En abril de 2015 se realizó conferencia “Desafiar la Modernidad Capitalista II” en Hamburgo, Alemania. Uno de los participantes fue John Holloway, profesor de sociología en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, y Profesor Visitante Honorario en la Universidad de Rodas, Sudáfrica. Holloway ha publicado ampliamente sobre teoría marxista, sobre el movimiento zapatista y sobre las nuevas formas de  lucha anticapitalista. A continuación publicamos la ponencia completa del sociólogo.

I

Un gran honor, una emoción intensa. Estoy aprendiendo mucho sobre el movimiento de liberación kurdo. Pero esto va más allá del movimiento kurdo, ¿verdad? Hay un desbordamiento, un desbordamiento que llega desde Kurdistán y somos ese desbordamiento. Nosotros, que estamos aquí no solo para aprender de ellos, sino porque son parte de nosotros como nosotros somos parte de ellos. Nosotros que recibimos ataques constantes y buscamos desesperadamente una salida. No solo estamos aquí para apoyarles, sino porque vemos en ellos también nuestra esperanza. Nosotros que intentamos tejer un mundo distinto contra y más allá de este mundo de destrucción y muerte y que no sabemos cómo hacerlo, y por eso caminamos preguntando, preguntando caminamos, aprendiendo caminamos, abrazando caminamos.

Cada vez nos atacan de forma más agresiva, tan agresiva que en ocasiones parece que es una noche oscura sin amanecer. Los zapatistas lo llaman la Cuarta Guerra Mundial, pero el nombre no importa. Estos días hemos escuchado el término de guerra del capital contra la humanidad. Ayotzinapa es el nombre que resuena ahora en los oídos de quienes vivimos en México y en otros lugares, pero hay muchas, muchas imágenes del horror de la agresión capitalista: Guantánamo, los 300 migrantes que se ahogaron en el Mediterráneo hace tan solo unas semanas, el ISIS y el aparentemente interminable horror de la guerra en Oriente Medio, el daño causado por las políticas de austeridad en toda Europa y en Grecia en particular, los ataques constantes al pensamiento crítico en las universidades de todo el mundo, etcétera, etcétera. Todo son símbolos de la obscenidad violenta de un mundo en el que el dinero es el amo y señor. Cuarta Guerra Mundial, entonces, no como un ataque planeado a conciencia, sino como un ataque del dinero contra la humanidad que sigue su lógica de manera coherente y la renueva constantemente.

II

La Cuarta Guerra Mundial: crisis capitalista, capital empeñado en sobrevivir, capital que lucha de todas las maneras posibles para garantizar su supervivencia en un sistema que no tiene sentido, más allá de su propia reproducción.

El mero hecho de que el capital exista ya es una agresión. Es una agresión que nos dice cada día: “Debes hacer las cosas de un determinado modo, la única actividad válida en esta sociedad es la que contribuye al beneficio del capital, es decir, el trabajo”. Esta es la teoría del valor-trabajo, la teoría que se ha denostado tanto estos dos últimos días.

La teoría del valor-trabajo de Marx es de una importancia fundamental por tres razones. Para empezar, nos indica que el capital depende de la conversión de nuestra actividad diaria en trabajo (lo que Marx llama trabajo abstracto o alienado), en esa actividad concreta que genera valor y por ende beneficio para el capital. Esto señala la debilidad del capital: depende de nosotros. La segunda razón, es que esta conversión de nuestra actividad en trabajo es un proceso totalizante que nos subordina a una lógica del beneficio unificadora, lo que nos indica que la revolución debe desentrañar este proceso de totalización, debe ser un movimiento que anule la totalización (o autonomización), una creación de un mundo de muchos mundos, como plantean los zapatistas. Y la tercera razón nos revela que este motor que convierte nuestra actividad (o hacer) tiene una dinámica: que parte del hecho de que la magnitud del valor está determinado por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario que hace falta para producir una mercancía y el hecho de que este se reduce constantemente. La debilidad del capital no es solo que depende de que convirtamos nuestra actividad en trabajo, sino que depende en que seamos capaces de trabajar cada vez más rápido: la debilidad inherente se convierte en tendencia a la crisis. La teoría del trabajo de Marx es un grito de dolor y rabia contra la obscenidad de esa forma de organizar nuestra acción creativa, pero también es un grito de esperanza de que este sistema que está destruyéndonos tiene una debilidad fatal: el hecho de que depende de nosotros.

Es importante recalcar esto pues mucho de lo que se dijo ayer parecía sugerir que Marx aprobaba una sociedad basada en el trabajo cuando es precisamente lo contrario. Si no habéis leído El Capital, por favor leedlo; si lo habéis leído, por favor leedlo de nuevo. Esto es una petición para todos: especialmente para los anarquistas que están aquí, y más especialmente para los marxistas que han venido, y para ti David Graeber, y para ti David Harvey, y, si hay alguna forma de que te lleguen mis palabra a esa isla cárcel, para ti Abdullah Öcalan.

El trabajo es la producción del sinsentido. David Graeber lo dijo muy bien ayer, pero Marx también lo dijo hace 150 años. Pero es más que eso: el trabajo es la destrucción de las formas humanas y no humanas de vida.

III

El capital es una agresión y en su crisis hay una intensificación de esa agresión. En la crisis actual, el capital se enfrenta a sus propios límites para imponer la lógica del beneficio, la absurda lógica del cada-vez-más-rápido que impone a la vida humana. Somos la crisis del capital.

El capital intenta buscar una solución de dos maneras. La primera es ejerciendo más presión, siendo más autoritario, eliminando a cualquiera que suponga un obstáculo para sus ambiciones: Ayotzinapa, cincuenta presos políticos en el estado de Puebla, donde vivo. La segunda, pretendiendo hacernos creer su juego: si no te podemos explotar como queremos, pretendamos que podemos, expandamos el crédito/débito: de ahí la inmensa expansión del capital en forma de dinero. Pero la crisis de 2008 anuncia claramente los límites del juego de engaños y obliga al capital a devenir cada vez más autoritario. La Cuarta Guerra Mundial, la guerra contra la humanidad.

Tenemos que ganar esta guerra: perderla es aceptar la posible o probable aniquilación de la vida humana. Por ganar la guerra no me refiero a colgar a los banqueros y políticos de las farolas (al margen de lo atractivo que pueda parecer), sino romper la dinámica de la destrucción que es el capital. Dejar de generar capital, dejar de trabajar. Hagamos algo sensato en su lugar, algo que tenga sentido, sentemos las bases de otras formas de vivir.

La estrategia de tratar de deshacernos del capital reproduciendo el capital pero de forma menos agresiva, no funciona, por muy bienintencionada que sea y al margen de que tenga algunos efectos positivos. Mirad Bolivia, o Venezuela, Grecia ahora mismo: no existe tal cosa como un capitalismo suave. Grecia nos muestra cada día que la estrategia aparentemente realista de crear una sociedad distinta a través del Estado es totalmente irreal.

No tiene ningún sentido pensar que podemos parar de generar capital por medio del Estado, pues el Estado reproduce unas relaciones sociales que derivan precisamente del capital. Tenemos que ir por otro lado, por otras vías, donde los únicos caminos que existan sean los que hacemos al andar. Y es nuestra responsabilidad, una responsabilidad que no se puede delegar. No se puede delegar a los políticos, pero tampoco al movimiento de liberación kurdo o a los zapatistas. La lucha es nuestra, aquí y ahora, en Hamburgo o donde sea que vivamos – donde vivamos y no solo donde nacimos, o donde nacieron nuestros padres, aunque por supuesto el dónde nacimos y dónde vivamos sean parte del lugar donde vivamos ahora.

Estamos en el centro, este Nosotros con el que empezamos: un Nosotros que se contradice, un Nosotros que camina preguntando, que camina soñando. Ante todo, un Nosotros que camina tejiendo. Prácticamente, creamos las bases de una nueva sociedad al tejerla en un movimiento que va contra y más allá de la vinculación capitalista de nuestra actividad con un trabajo totalizador y carente de sentido. Esto no es solo un proyecto, es algo que ya estamos haciendo, y que siempre ha estado en el centro de todas las luchas anticapitalistas. Luchamos contra el capital al ir contra el trabajo, esto es, tejiendo un mundo de muchos mundos que avance hacia la autodeterminación. Todos estos tejidos son contradictorios, todos tienen que enfrentarse al problema extremadamente complejo de un interfaz de un mundo gobernado por el dinero, por el valor: por eso no se pueden entender realmente como autonomías, sino en todo caso como procesos de autonomización, como grietas o fisuras en la textura de la dominación.

Hay una poética en este enfoque: no necesariamente en el lenguaje sino en el propio movimiento de lucha. Vivimos ahora un mundo que no existe todavía, esperando poder crearlo al vivirlo. Vivimos en un mundo que existe potencialmente, vivimos en el subjuntivo más que en el indicativo. Lo que estamos creando no es una revolución futura, no es un poscapitalismo, es un contra-y-más-allá-del-capitalismo aquí y ahora. Rompemos la homogeneidad del tiempo, rompemos los límites del espacio. Para los zapatistas, la dignidad es el concepto central, la dignidad de quienes luchan, la dignidad de quienes viven contra-y-más-allá-del-capitalismo de un mundo construido sobre la negación de la dignidad. La poesía que es tan evidente en los comunicados escritos por la persona que fue el subcomandante Marcos (ahora Galeano) no es la poesía de una persona, sino la de un movimiento, y no es un añadido decorativo del movimiento: es el núcleo del movimiento mismo. Esta es la poesía no solo de los zapatistas, sino de toda la tradición de pensamiento crítico que está presente en Marx, Bloch, Adorno, Benjamin, Marcuse, Vaneigem y más allá. Es una poética que ha estado muy presente en muchas de las presentaciones de los últimos dos días.

IV

Este enfoque es muy atractivo. Hay belleza en él, y también un núcleo ético. Aúna la ética y la política revolucionaria: el mundo que creamos es el mundo que pensamos que debería existir. ¿Pero es realista? En estos tiempos de guerra, en estos tiempos de intensa agresión capitalista, ¿es realista la prefiguración del mundo que queremos crear? No es suficiente tener la razón moral o una poética atractiva: de hecho, lo que queremos es ganar la Cuarta Guerra Mundial para que se termine, por medio de la creación de un mundo sin capitalismo.

No sabemos. Sabemos que el primer enfoque (el aparentemente realista) no funciona, pero eso no significa que el segundo sí funcione. Sabemos también que el segundo enfoque es inevitablemente contradictorio, que tampoco ahí existe la pureza. Luchamos cuando tejemos un mundo distinto, de muchas maneras distintas. Estos son los tejidos que están teniendo lugar en todo el mundo, tejidos que están constantemente amenazados por el capital, frecuentemente aplastados por el capital y que sin embargo, retomamos sin cesar. El tejido en este auditorio AudiMax durante estos tres días es un ejemplo pequeño, pero espero significativo. No hay un modelo, no hay reglas sobre cómo debería hacerse. Pero hay ejemplos notables, ejemplos que iluminan el cielo oscuro y deprimente, que nos inspiran con su fuerza y belleza. La lucha zapatista es un glorioso ejemplo de ello. La lucha kurda, con toda su fuerza creativa que estamos escuchando, es otro.

FUENTE: John Holloway / Rojava Azadî