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Para el padre Marcelo…
La muerte llevaba tiempo acechando la espalda de un hombre de paz.
Solía caminar a su lado, asombrada de cuán inquebrantable y valiente el padre era.
Se le había puesto precio a su vida, lo querían muerto, lo querían fuera del escenario que los actores de guerra orquestan en tierras chiapanecas.
Y con todo y eso, la muerte veía asombrada como el padre no se escondía ni se rendía, sino que seguía, caminaba entre la neblina de la madrugada y el sol de medio día, caminaba con su pueblo, entre su pueblo, y como dicen, le pasó lo que le pasa a su pueblo.
La muerte caminó largo tiempo a su lado, y llegó a quererlo, llegó a sentir un gran respeto por el padre, no es común ver a hombres que con sus pasos hacen florecer la esperanza, y que con su palabra la siembren en el corazón.
La muerte comenzó a temblar sabiendo que su tiempo pronto llegaría; no quería que acabara ese andar florido. Sus ojos se llenaron de lágrimas, por un momento pensó que ningún ser se ofrecería para cometer tal acto, pero sí, había alguien, había alguienes, y podía eso suceder en cualquier momento. La muerte no estaba lista, le dolía, sabía que el precio era muy alto, para su comunidad, para su familia, para todas las personas que lo seguían y lo querían.
La muerte abrió suavemente sus ojos y se sorprendió a ella misma hincada y rezando.
Había lagrimas en sus ojos, y brillaba entre la luz un color amarillo que alumbraba un camino alformbrado de cempasúchil. Al fondo, el padre acostado, no parecía muerto ni parecía vivo, así que la muerte no sabía si ya era hora de llevárselo. Así que lo dejó ahí, en ese espacio donde se crean santos, en ese espacio en donde las almas descansan en plena paz, pero siguen emanando una luz para la tierra.
Texto: Valentina Arana
Foto : Centro Prodh, tomada de internet
Sentidos y significados profundos de la ejecución del Padre Marcelo
Desde hace casi cuatro años la violencia en Chiapas a manos de los corporativos narcocriminales glocales ha ido en aumento causando desplazamientos forzados, el asesinato de periodistas y defensores de derechos humanos.
Por Xochitl Leyva Solano | El Salto Diario
Eran las primeras horas del domingo 20 de octubre de 2024 cuando entró en mi celular un WhatsApp con la noticia del asesinato del padre Marcelo Pérez Pérez al salir de dar misa en un barrio de la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México. La noticia tuvo un efecto telúrico y ante eso podríamos preguntarnos ¿por qué? si ya desde hace casi cuatro años la violencia en Chiapas a manos de los corporativos narcocriminales glocales ha ido en aumento causando desplazamientos forzados, el asesinato de periodistas y defensores de derechos humanos, así como la ocupación y el despojo de territorios (comunitarios) rurales y urbanos. Cómo entender que ríos de personas de inmediato tomaron las calles y se hicieron presentes por doquiera: donde se veló el cuerpo y se realizó el sepelio. Para comprender los múltiples sentidos y significados de este asesinato-ejecución es necesario detenernos brevemente en la persona, los pueblos en movimiento, la institución eclesial y, claro, poner el hecho “local” en un contexto, al menos, por el momento, nacional.
La persona
El Padre Marcelo era uno de los 15 sacerdotes indígenas miembros de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Su origen era maya tsotsil. Su extracción, humilde campesina. Su padre tuvo el cargo tradicional de mayordomo en la iglesia de San Andrés Larráinzar. Luego de pasar por el internado indígena definió su vocación para servir a Dios y en 2002 fue ordenado sacerdote católico. Un sacerdote enraizado en Chiapas que lo mismo dominaba el tsotsil que el castellano. Todo ello, sin duda, abonó a cultivar su nato carisma y su particular modo pedagógico de dirigirse a la feligresía con la que conectaba espiritual y energéticamente a través de palabras de fervor, ánimo y dignificación. Estos elementos delinearon su vida como pastor, pero, sobre todo, como defensor de la vida y el territorio, defensor de derechos humanos, así como tejedor de diferentes instancias y mundos e impulsor y mediador en conflictos y en procesos locales de paz.
Pueblos en movimiento
Para comprender a cabalidad al Padre Marcelo tenemos que ponerlo en su justa dimensión histórica; en su tiempo y espacio. Nació en enero de 1974, en el momento en que la Diócesis de San Cristóbal preparaba con las comunidades indígenas las reflexiones que sustentaron el Congreso Indígena de 1974. Congreso parteaguas, motor de la formación de organizaciones independientes campesinas más tarde autodefinidas como indígenas. El Padre Marcelo afirmó que los sucesos post-congreso le influyeron pero que no fue hasta que fungió como párroco en Chenalhó y prestó oídos a los sobrevivientes y parientes de las víctimas de la Masacre de Acteal (sucedida a manos de paramilitares en 1997) que su vida tomó el ejemplo de valentía y dignidad de ellos y ellas y lo condujo al camino de compromiso con el Pueblo Creyente para que injusticias como esa y otras, nunca se volvieran a dar.
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