Crónica: Daliri Oropeza / TW: @Dal_air;  Fotos: Ignacio Rosaslanda /IG: @nachonal_geographic  y TW: @Dal_air

Esta crónica da cuenta de la labor de los Centros Culturales Jesuitas de la Tarahumara: un esfuerzo por una educación popular efectiva, basada en la dignidad y en vigorizar el modo de ser, costumbres, cosmovisión y lengua rarámuris. Están por inaugurar el tercer centro, ahora en la comunidad de Guaguachique. Anexamos un glosario de palabras rarámuris al final del texto.

(Pamachi, Sierra Rarámuri, Chihuahua).- Está por comenzar el baile de matachín con los últimos rayos del sol. La comunidad rarámuri celebra con una gran fiesta del Yúmari porque inauguran el Centro Cultural Jesuita de Pamachi, un poblado en medio de la sierra, entre montañas y barrancas, entre ríos y nubes. Es el segundo centro cultural de estas características en la sierra Tarahumara.

Victoria y Andrés, maestros del nuevo centro, reúnen a las niñas y niños para la danza, pronto aparecen con coloridas capas, coronas y sonajas en las manos. Están listos para hacer sonar sus pies en la tierra. Las familias de la comunidad esperan ansiosas para comenzar con la música del violín; el Tónari —caldo de vaca o chiva especial de la fiesta del Yúmari— ya echa vapor. 

Las personas presentes aún esperan. Se miran unos a otras. El viento luce las capas de los niños…

La maestra Victoria, sale del Centro Cultural con una sonrisa inspiradora y explica la tardanza:

“Es que al principio a las niñas les daba pena y no querían bailar, pero ya se decidieron que sí bailan”

Así, lentamente y de manera cautelosa se forman con sus compañeros y caminan frente a la iglesia. Dan vueltas con sus capas que vuelan, hacen sonar las sonajas y cruzan sus pasos con la fila del frente, al ritmo que pisan los monarcos.

Decenas de familias, de la comunidad de Pamachi, participaron en la tradición del Yúmari. Esta fiesta es un ritual rarámuri de agradecimiento en el que se le ofrece a Dios los animales y frutos que dio primero, en este caso ofrecieron dos vacas y las preparan en caldo para repartirla entre la comunidad.  A modo de oración, bailan al sonar del violin y la guitarra, toman suwiki —o teswino o batari— a modo de purificación, es una especie de bendición al inicio de un ciclo, en este caso del nuevo Centro Cultural.

“Me dio mucho gusto la participación de muchas personas de la comunidad. Nos comentaba el Siríame (gobernador de la comunidad) que no habían tenido una fiesta de ese modo, se juntaron muchos matachines, la gente estaba muy contenta y nosotros también de ver tantas señoras, niños, señores. Estuvo muy bonita“, cuenta Daniel Vargas, quien está a cargo del proyecto de los Centros Culturales Jesuitas de la Tarahumara.

La danza de matachín se prolongó lo que dura la noche hasta pasados los primeros rayos del sol. El pascol hizo sonar los capullos de mariposa que porta en ambos tobillos los chenevares. De la iglesia al Centro Cultural, el espacio se llenó de colores, bailes y música de todo tipo. Inclusive, el pianista Romayne Wheeler deleitó a las personas presentes en la inauguración. 

“En Pamachi, el Centro Cultural va más por las artes”, asegura Enrique Mireles Bueno, administrador  de la parroquia de San Miguel de Guauhuachique, desde la cual los jesuitas atienden 8 comunidades.

Mujeres participan en el Yúmari de inauguración del Centro Cultural del Pamachi. Foto: @Dal_air

Arte para alimentar la identidad rarámuri

“(La Danza) para nosotros es como una relación con Dios, con Onorúame, ya que nos dejó desde hace mucho tiempo aquí, y lo seguimos haciendo”, asegura, en la cima de una piedra al borde del barranco, el maestro Andrés. Al otro lado de la gran grieta, se ven diminutos los hoteles y espacios preparados para servir al turismo. Pero nosotras nos encontramos del otro lado, donde predomina el modo de vida rarámuri que viene de un pasado seminómada.

 

Andrés, toma la guitarra entre sus manos. Camina a la orilla del barranco. Pamachi está del otro lado de la famosa Barranca del Cobre, una de las paradas obligadas del tren “El Chepe”, este lugar turístico separado por una profunda grieta ignora que al otro lado hay más que “folclor”, son mujeres y hombres que aún visten de colores, que celebran el Yúmari, que hablan en rarámuri y llevan su vida de siembra, de pastoreo, de religión, viven dispersos en el bosque, entre árboles, no como la vida occidental mestiza concentrados en pueblos.

La música es la base de la danza tradicional. Los maestros y maestras parten de este principio para involucrar a los más jóvenes en las fiestas, a través de la enseñanza de un instrumento musical, con métodos propios de las comunidades.

Daniel Vargas, asegura que así es la metodología de los centros culturales: “partimos de la vida rarámuri, tratamos de que los maestros se involucren en las comunidades en las que participan, en las labores del pueblo y que sean parte de la comunidad”.  De esta forma es como mejor han medido los avances de las personas que estudian en los centros.

Victoria, quien fue maestra en el centro cultural La Gavilana y se inició en el proceso del centro de Pamachi, asegura que:

“no solo me involucro aquí en el salón con los niños, a veces visito a las familias, ellas me invitan a un teswino, yo acudo, y pues convivo con todos ellos, ahí me cuentan cómo van los niños y que les gusta venir para acá y el porqué, bailamos con ellos, a veces hasta lloramos, a veces me cuentan de como viven”.

Los propios maestros del primer centro cultural, el de La Gavilana, saben de la deficiente planeación de los estudios de la SEP y que el desempeño de los docentes es distinto: “Los maestros de la SEP tienen otra estrategia para enseñar, casi no se meten sobre la cultura, como nosotros”, cuenta el maestro Nevares.

Pareciera que la situación de la educación aqueja cada rincón, hasta la sierra rarámuri. De acuerdo con el estudio Panorama Educativo de la Población Indígena realizado en 2015 hay 3.9 millones de jóvenes en edad de educación obligatoria, de los cuales 1.4 habitan en zonas rurales. Para 1.2 millones de niñas y niños hablantes de lengua indígena en edad de educación básica solo hay 52 mil 194 docentes que enseñen en lengua, relación 1 maestro por 22 alumnos, sin embargo, solo en el 59% de los casos el docente coincide con la lengua de los estudiantes y el 50% de las escuelas es atendida por un solo docente. A esto se suma la condición de las escuelas, en donde por ejemplo 25% de ellas no tienen baño, o el 20% no fine mobiliario para docentes.

En el norteño estado de Chihuahua, el INEGI contabilizó 85,316 personas de origen rarámuri en 2010.

La misma constitución mexicana lo ordena en el artículo 3, que habla de la “calidad de la educación” a través de “materiales y métodos educativos, la organización escolar, la infraestructura educativa y la idoneidad de los docentes y los directivos garanticen el máximo logro de aprendizaje de los educandos”.

Pero las escuelas no son así a la mitad de la sierra.

 La Gavilana: el Centro cultural antes de Pamachi

Cielo de estrellas pronunciadas sin Luna. El andar del río definió el lugar en el que habitan las personas en la comunidad de La Gavilana. Para llegar, la persona interesada debe atravesar, caminando, cinco horas de bosque, valles, montes, montañas y ríos. Allá solo llegan los religiosos jesuitas para educar o los narcotraficantes que se apropiaron a la fuerza del territorio.

Como en las demás comunidades, La Gavilana conserva su estructura originaria de gobernanza, conformada por el siríame, o gobernador, los mayores, capitanes, soldados y tenientes. De esta organización comunal surgió el primer centro cultural.

El padre Enrique Mireles lo narra:

“El gobernador de las autoridades indígenas de La Gavilana, nos dijo ‘¿por qué no ayudan ustedes a que los niños aprendan?’ Levantamos las antenas, detectamos una necesidad que nos expresó la misma comunidad, enseñar a los niños a leer y a escribir para poder enfrentar el mundo, entonces nos pusimos a pensarle cómo”

Daniel Vargas, lo describe como la necesidad de prestar el apoyo educativo que piden, al mismo tiempo de hacer un análisis de problemáticas sobre el abandono de la identidad rarámuri, y además de lo educativo. Combatir desde los centros culturales los problemas que provoca la cultura dominante.

Tanto las maestras, religiosos y familiares se han llevado grandes sorpresas con lo que las niñas y niños que van al centro cultural pueden hacer con las computadoras.

Para Victoria, es muy importante enseñar en lengua rarámuri. Ella aprendió la variante de rarámuri de La Gavilana cuando coordinaba a las adolescentes, aunque su lengua materna es la variante de Samachique. Confiesa que le apasiona enseñar “para que esto les sirva en su vida, que no dejen la lengua materna, su cultura, si van a salir de la comunidad que se defiendan de la gente de fuera y que contesten lo que les pregunten, por ejemplo en las tiendas, que reciban el cambio que se necesita”.

Para Daniel Vargas, es de suma importancia vigorizar la identidad rarámuri “que se ve desprotegida, olvidada por el sistema educativo, los desarraigan de su modo de vida y los tratan de homogeneizar a la cultura dominante, en este caso la vida occidental.”

Dentro de los indicadores que Daniel Vargas menciona, que validan el esfuerzo de los centros culturales es la participación de la infancia en la vida comunitaria:

“Antes en las fiestas participaban los señores y las mujeres preparaban la comida, los niños y niñas se mantenían alrededor de las fiestas. Lo que hemos visto, es que a partir de los centros culturales la participación de los niños en las danzas de matachín es mayor. Sin folclorizar esta situación, las personas tienen un motivo y un sentido por el cual danzan, lo cual tiene mucho que ver con su espiritualidad y su religiosidad propia”.

Las lenguas originarias en territorio mexicano prevalecen en gran parte por la tradición oral que las representa en la vida cotidiana de las comunidades. La lejanía de parajes urbanos permite también la ininterrupción de las tradiciones rarámuris en la sierra. Aunque la lengua rarámuri en su mayoría es oral, los centros culturales abonan también  a su escritura propia, para lo cual han desarrollado un método de lecto-escritura, conformada por 15 vocales y consonantes que permiten economía del vocabulario, como solo usar k o b y que en el lenguaje no hay distinción de género, ni una estructura gramatical específica. Daniel cuenta sobre las clases que han tomado con Carlos Vallejo, quien lleva más de 20 años estudiando la lengua.

De lo sagrado

Los Centros Culturales Jesuitas de la Tarahumara son ahora un pilar para los rituales sagrados, fiestas ceremoniales como tradiciones de las comunidades rarámuri. De pronto pareciera que raramurizaron a los jesuitas, incluso el padre Mireles baila matachín y da oraciones en lengua raramuri.

Es sagrado sonar la música, desde que se ofrecen los animales del tónari hasta la preparación del batari, el baile de los matachines, los músicos que les acompañan, las noches y los días. Romayne Wheeler, resaltó que “el rarámuri es el más libre del mundo, no tienen capataz, él decide a qué hora y qué hace”.

La siguiente sucesión de fotos muestra la manera en que los Centros culturales han catalizado la participación y la vigorización del sentido del ser rarámuri dentro de las comunidades en las fiestas, agradecemos a quienes contaron en nuestro ojo para realizarlas:

Glosario

Yúmari– Fiesta de agradecimiento en el que se le ofrece a Dios los animales y frutos que dio primero.

Tónari– Caldo preparado del animal ofecido en el Yúmari para agradecer y compartir con la comunidad o con quienes integran el ritual.

Suwiki Teswino o Batari, bebida fermentada de maíz y azucar, sagrada para purificar, se toma en el Yúmari, o en otro tipo de fiestas.

Siríame-nombre que recibe el encargo comunitario de gobernador.

Matachín– Danza ritual en donde dos filas bailan siguiendo a los monarcos, tocan las sonajas y cruzan las filas, al dar vueltas y pasos específicos que marca el monarcos.

Monarcos– encargados de guiar la danza de matachín.

Pascol– es una danza también parte del Yúmari que se baila al formar una fila que siguen los participantes a quien porta los chenevares.

Chenevares– Capullos de mariposa que se ponen los danzantes en el baile del pascol