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Por Kau Sirenio

Las cuerdas chillantes del violín hacen que la noche sea más triste de lo normal en San Totolcintla, municipio de Mártir de Cuilapan, mientras que las mujeres y hombres apurados tejen sus cintas de palma; frente al violinista yacen dos ataúdes, uno de color azul tenue y el otro de blanco. Son los cuerpos mortales de las dos jornaleras que fallecieron en Jalisco en un accidente automovilístico.

Al olor de copal y flores, ante el altar que la familia montó para despedir a Fresnia Juárez Domínguez y Diana Juárez Villegas. Lo acompañan las luces titilantes de las velas que dibujan un funeral de campesinas que murieron en los campos agrícolas para no morir de hambre en su pueblo donde la miseria se asoma todos los días.

Los papás, hermanos, cuñadas y cuñados se abrazan entre ellos para darse ánimo para no desmayar por el dolor que los acompaña desde el viernes cuando se enteraron del accidente en que viajaban sus familiares.

«Mi hija salió temprano el viernes a las seis de la mañana al corte de tomate pero ya no regresó, nos avisaron que la camioneta que las trasladaban se accidentó, así que dejamos nuestros quehaceres y nos fuimos a preguntar qué fue lo que pasó con nuestra familia», contó Isaac Juárez Carlos, papá de Diana.

El jornalero habló de su vivencia en Jalisco donde trabajaba en el corte de caña, mientras que su esposa e hija lo hacían en el corte de tomate por una paga de 15 pesos por arpilla, «en la jornada cuando mucho alcanzaban cortar cinco o siete arpilla».

Durante la plática, del interior de la casa sale el sonido del violín y la guitarra que van formando en el oído el canto del más allá de los nahuas de Guerrero, su música fúnebre que se combina con el religioso.

En la casa de la familia Juárez Villegas y Juárez Domínguez los vecinos llegan con la ayuda, maíz y despensas son depositados ante el altar; de ahí lo toman las mujeres que apoyan en la cocina para preparar la cena y el almuerzo.

La población de esta comunidad habla el náhuatl, lengua que aún conservan a pesar de la fuerte movilidad social hacia los campos agrícolas donde se va la familia completa a trabajar en temporadas de otoño-invierno en el corte de chile, tomate, caña, aguacate, angú, espárrago o zarzamora. Otras familias se van a las ciudades turísticas a ofrecer las artesanías que elaboran.

La mayoría de los habitantes de las comunidades asentadas en la ribera del río Balsas, son jornaleros agrícolas, quienes se van por temporadas a los campos agrícolas de los estados de Morelos, Michoacán, Colima, Jalisco, Sinaloa y Baja California, toda la familia. Y también emigran a los Estados Unidos.

Para los trabajadores agrícolas, el peligro que enfrentan cada vez que salen de su pueblo se hizo costumbre: «nuestro panteón está lleno de paisanos que han muerto en los surcos de los campos agrícolas», señala Melquiades García Ríos, comisariado de Bienes Comunales de San Juan Totolcintla.

El accidente del viernes, donde fallecieron Evelin Domínguez Juárez, Fresnia Juárez Domínguez y Diana Juárez Villegas, sucedió en la región Costa Sur de Jalisco, conocida porque ahí llegan los jornaleros que emigran de Guerrero y Oaxaca.

El reporte indicaba que fallecieron dos hombres adultos, tres mujeres adultas y tres niñas; el resto de tripulantes de la camioneta resultaron con lesiones de gravedad y fueron trasladados para recibir atención médica en hospitales de Autlán y Casimiro Castillo.

De los ocho jornaleros que murieron en el percance, cinco son de Guerrero, una adulta y niña de Totolcintla, una niña de Ahuetlixpa, municipio de Mártir de Cuilapan; y dos de San Francisco Ozomatlán, municipio de Huitzuco. Los dos últimos serán sepultados en Autlán de Navarro, Jalisco.

Familiares cuentan que la camioneta de redilas en la que viajaban alrededor de 25 jornaleros, iba a exceso de velocidad en la curva conocida como la Calera, en la carretera federal 80, en el municipio de Casimiro Castillo.

Después de un engorroso trámite en Autlán de Navarro, los cuerpos de Fresnia Juárez Domínguez y Diana Juárez Villegas fueron entregados a la familia para trasladarlos a sus lugares de origen, de donde salieron en noviembre del año pasado.

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La carroza que trasladó los cuerpos de las jornaleras arribó a Totolcintla a eso de las dos de la tarde; ahí dejaron a Fresnia y Diana en dos ataúdes. Mientras esto ocurre, en el patio platico con los señores que llegaron a ayudar a los familiares de las víctimas.

Melquiades García me pone al tanto de los hechos ocurridos en Jalisco el viernes 10. Él habla de sus paisanos que emigran a los estados del Norte, entre su recuento cita la salida de cada viernes a Michoacán, Colima, Jalisco y Nayarit donde se va la familia completa dejando así el pueblo y el río.

Un hombre robusto asoma a la conversación para agregar otro dato: “Totolcintla vive de la remesa que nos envían los paisanos que están en los Estados Unidos y los demás vivimos de los ahorros que juntamos cada vez que vamos de jornaleros; sabemos que en ese viaje corremos peligro porque no hay garantía ni del patrón ni del gobierno de Guerrero” denuncia.

Jesús Zúñiga Mendoza tercia la plática en la casa de los Juárez Villegas: “yo trabajé de mayordomo en Jalisco y la experiencia que viví ahí es de explotación, porque no hay día de descanso, el que se atreve hacerlo es despedido sin liquidación… Hay patrones que insultan a los trabajadores, es más los golpean pero nadie dice nada porque es lo que hay de trabajo”.

Agrega: “En los surcos encontramos menores de edad. Mira el ejemplo más claro es la de Fresnia y Evelin. Los menores en los surcos no tienen derechos a la educación ni al seguro médico, ellos son los más vulnerable en los campos agrícolas”.

Entre tanto dolor la familia no se fijó cuando bajaron los ataúdes y se confundieron los de Fresnia y Evelin.  Una llamada telefónica aclaró lo acontecido y una hora después se hizo el cambio en San Francisco Ozomatlán.

Cuando los familiares salieron a San Francisco, nos encaminamos con Melquiades a Ahuetlixpa al funeral de Evelin, la comunidad está frente a Totolcintla, si no fuera por el río que divide a ambas comunidades no habría necesidad de dar tanta vueltas y perder dos horas de caminos para llegar.

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Con el ventarrón cálido que sopla en Totolcintla, abordamos la camioneta de Melquiades, rumbo a Ahuetlixpa, en el asiento lleva una trompeta y una botella de mezcal. Él, aparte de ser el comisariado de Bienes Comunales, también es músico y agricultor.

Para llegar a Ahuetlixpa hay que pasar San Agustín Ostotipan, Tula del Río ante de llegar al puente Solidaridad que luce majestuoso, esta obra se construyó en el salinato cuando la modernidad llegó a Guerrero a principio de los 90, con la apertura de la Autopista del Sol. De ahí tomar el camino que va a San Francisco Ozomatlán, entre baches y zanjas, uno no puede evitar los golpeteos por tanto movimiento de la camioneta.

En esta zona que besa la modernidad (puente Solidaridad), es imposible vivir dignamente con la siembra del tlacolol, aquí las madres indígenas no están en condiciones físicas y nutricionales para tener hijos. Aquí se sufre en silencio por el abandono de los hijos que huyen a los campos agrícolas antes de terminar la primaria porque si no lo hacen morirán de hambre.

En estas condiciones es imposible que los niños y niñas se dediquen al estudio. El acceso a la educación en estas comunidades es un lujo para las familias que viven en la frontera de la sobrevivencia. La comida y el empleo es algo que no se logra tan fácil en la ribera de río Balsas, si los papás quieren que a sus hijos no les falte alimento tienen que emigrar a otros estados para ser explotados.

Melquiades intenta descifrar la situación migratoria de su comunidad: «El problema no solo afecta a los adultos o padres de familia, sino que a niños, jóvenes, madres de familia y abuelos que se desplazan a los campos agrícolas para que menos le alcance comer frijoles y tortillas».

Entre plática y plática, Melquiades habla de sus pasos en Valle de San Quintín, Baja California, Sinaloa, Michoacán, Jalisco y Nayarit; también sale entre sus recuerdos las tocadas con la música de viento en su comunidad. Por fin llegamos a Ahuetlixpa.

En la casa de Evelin Domínguez Jiménez, entorno en una mesa alargada, niños y adultos comen unas mojarras fritas, mientras que en la cocina las mujeres apuradas echan las tortillas. A un costado de la casa los perros se pelean entre ellos, unos niños observan asombrosos.

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El viernes, Evelin despertó muy temprano para desayunar mientras su mamá le prepara la comida que llevaría al campo en su quinto día de jornalera, donde corta tomate verde, por cada arpilla que logra llenar le pagaban 15 pesos.

«Yo trabajaba en el corte cuando podía, mi hija me dijo que me quedara a cuidar a su hermana, ese día la dejé ir, sin pensar lo que iba a pasar… Ella terminó la primaria el año pasado y me la lleve allá, cuando supo que no me pagaron el apoyo de prospera me dijo que no me preocupara porque ella me iba a ayudar y mira lo que pasó», cuenta Marcela Jiménez.

La mamá de Evelin cuenta que viajó a Ahuetlixpa en julio pero que no se le entregaron el apoyo para alimentación, educación y vestuario que entrega el gobierno federal cada bimestre. Marcela contó en su casa que no recibió ni un apoyo del gobierno del estado ni federal a pesar que dos días antes del accidente, se el gobierno del estado difundió en un comunicado de prensa que el secretario del Trabajo Oscar Rangel, entregó  apoyos económicos a Jornaleros Agrícolas que salieron a los campos agrícolas a Baja California al corte de uvas y jitomate.

En el boletín se lee: «la Secretaría del Trabajo vigila que se garanticen el respeto de sus derechos laborales y que los niños tengan guardería y continúen sus estudios, así como contar con servicio médico dentro de sus centros de trabajo». Aunque en los campos agrícolas no se garantizan estos derechos.

Antes de que se asomara la luna atrás de los cerros que rodean Ahuetlixpa, Melquiades encendió su camioneta para el regreso a Totolcintla. Él maneja en silencio como queriendo perder en la soledad en el río que golpea con sus pequeñas olas las paredes de las piedras.

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“Con el atardecer me iré de aquí / Me iré sin ti me alejare de ti / Con un dolor dentro de mi /

Te juro corazón que no es falta de amor / Pero es mejor así un día comprenderás / Que lo hice por tu bien que todo fue por ti…” se oye en la trompeta que los músicos tocan en el funeral de las jornaleras que se despiden de por última vez de Totolcintla.

Mientras la banda interpreta una y otra melodía, los vecinos van llegando para acompañar a los dolientes. Mientras esto ocurre, Isaac Juárez cuenta su experiencia en Jalisco, él habla del salario y la cotidianidad: «Mi hija trabajaba en el corte de tomate verde, creo que ganaba a la semana como 600 pesos, mientras que nosotros en el corte de caña nos pagaban 700 pesos a la semana, allá es muy pesado».

El jornalero habla de los gastos funerarios que recibió de la empresa Mentidero que apenas les alcanzó para llegar hasta Totolcintla, sin embargo el pasaje para 15 integrantes de la familia fue el cincuenta por ciento lo que retrasó el viaje. De la empresa cañera no recibieron un solo centavo, los patrones ofrecieron enviarle algo hasta el lunes pero no hablaron de indemnización ni de seguro de vida para las víctimas.

Ahí, Lucero cuñada de Diana accede a platicar con Trinchera, en la plática reclamó que el gobierno del estado los haya dejado en la orfandad, por falta de apoyo ante el percance en el que falleció Diana, Fresnia y Evelin.

«Nos sentimos abandonados, dejados en el olvido por el gobierno, nos fuimos porque en nuestro pueblo no hay trabajo ni apoyo para producir nuestra tierra, estando allá nos dejan solos a pesar del dolor que cargamos que se pueda esperar de un gobierno que no se preocupa por los pobres», reclamó.

«¿Qué más podemos pedir a este gobierno? –Agrega– pues apoyo, para que los niños no se mueran en los campos agrícolas para que no haya más Fresnia o Evelin en los accidentes ante la falta de oportunidades en Guerrero, eso es lo que queremos seguridad, trabajo y alimentos en nuestra comunidades de origen».

La luna se puso en el cenit y la banda sigue tocando para que nadie se duerma, por lo menos en esta noche y cómo lo van hacer si la melodía de los Cadetes de Linares se oye en las trompetas que de la música de viento: «El día que me vaya de esta vida, / Por Dios que no voy a llevarme nada, /La tierra cubrirá mi sepultura / Y el llanto de mi madre habrá de mojarla… / Me voy, me voy, me voy / Voy a emprender el viaje sin regreso,  / Me voy, me voy, me voy…».