacho que alguna vez hizo creer a su familia que se matricularía de ingeniero, pero que, finalmente, optó por Medicina; ha relegado también la riqueza de sus incertidumbres durante el viaje en motocicleta por América Latina, ha desconocido su ayuda humanitaria en Guatemala, que le llevó inclusive a figurar entre los condenados a muerte; ha ocultado las ricas experiencias durante sus desempeños como presidente en el Banco Nacional de Cuba o luego, como Ministro de Industrias, en donde como era de esperar, hizo constantes críticas prepositivas al proceso del que era parte, las que todavía muestran notable validez.
Del mismo modo, puede que el mismo primer plano puede que haya disimulado aquel dramático momento en donde le enrostró a toda la izquierda internacional su cruel indiferencia durante la guerra que azotó al valeroso pueblo de Vietnam, pues como expresó, no se trataba sólo de desearle éxitos al agredido, sino de correr la misma suerte; acompañarlo a la muerte o a la victoria.
¿Acaso ésta interpelación no toma especial fuerza el día de hoy en Nuestra América y el mundo?
Sin haber agotado las tantas coyunturas de las que el Che nos dejó lecciones, creemos a fin de cuentas que aquella descuidada apreciación de su obra, niega explícitamente el valor de su heterodoxo itinerario, no sólo como como Comandante, sino particularmente como Ernesto. A saber, omite que amó y fue amado, que río, lloró, como también en más de alguna ocasión pudo haber tropezado, hechos consustanciales del cotidiano para todos los hombres y las mujeres, especialmente para quienes consignan su vida a la Revolución.
De esta manera, nos preguntamos cómo es posible tan sólo conmemorarle, habiendo tanto por hacer y quedándonos tanto por tomar en cuenta de sus heroicas gestas, de aquellos incontables sueños hechos carne y huesos. Consideramos entonces, que el genuino homenaje no puede realizarse a través de hechos eventuales ni mucho menos, sino que constantemente a través de nuestra práctica cotidiana.
Cabe señalar por último, que realizado el homenaje, al día siguiente la prensa oficial —tan reaccionaria como de costumbre— no tardó en denostarlo, enfatizando el hecho de haber sido una actividad no autorizada por el plantel de la Casa de estudios, y que además, su misma Federación de Estudiantes se desmarcaba del hecho. Al respecto, no está demás decir que un homenaje para alguien como el Che, no requiere de autorización alguna. Asimismo, como alguna vez bien señaló Eduardo Galeano, sabemos que cuanto más insultan, manipulan o traicionan al Che, más nace. A saber, él es el más nacedor de todos.
Por Ignacio Andrés
América Leatina desde Abajo
El efecto ‘Hodor’ que paraliza la izquierda estadounidense
En entrevista con Anna Curcio, Álvaro Reyes, miembro de El Kilombo, Carolina del Norte, analiza la situación actual en los Estados Unidos bajo la administración Trump, el resurgimiento de la supremacía blanca y el neonazismo, en particular a partir de los eventos en Charlottesville, así como las resistencias en el país.
El efecto ‘Hodor’ que paraliza la izquierda estadounidense
Anna Curcio: ¿Podría darnos un breve resumen de los eventos ocurridos en Charlottesville y ayudarnos a entender su contexto?
Alvaro Reyes: Como algunos de sus lectores sabrán, el 11 y 12 de agosto del presente año, unos 500 neonazis y supremacistas blancos marcharon por las calles de Charlottesville, Virginia, como parte de una manifestación que llamaron “Unir la Derecha” [Unite the Right]. El propósito de la marcha fue protestar contra el plan del gobierno local de retirar un monumento en honor a Robert E. Lee, el general que lideró al ejército de los Estados Confederados –el bando que defendía la permanencia de la esclavitud– durante la guerra civil estadounidense. Los organizadores de “Unir la Derecha” aclamaron a la manifestación como la mayor reunión de supremacistas blancos en varias décadas.
En respuesta, cientos de manifestantes antifascistas también convergieron en esa ciudad para repudiar lo que denunciaron correctamente como “terror racista”. En la tarde del día 12, James A. Fields, un neonazi vinculado al grupo de supremacistas blancos “La Vanguardia de América” (Vanguard America), atacó a los antifascistas, atropellándolos con su carro (una táctica que, como sabemos, las organizaciones de derecha promovieron en Internet durante los meses anteriores), hiriendo a 35 personas y matando a Heather Heyer, de 32 años, miembra de los Socialistas Democráticos de América (Democratic Socialists of America, DSA).
El furor suscitado por el asesinato de Heyer fue tal que por todo el país se extendió la exigencia de que de una vez por todas se removieran todos los monumentos a los confederados. El lunes 14 de agosto, aquí en Durham, Carolina del Norte, los manifestantes tomaron las calles y derrumbaron una estatua de un soldado confederado, tirándola de su pedestal al piso. La exigencia de retirar los monumentos confederados se ha propagado como incendio por el país y ha crecido hasta incluir una amplia gama de monumentos que conmemoran a figuras vinculadas a la esclavitud, el genocidio de los pueblos indígenas y la masacre de mexicanos en los Estados Unidos, e incluso monumentos del pasado más reciente: por ejemplo, un movimiento importante se ha formado en Filadelfia para exigir el derrumbe de una estatua en honor a Frank Rizzo, el comisario general de la policía y alcalde de esa ciudad de finales de los 1960 a principios de los 80, quien aterrorizaba a los filadelfianos negros y latinos con una política de “disparar primero, preguntar después”.
Creo que es importante señalar que, tanto para las fuerzas fascistas como las antifascistas, la lucha sobre estos monumentos tiene que ver no sólo con las formas de contar la historia, sino con dos visiones distintas de lo que deberíamos hacer con relación al extraordinario nivel de racismo presente hoy en el país. Los fascistas señalan a estos monumentos como un recordatorio de la supremacía blanca sobre la cual los Estados Unidos fueron constituidos, y argumentan que este precedente fundacional justifica plenamente la encarcelación de los negros, la criminalización y deportación de los migrantes latinos y la exclusión de los musulmanes. Mientras tanto, las fuerzas antifascistas señalan a los monumentos para argumentar que, a menos que enfrentemos la naturaleza fundacional de la supremacía blanca en este país –una supremacía blanca que, cabe recordar, sirvió como inspiración directa, aunque raras veces mencionada, para el fascismo hitleriano–, no podremos explicar de manera adecuada el auge contemporáneo del extremismo racista. Dicho de otra manera, es como si sólo en el momento en que las condiciones globales de posibilidad para este proyecto llamado Estados Unidos se desvanecen rápidamente, estuviéramos obligados a ver a ese proyecto por lo que verdaderamente es y sigue siendo.